Chereads / Drakontos [Spanish Version] / Chapter 6 - PARTE 4 – CENTRO DE OPERACIONES DE LOGÍSTICA

Chapter 6 - PARTE 4 – CENTRO DE OPERACIONES DE LOGÍSTICA

Por fin podía disfrutar del vuelo sin la perturbación de proyectiles silbantes ni aviones zumbando a mi alrededor como molestos mosquitos. Era una experiencia gratificante y única que nunca antes había experimentado. A pesar de la sensación placentera, seguía sintiendo intranquilidad. Permanecía en un lugar desconocido, sin saber qué peligros podrían acechar.

Antes de toda esta locura, yo era una persona común y corriente que seguía una rutina predecible. Mi camino era bastante básico: de la casa de mis padres a la universidad y luego de regreso a casa. No solía salir de fiesta los fines de semana, y mis amistades eran limitadas, lo que podría parecer poco común para un universitario. En ese sentido, era un individuo un tanto aburrido. Pero ahora, sobrevolaba los cielos con una hermosa mujer a cuestas, esquivando balas como si estuviéramos en una película de ciencia ficción. Sin embargo, la emoción que esperaba sentir no era lo que imaginaba. ¿Acaso me había transformado por completo en algo que ya no era humano? Lo racional y los recuerdos que me hacen humano son mi único consuelo.

—Eres increíble —susurró la joven, luego añadió en voz alta—. ¡Estamos cerca, ve descendiendo!

Mientras nos acercábamos a nuestro destino, percibía el aroma de varias personas y escuchaba las voces discutiendo sobre nuestra presencia. Al parecer, nos habían detectado desde hacía tiempo. Era difícil pasar desapercibidos con la enorme antorcha que había encendido en aquel bosque. El humo se expandió tanto que comenzó a moverse por el viento y era visible desde aquí.

Las voces debatían sobre huir, esconderse o pelear, pero no llegaban a un acuerdo. No parecían haberse percatado de la presencia de su amiga sobre mi espalda. Además, con el sol casi en su punto más alto, no era difícil ver un dragón negro como una nube en el cielo.

Decidí descender cerca de un lago, junto a los árboles, Elora no dijo nada. La ubicación estaba a una distancia intermedia del campamento, para no asustarlos con mi imponente presencia, decidí que aquí esperaría. La mujer se bajó de mi espalda y se acostó sobre el pasto. Yo me acerqué al lago, aprovechando su superficie como espejo para examinarme.

Mi cara y cuerpo ya no eran humanos, lo cual era obvio desde hace tiempo, pero verlo de cerca era impactante. Mis escamas relucían en la penumbra, y mis ojos, profundos y negros como la noche, parecían contener siglos de sabiduría y poder. Mis alas desplegadas, con membranas oscuras y una envergadura majestuosa, se extendían a ambos lados de mi cuerpo, proyectando autoridad y magnificencia.

La mujer rompió mi ensimismamiento con sus palabras:

—Muchas gracias, eres increíble y muy inteligente. Localizaste sin problemas el campamento de avanzada, además, derrotaste a aquella aviadora con mucho ingenio.

Yo no le estaba prestando atención, estaba muy centrado en el reflejo del lago. ¿Esto es lo que sería hasta el fin de mis días? El estómago empezó a dolerme, la cabeza a darme vueltas, y mi reflejo se había multiplicado por cuatro. Ya no podía reprimir más los pensamientos, las preguntas, los recuerdos y sentimientos que llegaban unos tras otros.

—¿Qué te sucede?

Comencé a vomitar en aquel reflejo, el líquido expulsado por mi boca era amarillento y fluía como agua en canilla abierta. En ese momento no lo sabía, pero yo estaba bajo una especie de hechizo supresor de emociones y sentimientos bajo episodios estresantes. Es parte de una habilidad propia de los dragones dada por la evolución para la supervivencia de la especie, es por eso que aprendí a volar rápido y se me ocurrieron buenas ideas para escapar no solo de la caballería, sino también de aquel avión.

Me desmayé y caí al lago; si no fuera por la chica y sus compañeros, yo me habría ahogado, ya que aparentemente el agua era lo suficientemente profunda como para cubrirme por completo.

Cuando desperté, me encontraba encadenado sobre un vehículo en movimiento, pero no podía moverme, las cadenas eran más seguras que los escombros que me habían caído encima. Pero no estaba solo, alguien estaba sobándome la cabeza con delicadeza, y por el tacto, supe a quién pertenecía esa mano derecha.

—Grrrr —rugí disgustado.

La mujer dejó de acariciarme y habló:

—Perdón, pero era la única manera de trasladarte. Mi misión era capturar el huevo de Drakontos de esa instalación secreta. Tu despertar no estaba en los planes.

Hizo un breve silencio para pensar lo siguiente que iba a decirme:

—Sin embargo, muchas gracias por salvarme. Te prometo que nada malo va a pasarte.

Fue lo último que dijo durante el trayecto en vehículo; solo se limitó a acariciar mi cabeza y cuello hasta que se quedó dormida. Finalmente, cuando el sol se estaba volviendo a ocultar, el camión se detuvo y las puertas se abrieron.

Por la forma en la que estaba aprisionado, solo podía ver hacia adelante, por lo que el viaje fue realmente incómodo, y deseé a cada rato estirar las piernas. Cuando un par de personas se subieron al camión, pensé que otro deseo se me había cumplido, pero resultó no ser tan así.

La mujer se despertó por el ruido de las puertas y se acercó a los dos hombres que se subieron; les susurró algo al oído, y yo pude escucharlo perfectamente.

—No lo lastimen.

Todas las personas que conocí me quieren vivo o muerto. Parece como si yo formara parte de algún plan que, más tarde o temprano, terminaría por entender, o tal vez nunca. La mujer salió del camión. Los dos hombres vestían de azul oscuro, como si fueran policías, y se disponían a sacarme de la enorme furgoneta. Uno se fue al extremo en donde estaba mi cola, y el otro permaneció en donde estaba mi cabeza. La mano del hombre comenzó a arder con un fuego verde, y la acercó a mi cara.

—¿Estás listo por allá? —preguntó el hombre con la mano en llamas verdes.

—Sí, ¿y tú?

—Estoy terminando de sellar su boca, no quiero perder la mano.

—Pero si no hace falta —comenzó a reírse—. Son cuerdas mágicas de grado tres —dijo finalmente.

—Pero de estas criaturas no hay que fiarse nunca, y menos de unas cuerdas que fueron inventadas para atar personas y no, bueno esto —me señaló con ambas manos.

El hombre lanzó el fuego verde sobre mí, y yo cerré los ojos por acto reflejo. El fuego se adhirió a mi enorme boca y, si antes no podía más que gruñir, ahora ni siquiera podía respirar.

—Oye, creo que lo estás asfixiando.

—Lo siento, fue mi error —estiró la mano derecha y se llevó el fuego que tapaba mi nariz—. Listo, ya es hora de sacarlo.

El hombre volvió a encender sus manos y se agarró a las cadenas que me aprisionaban, comenzó a levantarme.

—Sí que pesa el desgraciado, ¿no necesitamos más personal para esta carga? —comentó el hombre que me sujetaba desde atrás.

—No lo creo, o es que no eres más que un debilucho, ¿qué pensaría Sarán si te viera quejarte?

Cómo si ese comentario le molestara mucho, el hombre del fondo me levantó aún más alto que antes. Ambos hombres me bajaron del camión lo mejor que pudieron y me dejaron sobre el pasto.

Una vez en el suelo, varias personas se acercaron al lugar. Los escuché hablar, y pude reconocer dos voces. La primera de ellas era de la mujer que había llevado en la espalda. En cambio, la segunda solo conocía su voz del campamento de avanzada; ella era la que dijo que había que permanecer escondidos.

—Es un momento histórico, ¿no lo creen? No solo porque capturamos a una criatura mitológica de valor y poderes incalculables, sino también porque le robamos al reino humano en sus propias narices.

Todos los presentes comenzaron a gritar de alegría. La mujer parecía tener un alto cargo, por lo que, si quería mejorar mi situación, tendría que comunicarme con ella. La mujer se dejó ver por mí, estiró la mano y retiró el fuego que cubría mi boca.

—Por favor, que falta de respeto a mí como maga —gritó enfadada la mujer—. ¿Es que acaso dudan de mí? Bueno, olvídenlo, no es momento de pelear, es hora de festejar. Tenemos un invitado el día de hoy.

Pero nadie dijo nada, ya que la mujer me había liberado, y ahora todos comenzaron a retroceder discretamente hacia atrás. Hubo algunos que permanecieron en su lugar, pero la gran mayoría estaba preparada para salir corriendo en cualquier momento.

Me reincorporé en cuatro patas y estiré cada extremidad para distender un poco mis músculos.

—¡Teniente general! ¿¡Se ha vuelto loca!? —gritó un hombre mayor.

—¿Qué sucede? ¿Es que acaso no confía en nuestro poder militar? ¿No fuimos escogidos como los mejores para esta misión? ¿O se refería a nuestro invitado?

El hombre estaba visiblemente afectado por las palabras de aquella mujer, pero se mantuvo en su lugar apretando los puños. La mujer egocéntrica comenzó a caminar hacia mi dirección. Todos llevaron sus manos a sus fusiles y rifles.

—Tranquilos, nuestro invitado es alguien razonable. Si quisiera, nos habría matado a todos hace bastante tiempo. Elora me contó cómo salvaste a aquella piloto, no vas a hacernos daño, ¿me equivoco?

Estiré una garra del pie y comencé a escribir en el suelo. Pronto, el suelo se llenó de palabras, que, por desgracia, solo yo podía entender.

—Está tratando de comunicarse —dijo un soldado.

—Tal vez está afilando las garras para despedazarnos a todos —comentó el que me selló la boca.

El mensaje en el suelo decía en español: "Soy humano, no soy malvado y no pienso lastimarlos". La mujer se acercó para leer el mensaje.

—Por los patrones, podría tratarse de un mensaje, pero no logro descifrar su significado. ¿Podría tratarse de una lengua antigua? —comentó la mujer mientras se pasaba los dedos por la barbilla.

Todos los presentes tenían orejas puntiagudas, como las primeras personas que vi al salir del huevo, pero tan solo los soldados a caballos tenían orejas normales, como las que yo tenía antes de ser esta cosa con escamas. No será posible que los presentes sean los denominados "elfos" por la cultura popular; también podrían tratarse de "goblins", pero no eran verdes. Además, todos tenían ojos verdes, azules o rojos, como sus colores de cabello.

Llamó a una persona y le susurró al oído: "Toma nota". El hombre agarró un cuaderno de su bolsillo trasero y, con un lápiz que llevaba en la oreja, comenzó a escribir lo que yo había plasmado en el suelo.

Yo estaba lo más quieto que jamás había estado en mi vida por voluntad propia. Tenía miedo de que cualquier acción mía fuera vista como agresiva, y todos se lanzaran al ataque. La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Mi única opción era esperar pacientemente por una resolución, cualesquiera que fuera, siempre y cuando no fueran a atentar contra mi integridad física.

Cómo todos hablan español, o al menos eso era lo que yo escuchaba, pensé que habían podido leer mi mensaje y estaban pensando qué hacer a continuación. Además, como todos estaban vestidos como militares, creí que era una cuestión burocrática jerárquica, propia del ejército, debido a la lentitud de dicha resolución. Después de todo, no todos los días aparece un dragón frente a tus propias narices.

La espera se me hizo eterna, no solo porque todos estaban mirándome con las manos sobre el gatillo de la pistola, sino que además podía escuchar el cuchicheo de algunos sobre cómo huir o matarme. Una mujer apareció con un teléfono de apariencia bastante extraña y se la entregó a la tenienta general. Lo tomó con ambas manos, porque era bastante grande, y la mujer le susurró al oído —Es nuestra emperatriz—. Luego se marchó en silencio como había aparecido.

La conversación entre ambos fue bastante monótona, yo podía escucharlos a ambos con una claridad poco antes vista. Me sentía un voyeur cada vez que escuchaba las conversaciones de los demás; una sensación de lo más curiosa.

—¡Sí! Soy la tenienta general Mibreg, es un honor tenerla aquí y escuchar su voz.

—Deja de perder el tiempo con tanto alago. He escuchado por parte del Estado Mayor que tenéis a un Drakontos en su posesión —habló a través del teléfono bastante excitada por mi hallazgo.

—De momento sí.

—¿A qué se refiere? Sea clara tenienta —respondió tajante.

—Me refiero a que de momento no se nos ha escapado y se mantiene sumiso ante nosotros.

     —Si está atado, quiero que lo liberes, podría ser nuestra arma definitiva para acabar con esta guerra, lo necesitamos de nuestro lado y, si no… bueno —la mujer al otro lado parecía albergar muchas dudas y no terminó lo que estaba por decir.

—No se preocupe, lo he liberado, juzgué que es alguien inteligente y sabe en la situación en la que se encuentra. Además, está tratando de comunicarse con nosotros, solo que no entendemos aquellas extrañas letras ni lo que significan en su totalidad.

—Si es verdad que es alguien inteligente… —tardó uno segundos en hablar y luego continuó—. Confío en su capacidad de tomar decisiones y creeré en usted una vez más, yo quiero hablar con él.

—Está bien.

Sin dudar comenzó a acercarse a mi cada vez más con el teléfono en mano, pero como yo sabía qué es lo que iba a hacer, porque había escuchado toda la conversación, me quedé quieto esperando que viniese. Todos a mi alrededor parecían asustados por las acciones de Mibreg y parecían querer decir algo, pero se mantuvieron callados, ya sea porque sabían quién era la persona al teléfono o porque le debían respeto a su oficial. Nadie pronunció palabra, aunque, por las dudas, se aferraron con más fuerza a sus armas.

—Señor Drakontos, me quería disculpar por todo lo mal que lo hemos tratado. Si siente que debe hacerlo para saciar su ira, puede tener mi cuerpo, pero tengo un último favor que pedirle —acercó el teléfono con ambas manos hacia mi dirección—. Quiero que escuche lo que mi hermana tiene que decirle.

Quién se cree que soy yo, ¿un caníbal, un asesino, el mal en la tierra? Aunque estuviera enojado por los malos tratos, jamás le haría daño a nadie, siempre podemos discutir las cosas y llegar a un acuerdo, siempre que la otra parte se preste para ello, como es el caso de ahora. Además, para ser hermanas, no parecen dejar las formalidades de lado a la hora de comunicarse, aunque no es que me interese mucho, solo necesito ganarme el favor de esa tal emperatriz, que parece que es la voz cantante de este asunto. 

Bufé en aprobación y agaché la cabeza hacia el pequeño teléfono, pequeño desde mi punto de vista. Gruñí para hacerme escuchar por la mujer y ésta comenzó a hablar.

—Es un honor para mí estar aquí y ahora para ser escuchada por usted, ¡oh!, gran Drakonte. Soy la emperatriz Korón Ba Sasa y me gustaría pedirle perdón en nombre de todo el imperio los malos tratos por lo que tuvo que pasar por nuestra culpa —hizo una breve pausa.

Me la imaginé haciendo una reverencia al otro lado del teléfono por esa extraña pausa.

—No es esta la manera en que debería decir las cosas, no es propia de una emperatriz comunicarse de manera tan indecorosa frente a alguien tan importante como lo es usted, ¡oh!, gran Drakonte. Sin embargo, no puedo confiar en usted, como bien sabe yo tengo un imperio al que proteger y no puedo permitir el ingreso al mismo a alguien que tiene la capacidad de arrasar con él. 

Creo que me está dando bastante crédito, la verdad es que tampoco soy tan grande como para destruir edificios, tal vez sí para comer personas e incendiar pequeños bosques como los de antes, pero es algo que jamás se me pasaría por la cabeza hacer.

—En cambio, si pudiera darme su palabra de no agresión, podríamos vernos en persona para tratar estos temas de manera más eficiente, porque me dijeron que no puede comunicarse en nuestra lengua, pero si entenderla y es mi responsabilidad lo que quiero proponerle.

¿Qué es lo que me quiere proponer? ¿Por qué no quiere decírmelo en el teléfono? ¿Es acaso una manera de comprobar si yo era alguien con el que se puede razonar? ¿Me tiene miedo y quiere comprobar que no soy tan peligroso? No había manera descubrirlo, por lo que solo me quedaba seguir haciendo lo que llevaba haciendo desde que me desataron, escuchar.

—Quiero que me pase con la teniente general. Necesito discutir algo con ella.

Aparté el teléfono con la nariz y me mantuve a la espera. Sin embargo, me pareció extraño que ella se refiriese a su hermana por su rango militar y Mibreg no hiciera lo mismo; una actitud bastante sospechosa por parte de la tenienta.

—Quiero verlo en personas —habló finalmente con su hermana.

—Cómo usted ordene.

Y así es como una persona normal y corriente como yo, al menos antes de las escamas, conocería por primera vez en su vida a alguien de la realeza en persona y no a través de fotos o vídeos en internet o libros de historia.