Todos los que se habían ido por falta de interés habían regresado y miraban extasiados, deseando lo que estaba acontecer.
—Ana, esto es una prueba para ver si puedes ganarte mi corazón, pero también para ver si estás hecha para pertenecer a los Zed. Buena suerte.
Ni siquiera te amo, y mucho menos quiero ser parte de una organización que se gana la vida cometiendo actos ilícitos; tengo que pensar en una manera de escapar. Comencé a mirar a través de las brechas en la zona, pero como si todo esto estuviera premeditado, el mismo público bloqueaba cualquier posible ruta de escape. Apreté los dientes de pura rabia.
—Oh, veo que estás pensando en escapar, ¿me equivoco? Pues va a ser que no, pero no te preocupes, no te haré mucho daño; la verdadera batalla será en mi cama —comenzó a reírse como un villano de una mala película.
—Si lo matas, todos aquí se te echarán encima. Él es el dueño del único bar y restaurante de Fractor —comentó Valeri.
—Creo que el que va a morir aquí soy yo —comencé a sentir dolor en el estómago y temblores en las piernas.
El hombre era alto y robusto como un árbol, con dos cuernos infernales brotando de su cabeza. Su vestimenta no era gran cosa, parecía la de un mozo de bar: pantalones negros como su chaleco, zapatos y una camisa blanca que comenzó a romperse debido a la expansión de sus músculos.
—¡¿Vas a compartirla?! —gritó alguien del público.
—Si aguanta esta noche, sí —comenzó a reírse.
—¿Pero empieza o no empieza la pelea? —anunció alguien más del público, un tipo con cara de lagarto.
El primero en atacar fue el mastodonte, arremetiendo en mi dirección como un toro. Mi reacción fue la más lógica: esquivar. Sin embargo, su embestida fue redirigida, y no tuve más opción que recibir el daño de frente, lo cual sucedería en aproximadamente cinco segundos. Clavé los pies en el suelo y crucé los brazos para amortiguar el impacto.
—¿¡Qué acaba de pasar!? ¡No se ha movido ni un centímetro! —gritaron varios.
Efectivamente, el impacto y el daño habían sido nulos; el golpe recibido fue como si alguien hubiera lanzado una almohada llena de poliéster en una pijamada de niños pequeños. Sin embargo, el polvo y la onda expansiva de la embestida demostraban la fuerza del impacto.
—Vamos, acábalo de una vez, amor —susurró Valeri en mi oído.
En algún momento, Valeri se acercó a mí para hablar y me plantó un beso en la mejilla. La oleada de adrenalina y testosterona que sentí debido a la sensación de peligro y al beso inesperado me llevó a dar el golpe más fuerte que jamás había propinado, especialmente porque era la primera vez que golpeaba a alguien.
El golpe no encontró resistencia por parte del fortachón, ya que estaba conmocionado y no reaccionó hasta que vio mi puño cerca de su rostro ensangrentado debido a la embestida.
—Como si fuera a dejarte —levantó su brazo para bloquear el puñetazo.
El golpe hizo volar toda la valentía mostrada anteriormente, dejándolo como un muñeco de trapo. El sujeto se estrelló sobre los barriles que habían evitado el daño previamente, empapando su cuerpo y enfriando la chispa del combate, dejándome a mí como el ganador.
Nadie sabía cómo reaccionar ante lo ocurrido, excepto Valeri, que se abalanzó hacia mí como antes, buscando robar un beso de mis labios. Sin embargo, estaba exactamente igual que el público de delincuentes que me rodeaba y, debido a eso, no reaccioné a su beso como antes de dar el golpe. Mi mayor temor era haber matado a una persona, por más que esta no pudiera ser descrita como tal.
El hombre levantó el brazo y elevó el pulgar, demostrando que seguía con vida al menos. Luego, hurgó en su bolsillo con su otro brazo y sacó una pequeña bolsa que arrojó hacia Valeri, quien la atrapó al vuelo.
—Luego te explico —susurró a mi oreja, finalizando con una mordida sensual en el mensaje.
Un hombre con una apariencia escabrosa se acercó al hombre derrotado y, juntando las palmas como si rezara, hizo que el hombre se levantara como si nada hubiera pasado.
—¿Magia? —comenté asombrado.
—Bueno, más o menos. Es el médico de aquí. Si pierdes los dedos por el filo de algún cuchillo, ella te los hace crecer de nuevo. Pero el precio varía dependiendo del daño, claro está.
—¿Cuál es el precio?
—Pues tiempo de tu vida. Ya sabes, segundos, minutos, horas, días, hasta años. Aquí he visto personas entregar meses de su vida para recuperar miembros cercenados.
—No sé si lo llamaría médico. Más bien es un demonio...
—¿Demonio? Pues no, es... ¿cómo lo digo? Una seguidora descarriada de la magia negra. ¿Ves esa máscara que lleva? Por aquí se dice que aquel que se atreva a ver su rostro verá su vida drenarse poco a poco. Aunque yo creo que es una mentira, ni siquiera yo me atrevo a comprobarlo.
—Lo de siempre, Bagglietto —dijo la extraña médica y se alejó del lugar.
El hombre se despidió de ella y empezó a acercarse en nuestra dirección. —Eso estuvo bastante bien. Hacía mucho que nadie me hacía probar el polvo, aunque tú me hiciste probar el alcohol. ¿Entiendes? Alcohol, porque me tiraste sobre los barriles. Olvídalo.
—¿¡Qué está pasando aquí!? —pregunté enojado.
—Sí que tiene temperamento tu nueva novia, ¿eh, Valeri?
—Es más tierna en la cama.
—¿Pueden dejar de ignorarme?
Las personas que hasta hace poco observaban la pelea perdieron interés en nosotros y continuaron con sus actividades delictivas, desde tráfico de personas hasta carruajes con armas de dudosa calidad.
—Por qué no mejor hablamos adentro. Después de una buena pelea, siempre es bueno disfrutar de una buena comida —sugirió el hombre con olor a alcohol.
—Buena idea. El hambre me está matando —agregó Valeri.
Ambos se alejaron de mí en dirección al dudoso bar y restaurante que regentaba ese hombre peligroso.
—Oye, no te quedes parada como una idiota en medio de la calle. Tengo mercancía que entregar —gritó el hombre con cara de pocos amigos que transportaba el armamento—. Lo siento, no te había visto bien la cara. Adelante, puedes quedarte todo el tiempo que quieras —se disculpó al instante después de reconocerme.
Seguramente había estado presenciando la pelea y ahora temía que le partiera la cara o algo así. Por lo que, toda esta pelea empezaba a cobrar sentido en mi cabeza. Decidí seguir a ambos para escuchar lo que tenían que contarme.