Me levanté y me limpié las lágrimas y mocos con la sábana que até para escapar por la ventana. Lejos de derrumbarme, me senté en la cama y comencé a hacer lo que se me da muy bien, pensar. Mientras yo estuviera respirando, siempre había algo que hacer.
—Podría tratar de mirar palmo a palmo la habitación para ver en dónde estoy parado realmente —me levanté de la cama decidido—. Sí, eso es lo primero que tengo que hacer.
La habitación no era gran cosa y todo lo que había para ver, estaba a simple vista. Sin embargo, algo llamó mi atención: el armario gigante. Cuando apoyé mi mano en la pared, podía sentir una brisa de aire frío, mis esperanzas comenzaron a aumentar poco a poco. Comencé a empujar el armario que, para mi sorpresa, se movió con facilidad del lugar.
—Es una ventana...
El burlete que evita que entre el viento estaba suelto, lo que me permitió sentir aquel viento frío detrás del armario. Sin palabras, comencé a tantear la ventana. Luego de comprobarla minuciosamente, comprendí que de aquí no saldría sin hacer mucho ruido.
—Está cerrada, pero eso no me importa, no pienso dejar escapar una oportunidad como esta.
La ventana era de vidrio y afuera estaba tan oscuro que no se podía ver a través de ella, por lo que tendría que apelar a mi suerte, que no era buena, para no terminar muerto por la caída. Comencé a pensar en muchas maneras de destrozar aquella ventana. La manera más eficiente que se me ocurrió fue levantar la mesa de luz y embestir con ella hasta destrozar los cristales, luego repetiría el proceso hasta romper la madera en cruz que dividía los cristales en cuatro.
—Esta mesa no pesa nada, de seguro se rompe antes que la ventana —comenté luego de levantar la mesa de luz—. Es muy extraño, al tacto se puede sentir que es una madera dura, pero el peso no se corresponde... es igual que con el armario.
O yo soy muy fuerte o la madera en esta casa es muy ligera. Probé golpear el colchón con la mesita para comprobar su durabilidad y éste aguantó muy bien el golpe. Si no fuera por el tamaño de la mesa, yo perfectamente podría llevarla con una mano, es que, de hecho, puedo sostenerla por sobre mi cabeza con una sola mano. Esta casa es muy extraña, concluí. Finalmente, con la sábana até dos vueltas alrededor del armario e hice un nudo lo más fuerte que pude, luego comprobé la calidad de la tela tironeándola lo más fuerte que podía.
—Se cortó...
La tela no soportó ni un jalón mío, éste se cortó como papel higiénico. ¿Cómo saldría de aquí ileso si la tela no soporta ni un simple jalón? Decidido, agarré la frazada de lana e hice la misma prueba que con las sábanas.
—¿La rompí?
No puede ser que yo sea tan fuerte, ¿es que acaso todas las cosas en esta casa son tan débiles? Qué está sucediendo en esta habitación y qué está sucediendo conmigo. Me acerqué a la ventana y comencé a tirar hacia dentro con todas mis fuerzas.
—L-la saqué... yo... la s-saqué.
La ventana salió tan fácil de la pared con marco y todo. El viento helado comenzó a filtrarse por el agujero en la pared. Decidido a ver en dónde me encontraba, asomé la cabeza solo para ver oscuridad y ¿nieve? Espera un momento, ¿nieve? En donde nací no la había visto nunca, es más, ni siquiera en invierno llega a nevar. Asombrado, extendí la mano para juntar un poco de la nieve que caía del cielo nocturno. Era la primera vez que veía un copo de nieve en mi vida. Extasiado por aquello que desconocía y no hacía más que fascinarme, no me percaté de que detrás de mí la puerta se estaba abriendo.
—No puede ser, es ahora o nunca —decidido, salté por la ventana esperando lo mejor.
Lo primero que sentí fueron las tejas con nieve que desgarraban mi sobretodo. El golpe no lo sentí, por suerte, además, en todo momento tenía las manos sobre la cabeza para evitar una lesión o contusión cerebral. Lo segundo que sentí, luego de varios segundos de caída, fue una pila de nieve en el suelo. Pareciera ser que la nieve resbalaba de las tejas y se acumulaba en el suelo, lo que amortiguó mi caída tan bien que no sentí golpe alguno.
Demonios, me tiemblan las manos y las piernas y el corazón lo tengo muy acelerado, además no dejo de tiritar y siento la boca muy seca. Esto era lo más loco que había hecho nunca en mi vida, no podía ni levantarme del suelo, las piernas, presas del pánico, no me respondían. A lo lejos podía ver una farola encendida que era el único punto de luz en toda la calle.
—¡Guardias!, ¡guardias!
De pronto, la noche silenciosa se tornó ruidosa. Varias ventanas se abrieron de golpe con un sonido tipo clanck luego de escuchar aquel grito cuya voz yo conocía muy bien. Miré por la ventana de donde había caído hace unos instantes y ahí la vi: aquella niña traicionera me miraba asustada y continuaba gritando.
—¡Guardias, ayuda, mi hermana se ha caído! —exclamaba a todo pecho— Ayud-
Nietzsche, desde atrás, le tapó la boca y la alejó de la ventana.
—Siempre fue una víctima como yo —comencé a apretar los puños—. Tengo que salir de aquí y pedir ayuda, no te dejaré, lo prometo.
Con el reciente valor adquirido, me puse de pie y comencé a caminar para luego terminar corriendo. Detrás de mí podía escuchar un silbato que prorrumpía a voces que me detuviera, pero yo no le hice caso y aumenté aún más la velocidad. Sin embargo, el suelo estaba resbaloso y parecía que estuviera patinando sobre hielo. Justo al llegar a la altura del farol, comencé a perder el equilibrio y trastabillé contra él, destrozándolo en mil pedazos. Caí al suelo otra vez y escuché como los pasos se acercaban a mí. En la desesperación, me adentré en un callejón oscuro y deseé que este no tuviera fin y conectara con otras calles.
—Una pared...
Estaba condenado al fracaso una vez más. El callejón no tenía salida, ¿así es como terminarán mis días, en un callejón apestoso? Una puerta se abrió detrás de mí y una mano me jaló al interior. Adentro, fui amordazado, vendado y me ataron ambas manos con una velocidad y precisión digna de un profesional. Cuando hube de verme librado de todos mis sentidos salvo del auditivo, pasaron unos segundos hasta que pude escuchar cómo alguien llamaba muy fuerte a la puerta.
—Mmm-
—Si gritas, te rebano la garganta —me dijo una voz masculina mientras agarraba mis mofletes con fuerza.
Me soltó y procedió a alejarse de mi dirección. Podía escuchar cómo unas cortinas se cerraban tras de sí.
—¿Quién es? —preguntó irritado mi secuestrador.
—Soy un guardia de su alcaldesa Welby y estoy en busca de una persona —notificó el policía con firmeza.
—¿Y yo qué tengo que ver? Siga buscando.
—He visto a la persona que estoy buscando doblar por este callejón. A menos que pueda volar o atravesar las paredes, alguien le tuvo que haber ayudado, y por aquí no hay otra casa que la suya, por eso... ¡Augh! ¿¡Serás hijo de puta!? —gritó adolorido.
—¡Que no me alcanzas, viejo de mierda! —replicó una voz de niño.
—Yo te voy a enseñar a tirar piedras, gato asqueroso —comenzó a alejarse corriendo.
Cuando el oficial se hubo alejado, el secuestrador comenzó a acercarse a mí lentamente. Cruzó las cortinas. Comencé a temblar de miedo, pude escuchar cómo desenvainaba el cuchillo, de hecho, estoy seguro de que lo hizo lo suficientemente audible para mí.
—¡Mmm!
—No te muevas.
Comencé a moverme de un lado a otro hasta que me liberé de las ataduras. No me costó hacerlo, parecía que hubiera estado atado con una tela viejísima y deshilachada. Le propiné un golpe que lo hizo retroceder varios centímetros hasta chocar con una superficie dura. Me saqué la venda de los ojos y la mordaza de la boca. La tela me dejó un gusto asqueroso en la boca y la venda, tierra en los ojos. Tuve que fregarme los ojos con la mano para limpiármelos.
—¿Quién eres tú? —me preguntó desde el suelo.
Luego de limpiarme los ojos, lo pude ver. La habitación estaba oscura, tal vez por el empujón la vela de la mesa se había apagado, pero la luz de la luna se filtraba por el enorme agujero en el techo. Con razón, el suelo estaba helado y mojado.
—Lo mismo quiero saber yo —le respondí irascible.
El captor tenía el aspecto de un adolescente de quince años. Su abrigo negro estaba lleno de parches, al igual que su pantalón marrón. Además, en el suelo yacía un cuchillo y una gorra de lana. Pero eso no era lo más extraño, sino los accesorios que llevaba consigo: sobre su cabeza sobresalían unas orejas caninas y... ¿eso es una cola? ¿Es que estaban celebrando Halloween o algo por el estilo?
—¿Qué son esas cosas sobre tu cabeza? —pregunté.
La puerta comenzó a sonar otra vez, pero esta vez con golpes más ligeros.
—Jefe, Tuky despistó al guardia, pero puede que regrese aquí. Es hora de salir rápido de este tugurio —dijo una voz infantil.
—Dile a Tuky y a los demás que nos reunamos en el mismo lugar de siempre —ordenó el joven disfrazado de perro. Luego se volteó a mirarme—. Si quieres quedarte aquí y que te encierren y corten las manos por robar bragas —levantó la braga que había tomado del armario y me la arrojó—, será mejor que me acompañes. Tu fuerza nos puede ser útil.
—Oye, eso no...
Técnicamente sí lo había robado, por eso no tenía nada para replicarle, pero él me había secuestrado primero. ¿Puedo confiar en él? Además, ¿cómo de bueno robando debe ser para hurgar en mis bolsillos sin siquiera sentirlo?
—Rápido —gritó alguien desde afuera—. No me gusta nada ese guardia, puede que regrese aquí con un regimiento para realizar una pesquisa.
—Yo me voy, no quiero ser ahorcado tan joven —me dio la espalda, tomó el cuchillo y el gorro del suelo, se lo puso sobre las orejas y abrió la puerta.
No sé quién es, no puedo confiar en él. Sin mencionar, que no podrían ahorcarlo si no existe la pena de muerte, ¿verdad?, además, por qué yo perdería las manos si yo, en todo caso, la víctima de esta historia. Sin embargo, el sentido común que yo poseo, claro está, que no sirve de mucho en esta extraña situación. Sin darme cuenta, ya me encontraba afuera de la cabaña extraña, en el callejón oscuro.
—Te he traído de la mano, hay que ver lo inútil que eres. No paras de pensar y te alejas de la realidad muy fácil —me dijo mientras tiraba de mí.
—Jefe, ¿quién es ese? —preguntó un niño con orejas de conejo.
—Es un nuevo recluta, un ladrón pervertido —dijo entre risas.
—¡Hey, eso no es cierto!
—¡Están viniendo, y son muchos! —gritó un joven con orejas y cola de gato.
—Bien hecho, Tuky. Esa es la señal. ¡Fortachón! Arrójame sobre el muro a mí, a Tuky y al pervertido.
—Como ordene, jefe —respondió un hombre musculoso de dos metros.
Tomó a mi secuestrador y lo arrojó sobre el muro, luego hizo lo mismo con el llamado Tuky y, finalmente, me agarró a mí, pero alejó las manos tan rápido como me había tocado.
—¿Qué sucede, Fortachón? —preguntó el susodicho jefe.
—E-es una m-muje-
—No hay tiempo, puedo escuchar los pasos. Ya vienen —gritó el niño con orejas de conejo y luego dio un salto que fácilmente llegaba a los tres metros y aterrizó sobre el muro.
—¡Haz lo que te ordeno, Fortachón!
—Lo siento, señorita —me tomó por debajo de los brazos con mucho cuidado y me dejó hasta la altura del muro para que yo pudiera prenderme.
—¡Hey! Yo no dije que iría con ustedes —respondí enojado.
El joven quinceañero, jefe de una panda de delincuentes juveniles, comenzó a reír y me dijo: —El que calla otorga.