De camino a la base de la pandilla Zed, nos detuvimos en el callejón donde se encontraba la tienda de la sastra.
—¿Por qué nos detuvimos? —pregunté.
—Necesito comprar equipo para el robo. Con toda la situación que armé en Fractor y esos dos tontos de antes, se me olvidó pasarme por la tienda de Eliza.
¿Se refiere a la pelea cuando dice "situación"? No fue una simple pelea para mí, después de todo, mi vida estaba en riesgo. Y por esos dos tontos, estoy seguro de que se refiere a Sami y Berna.
—Yo entraré. Creo que entre el tiempo que te toma reaccionar y las confecciones de Eliza... bueno, ya sabes, mejor olvídalo. Ah, por cierto, no me esperes. Tengo un asunto que tratar con ella, ¿entiendes?
—Mmm...
—Parece que no. Bueno, si todavía estás aquí cuando salga, me pondría contento, pero no quiero que llegues tarde a tu primera reunión. Nos vemos —me dio un beso en la mejilla, luego se acercó a la puerta, llamó, le abrieron y desapareció.
Después de recibir ese beso, solo pude observar cómo su figura desaparecía tras la puerta. Finalmente, me encontraba solo en un callejón oscuro y maloliente. ¿Y ahora qué hago?
No estaba solo desde que abrí los ojos en esa habitación. Claro, si salía a la calle principal no estaría solo en términos literales, pero esa no es la soledad a la que me refiero. Me refiero a que no había nadie que yo conociera. Sin embargo, ¿no era esta la oportunidad que estaba buscando?
—¿Soy... libre? —dije en voz baja.
Comencé a caminar hacia la calle principal. A medida que me acercaba, me sentía más ansioso. Saber que podía ir adonde quisiera sin que nadie me arrastrara a lugares turbios y delictivos, aunque no quisiera admitirlo, me ponía nervioso. Cuando crucé el callejón, dos manos cubrieron mi campo de visión y algo puntiagudo comenzó a hundirse en mi cuello. Mis párpados se volvían más pesados de lo normal; poco a poco, todo se volvía oscuro.
—Ayuu... da... —las palabras desaparecieron con mi conciencia.
¿Dónde estoy? Fue lo primero que me pregunté cuando recobré la conciencia. Sin abrir los ojos, comencé a sentir lo que me rodeaba; todo era suave. Sin abrir los ojos, comencé a oler el lugar; todo olía a perfume. Sin abrir los ojos, traté de moverme un poco; no podía moverme. Sin abrir los ojos, mi cuerpo se sentía cálido y pesado. Sin abrir los ojos, yo sabía dónde estaba. Abrí los ojos...
—Hermana... —balbuceó una niña adormilada sobre mi estómago.
Era la niña que me traicionó aquella vez. Giré la cabeza, moviéndome con cuidado para no despertarla. La ventana estaba reparada como si nada hubiera pasado; todo estaba en su lugar, según los vagos recuerdos que tenía de la habitación.
Mi brazo izquierdo estaba bajo el cuerpecito de la niña, por lo que solo tenía mi brazo derecho libre. Lo saqué con cuidado de debajo de las mantas. Por alguna razón desconocida, mi brazo se dirigió a la cabeza de la niña dormida. Comencé a acariciarla suavemente.
La niña comenzó a moverse; estaba despertando. Levantó la cabeza para mirarme, pero aún estaba adormilada. Se llevó la mano a la cara y comenzó a frotarse los ojos. Finalmente, al igual que yo, comprendió lo que estaba pasando.
—¡Hermana! —se subió aún más en la cama y me abrazó fuertemente—. ¡Hermana!, te extrañé mucho. Perdón, hermana —comenzó a derramar lágrimas sobre mi pecho.
Por alguna razón, tan extraña como acariciar su cabeza, la rodeé con mis brazos y comencé a acariciar su espalda.
La niña continuó abrazándome, llorando en mi pecho como un ratoncito asustado. La chica siguió así por un tiempo, lo que me dio tiempo para pensar.
¿Por qué verla a ella me hace actuar así? ¿La conozco? ¿Es posible? Si la conozco, ¿de dónde? Si estoy de nuevo en la casa de antes, ¿por qué no estoy asustado? ¿Por qué me siento aliviado de estar aquí? ¿Por qué estoy llorando?
—Lo siento, hermana. Por favor, no llores —me dijo con lágrimas en los ojos.
En algún momento, se liberó de mi abrazo y me miró a los ojos. Sus cabellos blancos estaban pegados a su rostro por las lágrimas, y su nariz goteaba mocos. Me daba bastante pena, pero seguramente mi rostro estaba igual de mal que el suyo.
De repente, la puerta se abrió y asomó la cabeza de alguien que conocía muy bien. El hombre entró a la habitación y cerró la puerta detrás de sí. No estaba asustado ni enojado, pero estaba confundido. No sabía cómo actuar en este momento, aunque pensaba que sabía cómo debería actuar. La situación, por más anormal que pareciera, no hizo más que enternecer mi corazón.
La niña se puso de pie y comenzó a limpiarse las lágrimas y los mocos con las mangas de su suéter rojo. Por otro lado, el hombre canoso y con bigote parecía a punto de romper en llanto. Actuaba extrañamente, como si quisiera hacer algo, acercándose y alejándose de mí. Finalmente, entendí lo que quería hacer; se abalanzó hacia mí y me abrazó con fuerza.
—Menos mal que estás bien. Estaba muy preocupado —sus brazos temblaban y las lágrimas caían sobre el colchón.
Sentado en la cama, siendo abrazado por un desconocido, me sentía muy bien. También quería llorar, pero de felicidad. Pero, ¿por qué? ¿Por qué siento que esta no es la primera vez que los escucho llorar? La niña se unió al abrazo; parecíamos una familia.
—Ahora que estamos los tres juntos, creo que es hora de empezar la reunión —dijo el hombre luego de soltarme y mirándome a través de los espejos de sus gafas.
—Tenemos que hablar.