—Acabo de ver las banderas, es alucinante —Mencionó Yasu, terminando la última porción de papas rellenas.
Él y cualquiera de los que despertaron tuvieron tiempo para verlas de la mañana, hasta el almuerzo, y ahí se quedarían indefinidamente.
—Significa que pasó algo ayer, además de... —Me trabe mientras intentaba explicarme—. Lo que pasó conmigo y Aimi-san.
—Que bueno que lo mencionas, ayer quería verte pero no parecías querer hablar con nadie. Yoshikawa también dijo algo, pero la convencí de no molestarte.
—Que alivió... Me sentía bastante mal.
—Estamos al tanto, si no quieres hablar déjalo así.
—Gracias.
—Pero intenta comer, vas a pasarla peor en los entrenamientos si no almuerzas.
No me apetecían las papas rellenas con caldo de pollo, ni el pellejo de cerdo asado. Pero me force a mascar y tragar hasta que me dieron ganas de vomitar.
—Por cierto, la chica que anda siempre contigo. ¿Es tu novia?
—No hay forma, Lodrei es casada y mayor que yo.
—Increíble. Parece de la edad de nosotros.
—Tiene diecinueve.
—Lo hace más impresionante.
Y algo inmoral, pero cuide no pasarme de ser hablador. Yasu es él que me resultaba más inesperado verlo socializar. Tras darle vueltas pensé que era lógico.
Yasu no era para nada feo, la adolescencia lo favoreció. El no peinarse le quedaba y se le habían resaltado las facciones.
—¿Te das cuenta? Tú y Aimi son los primeros en enfrentar un peligro relacionado a este mundo.
—Tienes razón...
El recordar me sentaba mal, por lo que renuncié a siquiera reflexionar lo ocurrido.
Dediqué mi poca concentración a Yasu, se bebió el jugo de una sentada. Cuando ideé una pregunta que seguiría la conversación, se oyeron un coro de voces femeninas y las manijas de la entrada.
La intromisión de Zsolin puso a el comedor alerta, además la acompañaban unas mujeres extrañas. La más delgada vestía de gris y la morena de amarillo, en cambio ella, presumía un vestido de tono aguamarina.
—Provecho a todos —Agregó la rubia tras percatarse de que estábamos comiendo.
Yo y doce personas la veíamos sin entender a que vino.
—Ahí esta el valiente.
«¿Valiente?», lo dijo viéndome fijamente y se dirigió a mi.
Me encogi de hombros por la incomodidad.
—Te saludo y doy gracias.
—Ah... Pero yo no me encargue de protegerla, varonesa Zsolin. Fue Aimi-san.
—¿De verdad? —Inquirió agachada, vió mi cara y sonrió enseñando los dientes—. Acabas de contradecir mis palabras y desechar mi gratitud.
—¿Eh? Yo no quería, es que me da pena que crea que merezco el crédito cuando-
—Te estaba jaraneando, relájate.
—¿Jara que?
—Que esta bromeando —Me susurro Yasu de cerca.
—Y además, estas equivocado. No soy Zsolin.
—¿Cómo?
Juraría que era Zsolin. ¿Quién si no? La mire con los ojos entrecerrados e ignore que casi me respiraba en las narices.
Los ojos eran un tanto más estrechos, la nariz más respingona, el mentón más largo, las cejas un poco más gruesas y los pómulos menos marcados.
—Ya debiste notarlo. Zsolin es mi «Cuate». Nacimos al mismo tiempo, pero no somos gemelas.
O sea que son mellizas, la hija de Carzvurxt en realidad eran dos.
—Es verdad, son diferentes. Lo siento.
—Estas son mi compañía. Nodya Inscka y Winfaome Bivnao, que le disgusta ser llamada por el nombre completo y prefiere Winfa.
—Se oye mejor, debes reconocerlo.
—¿Y qué asuntos tiene con nosotros, varonesa? —Yasu la arribó siendo directo.
—Varonesa es dirigirte con demasiada propiedad, me llamo Hannila Carzvurxt. En cuanto al asunto, les otorgó su merecida visita. Miren ustedes, si han ocurrido tal cantidad de fenómenos estando yo ausente.
—Supongo que es lógico —Contesté yo.
—Es lo justo. Padre no les habrá quedado mal, ¿Verdad?
—No...
—Eso alegra mis humores. ¿Donde puedo encontrar a esa mujer que cuidó de Zsolin?
—No lo sé.
Hannila, decepcionada, dejo las cejas arqueadas un segundo, entonces hizo como si nada hubiera pasado.
—La buscaré luego —Comunicó sentándose alejada de mi y Yasu, no sin antes ver a los demás que espiaban de reojo.
El que estuviéramos aquí no le importó y se soltó a platicar con sus compañeras, pidió bebidas, las cocineras le trajeron copas llenas, bocadillos de mandarinas, capiñotes, pan dulce. Hannila reía sin disimulo, se sumaron más chicas que conocía de los días en la preparatoria.
El usual silencioso comedor, ahora lo animaba una comidilla de mujeres.
...
«Haré que conozcas el cielo».
Hizo falta una sencilla línea prefabricada para conseguir sexo y Aimi, dicho vulgarmente, aflojó.
Ikiel operó paciente, daba caricias blandas, susurros graves llenos de elogios, breves besos que la dejaban picada.
Actuó así lo necesario, un comportamiento de cocinero cinco estrellas y ella, representaba un manjar que requería precisa preparación.
Aimi desató el deseo, que le empapó las bragas. Miró el atractivo sin igual de su amante, rizos dorados, profundos ojos azules, los oyuelos se le marcaban al sonreir. Deseosa, lo beso excitaba, probaron el interior de sus bocas. Tentada a subir los estímulos, deslizó la mano del muchacho y tocó su trasero.
Ikiel asumió la libertad dada, presionó un punto inusual entre sus glúteos, ella cambió la inicial queja por gemidos quedos.
La chica experimentaba el gusto de ser complacida y el hombre, le aflojó los cordones del vestido. La prenda aflojada desenvolvió suavemente los hombros, pecho, busto.
La agasajo de besos, dados con malicia al cuello y clavículas. Las mañas sirvieron e Ikiel removió el último impedimento, que cubría los senos, dos maravillas ovaladas que se expandieron agraciadas, dado el tamaño, cortesía de la gravedad.
Centró toda la atención, cautivado. Aimi estaba sensible y los estímulos no sembraron dudas, de que tales acciones eran placenteras.
Cambiaron el escenario, la chica se sentó, pero el joven no. Ávido de chupar y lamer más, descendió a través del holgado vestido, lo subió.
Aimi intuyó lo que haría, miró expectante la abultada cabeza bajo su falda, sintió unas manos remover la ropa interior que llevaba, luego le sobrevino una intensa sensación de placer.
De la pena cerró los ojos, un hombre le estaba haciendo sexo oral, no demoró en gemir con mayor volumen. La experta boca que probaba el sitio más vergonzoso de su cuerpo, la transportó al extasis.
Aimi reconoció, sorprendida, el orgasmo aproximándose. Los espasmos fueron como el anunció previó, se extendieron a todos lados, enderezó la espalda y terminó.
Ikiel asomó el rostro, con expresión satisfecha.
—¿Te gustó?
—Sí... Mucho —Confiesa la chica tras recuperar una pizca de aliento.
...
—Aún se te ve malherido. ¿Sientes algo quebrado?
—Puros moratones, ya ni duelen mucho.
La bruja destapó un frasco traído de la estantería, enseguida el cuarto apesto a ruda, hierbabuena y rosales.
—¿Y por qué no fuiste a que Izol te curará?
—Yo me sano sin que me hagan curaciones.
—No está vez.
Lavikxa frotó con brusquedad los hematomas, esparció el remedio verdoso por los lomos, Malhek afrontó el brusco cuidado sin emitir ni un gruñido.
—Ponte panza arriba.
El hombre obedeció, miró al techo con aquellos temibles ojos de pupilas rectas, cuya iris cafe cobrizo casi cubría toda la esclerótica.
La bruja meneó la cabeza, y acomodó un mechón blanco que le estorbaba, tuvo la misma piedad que la primera vez.
—El desgraciado que dejo estas marcas la pagará, los santos lo saben, que no perdonó y mi rencor no se marchita.
—Malhek, como camarada, recomiendo que elijas la resignación.
—¿Me aconsejas resignación? Vaya camarada estás hecha, si así pisoteas mis rencores.
—Lo hago en beneficio de tu vida. ¿Qué pudo dejarte así?
—No era un "qué", si no un "quién" —Detalló el hombre, que hurgo las memorias de ese día—. El condenado era un «Mala-Sangre.»
—Disparates —Musitó sin dar crédito a las palabras de Malhek.
—Ojalá lo fueran, que más quisiera yo, así la humillación no estaría haciéndome escupir bilis.
—¿Pero a cuentas de qué ese ajeno te daño?
—Una pelea Lavikxa, estorbo en mi trabajo, el que tú desapruebas.
La bruja le dio la razón cuando frunció el ceño molesta.
—Ya voy entendiendo. Prosigue.
—Mediamos por las buenas, ni él ni yo cambiamos de opinión, y lo dejamos a la fuerza... Él venció... Me venció a mano limpia.
—...
—Esa angustia que traes no es por mi —Aseguró Malhek.
La bruja siempre portaba una sosegada mirada melancólica, así estuviera riéndose, enojada, aburrida o preocupada.
El hombre la conocía hace tanto, que notaba los cambios de humor, revueltos en el perpetuo estado anímico que Lavikxa tenía.
—Tu juicio es acertado.
—¿Y si mejor me libras de la intriga y lo cuentas?
—La rapaz que fue capturada a raíz del intento de magnicidio, es una «Codigo Llave». Le miré la marca, averigüé cosas de ella, está aliada con un Marchante... Staniskao "El Oportunista"
—¿Staniskao? —Malhek se sentó.
No le asustaba saberlo, pero los que narraban las historias referentes al mercader, advertían la peligrosidad de un individuo capaz de resultar victorioso siempre y el dominio que poseía.
Staniskao escaló a la cumbre, de aquellos con los que nadie cuerdo acostumbra meterse, pues el marchante mueve las cosas que consume y vende la prole.
—¿El varón Carzvurxt lo sabe?
—Se lo adverti antes que a ningún otro, sabe hasta el detalle más vano.
—¿Y actuará según lo que esperan su gente? Dicho mejor, la justicia y los intereses de los Guesclin, que debieron amanecer impacientes.
—Eso no me consta... Ni a mi o a ti —Respondió la bruja pensativa.
...
A mi y los demás nos mandó a llamar Izol. Espere que quizás dado lo que pasé ayer, me dejarían descansar.
Yasu se había adelantado, por petición mía. Las nauseas que empecé a padecer se convirtieron en un malestar extraño, casi igual que ese el cual sentí con Opidel.
Pero me pare y fui a la sala de practicas. Cerca vi a Michikata de nuevo escabullirse, cargaba una botella de alcohol en la mano.
Al entrar miré a los compañeros de siempre, con la novedad de que Christian, el que faltaba seguido, estaba aquí.
Lo acompañaba alguien más, una mujer morena, portaban el mismo raro uniforme.
Recogí la espada y procedí a practicar solo. Eso pretendía hacer, pero no pude ni hacer dos movimientos.
Me interrumpió un malestar peor que los otros, bloqueó mis pensamientos, de la nada tuve arcadas, tire la espada y caí de rodillas. Un suceso tras otro, no tenían fin.
Empecé a sollozar, ya no quería hacer nada excepto morirme, que alguien me abrazara, necesitaba cariño, luego quise ponerme en pie para irme corriendo.
Gatee con la mente todavía bloqueada, repetía la misma línea en mi cabeza.
No puedo, no puedo, no puedo, no puedo.
—Seita, Seita. Ey, tranquilo, tranquilo. Respira —Empezó a decirme Gwen, que acudió a mi ayuda casi inmediatamente.
Pero ni pude decir algo, seguía llorando entre jadeos ahogados.
La pelirroja ayudó a ponerme en pie.
—¡No se acerquen por favor! ¡Esta teniendo una crisis!
Sentí que otra persona la ayudaba, debía ser Christian, revise su ropa aún con los ojos humedecidos.
—Hay que llevarlo a su cuarto, no puede estar aquí, no así —Lo escuche decirle a Gwen con voz queda.
En el trayecto pude dejar los llantos, pero me seguía costando respirar un poco.
Mi cerebro volvió a la normalidad, el malestar disminuyó.
Una vez acostado, comencé a calmarme. La pelirroja y Christian se quedaron para vigilarme.
No les presté mucha atención, de pronto el agotamiento mental hizo que tuviera sueño.
—Seita. ¿Estás mejor?
—No... —Respondí con la voz quebraba—, no se que me pasa.
—Si quieres puedes contármelo.
—¿Por qué? No te conozco, tú a mi tampoco. Somos desconocidos...
—Tienes razón —La pelirroja sonrió, caminó hasta la cama y se sentó en el borde—. Pero puedo escucharte.
—Gracias...
No solía considerarme de los que lloran o son sensibles, pero ahora volví a llorar.
—Me siento muy mal... Solo, no tengo a nadie... No sé que hacer, mi vida no tiene sentido... Me quiero morir.
Estuve diciendo muchas cosas. Vergonzosas, negativas, exprese mis miedo sin tapujos, luego lloraba otra vez.
Gwen en ningún momento me interrumpió, presto oídos a mis palabras.
Christian igual, desde la misma distancia del principio y juraba que... Se veía muy afectado.