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Chapter 14 - Capítulo 13

Tienen que estar bromeando... La idea no me entraba aún, ¿vamos a tener que pelear?

—A la Guesclin la mató yo.—Proclamó la bandida, zafó la espada y caminó de lado, como gacela lista para liquidar a su presa.

—Trajiste demasiada plebada para enfrentarme.—Replicó Adreti.

Yo vi preocupado sus manos, sostenía el mismo cuchillo que uso al cortar los mariscos.

—Son para esos que te acompañan, no habrá quien se salve.

Opidel sostuvo la empuñadura a dos manos, ansiosa de matarla, arrasó el aire con un tajo diagonal.

Adreti lo detuvo sin complicaciones. La bandida puso más fuerza, que ella frenó, demostrando superioridad física.

Los matones no esperaron señales, una jauría completa se arrimó de todas direcciones.

Un sujeto flaco de patillas y sin dientes, corrió directamente a mi.

Abrumado le pateé la cabeza, en mi mismo pánico lo empuje y ambos chocamos con una pared.

—¡Seita-kun!—Intervino Aimi de un grito—. ¡Usa tu espada!

Distraída por ayudarme, un asesino aprovechó para atacarla. La muchacha realizó una seña de manos, y exclamó unas palabras extrañas.

—¡Xiz'lriq!

El asesino ni protegerse pudo, él y otros siete se vieron envueltos por lianas espinosas.

¿La espada? Pensé ido, la saqué y puse aprueba todas mis prácticas.

Hice tácticas defensivas, los asesinos se quedaron seguros lejos de mi alcance. Dudaba de asesinarlos, quería que me dejarán en paz.

Aimi recitaba encantamientos, para mermar la multitud a distancia.

—¡Egzai mi! ¡Micir davao! ¡Pwiti!

La vi un momento, de sus dedos salía una energía esmeralda brillante, que causaban mortales consecuencias al atinar.

Prenderles fuego, quemar con electricidad, petrificarlos en estatuas lentamente.

Abrió su mano izquierda y creó una sólida barrera blanca, Zsolin en ningún instante estuvo asustada, permitió que Aimi las dejará seguras del desastre.

El intercambió de Adreti versus Opidel, duró escasos segundos.

La bandida atacó de izquierda a derecha, arriba y abajo, culminó sus intentos al dar un revés de sable en línea recta.

La Guesclin tuvo tiempo de sobra para agacharse, la hoja pasó por encima y le abrió el costado a Opidel.

Adreti no la acabó, contempló a la mujer mientras retrocedía consiente de su derrota.

Ella arrojó el cuchillo machado de sangre, donde estaba yo.

Ni siquiera escuche o vi la trayectoria, solo entendí que sucedió cuando me fije en uno de los tipos que estaba alrededor mío.

Tenía el utensilio enterrado entre ceja y ceja, su última acción antes de morir, fue hacer una mueca involuntaria.

Muerto ese sujeto, los sobrantes quedaron petrificados, aterrados. No de mi, le temían a ella, Adreti.

—Vuelvo a repetirlo Opidel, eres valiente.

—¡No le tengan miedo!—Ordenó a gritos la bandida—. Esos cuentos que se dicen de ellos, son mentiras. ¡Matenlos a todos!

La Guesclin eligió responderle con hechos. Quedábamos a seis metros y luego, a sesenta centímetros.

Los bandidos no veían que estaba atrás, Adreti les paso por un lado parándose al centro, y giró sobre sus talones.

¿Eso era un ataque? Pensé frustrado, no lo entendía.

Los gritos de miedo contestaron mi pregunta.

—Mis... ¡Mis brazos!—Exclamó el tipo, viéndose el extremo de los antebrazos, que sangraban a cántaros. El resto de sus extremidades yacían tiradas. Demoró poco en ver también la herida del estómago, que le manchó los pantalones.

Me obligue a mirarlos del pánico que experimentaba.

Un carnaval de moribundos desangrándose, ninguno murió rapido; Uno perdió el balance, lleno de tantos tajos que la cara y estómago quedaron destruidos. El de la derecha, la cabeza le quedó colgando junto a los intestinos, el que hacía quejidos de ahogado, trastabillo intentando contener la yugular cortada y cuya sangre salía disparada.

Las nauseas me dejaron tan mal, que hice grandes esfuerzos para aguantarme las ganas de vomitar.

—Que esto les sirva para ver que no hay embustes, es la mera verdad.—Reconoció Adreti, ningún individuo puso objeciones.

Y del silencio, empezaron a escucharse aplausos.

—Ya no nos quedan dudas al respecto.—Exclamó el sujeto de porte elegante, acercándose con calma.

—Poco temor me provocas, conjurador.

—Y haces bien, tu contrincante es otro.

De el lugar donde antes Opidel estaba, se levantaron dos hombres. Un joven mugroso y un adulto de largas greñas grasosas.

El muchacho apuntó la cosa menos esperada, una ballesta ya cargada, disparó sin piedad.

El greñudo persiguió la flecha, iban a velocidades iguales.

Proyectil y hombre se aproximaron, Adreti aguardó, al último instante atrapó la saeta y arrojó una patada.

El greñudo predijo donde iba, echó el cuerpo atrás, tanta coordinación tenía que contraatacó con dos espadas del mismo largo, acomodadas en paralelo. Tomó ímpetu dando media vuelta y centró al cuello.

De la nada el tipo brincó para marcar distancia.

—Desgraciada sea tu madre...—Comentó el greñudo riéndose.

Adreti todavía sostenía la flecha, con el brazo extendido.

El altercado se reanudó, más criminales querían hacer montón.

Y esos quienes estuvieron indiferentes estos breves minutos, les frenaron los pies.

—Quisiera haberme terminado el caldo.—Musitó el señor que antes creí, lucía simplón.

Los enfrentó uno por uno, desarmado. Eludió cuchillos, espadas y estiletes. Para después dejarlos incapacitados tras lo que me parecieron, golpes de artes marciales mixtas.

Le atinó un codazo a el que intentó rajarle la cara, un seguno al mentón, lo remató con otro a la cien.

Al próximo canalizó un bloqueó, la extremidad del bandido se torció fracturada. Le arrebató el estilete y lo clavo hasta dentro del ojo de ese desgraciado.

Observé asustado la sangre que manchaba el rostro de aquel señor, con cada codazo dado en el cráneo de los criminales.

Realmente no sabía a donde ver.

Adreti y el asesino intercambiaban enérgicos ataques, bloqueos, puñaladas, marchando en dirección contraría del desastre.

...

La Guesclin lo mantenía a raya, esquivaba sus movidas y la saeta permanecía cerca.

El muchacho de la ballesta disparó de nuevo, abriéndose camino del bullicio.

Adreti interrumpió su trayecto y cambió a la ofensiva. Clavó las flechas al greñudo, que le atravesaron las muñecas hasta el otro lado.

—¡Vimizus, mal parido!—Gritó luego de soltar los sables—. ¡No debiste disparar otra vez!

—¿Frekken? ¿Estoy en lo cierto? Eres un matador muy buscado.

—¿Te pones a dar cháchara? Perra atolondrada.

El conjurador apareció, faltando un paso de toparse con ella.

—Lei'nriveit.

El comando convocó una oleada de fuerza invisible, la Guesclin y objetos cercanos fueron arrojados lejos, incluso la pared se destruyó.

—Podía con ella solo, Caless.—Reclamo Frekken, desenterro las flechas ajeno del dolor.

Caless estaba tapándose la garganta, el fino traje ahora sucio de sangre, reflejó que había sido herido de la garganta.

Su mano emitió un brillo incandescente, que curó el daño.

—Me alcanzó a lastimar, vamos a tener que ir juntos para comprobar si sigue viviendo. Aunque pongo en duda esa posibilidad.

—Tú dirás. Me dejaré de juegos y la voy a matar.

El conjurador miró de reojo, la persona cubierta por un capuz negro bajo estaba parado muy cerca.

—Reconozco a mis cofadres. ¿A que escuela perteneces?—Inquirió Caless.

—Poco te interesan mis orígenes, vendido matador.

—Oh, una mujer, es imposible que me equivoque en eso. Frekken, ve a revisar a nuestra captura.

La misteriosa dama dejó ir a Frekken.

—Eras la que estaba sentada con el trotatierras. Un estrambótico acompañante.

—...

—Me quedó claro que no quieres dialogar, grandioso.

La mujer continúo callada, formó una seña con las manos al aire y una intangible aura morada, puso el área a temblar.

...

¿Qué se supone que haga ahora? Pensé sintiéndome inseguro, sin importar la peligrosa arma que sostenía.

Estuve embobado, dejé que el señor luchará solo y aseguré el pronto final de la amenaza.

La rubia, el pensamiento me alertó y la busqué.

Oí unos pesados pisotones volverse cada vez más audibles, era ella.

¿Qué hago?

Elegí defenderme, estar al tanto de su herida me calmó, convoque siete clones que fueron a encontrarse con Opidel.

La bandida alteró su marcha, subió al trote, serpenteo y líquido mis copias sin aminorar el paso. Ningún clon pudo siquiera defenderse.

—¡Espe-

Opidel silenció la suplica que quería decir, la punta de su espada trazó una línea en mi pecho, lo juntó haciéndo un corte diagonal.

—Al menos me llevaré a un cobarde a la tumba.

Le llevo el triple de tiempo expresar esa frase que lastimarme.

Me quedé pasmado, algo debía hacer, detener el sangrado, pedir ayuda.

¿No se supone que se está desangrando? Lo repetí docenas de veces mientras perdía los nervios.

—Mamá... Policía...—Articule muerto del miedo y me abracé encorvado.

«Es claro que, carecen de valor y coraje. Tú y tus compatriotas, distan mucho de un mecena, ni digamos ya, un batallante».

Quién sabe por qué pensé tales palabras, pero las use para enfadarme y funcionó.

El enojo ahogó la ansiedad, grité dándome valor.

—¡Pudrete!

Force como nunca los límites de mis poderes, la turba me salvaguardó, un escudo viviente que se defendió mejor.

Debían ser cerca de treinta y al observarlos, recordé la táctica de las abejas, envolver el objetivo para matarlo con el calor de batir las alas.

...

Frekken miró el daño colateral, sillas rotas, mesas tiradas muy lejos.

«Me da que esa ya murió».

Por si las dudas, asegurarse no haría daño. Adivinó el posible paradero de la dichosa Guesclin. Una posada con la fachada, puerta y paredes derribadas.

Faltaba poco para que terminará de cruzar la calle que da a la posada.

La condenada emergió del hueco, en mejores condiciones de las que previó Frekken.

Sangraba de puras heridas superficiales, pero a ella le preocupó el vestido, se notó por como lo revisaba.

—Este solía ser uno de mis preferidos y mira nada más, estoy sangrando...—Musito cabizbaja, un sonido vulnerable que endulzaba el oído.

La lastimosa tonada ocultaba irá. Al levantar el rostro, Frekken tuvo escalofríos del mal presentimiento, su agudo oído captó el súbito aumento de ritmo cardíaco.

El disperso sangrado de Adreti fluyó en direcciones irregulares, reuniéndose, formando una hilera de cuchillas en sus brazos.

Frekken no probó su suerte, del cinturón saco un desconocido artefacto circular que mando al suelo.

La bomba de humo nubló los alrededores, espeso cuál neblina y el sicario escapó tan rápido como podía.