Chereads / Drakontos [Spanish Version] / Chapter 8 - Capítulo 2 - El nuevo aliado del imperio

Chapter 8 - Capítulo 2 - El nuevo aliado del imperio

De camino a la frontera del imperio, Mibreg se tomó el tiempo necesario para explicarme cómo debía comportarme ante la emperatriz. A pesar de que muchas de las formalidades eran inaplicables debido a mi gigantesco cuerpo, pensé que debía haber una razón detrás de su explicación. Mibreg me proporcionó detalles sobre cómo dirigirme a la emperatriz y de cómo debía moverme a su alrededor. No obstante, después de todo lo mencionado, aseguró que ella misma se encargaría de manejar todo y que yo no tendría que hacer nada.

Los oficiales escuchaban a Mibreg en silencio, y aunque algunos parecían querer decir algo, se mantuvieron callados. Quizás fuera por respeto hacia su oficial superior o por temor, pero ninguno dijo una palabra, incluso Elora, que estaba a mi lado. Una vez que terminó la conversación sobre la emperatriz, Mibreg cambió su enfoque hacia mí, esta vez de una manera más incisiva.

—Necesito su palabra, o al menos que me prometa que no hará nada para lastimar a nuestra emperatriz. ¿Me lo promete? —observó mi reacción con agudeza, esperando mi respuesta.

Mi experiencia previa con ella y el cigarrillo me había enseñado que asentir de arriba abajo no significaba un sí, sino un no. Por lo tanto, esta vez opté por no mover la cabeza de izquierda a derecha, ya que no quería dar lugar a malentendidos. Además, quién sabe qué podría significar en este mundo el movimiento de la cabeza de izquierda a derecha.

La impaciencia comenzó a notarse en los oficiales y suboficiales debido a mi falta de respuesta. No obstante, tanto Elora como Mibreg se mantuvieron imperturbables, con expresiones inescrutables. Sin embargo, era evidente que no podía hacer esperar más, especialmente si esta pregunta tenía como objetivo asegurar la seguridad de su monarca.

—La pregunta es muy sencilla, necesitamos que su respuesta sea afirmativa, no aceptaremos un no por respuesta —dijo el hombre de bigote de morsa y cabello gris oscuro, casi gritándome. 

Le estaba agradecido por proporcionarme la clave que necesitaba: el gesto de asentir con la cabeza para indicar un sí era de izquierda a derecha, menos mal. Si tuviera un espejo, seguramente estaría sonriendo ante el descubrimiento. Mibreg, que parecía a punto de reprender al hombre de bigote, se detuvo por un momento antes de dirigirse a mí nuevamente.

—Agradezco tu cooperación —dijo con una sonrisa mientras sacaba un cigarrillo y lo acercaba a sus labios—. Ups, lo siento, olvidé que no te gusta.

Cuando estaba a punto de guardarlo, negué con la cabeza. Su rostro se iluminó cuando vio una oportunidad para fumar y preguntó:

—¿Puedo fumar?

Respondí afirmativamente, asintiendo de derecha a izquierda. Ella me agradeció y procedió a encenderlo, luego expresó su felicidad:

—Lo necesitaba, realmente lo necesitaba.

Le dio una profunda calada y parecía que se hubiera fumado la mitad del cigarrillo de un solo soplo, a pesar de haber fumado cuando estábamos en tierra. Parecía como si no hubiera fumado en años.

La conversación que siguió se volvió bastante banal. Parecía que todos se habían acostumbrado a mi presencia y solo de vez en cuando me lanzaban una mirada para recordarse a sí mismos que no debían bajar la guardia. Yo, en cambio, me mantuve al margen mirando por la pequeña ventana el cielo y las nubes, recordando que poco tiempo atrás yo había estado allí.

El tema de conversación giraba en torno a las recompensas, el recibimiento y la familia. Aunque en más de una ocasión se mencionó mi permanencia en el imperio, Mibreg los silenciaba, argumentando que esa decisión debía estar en manos de la emperatriz. En contraste, Elora permanecía callada, mirando pensativamente por la ventana.

La tenienta general se acercó por detrás y habló con Elora en voz baja, como si pensara que a esa distancia no podría escucharlos. Por primera vez, decidí no prestar atención a su conversación y me volví para escuchar a los oficiales. Quizás podría aprender algo más sobre este mundo, considerando que tenían acceso a información privilegiada.

—La tenienta general siempre presta atención a Elora, pero no es más que una simple tenienta —comentó el hombre del bigote, claramente disgustado—. Puede que haya acumulado varios logros impresionantes, pero llegar a oficial es un golpe de suerte. Ni siquiera debería formar parte del ejército; es solo una mezcla de sangre. Me repugna pensar en ello.

—Mayor Bigúd, no debería decir eso, sabe que esta misión no se habría podido haber llevado a cabo sin la tenienta Elora —dijo un joven con anteojo y cabello negro como mis escamas.

—No vas a llevarla a la cama, Nauter —respondió con un tono de voz firme una mujer de unos cuarenta años, de mirada penetrante y cabello corto y oscuro, que denotaba confianza y seguridad en sí misma.

Todos comenzaron a reírse del joven y éste se puso colorado y parecía haberse encogido. Un hombre bastante corpulento y con una actitud de padre comprensivo, llevó una mano al hombro del anteojudo y le dijo —No te preocupes, recuerda que en este mundo existen tantas mujeres como estrellas en la noche—. Apretó su hombre y le dedicó una sonrisa picaresca. 

—¿No te referirás a los burdeles? —preguntó el más pequeño de todos, parecía un adolescente ratón de biblioteca. Con dos grandes ojeras y dos marcas de lentes en el tabique de la nariz, su rostro daba la impresión de alguien muy dedicado a la lectura.

—¿Por qué, quieres venir? —el hombre musculoso comenzó a reírse a carcajadas, mientras su cabello largo y brillante se agitaba con su risa. La forma en que parecía cuidar de su cabello indicaba que le importaba mucho lo que pensaran los demás de él.

—¿Pueden dejar de ser tan ruidosos? Atraen la mirada del señor Drakontos —comentó una mujer joven y bastante alta que, desde que subimos, no se desprendió de su rifle. De hecho, lo acariciaba como si fuera una mascota. Su apariencia, bastante descuidada, además de su comportamiento inusual, era la antítesis del hombre musculoso; a ella no parecía importarle lo que los demás pensaran.

Los oficiales se volvieron hacia mí, y la atmósfera de risas y diversión que reinaba antes se transformó en un silencio sepulcral. Sus expresiones reflejaban temor y sumisión, y algunos llegaron incluso a disculparse por el ruido anterior. En contraste, el hombre de bigotes chasqueó la lengua con desdén y se alejó del grupo, evidenciando su claro disgusto. El resto de los oficiales se agrupó en pequeñas conversaciones según la edad de los miembros. Esto dejó solos a la mujer alta, amante de los rifles, que continuaba observándome, y al hombre enojado. Mientras tanto, la mujer cuarentona comenzó a coquetear con el hombre musculoso y de larga melena, lo que hizo que perdiera interés en ambos. Por otro lado, el grupo de adolescentes especulaba sobre el recibimiento que tendrían al llegar, lo cual tampoco llamó mucho mi atención.

De todo lo que habían discutido, solo pude extraer con certeza los nombres de dos de ellos y la evidente aversión de Bigúd hacia Elora y sus orígenes. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue el par de oficiales que compartían rasgos faciales similares. Uno de ellos tenía cabello largo y rojo, maquillaje y una figura femenina, mientras que el otro ostentaba cabello azul corto y una complexión más musculosa. Ambos parecían absortos en su propio mundo, concentrados en la lectura del mismo libro. La mujer sostenía el libro mientras el hombre pasaba las páginas, lo que daba la impresión de una sincronía perfecta. Me quedé embobado observando cómo, maravillado por la forma en que reían y se asombraban al unísono. Aunque, solo la joven reía en voz alta y el joven permanecía en silencio.

Mibreg, en algún momento, también concluyó su conversación con Elora y la dejó allí, absorta en sus pensamientos junto a la ventana. Se acercó al par de gemelos y de inmediato dirigí mi atención a su conversación, ansioso por aprender más acerca de estos extraños hermanos. Ambos se levantaron al unísono y alzaron su mano izquierda en un puño cerrado. ¿Podría ser este el saludo típico de los militares en este mundo o, al menos, del Imperio?

—Descansen —les dijo Mibreg.

Ambos bajaron los brazos y la joven habló —A sus órdenes, tenienta general Mibreg.

—No hace falta que seas tan formal. A veces desearía que fueras igual de callada que tu otra mitad. Solo quiero pedirles un favor.

—No comprendo, ¿a qué se refiere? ¿son órdenes?

—Olvídalo —respondió, rindiéndose respecto al asunto, y continuó—. Me gustaría que... —bajó la voz—. Si algo saliera mal y la emperatriz llegase a estar en peligro, quisiera que se reúnan y hagan lo que tengan que hacer.

—¿No será peligroso eso? —preguntó la joven.

—Todo está permitido por el bien del imperio —respondió con un tono de voz agresivo. 

—Comprendo —dijo el joven con seriedad.

Luego, Mibreg se alejó del grupo, encendió un cigarrillo y se quedó en una esquina, observando cómo se consumía lentamente. 

Las palabras que acababa de escuchar solo aumentaron mi inquietud. ¿Me estaban llevando hacia una trampa mortal? Sentía una creciente sensación de que estaba siendo manipulado y, además, sospechaba que nada bueno saldría de todo esto. Anhelé tener la capacidad de hablar, como cuando había sido humano, para pedir ayuda.