La habitación se había vuelto silenciosa; el "tenemos que hablar" del hombre de bigote me había dejado sin palabras. Finalmente, había llegado el momento, pero sentía que no estaba preparado para lo que estaba a punto de escuchar.
—No te preocupes —me susurró la niña al oído—. Yo estoy aquí —entrelazó sus dedos con mi mano izquierda.
El hombre que estaba de pie en la puerta procedió a tomar asiento en la única cama de la habitación. Dándome la espalda, comenzó a hablar.
—Hace varios días… sufriste un terrible accidente que te dejó postrada en cama… —suspiró y continuó—. Soy un padre terrible…
—¿Soy t-tu hija? —pregunté con la voz temblorosa.
—¿No lo recuerdas? Sí, eres mi hija. Si no recuerdas nada, entonces creo que sería justo que al menos me presentase —el hombre volteó a vernos—. Soy Ferdinand Burgos, tu padre. Ella es Ana Burgos, tu hermana, y tú… eres Rosa Burgos, hija y hermana —luego volvió a darnos la espalda.
¿Ferdinand Burgos era realmente mi padre? ¿Ana Burgos era realmente mi hermana? ¿Yo era realmente Rosa Burgos? Aquellos nombres parecían tan familiares... Ahora que lo pienso, ¿no fue Ana mi primera opción cuando me presenté ante Valeri? ¿Será que aquel nombre se quedó guardado en lo profundo de mi memoria o tan solo fue una mera coincidencia? En este punto, solo me quedaba continuar escuchando; no podía sacar nada concluyente aún.
—Hace un par de semanas sufriste un terrible golpe en la cabeza. Un caballo desbocado en el mercado te arrolló y te arrojó al suelo de manera muy violenta. El golpe te dejó inconsciente hasta el día de ayer.
¿Un accidente? ¿Un golpe en la cabeza? Eso explicaría muchas cosas sobre mi pérdida de recuerdos. Tal vez mi verdadero yo se fusionó con el cerebro dañado de su hija, lo que degeneró en problemas de memoria. ¿Quién soy realmente? ¿Era yo la hija de un sastre? ¿O era alguien que no pertenecía a este mundo? ¿Mi historia estaba comenzando aquí o continuando la de otra persona?
—Es muy difícil la verdad, sobre todo, porque no existe una sola verdad. Las cosas, la gran mayoría del tiempo, son así y no hay nada más complejo que aceptarlas —comentó en voz alta Ferdinand.
—Hermana, nunca pensé que te vería despertar alguna vez —Ana se abalanzó hacia mí y comenzó a abrazarme con fuerza.
—Yo creo que se están equivocando de persona. No soy quien realmente creen que soy, no es más que un malentendido —respondí a la delirante historia de antes.
—¿Cómo estás tan segura? ¿No sientes que nos conoces? Porque yo creo que sí, mírate —me dijo haciendo un gesto con su cabeza luego de voltear a verme.
Estaba acariciando la cabeza de la pequeña niña que hundía su cabeza en mi torso. En algún momento, como cuando desperté, mis manos se distanciaron de mi cerebro y cobraron vida propia. Su cabello era suave al tacto, sedoso y bien cuidado.
—Puede que tu cerebro se haya olvidado de nosotros, pero no así tu cuerpo —dijo estirando sus largos brazos para tocar nuestras cabezas—. Porque, aunque sientas que somos unos desconocidos, siempre podemos volver a empezar. Mientras estemos vivos, siempre seremos familia.
El hombre se acercó y nos envolvió en un cálido abrazo, más cálido que los rayos del sol incluso. El abrazo se prolongó por varios minutos, y en la habitación reinó el silencio; las palabras eran innecesarias. Sin embargo, algo dentro de mí creyó esa historia. Y si yo realmente era su hija y ella era mi hermana, y si realmente lo que yo creo ser es solo una fantasía producto del golpe.
Aún después de haber oído la historia de Rosa Burgos, había cosas que no tenían sentido. Y por más que yo tratase de ignorarlas, mi cerebro me jugaba una mala pasada trayéndolas a escena. ¿Cómo sufrí un golpe en la cabeza si yo tengo superfuerza? ¿Cómo es posible que recuerde parte de una vida y desconozca toda la otra? ¿Quién es ese tío que mencionó Ana cuando me encerró y cómo sabía que yo iba a tratar de escapar si, después de todo, era parte de la familia? Si realmente era mi padre, no tendría por qué negarse a responder mis dudas.
—Si es cierto que soy tu hija, entonces quiero que me respondas con sinceridad, ¿sabes qué es Argentina? —pregunté a Ferdinand.
El hombre nos liberó del abrazo y respondió —Sí, es un país ficticio de un libro que solías leer muy a menudo. Era tu favorito, el escritor se llamaba Frank, si no me equivoco —me dedicó una sonrisa—. Parece que ya estás comenzando a recordar.
¿Frank? ¿H. Frank? Es el mismo autor del libro que estaba en esta habitación y que yo me llevé. Lo recuerdo, el libro se llamaba "El maniquí". Creo que quedó en el sobretodo que Nik entregó a la sastra. ¿Será posible que todo sea una alucinación mía? Aquella respuesta me dejó aún más confundido de lo que estaba.
—Es curioso que solo recuerdes tu libro favorito, ¿será porque te gustaba mucho la lectura?
—Los libros son aburridos —comentó Ana mientras se fregaba los ojos con las manos—. No los entiendo, pero estoy feliz de que comiences a recordar.
—De hecho, aquellos libros son bastante interesantes, aunque no tengan ninguna ilustración. Pero es cierto que pueden llegar a parecer aburridos para los niños —dijo entre risas Ferdinand.
—¡Yo no soy una niña!
Ferdinand comenzó a reírse ante su negativa de aceptar la realidad —Si realmente eres alguien mayor, entonces estás lista para comenzar tus propios diseños y a trabajar con la máquina de coser.
—¡Por supuesto que sí! —respondí segura de mí misma—. Sería una buena sastra.
—Pff, pero si apenas sabes bordar y aún no sabes aplicar magia a la tela ni mucho menos realizar encantamientos.
De pronto se oyó un grito proveniente de abajo —¡Señor! ¡¿Señor Ferdinand?!
—Me olvidé de Rinta. El pobre aún está esperándome abajo. Chicas, aguarden un momento; tengo que hacer algo —se levantó y se dirigió a la puerta, luego volteó a vernos una vez más y cerró la puerta tras de sí.
—¿Tío sigue en la tienda?
Ese día, cuando desperté, no éramos solo tres. La tienda albergaba a cuatro personas: yo, Ferdinand, Ana y Rinta.
—Ana, la persona que te advirtió que yo podría llegar a escapar, ¿era ese tal Rinta? —le pregunté mirándola a los ojos.
—Él me dijo que esa noche, cuando despertaste, tratarías de escapar. No me dijo el motivo, pero me dijo que estuviera atenta. Por eso subí a ver cómo estabas, ignorando las órdenes de padre.
Las manos de la niña temblaban. Tomé su mano derecha y le dije, lo más calmado posible —No pasa nada, hiciste lo correcto, pero solamente quiero saber quién es, nada más.
—Es cierto, aunque recuperases la memoria, no sabrías quién es él. Tío es un aprendiz de padre, lleva con nosotros desde que yo era pequeña. Es una gran persona, gentil y muy trabajadora —me dijo dedicándome una sonrisa.
—¿Qué dijiste? —incrédulo ante lo que acababa de oír, mis manos comenzaron a temblar.
—¿Qué sucede, hermana?
Si lo que dice es cierto, entonces he estado inconsciente durante más tiempo que solo unos cuantos días. ¿Me han engañado? La incertidumbre había regresado. ¿Ella más pequeña que ahora? Entonces estamos hablando de años… ¿q-qué está pasando aquí?
De repente, se oyó un gran estallido y los cristales de la nueva ventana se rompieron en varios pedazos. Una roca con un mensaje atado había sido el causante de todo. Ana agachó la cabeza asustada y yo me levanté para recoger la piedra. El mensaje decía claramente: "Ana, hemos venido a por ti". Sí, yo sabía muy bien quién lo había escrito. Solo había un grupo de personas que me conocen como Ana; además, son los únicos con los que hablé cuando escapé la primera vez. Me asomé por la ventana y ahí los vi a todos reunidos.
—¿¡Los Zed!? —de repente sentí un abrazo por la espalda.
—¿Pensaste que te íbamos a dejar abandonada?
—¿Valeri?