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Chapter 3 - capitulo 3

Al final de esa semana, Alexis se dirigía al colegio de sus hijos con calma.

No sería la primera vez que lo hacía, claro que no.

Aunque no era de lo más común en ella, alguna que otra vez al año les pasaba buscando a la hora indicada; sin embargo, ese día, en vez de disfrutar de tener tiempo de sobra, estaba hecha un manojo de nervios porque el tiempo extra se lo concedió su hijo Floyd al meterse en problemas con un grupo de niños y enzarzarse en una pelea.

Nunca antes había ocurrido algo así con Floyd y estaba muy preocupada.

Prefería ir a buscarles con el corazón en la boca por las prisas y no por la zozobra del porqué su hijo se había peleado con otros chicos.

Desde que Floyd había nacido, dio señales de ser un niño dócil, tranquilo y dulce. Alexis recordó la forma en la que el pequeño podía pasarse horas construyendo ciudades con sus Legos; lo pronto que aprendió a leer y lo mucho que disfrutaba de la lectura en la actualidad, era un ratón de biblioteca. Nunca le dio un motivo de angustia, de preocupación. Ni siquiera tenía que revisarle los deberes porque Floyd era muy responsable incluso para su corta edad.

Era todo lo opuesto a ella y de hecho, era quien muchas veces le ayudaba a resolver las cosas.

Alexis se sentía afortunada por tenerlo.

Suspiró mientras conducía y veía por el retrovisor central a los gemelos estar en silencio. Esos extraños momentos que se presentaban entre ellos y que debía aprovecharlos al máximo porque no se sabía cuándo se repetirían de nuevo.

No cambiaría nada de su vida actual. Tal vez tampoco cambiaría mucho de la pasada porque eso alteraría el futuro y no los tendría a ellos y a Floyd a su lado.

Eran su fortaleza y su debilidad, su ilusión.

Desde que esos pequeños llegaron a su vida la habían cambiado para bien.

Tenía una familia, caótica, pero era suya y nadie podría arrebatársela esta vez.

Recordó entonces la amenaza del director unos días antes cuando habló de los servicios sociales y sintió una punzada en el estómago que lo tenía vacío desde la mañana.

Negó con la cabeza. Nadie iba a quitarles a sus hijos.

Aparcó el coche y se dio la vuelta para ver a los gemelos que estaban adormilados por el sueño repentino que los dominó con el movimiento del vehículo.

—Quiero que se porten bien, chicos, por favor —los vio directo a esos ojos traviesos—. Estaremos en la oficina del director y quiero que no hagan ni un ruido. ¿Ok?

Los gemelos asintieron aun atontados. Esperaba Alexis que sus palabras quedaran grabadas en sus pequeños cerebritos porque no quería mayores problemas.

Los bajó del coche y caminaron tomados de la mano de su madre, en silencio, comportándose tal como lo quería Alexis.

El colegio estaba vacío como era de esperar y la señorita Louise salía del aula de castigos porque su jornada finalizaba.

Los niños se soltaron de inmediato de las manos de su madre y corrieron a abrazar las piernas de la maestra que sonrió divertida sacudiéndoles el pelo con la mano.

La maestra le dedicó una mirada compasiva a Alexis.

—Espero que hayas tenido un poco de paz esta vez.

Alexis levantó los hombros y dejó ver que no le importaba la paz porque el motivo de ella la inquietaba más.

—Están en la oficina del director.

—Vaya semana que tengo —resopló—. La reunión con la señorita Hudson fue de esas que no quiero repetir de nuevo en mi vida. Nunca nadie había resaltado tantas cualidades negativas de mis hijos y además, de mí — Alexis recordó lo mal que se sintió esa noche pensando que no estaba haciendo nada bien. Seguía pensándolo, pero como siempre, no tenía más remedio que seguir adelante cómo pudiera hacerlo—. Ahora me toca una reunión con Martin y ya tengo los nervios de punta porque yo no soy la persona favorita de ese hombre.

La maestra le mostró complicidad porque estaba de acuerdo con ella respecto a Martin pero también, le dejó ver que esta vez, quizá fuera diferente.

—Están también otros padres involucrados. No creo que la tome solo contigo.

—Por favor, dime que la hija de Bethany no tiene nada que ver en esto.

La maestra hizo una mueca de desagrado.

—Fue con su sobrino —Alexis se desinfló—. Pero su hija empezó el asunto. Floyd y Bonnie han sido víctimas de los Malone desde hace unos meses y no lo supimos hasta hoy.

Alexis frunció el ceño.

Siempre le pareció raro que su hijo no se quejara de que otros niños le fastidiaran en clases. Era el que podía ser considerado «diferente» de la clase, el que siempre estaba sumergido en los libros y que no se metía en problemas.

Esa clase de chicos siempre acababa siendo el centro de abuso de algún niño con ganas de atacar a los más débiles y Alexis le había enseñado a sus hijos, desde muy pequeños, que no estaba bien repartir puños y ser agresivos pero que si alguien, alguna vez, se metía con ellos física o verbalmente ellos estarían en todo el derecho de defenderse.

Las casas de acogida le enseñaron a Alexis lo dura que puede llegar a ser la infancia si tienes a niños abusones cerca de ti.

Caminaron hasta la oficina del director en silencio. Los gemelos jugaban entre ellos pero de una manera adecuada.

—Yo me quedo con ellos —le dijo comprensiva Louise—. Búscanos en el patio del recreo. Vamos, chicos, a jugar un poco al aire libre.

—Gracias, Louise, eres un sol.

Alexis los vio alejarse y luego hizo una inspiración profunda para afrontar lo que le esperaba.

Cuando entró en la sala de espera se encontró con Bethany Malone impecablemente vestida. Con el cabello tan arreglado que parecía haber salido recientemente del salón de belleza y con su manicura de envidia.

Pensó en que esa mujer debía tener un pacto con el diablo.

Para ser madre a tiempo completo de cuatro seres que parecían poder sentarse a la mesa con la realeza y mantenerse a la altura de la ocasión; cuidar tan maravillosamente de su casa, familia y esposo; y además, tener tiempo para el pelo, los vestidos y la manicura, había que tener un pacto con alguien.

O servidumbres y hasta donde ella sabía, Bethany odiaba la servidumbre porque le gustaba regocijarse en sus grandiosas habilidades que la convertían en la «madre perfecta» La esposa perfecta. El ama de casa perfecta.

La mujer ejemplar.

Se alisó su propio pelo en un intento de no parecer despeinada. Ni siquiera recordaba si se había logrado peinarse ese día en la mañana.

Bethany la vio con reprobación, como siempre.

Y estando ante ella, siempre se sentía minimizada, perdía esa poca seguridad en sí misma que, a veces, dejaba ver al mundo deseando salir corriendo para que nadie la juzgara por llevar una vida desorganizada, porque simplemente no sabía en dónde diablos encontrar el maldito balance para poder alimentar a tres niños, cuidarles, darles amor y encontrar espacio para ella intentando no perder la casa o alguno de sus trabajos en el proceso.

—Buenas tardes.

Saludó sabiendo que Bethany no saludaría, como ocurría la mayoría de las veces.

El hombre que estaba en la sala, le pareció conocido y después de que este le saludara de manera apropiada, recordó que había sido el mismo que estaba a la salida del colegio unos días atrás.

Curiosamente, estaba sentado junto a la niña que estaba aquel mismo día en el salón de castigos.

Entonces era el padre.

Bethany estaba en compañía de su hija y de su sobrino, hijo de su hermano menor que era un hombre de negocios que viajaba la mayor parte del tiempo y la madre de ese niño muy pocas veces daba la cara en el colegio.

Así que Bethany también era la tía perfecta.

Alexis sintió pena por el niño. Entendía que toda su agresividad era por falta de atención. No tenía que ser psicóloga para saberlo, lo había vivido en carne propia y las terapias obligadas por el sistema le llevaron a entender el origen del comportamiento de esa clase de personas.

Su hijo la vio con vergüenza.

Ella le dejó ver una sonrisa solidaria y le dio un beso en la coronilla.

Cuando se sentó junto a él le vio el pómulo inflamado. Entonces notó que todos tenían heridas.

La chica junto a ella y quien asumía era la Bonnie que nombró Louise minutos antes, tenía arañazos en el cuello.

La hija de Bethany también mostraba arañazos pero en el rostro; a su sobrino, un pómulo le sobresalía en exceso y el ojo izquierdo estaba sombreado por la marca de un golpe.

Le tomó la mano a su hijo y observó los nudillos lastimados.

—Ya nos curaron en enfermería.

—Está bien.

—Lo siento, mamá, no quería darte más problemas —se le encogió el corazón. Su pequeño siempre buscaba la forma de ayudarle.

Un chasquido irónico salió de la boca de Bethany, provocando a Alexis que la vio a los ojos advirtiéndole que parara porque no era el momento.

Ella misma le habría dicho cualquier cosa en otra ocasión, pero no ahí, en la oficina del director y menos, ante un padre que era nuevo en el colegio porque ella no le había visto antes. La mayoría de los niños de la clase de su hijo estaban juntos desde pequeños.

La puerta de la oficina del director se abrió y salió el Sr. Dolbi, psicólogo y consejero del colegio.

—Pasen, por favor.

Todos los involucrados pasaron y se ajustaron como pudieron en el reducido espacio.

El Sr. Martin los veía con mala cara a todos.

—Los hechos de hoy, ocurridos entre este grupo de niños aquí presente, no puede permitirse en esta institución —los observaba a todos por encima de sus gafas que le hacían lucir 30 años mayor—. Es inaceptable que se usen las condiciones familiares como armas para atacarse los unos a los otros. Eso es hacer bullying y, bajo mi mando, no lo puedo permitir. Así que, en vista de lo ocurrido… Alexis interrumpió de inmediato.

—Perdón por la interrupción pero me gustaría saber qué ocurrió.

El director la vio de mala manera por haber interrumpido y omitió su pregunta.

Bethany dejó ver una clara victoria en su mirada y el padre de Bonnie se mostró incómodo por la actitud del hombre de mayor peso en la institución.

El psicólogo parecía no asombrarse y era lo normal después de tener más de diez años trabajando junto al señor Martin.

Ya lo conocía.

—Cada niño le explicará a su padre lo ocurrido, no quiero hacer esto más largo —Removió unos papeles y los observó de nuevo—. El Sr. Dolbi y yo hemos llegado al acuerdo de que estarán tres días suspendidos, todos, sin excepción; y al regreso, tendrán que someterse el resto del curso a hacer trabajo comunitario en el colegio cuando se le sea asignado. Así mismo, tendrán que pasar un poco de tiempo en la oficina del Sr. Dolbi si él lo considera necesario.

El psicólogo solo les sonrió con amabilidad y el director les vio de nuevo a todos con obstinación.

—He dicho todo lo que tenía que decir. Así que ya pueden retirarse.

La primera en salir fue Bethany con los niños a su cargo, seguidos por Bonnie y su padre.

Alexis le dio un apretón a su hijo en el hombro y empezó a caminar con calma junto a él en la dirección contraria al resto del grupo porque iba al patio de recreo por sus niños más pequeños.

—No te sientas mal, sé que lo hiciste por una razón y… —Me acaban de suspender, mamá, no puedo quedarme solo en casa y tú no puedes dejar de trabajar… Alexis se sintió tan mal en ese momento por la angustia que tenía su hijo que quiso mandar todo al infierno y quedarse a su lado esos tres días. Pero no podía hacerlo.

Los gemelos corrieron a ellos y les abrazaron.

Se quedaron unos minutos más con la señorita Louise diciéndole el veredicto del Sr. Martin y esta dijo que no le parecía justo con Floyd y Bonnie que habían sido los afectados, pero nadie se atrevería a contradecir al director.

Se despidieron y Alexis caminó junto a sus hijos hacia la salida del colegio. Una vez fuera, Alexis vio al padre de Bonnie junto a Bethany conversando con amabilidad.

Esta, al ver a Alexis, sonrió de lado con malicia. Alexis la habría evitado si hubiese tenido otro camino para llegar a su coche pero estaba en todo el medio de la única vía y no podía evadirla.

Al llegar junto a ellos, Bethany dejó salir su veneno, como siempre.

—Entiendo tu posición, Henry —le escuchaba decir al padre de Bonnie —. Y lamento que mi hija se haya burlado de la muerte de la madre de Bonnie, es inaceptable y me encargaré de corregirle —Alexis siguió caminando y escuchando—. No debe ser fácil criar a una niña solo. Los padres solteros son realmente admirables.

Aquellas últimas palabras hicieron hervir la sangre de Alexis y sin importarle nada se dio la vuelta y vio a la mujer a los ojos de manera desafiante:

—Es difícil también ser madre soltera con tres niños, dos trabajos y no tener familia que me ayude por ningún lado.

Bethany sonrió con ironía.

—Tú eres mujer, Alexis, deberías saber cómo ser todas esas cosas y ser buena madre —dirigió su mirada a los gemelos que estaban peleándose, como de costumbre, sobre el césped.

El padre de Bonnie corrió junto a los niños y los separó fingiendo ser un monstruo que los iba a comer, los niños corrieron despavoridos y riendo.

Alexis sintió unas ganas profundas de echarse a llorar allí mismo.

Bethany dejó ver lo feliz que se sentía al creerse superior a Alexis y sin decirle nada más, menos mal, se marchó.

Alexis se quedó ahí, apretando los puños con fuerza; sintiendo unas ganas tremendas de gritarle al mundo que ella era buena madre aunque su vida fuera un maldito caos.

Amaba a sus hijos y hacía lo mejor para ellos.

De eso iba la maternidad ¿No?

Tragó grueso y luego se dio la vuelta para notar a Bonnie y a Floyd jugando con los pequeños.

El padre de Bonnie caminaba hacia ella.

Extendió el brazo y se presentó como era debido.

—Espero que no te haya importado que jugara con tus pequeños.

Ella resopló cansada.

—No, para nada. Más bien debo agradecerte porque, como verás, es cierto que quizá no soy la madre que todos esperan que sea.

Henry se cruzó de brazos y la observó divertido.

—A mí me pareces una mujer valiente al criar sola a tres niños y tener dos trabajos.

Ella lo vio de reojo y este le sonrió.

Alexis sintió la necesidad de relajarse.

—Lamento la muerte de tu esposa.

Henry levantó los hombros para restarle importancia.

—Gracias.

—Te ofrecería ayuda con Bonnie si alguna vez la necesitas, pero como ya lo dejó en claro Bethany, no puedo con más a pesar de que soy mujer —negó con rabia de nuevo—. Ya te dio el visto bueno —le sonrió con ironía—; eso quiere decir que cuentas con todo su apoyo y el de su comunidad de madres chismosas y perfectas.

Henry soltó una carcajada.

—Te acusaré con ella la próxima vez que la vea —le dijo serio pero con un brillo de diversión en la mirada.

Alexis no pudo evitar sonreír.

—Oh, ¿no la llamarás por teléfono de inmediato como hacen sus amigas?

—No me ha dado su número.

Alexis se llevó una mano al pecho fingiendo una forzada y divertida sorpresa.

—Hay una leyenda que dice que si Bethany no te da su número de teléfono a penas te conoce es por dos razones —Henry la observaba con atención—: la primera, es que no eres digno de ser su amigo, como yo — Henry sonrió—. Y la segunda, es que está formando un plan para reclutarte y lavarte el cerebro como hace con cada una de las madres que se une a ella.

Como tú.

Henry soltó otra carcajada.

—No me van las tardes de chismes y té. Prefiero un buen partido, una cerveza… —Y pizza.

—Exacto. Gracias por advertirme de todas maneras, no me dejaré atrapar.

Alexis hizo una mueca indicándole que no lo tendría tan fácil.

—Ya veremos cómo te va.

*** —Entonces, Bonnie, ¿vamos a hablar de lo que ocurrió y por lo que te suspendieron tres días?

Bonnie vio a su padre avergonzada.

—Me vi en la obligación de defenderme.

Henry sonrió de lado sintiéndose muy orgulloso de su niña por no dejarse someter por nadie. Sin embargo, era imperativo conversar sobre el asunto, necesitaba saber qué había ocurrido.

Se sentó junto a ella y le pasó el brazo por encima de los hombros.

Ella se acercó y dejó que su cabeza reposara del pecho de su papá. Allí se sentía a gusto aunque últimamente no tuvieran tantos acercamientos como ese.

Por su parte, Henry respiró con tranquilidad, tenía a su niña con él y la protegería como un demonio de quien fuera.

Le dio un beso en la coronilla.

—Estábamos en el gimnasio cuando todo ocurrió. Yo iba a las prácticas y la estúpida de Dede Malone estaba con las porristas y dijo en voz alta que yo era una pobre huérfana que se había quedado sin madre porque, de seguro, su madre se había hartado de ella.

Bonnie levantó la cabeza y lo vio con furia y tristeza en los ojos.

—Tu madre jamás te habría abandonado, cariño —le acarició el pelo manteniéndole la mirada—. Ya deberías saberlo.

—Lo sé pero como ella no lo sabía, yo se lo expliqué.

—¿Por qué no intentaste usar las palabras primero?

—Porque Dede solo se escucha a sí misma, papá. No es la primera vez que me dice una cosa como esa y yo me cansé de escucharla.

—Está bien.

—¿No me vas a regañar por eso?

Henry negó con la cabeza.

—Me parece bien que te hayas defendido aunque puede parecerme que has debido usar primero las palabras, pero es tu decisión y como mamá y yo te hemos enseñado, cada reacción trae una consecuencia, ya te dieron la consecuencia en el colegio —suspiró colocando a su hija en su regazo de nuevo—. ¿Por qué se involucraron los niños?

—El primo de Dede intervino en cuanto me vio golpearla, supongo que quería separarnos pero algo le dijo a Floyd que reaccionó igual que yo y el entrenador tuvo que intervenir para separarles a ellos y después a nosotras.

Henry resopló divertido pensando en su época de estudiante y en todas las peleas en las que se vio involucrado.

—Bueno, esperemos que tanto Dede como su primo aprendan la lección ¿Preparamos la cena?

Bonnie asintió con la cabeza y se separó de su padre.

Fueron hasta la cocina y empezaron a repartirse tareas en silencio.

Un silencio que estaba siendo lo que Bonnie no esperaba aunque sí lo que quería y en su interior, se lo agradeció a su padre que sabía estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no preguntarle nada más.

Henry observaba a su niña mientras esta cortaba las zanahorias y se iba comiendo algunos trozos crudos.

¿Cuándo había crecido tanto?

Era obvio que estaba a punto de dejar de ser una niña pero él se negaba a admitirlo.

Se sentía orgulloso de ella por la forma en la que había actuado.

Y se moría de ganas de preguntarle más cosas que ahora le venían a la mente pero prefirió callar porque sabía que si no, Bonnie se cerraría de nuevo y se iría molesta a su habitación.

No arruinaría ese momento especial entre ellos.

Vio el calendario y recordó que el viernes en la noche se llevaría a cabo el partido para el que su hija había estado entrenando muy duro.

Bonnie lo conocía tan bien que le respondió sin necesidad de formular la pregunta:

—No estoy fuera, papá. El entrenador le pidió al director que no me sacara del partido porque me necesitaban. Por ello las labores sociales en el colegio.

Henry asintió.

—Bien, entonces tenemos tres días libres para practicar mucho. Te ayudaré.

Bonnie le sonrió por compromiso.

No le quedaría más remedio que pasar tres días completos junto a su padre y tendría que tolerarlo aunque sintiera que se asfixiaba.