El sábado en la mañana, Alexis se despertó como si un camión le hubiese pasado por encima, tal como despertaba cada día de su vida desde que tuvo a Floyd.
Cerró los ojos y resopló con fuerza cuando escuchó a su hijo mayor quejándose porque los gemelos no le dejaban dormir, entonces, Alexis se atrevió a rectificar sus pensamientos porque la realidad era que Floyd era un niño tranquilo desde que había nacido, en cambio los gemelos… Floyd se quejó de nuevo y luego pidió por la ayuda de su madre.
Sí, cada día, desde que habían nacido los gemelos, Alexis se levantaba con la sensación de haber sido arrollada mil veces por un tractor.
¿Cómo un niño podía guardar tanta energía dentro?
Arrastró los pies hasta la habitación de los niños, la que compartían los tres, y se detuvo en el umbral de la puerta para observar lo que ocurría.
Floyd no tenía buena cara y los gemelos se peleaban una vez más por quien tenía el derecho de despertar a Floyd o no.
Alexis se frotó el rostro con ambas manos pidiendo en su interior que la fuerza llegara ella de alguna manera. De algún lado.
Era agotador ser madre.
Entonces los niños corrieron a ella y le abrazaron de manera cariñosa sonriéndole con esas diminutas bocas medio desdentadas que le robaban el aliento día tras día.
Como en ese momento, que su pensamiento sobre lo agotador que era ser madre quedó en el olvido tras ver la carita risueña de sus pequeños diablillos.
El corazón le rebozaba de alegría con esos gestos de los niños.
Aunque el cuerpo no respondiera con la energía que ella quería.
Sí, la maternidad era agotadora y frustrante pero también era una experiencia única llena de aprendizajes y momentos de amor, como ese en el que le dio un beso a los dos pequeños y los arrastró hasta su cama para jugar con ellos un poco y que dejaran dormir media hora más a Floyd que merecía un poco de privacidad.
La casa en la que vivían solo les permitía tener privacidad en el baño, y era por tiempo limitado porque un solo baño para cuatro personas… cuando dos de ellos eran aún muy pequeños… sí, era por tiempo muy limitado; y Floyd, empezaba a ser un adolescente que exigía un poco de respeto y privacidad.
Bien le gustaría dárselo pero cómo lograrlo cuando la casa no lo permitía.
«Algún día» pensó. Tal como lo pensaba miles de veces. Algún día ella podría darles lo que soñaba darles o simplemente ellos dejarían el nido y estaba segura de que conseguirían grandes cosas que ella no pudo conseguir por la vida que había tenido.
Los gemelos se quedaron cinco minutos en reposo, un reposo que sabía era solo para recargar un poco la batería interna y retomar las actividades de costumbre: pelearse, batallar, jugar a que uno era el malo y el otro el bueno;
«¿en dónde veían tanta violencia?» se preguntaba Alexis con frecuencia y sospechaba que todo venía de alguna caricatura que los niños veían en la TV.
Le gustaría tener el tiempo para descifrar cuál era y prohibirla para ver si, con ello, el comportamiento de los niños mejoraba.
Sin embargo, ahí estaba su problema con el tiempo y la falta del mismo para todo.
Si no tenía tiempo ni para buscarles a la hora indicada a la salida del colegio, ¿Cómo pensaba que obtendría tiempo para ver todas las caricaturas que veían los niños en la TV?
Y no les podía prohibir la TV al completo porque era lo que le salvaba de enloquecer en días como ese, por ejemplo, que necesitaba tomar una ducha, tener un poco de privacidad en el baño y no quería interrumpir de nuevo a Floyd.
Aunque apenas cerró la puerta, escuchó a su hijo mayor arrastrar sus pies hasta el salón y sentarse con sus hermanos.
Era un niño maravilloso su hijo mayor. Dulce y bondadoso con todos, en especial con ella y sus hermanitos a quienes protegía con dedicación y sin que ella tuviera que solicitar su ayuda.
Muchas veces, lamentaba que Floyd tuviera que ayudarle tanto con eso porque sentía que ponía en su espalda un peso que no era su responsabilidad.
Un niño de la edad de Floyd no tenía por qué hacerse cargo del cuidado de sus hermanos pequeños. No tenía la madurez y tampoco la obligación de hacerlo. No eran sus hijos.
Sin embargo, el niño lo hacía de corazón porque sabía que eso le aliviaba a ella la carga de hacer las tareas de casa, con las que también le ayudaba, y con los trabajos que tenía que lidiar para sacar a la familia adelante.
Abrió la llave de la ducha que hizo un sonido extraño antes de que saliera el agua y le recordó que las tuberías empezaban a protestar.
Desde que compró la casa, aun sabiendo en las condiciones en las que la adquirió, le hablaba para que entendiera que no podía exigir reparaciones porque ella no tenía el dinero para hacerlas.
La casa se acopló a sus condiciones al principio; aunque, desde hacía un tiempo, o años, no lo sabía muy bien porque evadía el asunto cuanto podía, las tuberías hacían ruidos extraños, el cableado no estaba en condiciones y sentía el olor a humedad saliendo de alguna pared.
Nada bueno, mas no podía pensar en eso porque si lo hacía, se vendría abajo moralmente ya que una reparación de esa envergadura le costaría una fortuna que no tenía.
Ya le preocupaba mucho el grifo de la cocina que había empezado a gotear hacía unos meses. Sabía que en cualquier momento reclamaría una reparación pero Alexis siempre le hablaba al grifo y le pedía que aguantara, que toda la familia debía hacer sacrificios y que la casa, también era parte de la familia.
Se dio una rápida ducha y agradeció por todo lo que tenía. Si bien le hablaba a la casa con carácter, también sabía agradecerle todo lo que hacía por ellos.
Salió con la toalla enrollada en el pecho y el pelo recogido en un moño alto. No era momento para lavárselo.
Resopló divertida. ¿Cuándo lo era? Si nunca tenía el tiempo suficiente o las fuerzas necesarias para acicalarse como era debido.
Su melena era tan buena y comprensiva que aprendió a adaptarse a las faltas de tiempo, las necesidades de los niños y su eterno cansancio.
Poco hacía por ella, por su piel, en fin… Se conformaba con poder tener una noche reparadora y ni eso conseguía.
Resopló divertida de nuevo mientras escuchaba a los pequeños lavarse los dientes en el baño y Floyd intentando que no se tragasen la pasta dental o que ninguno empezara a saltar con el cepillo entre los dientes.
Se vistió de prisa con ropa cómoda y fresca porque su trabajo del sábado sería en gran parte al aire libre y no quería morir del calor cuando el sol estuviese en su máximo momento sobre ellos.
Después, fue a la habitación de los niños, sacó ropa ligera también para ellos y cuando fue a hacerlo para Floyd, el chico rezongó por lo bajo haciendo que ella retrocediera y le dejara a él elegir su propia ropa. Ya no era un niño, no debía olvidarlo.
—A vestirse pronto que voy a tener listo el desayuno en unos minutos.
Anunció y los niños corrieron a vestirse dejando a Floyd el baño libre para que este pudiera disfrutarlo con tranquilidad.
Le sonrió a su madre y cerró la puerta.
Los gemelos estuvieron listos en tanto ella batía los huevos para el desayuno y decidió asignarles tareas para mantenerles ocupados aunque fuera por cinco minutos.
Disfrutaron de la comida sin prisas y luego todos subieron al coche para encaminarse a sus respectivos destinos.
Dejarían a Floyd en casa de Bonnie y luego iría con los gemelos a la casa de los López como cada fin de semana, para hacer sus tareas como cuidadora de la casa.
Alexis admiró el cielo a través del parabrisas del coche.
Estaba azul, radiante. Sería un buen día.
Quizá, al finalizar sus labores, se llevaría a los niños un rato a la playa.
No era tiempo aun para bañarse, pero un paseo por la orilla del mar, siempre caía bien y, con suerte, los pequeños llegarían agotados y listos para tomar un baño, comer la cena e irse a la cama.
—No hagas tonterías en casa de Bonnie, Floyd, ¿entendido? Y haz caso a todo lo que diga su padre.
—No te preocupes mamá, me portaré bien.
Ella le vio los ojos a su niño de reojo.
Llevaba su mochila, estaba preparado para estudiar con Bonnie, todo saldría bien.
No solía dejar a sus hijos en casa ajena.
Un poco, porque nadie le invitaba; y porque, tanto ella como Floyd, pocos amigos tenían.
Los del trabajo no solían ser amigos fuera del trabajo, además, Alexis no tenía tiempo para hacer vida social fuera de su horario de trabajo.
Alguna que otra vez, Floyd estuvo en casa de algún compañero estudiando.
Estaba segura de que le sobrarían dedos de la mano si tuviera que contar esas ocasiones.
Cuando dobló en la esquina siguiendo las indicaciones de la mujer del GPS se enfiló en Junco Way una calle que la abstrajo de inmediato de sus problemas económicos, su caótica vida y la trasladó a un momento perfecto en el que ella tenía una casa allí y vivía con una familia hermosa conformada por un esposo que la adoraba con intensidad y que amaba profundamente a esos niños que ella tenía.
Posiblemente era un padre, biológico y de crianza, el mismo para los tres.
Nada tendrían que ver en esa vida sus antiguas parejas; el padre de Floyd y el de los gemelos.
La casa sería hermosa. De esas que tienen un tamaño apropiado para una familia numerosa, con un buen salón familiar en el que pasarían mucho tiempo conversando, jugando juegos de mesa y planificando la vida de los más pequeños.
Tendrían un gran jardín como ese que veía ahora, en el que los gemelos correrían con libertad y ella podría dedicarse a cocinar delicias en la cocina porque… No.
Detuvo sus pensamientos.
Ella no se metería en la cocina porque odiaba cocinar y porque no dejaría de trabajar aunque tuviera una vida perfecta como la que soñaba.
Al contrario, buscaría la forma de crecer en lo profesional.
Parpadeó un par de veces al darse cuenta de que la puerta de la casa se abría y salía Henry sonriente con dos tazas de café en mano.
Era su casa.
Suspiró.
Los gemelos querían salir a correr por el jardín pero ella los ignoró.
Saludó al hombre con la mano y él terminó de acercarse a ella tendiéndole una de las tazas de humeante café al que no pudo resistirse.
—Gracias, buenos días —tomó un sorbo que le sentó de maravilla. Floyd le dio un beso fugaz para bajarse del coche—. Pasaré el próximo sábado para que vuelvas a darme otra taza como esta. Lo habría hecho antes de haberlo sabido —bromeó con Henry y este le sonrió con sinceridad y diversión.
—Buenos días, señor Price —Floyd se detuvo ante él para saludarle.
—¡Hola! ¡Hola! —los gemelos no paraban de hacerse notar desde la parte trasera del coche.
Henry arrugó la cara aun sonriendo y abrió la puerta del coche dejando escapar a los gemelos de sus asientos.
—¿Qué haces? Será imposible hacerles entrar de nuevo.
—Según me ha dicho Bonnie, los chicos imposibilitan tu trabajo de los sábados.
Alexis se preguntó qué tanto sabía Bonnie de ella y su familia.
¿Qué tan amiga era de su hijo para saber esas cosas?
No era que le avergonzara pero le costaba hablar con otros de su realidad.
Sentía que era su vida… —No quise ser entrometido, me disculpo por eso.
Henry la observaba con confusión.
—No, lo siento, Henry. No me esperaba ese comentario —sonrió ahora con sinceridad—. Es que no sabía que nuestros hijos fuesen tan amigos — suspiró y tomó otro sorbo del café—. La verdad es que limpiar una casa con estos dos —señaló a los gemelos— es todo un reto y a veces no consigo mi objetivo.
—La casa a la que tienes que ir, ¿en dónde está?
—Cerca de este vecindario.
Henry asintió.
—Te tengo una propuesta.
Ella soltó una carcajada.
—La última vez que me propusieron algo, me quedé en estado de ellos dos.
Henry no pudo evitar reír divertido.
—No es esa clase de propuestas. Es una que creo que te va a gustar más.
Ella entrecerró los ojos.
—Me quedo con ellos hoy —Ella frunció el ceño y sintió que le jugaban una broma—. Es en serio.
Alexis soltó un bufido y lo vio a los ojos.
—No quiero sonar desconfiada, Henry, no son niños fáciles y… —¿No me crees capaz de cuidarlos?
—Sí, claro que si —pensó en los días en los que se habían visto y él jugó con los niños, incluso consiguió mantenerlos ocupados y que se portaran bien.
Entonces le entró el pánico que se le presenta a toda madre cuando deja a sus niños con desconocidos.
Él le sonrió con tranquilidad y ella percibió que esa sonrisa le quedaba muy bien a ese rostro de hombre rudo que tenía.
Barba descuidada, pelo desordenado, y un look relajado en general que, a decir verdad, transmitía confianza.
¿Y si los dejaba? ¿Y si se permitía un día en libertad?
Sintió un cosquilleo en la barriga producido por los nervios de una madre que no quería dejar a sus pequeños al cuidado de otro y a la vez, esos cosquilleos eran producto de la emoción de saber que podría estar todo un día a solas.
A-solas. Muchas-horas-a-solas.
Casi no podía creérselo.
Suspiró.
—Bonnie y Floyd no podrán estudiar como es debido con ellos al rededor. Floyd está acostumbrado, pero no tu hija y… —¿Vas a decirme que no de una vez o vas a seguir dándome excusas?
Ella lo vio ofendida.
No eran excusas… ¿o sí?
—¿Y si surge una emergencia?
—No tienes que explicarme lo que debo hacer en las emergencias, creeme que las he tenido graves y no por mi hija. Compañeros de trabajo y empleados me han hecho pasar unos cuantos sustos. Llamar al 911 es la prioridad y luego, te llamaré a ti. Solo dime si son alérgicos a algo.
—Al orden, a la limpieza y a poner atención cuando les pides que hagan algo —respondió ella alegre y sarcástica. Él rio divertido.
—Muy bien. Vuelve cuando quieras entonces —le abrió la puerta del coche—. Llévate la taza y me la traes luego.
Ella vio a los niños y sintió que la emoción se acentuaba en la boca de su estómago. ¿Lo haría?
Su yo interno daba saltitos de emoción.
—Niños, vengan a despedirse de mamá —Henry los llamó y ellos le hicieron caso al instante. También le vieron con desconcierto—. En la parte de atrás —señalaba hacia el patio trasero de la propiedad— tengo una casa en un árbol y podemos jugar a los soldados. Ese será nuestro fuerte.
Los niños saltaron con tal emoción que ella sintió entonces que le desplazaban de semejante diversión.
Le abrazaron y siguieron corriendo por el jardín.
—¿Estás seguro de esto, Henry?
—Lo tengo bajo control desde ahora, tu ve a trabajar o… a dormir —le hizo un guiño y le cerró la puerta dejándola allí y permitiéndole observar cómo cumplía su función de macho Alfa con los pequeños diablillos que le saludaron con las manitos y entraron en la propiedad cerrando la puerta tras ellos.
Alexis respiró profundo.
¿De dónde salió tanto silencio?
Sonrió como una niña traviesa.
¡Estaba sola!
¡Sola!
No se lo podía creer. Tomó otro sorbo de su café y suspiró de nuevo.
Encendió el coche y se puso en marcha. Tendría tiempo para hacer una limpieza a fondo y podría disfrutar del jardín, quizá se prepararía un mojito o tomaría una cerveza… «Ve a trabajar… o a dormir» recordó las palabras de Henry antes de marcharse.
¿Y si se volvía completamente loca y le hacía caso en todo?
Sería una completa irresponsabilidad por su parte pero nada que no se pudiera arreglar el domingo o el siguiente fin de semana.
La casa de los López podía aguantar una semana más sin limpieza y ella podría conseguir dormir profundamente todo el tiempo que necesitaba.
Después de todos esos años… Sería como un sueño hecho realidad.
Giró en la esquina y se puso en marcha hacia su casa.
Aprovecharía esa gran oportunidad que la vida le daba, tal como si hubiese sido la ganadora del premio gordo de la lotería.
*** Henry estaba pasando una mañana deliciosa en compañía de los niños.
Le gustaban los niños en general pero Toby y Dylan, además de ser unos gemelos geniales y muy inteligentes, se estaban convirtiendo en un agradable reto que lo mantenía activo y ocupado.
Cosa que no le ocurría con Bonnie. Su hija representaba un reto pasivo, de esos por los que tienes que devanarte los sesos para darle la vuelta y conseguir, con suerte, algo.
Exacto, con suerte.
Cosa que nunca parecía estar de su lado cuando se trataba de Bonnie.
En los últimos tiempos, su hija era como una bomba de tiempo de esas complejas que no sabes cómo manipular, tratar, o cuál cable cortar porque el resultado siempre será el mismo: explotará. No importa cuánto cuidado pongas.
En cambio los gemelos, representaban la bomba con temporizador que en los últimos diez segundos consigues poner bajo control. Era más de actividad física que mental y eso le gustaba a Henry.
Lo mantenía distraído.
Así que, mientras los pre adolescentes estudiaban en la cocina y los observaba desde el jardín trasero, los gemelos se encargaron de mantenerle corriendo de un lado al otro librando una batalla que los dejó a todos agotados y rendidos en el salón cerca del mediodía.
Henry reposó un poco mientras los gemelos se engancharon a una serie de dibujos animados que era acorde para ellos y luego se fue a la cocina con los mayores a preparar algo para comer.
—Los gemelos son malos comiendo vegetales, señor —comentó Floyd viendo que Henry preparaba una ensalada fresca de col y zanahoria.
—Yo también lo era y cuando iba a casa de otras personas me lo comía todo para dejar en ridículo a mi madre —Bonnie sonrió divertida.
—Me imagino todo lo que decía la abuela luego —comentó, imaginando a la mujer con la mirada analítica y reprobatoria que llevaba casi siempre encima.
—¿A ti te gusta? —le preguntó Henry a Floyd y este asintió—. Bien, probaremos a dárselo a los gemelos también. A ver cómo nos va y así podemos contarle algo impresionante a tu madre cuando regrese.
—Sería genial, se va a alegrar si lo logramos —Floyd vio hacia el salón para chequear que sus hermanitos estuviesen aun ahí, tranquilos—. Ha sido un día diferente para ellos y para mamá también. Nunca se separa de todos al mismo tiempo —vio a Henry—. Algún día le pagaré las vacaciones a un lugar relajante por todo lo que hace por nosotros.
Henry se volvió a ver a Floyd y pensó en lo orgullosa que debía sentirse Alexis de su hijo.
—Muy bien pensado, muchacho. Pero por los momentos, creo que lo que más le importa a ella es que estudies, te conviertas en un hombre exitoso y puedas ser capaz de mantenerte sin problemas. Estoy seguro que eso hará mucho más feliz a tu madre que un viaje.
—Puedes regalarle el viaje también —acotó Bonnie observando a Floyd con seguridad.
Henry sonrió y negó con la cabeza.
«Mujeres» pensó.
Unos segundos después, el timbre de casa los interrumpió.
—Bonnie… —Henry vio a su hija para que fuera a encargarse de la puerta pero los gemelos se adelantaron.
—Yo me encargo de ellos, señor. Lo siento —Floyd saltó de la silla para regañar a los niños que abrieron la puerta de la propiedad sin consultar, tal como lo hacían en casa y Alexis ya no sabía cómo explicarles que no debían hacerlo.
Henry dejó la cocina y fue al salón para darse cuenta de que su día había cambiado drásticamente y de haber sido un día perfecto, pasaría a ser medio día perfecto porque la cara de su madre dejaba en claro muchas cosas.
Detestaba que su madre se presentara en su casa sin consultar antes si él tenía ganas de recibir visitas.
—Madre, no te esperaba.
—No empieces con tus tonterías, Junior. Sabes muy bien que no voy a ceder a ellas.
Henry respiró profundo.
Bonnie saludó a su abuela con un abrazo y luego hizo lo mismo con su abuelo, padre de Henry.
—Pasábamos por el vecindario y… —Henry padre, intentó colocar una excusa ante su hijo por la visita sorpresa que le estaban haciendo a su hijo cuando su mujer lo fulminó con la mirada y este cerró la boca.
—No tengo porqué colocar ninguna excusa —Debra Price vio a los hombres a los ojos—. Vengo a casa de mi hijo las veces que sea necesario y cuando así lo decida yo. Sobre todo cuando tengo cosas importantes que discutir con él.
Henry resopló y vio a los gemelos a los ojos que, de estar correteando por el salón, se quedaron tranquilos al momento del contacto visual.
Debra los observó y sonrió de lado con sarcasmo.
—¿Y estos niños?
—Hermanos del amigo de Bonnie —respondió Henry sin fuerzas, luchar contra su madre era agotador. Prefería quedarse con mil niños como los gemelos.
—¿Y no tienen una madre que los cuide? —Preguntó Debra observando a los niños con asco al darse cuenta de que la ropa estaba sucia de tierra.
Floyd observó a Debra Price con recelo y se contuvo de responderle algo que no sería correcto y por lo cual haría quedar a su madre muy mal.
Henry vio la cara de Floyd y sintió pena por él.
—Lo siento, Floyd —comentó frente a todos—. Mi madre no suele medir sus palabras —entonces volvió la cara hacia ella y la vio a los ojos—. Los niños están conmigo porque así lo quise.
—Son tuyos.
—Ay, madre, por dios. ¿Qué diablos quieres? Hablemos para que puedas ir a casa a comer que ya casi es tu hora de sentarte a comer.
—Nos quedaremos para comer en familia. Supongo que ellos tendrán una casa a donde… —Van a comer a aquí —fue lo último que le dijo Henry con la mirada furibunda.
Bonnie cogió de la mano a Floyd y lo llevó al jardín junto con los gemelos para dejar a los adultos a solas. Sabía cómo podían ponerse las cosas de intensas entre su abuela y su padre.
El viejo Henry salió con los niños al aire libre. No estaba de acuerdo con ese control obsesivo de su mujer pero no le quedaba más remedio que aceptarlo si quería llevar la fiesta en paz con ella.
Henry Jr. Dejó a su madre en el salón y se fue a la cocina, sacó una cerveza y se la bebió hasta la mitad de un sorbo.
Su madre podía llegar a sacar lo peor de él.
Más cuando venía con ganas de pelea y de hablar sobre el tema tan escabroso que había en la familia.
Finn.
El inútil de su hermano pequeño.
Henry terminó de preparar la comida mientras Debra inspeccionaba el estado interior de la vivienda.
—Tienes que aplicarte un poco más con la limpieza de este sitio.
—Lo que digas, madre.
—Lo digo por tu bien.
—Ajá.
Debra se asomó a la ventana y vio a los niños de nuevo.
—¿Por qué tienes a esos niños aquí?
—Porque es mi casa y hago en ella lo que me plazca.
Ella sonrió a medias con sarcasmo.
—Todo lo que tienes te lo hemos dado tu padre y yo.
La clásica historia.
Estaba harto de ella.
—No, madre, todo lo que tengo, es mío, me lo he ganado yo. Ustedes me dieron lo que todos los padres están en la responsabilidad de darle a sus hijos:
una casa, comida y buenos estudios. El resto, lo hice yo solo.
—Y amor.
—Ajá —respondió seco Henry de nuevo. Su madre creía que daba amor, sin embargo, todos menos Finn sabían que su madre lo que hacía era controlar y ahogar a la gente que tenía a su alrededor. Finn no lo veía igual porque, a muy corta edad, se dio cuenta de que si complacía a Debra en todo, ella velaría por él y por su falta de compromiso ante la vida.
Lo que ella parecía entender por «dar amor».
El timbre de casa sonó de nuevo.
Henry dejó a su madre en la cocina sin más y fue a la puerta.
Alexis le sonrió y al verlo la amargura en el rostro de Henry, cambió la sonrisa por seriedad.
—Te dije que no sería buena idea quedarte con ellos.
Henry respiró profundo y la vio a los ojos.
—No se trata de los gemelos. Han sido unos niños estupendos.
Entonces sintió a su madre de pie, detrás de él y percibió la curiosidad de Alexis.
Se hizo a un lado.
—Madre, ella es Alexis, la madre de Floyd y los gemelos.
Alexis extendió la mano para saludarle y Debra se negó a responder al gesto de ella analizando su aspecto.
—Por tu aspecto, puedo deducir que estabas durmiendo mientras mi hijo cuidaba a los tuyos —enarcó una ceja y vio a su hijo para preguntarle—: ¿Lo estás haciendo por sexo?
—¡Madre!
Alexis abrió los ojos con sorpresa pero no pudo evitar sonreír. La diversión en su mirada, casi convertida en burla, sorprendió a Henry relajándolo.
Ayudándole a hacerle el proceso menos vergonzoso.
—No le dejaría a mis hijos al hombre con el que tengo sexo, si quiero seguir teniendo sexo con él, señora —Alexis arrastró la ese de la palabra y vio a Debra con indignación.
Henry dejó escapar una carcajada sincera y su madre frunció el ceño de inmediato.
—Lamento responderle así a tu madre, ella se lo ha buscado. ¿En dónde están mis hijos?
—En el jardín trasero, pasa.
—Oh, no ni te molestes. Aquí está la taza de café de esta mañana —vio a Debra con ironía y Henry observó la escena divertido porque sabía que la insinuación era a propósito, para que su madre se creara falsas historias.
Tendría tanto por lo cual disculparse con Alexis luego—. Voy por fuera —lo vio a los ojos—. Nos veremos en otro momento y gracias por todo.
Henry asintió sin dejar de sonreírle, no quiso agregar nada más que su madre pudiera utilizar para hacer conjeturas indebidas e insultar a Alexis.
Por su parte, Alexis apreció la vergüenza en la mirada de Henry y sabía que el hombre buscaría la forma de disculparse luego con ella. Disculparse por algo que no tenía culpa. Él no tenía la culpa de tener una madre que, de seguro, se llevaría genial con Bethany Malone.
Serían las mejores amigas del mundo.
Henry observó a Alexis alejarse y cerró la puerta de la casa.
—Todo eso fue completamente innecesario y muy, muy humillante por tu parte, madre.
—No tengo la culpa de que las mujeres holgazanas existan.
Henry negó con la cabeza y siguió ocupándose de la comida mientras su madre le pisaba los talones y empezaba a sumergirse en un torbellino de historias sobre los hijos de sus amigas que eran mucho mejores hijos que él, por supuesto.
Era todo un preámbulo que Henry se conocía de memoria.
Todo llevaría a conversar sobre la mala situación por la que atraviesa Finn que, si lo conocía bien, estaba sin empleo una vez más, por alguna «injusticia» en el trato que le dieron; según Henry veía con irónica certeza, ya que el cretino se creía de la realeza.
Y luego, vendría la parte en la que su madre le explicaría que él, como hermano mayor, debía darle trabajo en su compañía y ayudarle.
No supo cuándo pasó el tiempo porque estaba sumergido en sus pensamientos evadiendo el tema por completo del que su madre hablaba.
En medio de un incómodo silencio se dio cuenta de que estaban sentados a la mesa, los platos estaban vacíos y sucios, lo que indicaban que ya habían comido y Bonnie estaba sacando un bote de helado del congelador.
Debra lo veía con reprobación, como siempre.
—Te hice una pregunta, Junior, y exijo que me respondas.
«¿Cuál era la pregunta?» se preguntó viendo a su padre sonreír de manera discreta sabiendo que evadir las conversaciones de Debra era un recurso muy usado entre ellos, vio a Bonnie hacerse la desentendida; y a su madre con la ceja levantada hasta el cielo, con la mirada desafiante de una cobra que está dispuesta a atacar.
Finn.
No había que ser un genio para saber lo que le estaba pidiendo para Finn.
—No tengo trabajo ahora para él.
—Siempre hay algo que puedas hacer por él. No tiene cómo mantenerse y la novia esa inútil y descuidada lo abandonó.
Henry abrió los ojos y ladeó la cabeza dejando en claro con su expresión, que no era de sorprender la situación de Finn.
—Podrías colocarlo como supervisor.
Henry largó una real carcajada.
—Y me quedo sin empresa entonces, porque Finn sabe de manejo de personal lo que yo sé de lacas para uñas.
—Tu hermano no ha tenido una vida fácil.
—No es culpa mía, madre, tampoco es mi responsabilidad.
Debra respiró profundo dejando ver que estaba por perder la paciencia.
—Henry Junior, no puedes abandonar a tu hermano.
Henry se frotó los ojos y deseó poder desaparecer de ahí en ese momento.
—Quizá podría pintar la casa que tus inquilinos dejarán la semana que viene —finalmente, su padre dijo algo y no era del todo descabellado.
El viejo Henry Price se encargaba de la parte legal de la compañía de su hijo mayor. Por ello sabía cuándo vencían los contratos de alquiler de la propiedad extra que poseía Henry.
—Está bien, encárgate de hacerle un contrato por ese trabajo.
—¿Le harás un contrato? —protestó su madre de inmediato.
—Sí, madre, lo haré porque la última vez que le ayudé, por petición tuya y en calidad de «hermano» se tomó algunas atribuciones que no ha debido tomarse y esta vez, no volverá a ocurrir —le dejó ver a su madre la seguridad en su mirada—. Dentro de mi compañía será un empleado más con sus deberes y derechos, tal como los demás. ¿Está claro?
—Es inaceptable tu conducta.
—Entonces que se busque la vida en otro lado o llama a tus magníficas amistades para le ayuden. Voy a preparar café.
Se levantó de la mesa dejando en claro que era su palabra final y que no habría nada más que discutir, ya bastante le habían arruinado el día para seguir poniéndolo peor.