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Chapter 4 - Capítulo 4

La semana había concluido arrebatándole la poca energía con la que llegaba Alexis a los viernes.

«Muy intensa» era una manera apropiada para describir esos días en su vida.

Más intenso de lo que comúnmente eran.

Los gemelos se estuvieron portando peor que nunca. Floyd, estuvo solo tres días en casa, lo que le tuvo con los nervios a flor de piel porque aunque sabía que su hijo mayor era centrado y responsable no dejaba de ser una gran locura dejarlo solo por tantas horas.

Ni siquiera les dejaba los sábados cuando tenía que hacerse cargo de la limpieza y de mantener cuidado el jardín de la casa de los López que visitaban la ciudad solo en sus vacaciones para disfrutar de la propiedad que Alexis cuidaba con tanto esmero.

Fue una gran oportunidad que consiguió en el supermercado en el que trabajaba como cajera desde hacía muchos años. La pareja frecuentaba ese establecimiento para hacer su compra y alguna vez le comentaron que debían irse al norte por trabajo y que no querían vender la casa que tenían allí porque tenía gran valor sentimental para ellos, así que necesitaban a alguien que se encargara de la propiedad al completo una vez por semana y sin pensárselo, ella se ofreció.

Sabía muy bien cómo cuidar de una casa. Los quehaceres que debían hacerse para mantenerla limpia, el cuidado que debía tenerse con el esqueleto de la misma y se le daba muy bien la jardinería.

Era una actividad que le relajaba. Empezó haciéndolo con su propio jardín y cuando empezó a ver que se le daba tan bien, continuó haciéndolo logrando desviar la vista de los vecinos hacia el jardín y no hacia lo desvencijado que estaba el lugar en el que ella y sus hijos vivían.

Casi nadie se fijaba en la construcción porque el jardín simple pero colorido, acaparaba toda la atención.

Una cosa era saber cuidar de la casa de otros con el dinero de esos otros y otra muy diferente era saber lo que su propia casa necesitaba y no poder hacerlo por falta de dinero.

Así que su propia vivienda, que era bastante vieja y que había conseguido por un precio ridículo porque estaba en muy mal estado, tendría que aguantar el tiempo necesario hasta que pudiera arreglarla o bien pudiera conseguirse otra.

Mejor eso que nada. Bien lo sabía ella.

El dinero extra que recibía por ser la cuidadora de la casa no era gran cosa, pero le ayudaba mucho para poder llegar a fin de mes sin apuro.

El maldito dinero siempre era un problema en su vida desde que los niños llegaron a ella.

Primero por la angustia de no poder darles lo suficiente en cuanto a comida o casa, después por no poder comprarles todo nuevo para cada año del colegio, la mayoría de los libros eran de segunda mano o tomados de la biblioteca pública. Al igual que la ropa, mucha de la de Floyd era de segunda mano, donaciones que algunas personas le hacían porque le tenían estima en el supermercado y conocían su situación y la de los gemelos, bueno, la de ellos era la que Floyd había ido dejando.

No podía darles cosas que se les antojaran por que sí, porque eran niños y por capricho querían algo.

En cada uno de los cumpleaños sudaba frío nada más de pensar en que se gastaría dinero que no tenía en una pequeña celebración y un regalo que les hacía ilusión a los niños y que la dejaba a ella en saldo negativo ese mes.

Sobre todo el mes en el que cumplían los gemelos.

Ahora empezaba a preocuparse por Floyd y los estudios superiores que cada vez se acercaba más a esa etapa.

Estaba lejos de conseguir poder pagar la universidad de sus hijos, cosa que le preocupaba enormemente porque seguía empeñada en darles la mejor preparación que pudiera para que ninguno de ellos tuviera que atravesar la situación tan mala en la que se encontraba ella económicamente hablando.

Soñaba con encontrar la manera de poder arreglarlo todo.

Floyd sonrió en cuanto se bajó del coche, los gemelos iban tirándose de las camisetas.

Ella se agachó junto a ellos.

—¿Pueden quedarse tranquilos un rato?

Los niños rieron con gran picardía y corrieron en dirección a las gradas.

—A veces provoca amarrarles a una silla —dijo sin darse cuenta de que hablaba en voz alta. Floyd la observó de reojo y soltó una carcajada.

—Mamá, serías incapaz de hacer algo así.

Ella chasqueó los dientes con una mueca que dejaba en claro que su hijo tenía razón.

A veces se imaginaba que de verdad les amarraba frente a la TV una tarde entera mientras ella se tumbaba en el sofá a dormir.

Estaría con ellos, le era impensable alejarse de sus pequeños, pero no descartaba el anhelo de tener un poco de tiempo para ella, para descansar de todo y de todos.

Suspiró.

—¿Te importa si me siento con los chicos?

«¿Los chicos?» se preguntó en su interior porque no sabía que su hijo tenía un grupo de amigos. No le parecía esa clase de chicos.

—Está bien. Podré soportarlo.

Floyd sonrió y se puso en puntillas para darle un beso que ella recibió sonriente y sin hacer gran alarde para no hacerle pasar vergüenza a su hijo frente a su grupo de amigos, que al verlos, entendió que debía tratarse de un grupo de niños como Floyd.

Bien interesados en lecturas, juegos de mesa y que solo estaban allí esa noche, viendo a las chicas jugar porque, de seguro, se sentían atraídos por alguna de ellas.

Movió la cabeza de lado a lado buscando a los gemelos y empezó a sentir miedo cuando no los vio.

—¡Alexis! —alguien le llamaba desde las gradas más altas. Se dio la vuelta y vio a Henry saludarle con la mano mientras les daba golosinas a los gemelos.

Alexis subió los escalones y llegó a ellos.

—¡¡¡Mamá, estamos comiendo de esto!!!

—Parece que en su vida hayan visto golosinas —dijo divertido Henry mientras ella se sentaba al extremo opuesto del hombre dejando a los niños en medio.

—Y es que casi no las ven porque es un lujo que no podemos permitirnos —Henry la vio con vergüenza y ella sonrió sinceramente—. No les hace falta tampoco. Me resulta mejor, y más sano para ellos, hacer galletas en casa o estas mismas pero con gelatina casera —dijo tomando una de la bolsa en la que los niños metían las manos—. Y ya paren, que es demasiado para ustedes.

Vio a Henry y este, como si fuera un niño más, cerró la bolsa y la guardó debajo de la grada en la que estaban sentados.

En ese momento, el equipo de la escuela marcó un gol que les siguió dando ventaja para ganar el partido esa noche.

Todos se levantaron y aplaudieron.

—Veo que vamos bien.

—¡Oh! ¡Sí! Nuestras chicas son excelentes jugadoras, Bonnie estuvo practicando conmigo estos días de vacaciones extra que tuvo. El primer gol lo marcó ella apenas iniciaron.

—Genial.

—No pensé que vendrías. Bonnie me dijo que Floyd seguro estaría aquí y como no llegaron al inicio… —Lo siento, es la historia de mi vida llegar tarde a cualquier lado. No consigo cronometrar mi vida con las ideas de los gemelos o con sus necesidades básicas que parecen sincronizarse al momento de abrir la puerta de casa.

—Eso es un clásico en los niños. Siempre nos ocurría con Bonnie. Ya en la puerta nos decía: «tengo que hacer pipí» o lo otro, según se le ocurriera.

Ambos adultos rieron mientras los gemelos seguían entretenidos con los dulces que les quedaban.

—¿Te contó lo que les ocurrió? —Henry asintió sin sacar la vista del partido.

—Lo mismo que ocurría en el otro colegio, del cual la saqué antes de que la echaran. No ha sido fácil para ella la muerte de su madre y la sociedad no se lo hace más fácil —bufó—, están los que se burlan de ella y los que… —Le tienen lástima.

—Exacto.

—Yo diría que hay un tercer grupo y tú debes estar en ellos.

Henry se volvió hacia ella, esta vez no tenía el semblante alegre que siempre parecía mostrarle al mundo.

—Sin ofensas. Eres su padre y es normal que estés en el equipo de los que le protegen, compadecen y quieren hacerle la vida más ligera.

—¿Y no se supone que es eso lo que hacemos los padres?

—Sí, supongo. No lo sé. No soy una experta en eso de ser madre como puedes ver —Alexis notó que Henry se relajó un poco—. Perdóname si me excedí en ese consejo. Es que también fui adolescente y viviendo en casas de acogida aprendes a diferenciar a la gente que te rodea.

Henry ahora la veía con compasión.

«Lo normal» pensó ella dominada por la costumbre en la reacción de la gente después de que ella les contaba lo de las casas de acogida.

—Sigues en el equipo de los que sienten compasión, esta vez es hacia mí —ella sonrió alegre y notó el cambió en Henry al sentirse avergonzado—. Y no te cortes, por favor, que es lo normal cuando la gente me escucha decir estas cosas.

—¿Qué te contó Floyd?

—Que el niño Malone le dijo que los huérfanos o rechazados por sus padres, no deberían estar en esta escuela. Pero al parecer, le ha dicho cosas peores que Floyd se negó a contarme; aunque me juró por todo lo místico, que aún no sé cómo diablos conoce tanto de eso porque no se lo he enseñado yo, que Malone nunca le había pegado y que esta vez fue él el primero en lanzar un golpe porque no aguantó más. Además quería defender a tu hija de quien parece es muy buen amigo.

—No lo sabía —Henry bufó con preocupación en la mirada—. Hay tanto de ella que no sé últimamente. La adolescencia de mi hija va a acabar conmigo.

Alexis soltó una carcajada.

—Pasará, no te preocupes. De verdad, pasará y se convertirá en una buena hija —se vieron de manera coordinada a los ojos y Alexis notó que la mirada de Henry era vivaz y sincera. También notó que tenía unas pecas graciosas sobre los pómulos.

—No es mala hija ahora, solo es que parece que no me leí bien el manual de instrucciones y no sé cómo entenderle.

Alexis soltó entonces una carcajada.

—¿Todavía tienes el manual? Me gustaría leerlo a ver si me sirve con mis hijos.

Henry sonrió también.

El equipo marcó un tercer gol que Henry y Alexis se perdieron por completo por estar sumergidos en la conversación que tenían.

—¿Qué te parece si ponemos atención y después del partido vamos por unas hamburguesas para los niños?

Los gemelos celebraron con algarabía y Alexis sintió un nudo en el estómago pensando en que no tenía dinero suficiente para llevar a sus tres hijos a comer fuera.

Era eso o hacer la compra de la semana en el supermercado.

Henry notó la angustia en su mirada y la desilusión que sintió cuando vio a sus pequeños festejar que comerían hamburguesas porque ellos lo daban por hecho.

—Les estoy invitando, Alexis.

Alexis se sintió morir de la vergüenza.

Los gemelos seguían festejando y cantando «¡Hamburguesas!

¡Hamburguesas!» —Está bien, aceptaremos solo por esta vez.

—La pasaremos genial, chicos, ya verán. Ahora, vamos a animar el partido —hablaba con los gemelos sin dejar de ver a Alexis—. El que haga más porras se lleva un batido de chocolate gigante.

—¡Síiii! —los niños gritaron al unísono y Alexis lo vio con reprobación.

—Solo por hoy —le aclaró a ella haciéndole un guiño de ojo que le dejó una sensación extraña en el cuerpo.

*** Los niños corrían en el área de juegos del local en el que comieron después del partido.

Floyd y Bonnie conversaban animadamente con otros de los chicos que habían ido a ver jugar a Bonnie; y Alexis, los veía sorprendida.

—¿Qué te parece asombroso?

Ella parpadeó un par de veces y volvió la cabeza hacia Henry.

—Nunca había visto a Floyd con amigos.

—Pues parece que tienen bastante tiempo siéndolo.

—Pensaba que solo los libros eran sus amigos y me sentía bastante mal por ello aunque sé que la lectura es un gran recurso.

—Para algunos, no para mí. Me parece aburridísimo —Alexis lo vio con sorpresa—. Es en serio, soy más de series de TV. ¿Tú lees?

—¡Claro! Aunque no como quisiera porque la vida no me da para más.

Me encantaría tener una casa con una gran biblioteca y poder disponer de ella sin tener que esperar en la biblioteca pública a que llegue el libro para poder leerlo o sin que me presionen por el tiempo de entrega —lo vio divertida—.

Muchas veces lo devuelvo sin siquiera haberlo abierto, ¿puedes creerlo?

—Sí, lo creo —vio a los gemelos otra vez peleándose—. ¿No has pensado en darles actividades extras que les hagan drenar esa energía que llevan dentro?

—Tendría que tener dos trabajos más y no puedo clonarme porque eso también me costaría dinero.

Ambos rieron.

—Lo siento. Pienso desde mi punto de vista, no desde el tuyo.

—Todos lo hacemos desde nuestros zapatos. Si lo hiciéramos al contrario, no criticaríamos tanto la crianza que les dan otros a sus hijos.

Algunos hacemos lo que podemos.

—Es verdad —admitió Henry pensativo, no pudo quitarle razón a su comentario—. Yo dejé de trabajar fuera cuando mi esposa murió. No fui capaz de seguir con mi trabajo sabiendo que dejaba a Bonnie sin mi atención —levantó los hombros para restarle importancia—. No sé si es lo correcto o si es lo mejor para ella solo estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo. No es fácil dejarlo todo, entiendo mucho a esas mujeres que han luchado por una carrera profesional y que cuando están en su mejor momento deben poner todo en pausa para encargarse de sus hijos o peor aún, dejarlo todo por cuidarles —Vio a Alexis que estaba concentrada en sus palabras—. No te voy a negar que a veces quisiera salir corriendo porque siento que la casa me come —bufó—; hace nada lo pensé, en retomar los trabajos en la calle y pedirle a mi suegra que se encargue de Bonnie y entonces ocurrió este nuevo altercado y suspendí mis ideas hasta nuevo aviso.

—Te entiendo, aunque no puedo saber lo que es dejar una profesión porque nunca he podido hacerme con una, a mí me ocurre al contrario que a ti. Me gustaría pasar más tiempo de calidad con ellos. A veces no tengo energías suficientes o ganas. A veces solo quiero llegar a casa y dormir por días o no preocuparme por las cosas que se deben pagar o por el dinero que no tengo para darles algo mejor a ellos —vio a sus hijos, ahora jugando con otros niños—. Me tienen a mí y somos una familia, cosa que yo no tuve y que me negué a hacerles pasar a ellos por lo mismo. Están conmigo y es lo más importante para mí.

—¿Y el padre no te ayuda en nada? —Henry sintió enseguida que se metía en aguas profundas como un intruso—. Lo siento, no he debido… —Ni te preocupes, que es de lo más normal que me pregunten por el padre que no es uno. Son de diferentes padres —Alexis tomó una bocanada de aire—. Puede decirse que las dos veces que decidí creer en el amor de alguien lo que conseguí fue quedarme en estado. Primero con Ivan, dieciocho años, recién proclamada mi tan anhelada independencia y él solo me hablaba de lo bien que lo pasaríamos jugando a ser adultos. A los nueve meses no había rastros de él pero sí de Floyd que lloraba sin parar y comía a toda hora —hizo una pausa y después vio a los ojos a Henry que se sintió dominado por la mirada cautivante de ella. Tenía esa clase de miradas que escondían miles de emociones y despertó la curiosidad de Henry—. A los dos años de haber nacido Floyd, cuando apenas podía mantenernos y la estábamos pasando muy mal económicamente, me encuentro con un chico que me jura amor eterno y me ayuda con dinero. Íbamos bien hasta que hizo un viaje a Nueva York, según me dijo, por trabajo, y nunca más volvió. Al mes me enteré de que estaba en estado y ya te imaginarás mi sorpresa al saber que serían gemelos.

Los padres de ellos eran chicos como yo, salidos de casas de acogidas, con problemas, sin familia. Sin contactos. Quién sabe si a estas alturas son adictos o están presos. Por eso, los niños llevan mi apellido.

—Entiendo, y creo que es lo mejor para ellos.

—Yo también lo creo.

—¿Mamá? —Floyd se acercó a su madre y ella le prestó total atención—.

¿Mañana me puedes dejar en casa de Bonnie para que podamos estudiar matemáticas?

Alexis vio a Henry, buscaba su aprobación.

—Yo no tengo problema.

—Lo que pasa es que debo dejarlo temprano porque loa sábados y domingos son los días en los que me dedico a mi segundo trabajo. Así que lo dejaría en tu casa sobre las 9 a m y pasaría por él a la hora de la comida.

—Está bien. Bonnie tendrá que levantarse temprano, yo siempre estoy despierto a las 7 a.m.

Floyd sonrió en grande y volvió a la mesa para darle la noticia a Bonnie.

Henry observó a su hija y se preguntó si le gustaba Floyd.

Alexis sonrió divertida.

—No le gusta.

Él parpadeó un par de veces y vio con desconcierto a Alexis.

—¿Cómo sabes lo que pensaba?

—Eres hombre y padre, es fácil deducirlo. Son solo amigos. Floyd me contó que a ella le gusta otro chico pero no me dijo quién. Y Floyd no parece estar interesado en chicas ahora.

—¿Es bueno en matemáticas?

—Mucho.

—Genial, porque Bonnie es maravillosa en los deportes, no en los cálculos y yo suelo perder pronto la paciencia —Alexis vio el reloj que llevaba en la muñeca. Pasaban de las 10 p.m. y ya era hora de irse a casa—.

Sí, mejor vayamos saliendo de aquí. Te ayudaré con los gemelos.

Henry se dio cuenta de que ella se relajó ante su ofrecimiento.

¿De dónde había salido esta madre que no sufría el síndrome de la madre perfecta?

Le parecía una mujer auténtica que se dejaba ver tal cual era ante el mundo.

Se dejaba ayudar y no se sentía como un ser superior capaz de hacer miles de cosas al mismo tiempo.

La curiosidad de Henry despertó, casi sin él darse cuenta, creándole la necesidad absoluta de descubrir más de ella.