Me asignaron una habitación para mí sola, o eso pensé al principio, ya que en realidad la comparto con Valeri, la hermana de Nik, quienes son los líderes de los Zed. Valeri casi nunca está en casa y solo viene por las noches para dormir, por lo que durante todo el día la habitación sería mía. Era bastante simple, con una cama, un armario y varios cajones llenos de armas blancas y piedras de colores, además de una bañera de madera en el centro de la habitación.
—¿Es esto el medievo?
Dado que ya era de noche, era lógico que tendría que compartir la cama con Valeri, considerando que solo había una cama en la habitación. Sin embargo, lo que me dijo me dejó sin palabras.
—Tú al suelo, la cama es mía, novata, pero primero tengo que tomar un baño.
—No pasa nada, quiero que me veas —se relamió los labios seductoramente y comenzó a desnudarse—. Me gustan las chicas lindas como tú. Confieso que antes de matarte, te hubiese violado.
—Eh... —no tenía palabras para lo que acababa de oír.
La mujer se quitó primero un suéter negro, luego se deshizo de unas cuantas dagas que tenía escondidas por todo el cuerpo; finalmente, se comenzó a sacar una especie de cota de malla plateada y lo dejó todo sobre la única mesa de la habitación. Con el torso al descubierto, pude apreciar muchas cicatrices y heridas recientes por todo su cuerpo.
—¿Qué pasa? ¿Nunca habías visto a una mujer desnuda? —comenzó a reírse haciendo que sus pequeños pechos se moviesen un poco—. Oye, ¿por qué me miras así? ¿Puedes tocar si quieres?
—¿Puedo tocar? —pregunté sin razón.
La situación que ya de por sí era incómoda, se volvió aún más, pero por algún motivo no estaba tan nervioso como cabría en una situación así. Quizás porque nunca lo había experimentado, o porque su esbelto cuerpo brillante por el sudor me había hechizado.
—No somos niñas, al menos yo no. Déjate de tantas tonterías —dijo y se quitó los pantaloncillos, quedando completamente desnuda.
Caminé despacio hacia ella, tragué saliva y acerqué mi mano derecha a su cuerpo. Comencé a trazar con mi dedo todas las marcas de su cuerpo, la mujer se estremeció ante mis toques.
—Oye, pensé que me ibas a tocar las tetas.
—¿No duele? —pregunté cuando llegué a una cicatriz bastante profunda en su abdomen.
—Para nada —respondió fríamente.
Continué tanteando aquellas viejas marcas de guerra, su rostro se mostraba imperturbable. Por otro lado, yo proseguí haciendo viajar mis dedos por todo su cuerpo hasta que llegué a una herida reciente y me detuve.
—Esta es de mi último trabajo, es de un hombre impertinente —comenzó a reírse—. Estas cicatrices son pruebas de que viví, y viví intensamente. Pero también son marcas que espantan a las mujeres y atraen a los hombres. Qué ironía.
—A mí no me desagradan.
Demonios, lo dije sin pensar. Soy un idiota. Estoy atrayendo atención innecesaria. Lo último que quiero es...
—Eres muy tierna —acercó sus labios a los míos—. Pero besas del asco.
Me besó. Ella me besó. Y lo peor de todo es que no me disgustó. Sus manos comenzaron a desvestirme. Yo estaba catatónico.
—He conocido pocas mujeres que hayan logrado captar mi atención, y tú eres una de ellas. No, eres la más linda que haya jamás captado mi interés.
—Yo no soy una mujer —le dije con la voz temblorosa.
—Eso no es verdad —llevó su mano derecha hacia mi entrepierna y comenzó a masajear con delicadeza—. A mí me parece que eres bastante mujer.
—Yo soy virgen...
—Ahora mismo quiero mancillar esa pureza —se relamió el labio—. Bésame.
Aquella noche experimenté muchas sensaciones que jamás había experimentado en mi vida y creo que jamás hubiera experimentado si no fuera una mujer y con una mujer. Es algo que no encuentro manera de explicar ya que como hombre en mi antigua vida no he sido capaz de sentir.
La mujer delante de mí estaba tomando un baño y yo estaba sin aliento mirándola sin dejar de jadear. La mujer desde la bañera solo se limitó a bañarse sin inmutarse por todo lo que acaba de hacerme vivir.
—Creo que me he enamorado. A partir de ahora eres mía y solo mía. Si me entero de que alguien que no sea yo te toca, no importa que sea de los Zed, lo asesinaré.
El sonido del agua chapoteando llenó la habitación. Nadie dijo nada más. Yo no tenía la voluntad para responder. Aún estaba procesando todo lo que acababa de pasar.
—Ahora te toca a ti. Ve a bañarte, yo tengo que cambiar las sábanas. Están todas sucias con nuestros fluidos —comenzó a reírse.
—No puedo moverme, estoy exhausta. Quiero dormir —le dije.
Las piernas no paraban de temblarme y no de miedo. La mujer se acercó a mí sin secarse y me levantó y cargó como si no fuera gran cosa y me dejó en la bañera vacía.
—Pero está vacía...
—No te preocupes, ahora la voy a llenar. Es más refrescante así —me dijo mientras sostenía una piedra de color azul en la mano izquierda.
Acarició la piedra en la bañera y esta comenzó a soltar agua como si fuera un grifo. Ahora lo recuerdo, estas piedras estaban en el baño de la casa de la que había escapado. Cuando la bañera hubo llenándose, la mujer me acercó otra piedra, una de color verde, y comenzó a pasarla por mi espalda. No era dura ni áspera; era blanda como una esponja.
—Todas estas piedras son de un noble tonto al que tuve que matar. Son un extra que tomé de su mansión. No creo que le importe —dijo y continuó lavándome.
Luego sentí cómo ella echó su cuerpo en mí. Era tan caliente y me recordó a lo que habíamos hecho hace tan solo unos minutos.
—Eres tan linda desnuda. Digo, siempre eres linda, pero estás más hermosa sin ropa.
Abrazándome de espalda comenzó a manosear con delicadeza mis pechos. Pero por algún motivo, ya no estaba incómodo con toda esta muestra de cariño. Tal vez porque ella era linda o porque yo era un hombre que aún sentía atracción por las mujeres lindas. O quién sabe. Lo que era cierto era que yo estaba disfrutándolo y, por lo menos esa noche, no pensé en otra cosa que no fueran sus caricias. Tal vez no era tan mala como ella se vendía.
Cuando terminé de bañarme y enjabonarme con la piedra verde, ella con una piedra negra comenzó a absorber el agua de la bañera y toda la que había caído al suelo. Luego me la pasó por todo el cuerpo cual secadora de pelo, hasta dejarme seco. Me bañó y secó cual recién nacido, como si fuera una madre.
—Es lo menos que puedo hacer luego de haberte asustado cuando nos conocimos. Pero no esperes que sea así siempre. Yo también quiero que tú me bañes así —me dijo sonrojada.
—Si me enseñas a usar esas piedras mágicas, con gusto lo haré algún día, Valeri.
—Cierto, Ana, nunca habías visto una de estas. Después de todo, son piedras mágicas exclusivas y muy raras que solo los nobles tienen. Pero aún falta que veas unas cuantas más, como por ejemplo esta —me arrojó una piedra blanca que sacó del cajón—. Prueba a darle un bocado.
—Nunca pensé que llegaría el día en que comería piedras —me llevé la piedra a la boca y le di un mordisco en la punta—.
Tiene sabor a menta. Parece una pasta de dientes. ¿Es acaso para la higiene bucal? La piedra también se regeneró. Esto es muy extraño. Probé a tragar el pedazo que estaba en mi boca y pasé la lengua por mis dientes. Estaban resbaladizos y se sentían limpios.
—Son, como tú dijiste, piedras mágicas. Funcionan con la magia interior del usuario. Se regeneran también si se les suministra magia. Aquella piedra blanca es para limpiarse los dientes. La azul es para el agua, la negra para absorber agua y cualquier material orgánico que contenga agua que no sea el propio usuario o que esté vivo. La roja es para el fuego. Y, finalmente, la amarilla, que es para luz y calefacción de un ambiente. La que está sobre tu cabeza. Esas son todas las piedras que poseo yo. Tenía otras, pero las vendí en el mercado negro para comprar armas encantadas.
—Este mundo es increíble —dije en voz baja.
—Bueno, es hora de dormir. Tengo que madrugar, tengo trabajo. Mientras haya tres personas en el mundo, siempre uno querrá matar al otro. Por lo que siempre tendré trabajo.
Salí de la bañera, me vestí y me acosté en el suelo.
—Oye, ¿qué estás haciendo en el suelo? —me preguntó la mujer que tomó mi virginidad femenina.
—Me dijiste que la cama era tuya y que yo debía dormir en el suelo.
—Esa era antes. Ahora no dejaré que mi novia duerma en el suelo. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío —sentada en la cama, me invitó a dormir con ella—. La cama es pequeña, al igual que la bañera. Pero te juro que cuando consiga mucho dinero, compraré una cama y una bañera más grande.
La mujer era más alta que yo, me sacaba una cabeza y media. Yo, como hombre, medía un metro ochenta. Pero como mujer, parecía que medía entre un metro sesenta y un metro sesenta y cinco. Además, Valeri era una mujer bastante tonificada y con más carne que yo. Por lo que dormir en una misma cama sería bastante problemático. Vamos a tener que estar bastante pegados.
—¿Qué esperas? Ya sabes que no muerdo. Bueno, si me lo pides, no tengo ningún problema —comenzó a reír—. Pero tendrá que ser mañana por la noche. Ya sabes, por mi trabajo.
Me levanté del suelo y me acosté al lado de Valeri. Ella aplaudió una vez y la habitación quedó a oscuras. Siempre quise tener una luz que se prendiera y apagara con un aplauso.
—¿Te puedo abrazar? —me preguntó Valeri.
—Sí, no hay problema. Después de todo lo que me hiciste, es muy extraña esa pregunta —le respondí con sarcasmo.
—Es que, bueno, tienes razón. Pero acaso no se sintió muy bien —dijo y luego me abrazó.
La cama de una plaza era bastante cómoda y no me molestaba dormir siendo abrazado por una chica linda todos los días. Pero me tengo que acostumbrar a dormir de lado, ya que así es la única manera de que entremos los dos. De espaldas a ella, tomé su mano derecha, que estaba abrazando mi cintura, y la comencé a acariciar. Sus dedos estaban llenos de callos y eran bastante ásperos.
—Perdón por no tener unos dedos delicados como los tuyos. Yo no creo que tú seas una chica común de los suburbios. Estoy seguro de que eres de la nobleza. Por eso fue que me enojé contigo. Pero viendo lo torpe que eres y que, además, no sabías cómo usar las piedras mágicas, me da qué pensar sobre quién eres realmente.
—Si te cuento una historia, ¿me creerías? Es bastante larga y muy inverosímil.
—¿Qué significa inverosímil?
—Que es muy difícil de creer.
—Si somos una pareja, entonces es normal escuchar al otro —me respondió y guardó silencio hasta que comenzara.
—Bueno, todo esto es muy difícil de contar. Yo mismo aún no he llegado a procesarlo todo. Pero me gustaría que alguien me escuchara un momento... Oye, ¿estás escuchándome?
La mujer se había quedado completamente dormida. Podía escuchar unos ligeros ronquidos y su respiración en mi espalda.