Chereads / Drakontos [Spanish Version] / Chapter 11 - PARTE 3 – LA PRISIÓN

Chapter 11 - PARTE 3 – LA PRISIÓN

Nunca confíes en desconocidos", solían decirme mis padres cuando era niño, y tenían toda la razón. La confianza es algo difícil de ganar y, sin embargo, yo había decidido confiar en completos desconocidos. Ya sea porque fueron los primeros que no intentaron asesinarme o porque se mostraron colaborativos y parlamentarios, decidí confiar en ellos, craso error.

El collar que se aferraba a mi cuello era un constante recordatorio de mis errores. La presión en mi cuello me hacía sentir lo tonto que había sido y me hacía temer que quizás nunca volvería a ver a mis padres. A pesar de ello, no podía permitirme llorar; en su lugar, necesitaba mostrarme fuerte y mantener la esperanza de que un día el mañana me sonreiría de nuevo. Yo debía mostrarme colaborativo y sumiso, tal vez, y solo talvez, conseguiría ganarme la confianza de mis captores.

La prisión a la que me habían llevado, en ese momento no lo sabía, pero se convertiría en mi habitación durante un largo tiempo. El lugar era sorprendentemente espacioso y vacío. Las paredes, el suelo y el techo eran de un monótono color gris. La habitación estaba iluminada de forma tenue por varias bombillas de luz blanca ubicadas en todas las esquinas, junto con otras cuatro en el centro. La única vía de ingreso de aire era a través del agujero de la cerradura de las puertas dobles.

El lugar estaba pobremente decorado, con un enorme colchón en la esquina del fondo. Junto a la pared, se encontraba un abrevadero de gran tamaño, similar al que usaría una vaca para tomar agua. En la otra esquina, junto a la cama, había un agujero en el suelo, que supuse que sería mi letrina personal. No había ventanas ni ninguna otra forma de ver el exterior. El agujero de la cerradura conducía a una pared gris, lo que me hizo pensar que había otra habitación antes de llegar a la mía. ¿Doble seguridad, tal vez?

Me acerqué al abrevadero lleno de agua y me contemplé una vez más, pero con mayor detenimiento. Este momento era distinto a la primera vez, cuando me sentía mareado por los efectos de la barrera mágica de Mibreg, ya que no traía el collar para protegerme y no pude observarme claramente.

El rostro no humano fue lo primero que me recibió. Los quince dientes puntiagudos, afilados y anchos del maxilar inferior se entrelazaban de manera perfecta con los catorce del maxilar superior. Además, cuatro largos cuernos sobresalían de mi cabeza como los de un reno, con los dos delanteros más cortos que los dos posteriores. La mirada en mis ojos era aterradora, parecían observar al mundo con desprecio. No es de extrañar el terror que infundía en los demás, ya que se dice que los ojos son las ventanas del alma, y los míos parecían el reflejo del infierno, completamente amarillos como el fuego ardiendo en la eternidad. Mis dos fosas nasales eran tan profundas y expulsaban humo cada vez que exhalaba.

Aterrado por mi apariencia, me alejé del abrevadero. Sin embargo, el miedo no duró mucho, desapareció casi al instante, como por arte de magia. No era un humano y no podía permitirme experimentar momentos de miedo, tristeza y desesperación, típicos de los humanos en situaciones como estas. Era incapaz de sentir desesperación en esta situación. Todo temor que aparecía desaparecía al instante. Había perdido la capacidad de sentir esas emociones negativas. Sin embargo, me preocupaba que esta falta de emociones también afectara mi capacidad de amar y de apreciar la vida. Durante el rescate de Elora, sentí lástima y empatía, lo que me hizo pensar que tal vez solo los pensamientos negativos habían sido bloqueados. Aún había esperanzas para mí, me repetí una y otra vez en mi cabeza; pero ese sentimiento también desapareció.

El sonido agudo de algo de metal abriéndose junto al abrevadero me sacó de mi ensimismamiento. La pared se abrió, revelando un rectángulo. Sin embargo, era bastante pequeño como para escapar por ahí. Desde aquella abertura, pude apreciar el grosor de las paredes, que resultaban ser más gruesas que mi cola, la cual ya era bastante ancha. Esto me hizo pensar que no podría derribarlas con mi cuerpo, como lo había hecho con la puerta del granero del que había escapado, que era menos gruesa que estas paredes.

Una bandeja grande ingresó con algo que cuyo aroma me había abierto el apetito. La pared se volvió a cerrar y yo me acerqué a aquella bandeja para verlo mejor, ya que era apenas visible porque la vista se encontraba bloqueada por el abrevadero. Lo que vi, me hizo ir corriendo hacia el agujero a vomitar del asco.

—Grrr —gruñí del disgusto.

Lo que había sobre la bandeja era un animal muerto, sin piel. Aquello me provocó unas náuseas como nunca antes había experimentado, pero después de vomitar, comencé a desear esos pedazos con todo mi ser. Sin embargo, no me atrevía a acercarme a ellos. El animal era algo que nunca había visto en mi mundo. Tenía la apariencia de un novillo, pero era diferente, ya que poseía seis patas, dos más que una vaca común. Estaba claro que había sido preparado con esmero, ya que se encargaron de quitar todo lo que no era comestible, como la piel presumiblemente peluda, las pezuñas y la cabeza con su cráneo duro. La imagen que tenía frente a mí era la de un cadáver desmembrado.

Sin embargo, nunca antes había deseado comer algo con tanta intensidad como lo hacía con aquel animal. Mi estómago gruñía con anticipación de lo que estaba por suceder. Yo no quería hacerlo, pero mi cuerpo no me obedecía; comenzó a avanzar hacia la bandeja. Mi cabeza se acercó a ella y mi boca se abrió sin previo aviso. La saliva caía como lágrimas, mi estómago estaba llorando de felicidad.

Lo que sucedió a continuación fue algo que jamás pensé que haría: comer carne cruda. El animal estaba perfectamente preparado; no tenía sangre en su interior, estaba listo como para ser cocinado. A pesar de no estar condimentado, me supo a la mejor comida que había probado en mi vida. Los huesos crujían al masticarlos, pero no me importó, y continué devorando al pobre animal. No podía detenerme; solo terminé cuando la bandeja quedó completamente limpia, había pasado hasta la lengua para no dejar ni un trozo. A pesar de haber comido tanto, me supo a poco.

Cuando terminé de comer, me acerqué al abrevadero para tomar agua. El agua tenía un sabor diferente al de grifo, sabía a tierra, pero no me importó y seguí bebiendo hasta dejarlo vacío. Luego de beber y comer caí en lo que había hecho y me sentí mal conmigo mismo. Sin embargo, ese sentimiento duró menos que el animal que devoré.

Saciado por la comida, el cansancio se apoderó de mí. Me tendí en el enorme colchón, cerré los ojos y me dormí, con la esperanza de que el próximo día sería mejor que este. ¿Qué eran realmente los Drakontos? Esa fue mi última reflexión antes de caer en un profundo sueño.