Transcurrió la medida de tiempo ideal, para dar a conocer cuanta paciencia posee el muchacho.
Izol de ninguna manera pretendía portarse abusiva, la labor que ejerce necesitaba parar oreja.
Nos quiere convertir en soldados. Un techo y alimento no valen lo suficiente para ir a la guerra...
Luego de Seita, esperó que ellos entiendan la diferencia de civiles y reclutas entrenados. Si Carzvurxt quiere un soldado capaz de pelear, aquí estoy yo. No dejaré que arriesguen sus vidas...
La decorativa caracola repetía los sonidos del salón de lectura, y el verdadero interés, conversaciones. Una cacofonia especial, encantada.
Eh ahí el porque Lleddu Inscka, pretendía cederle la primera palabra.
—Las maromas que dieron, dan mucho que decir —expresó Izol.
—¿Fueron de agrado suyo? —comentó al estirar una frívola sonrisa.
—De serlo, no hubiera dicho "maromas"
—Pido su perdón. Pero en afrentas, no caben manos ajenas. Se resuelve por los implicados.
—Una afrenta que requiere de tercios, bajo techo aliado.
Lleddu la vaciló, con aquella mueca de alivió y desdén. Pasaba la yema anular por el inservible sable partido.
—El Guesclin fue consecuencia de las circunstancias y mi insistente intriga.
La declaración encajó mejor en el asunto de Izol.
—Buscabas pleito con Christian... —ella no lo preguntaba—. Me ofende de sobremanera las conjugaciones que he armado. Venías en calidad de matón.
¿De qué otra manera puedes orillar a combatir un inoperante como aquel trotatierras?
—Es avispada —confirmó el muchacho.
—Más saben los santos por viejos, que por santos.
—Baje las zarpas. Mis conspiraciones ya son pasado. Y eran vagas... la malicia de esos trotatierras es invalente, los tiene domados.
Izol filtraba cualquier mentira, inclusive las elaboradas por expertos. Lleddu relataba verdades, y ella eligió el perdón.
—Aún si amenazabas, has jurado-
—Salvaguardar según los padrinos de mi juramento. En todo momento lo hice cumplir... lanzó un lajario al azar, si usted no sabía lo acontecido en Ailomzo —aseguró el muchacho.
La conjuradora no tendría razones de negarlo, sin embargo dejó la confianzuda apuesta esfumarse.
—El responsable se veía como sus doctrinos. Idénticos, de hocico a rabo. Daba chácharas fuera de lugar, proclamó hacerse con la vida de dichosos "compañeros" y dio la casualidad de que reposaba... si manchas el fierro, estás en deber de esperar lo mismo. Sentí ganas de darle una lección, a eso no se le consideraría "valentía" ni "salvavidas"
»Peleamos y los santos me escupan. El malamen rebasaba, de pura fortaleza acabó guardianes, afiliados suyos... sus motivos de amargura y resentir. Llegó el turno mío... vencí. Pero sude, peleé como en la vida había hecho. Los dotes de ese trotatierras, me fueron incomprensibles y de tener validados. Entenderá que viendo más de "éstos" mostrará justificable reticencia.
«Comprendo cuestiones distintas, así además tu poderío de vencer poderes mayores».
—Perdonaré tus desplantes, en tanto guardes distancia.
Lleddu guardó la hoja maltrecha.
—¿Y cómo procedo si requiere la ocasión?
—Se sabrá a su debida llegada.
De nuevo, la conjuradora reservaba detalles invaluables.
...
Iniciada la lluvia, Tamara aceptó el prudente consejo dicho por Christian.
«Tu habilidad funciona mejor si no hay tormentas».
Las inmediaciones climáticas importaban poco. En cambio, habría que culpar al hambre e innegables necesidades egoístas, de tener comodidades.
La opresiva milicia suele cambiar quién eres, excepto, si te refieres a Tamara.
«Me lo tenía merecido». Se justificó ella el tercer día y esa tarde retomó la búsqueda.
De haber llovizna o no, suponía mojarse, a meras consideraciones generosas... de unas contadas gotas.
Tamara, haciendo uso del sentido literal, planeaba con la soltura y ancho de un hilo milimétrico. Habilidad obtenida tras años entrenándose.
Suponer, que únicamente maneja hilos, son conclusiones faltas de imaginación.
Descendió con éxito el aterrizaje.
Le dieron la bienvenida tres mil kilómetros de blanca arena costera y porosa superficie, picada de guijarros.
Recuperó de inmediato la corpulencia de sus proporciones, igual que una engañosa ilusión óptica, que distingues si cambias el ángulo.
«Red de Tres Sentidos» citó Tamara a conciencia. Las finas hebras que surgían debajo de sus uñas, autómatas y escurridizas, cerraron el perímetro completo, delimitado y tejido con el artístico estilo de los arácnidos.
Oído, tacto, olfato. Ahora esos sentidos cubrían todo; suelo, vegetación, animales.
Tamara presumía de haber desarrollado el radar perfecto. Pero hoy, debía lamentar la ausencia de blancos.
Apenas arrancar, se desplazó a velocidades incansables, y rastrillo el terreno.
Sesenta segundos le pareció poco horario de trabajo.
«Mejor reviso toda la zona».
...
—Con tiento... con tiento Odbvill —pidió Lodrei, por encima de chirriantes protestas que daba la madera.
Cabe aclarar, que ella permanecía consiente del grave incumplimiento como servidora. Entretanto sufría el bochornoso arrepentimiento. Su marido consumó la cópula, el exacto momento que ella caía en deleite, de aquel descuidado bamboleo.
—Los santos te colmen en dicha... la hermosura tuya merece todas mis alabanzas, consorta mía —farfulló él, pegándose a la espalda de Lodrei. El sudor los fusionó y le originó temblorosos hormigueos—. ¿Te marchas, Lodrei?
—Debo cumplir mis obligaciones —replicó poniéndose el arrugado camisón.
—Razón te llevás. Pero mis fuerzas escasean, descansaré.
Lodrei escudriñó por el espejo. Odvill estaba listo para dormir.
«Es ahora». La casada actuó sigilosa, del revoltijo de peines y broches sustrajó una botella bruñida con color bronce. De estos tres años, su marido jamás revisaba ningún cajón.
—Ese bufete es cosa de ustedes las mozalbas —dijo él cierto día.
Contempló la sustancia naranjada disolverse en la tácita.
«Cuida que no transcurra el triado alba o te puede perjudicar» pesé al tiempo transcurrido, el consejo de Lavikxa sonó reciente.
Sobraban dos amaneceres, pero a Lodrei, la atemorizaba ser descubierta y aprovechaba beber «Extracto de Russe», nada más tener la ínfima oportunidad.
Cuando la bebió toda, respiró tranquila, consiente de que hacía, segura de truncar una posible bendición y volverse madre.
«Perdonen mi falta, santos, y respeten mis deseos de rechazar darles otra vida».
Cada ocasión, le costaba menos portarse indiferente tras rezar.
Mientras ocupaba esfuerzos para verse presentable, contempló directamente el reflejo, era ella; ojos índigo, gama combinada de azul y violeta. La densa crin penumbrosa del matiz amaranto, aquel evidente lunar asentado en la proximidad del pómulo. La pérdida de grosor de sus labios, conforme iban a las comisuras.
Les dio brillo al aplicarse una pomada rosa especial.
La jornada consumió cerca de media tarde, Lodrei trasladó el seso al turno de cocina, tan entregada que cuando la mandaron a entregar comida, tenía entumecido el espinazo e incómodas ampollas.
Tales dolencias, impidieron dejarla replantear el destinatario y transitó el alojamiento de los trotatierras, inmersa en divagaciones.
La íntima plática, sobrepasó la estancia cerrada y Lodrei prestó oídos.
—Te lo dije. Quienes estuvieran ahí, deben estar lejos y quién sabe que cosas hacen.
Aquella voz, ella la definió como femenina.
—Lo suponía, pero también he ideado una estrategia. Ya lo resolveré con quién toca.
«Ese es el Christian», adivinó Lodrei, con la mejilla presionada al marco.
—Como que ya estás buscándote demasiado trabajo, ¿no creés? —al reclamo secundó el desdén—. Y yo jurando que si un día fueras libre, dejarías la porquería de obedecer y cortar cabezas.
—Aquí no tenemos gobierno que nos mande, Tamara. Es mi decisión defenderlos a todos.
Ella paró oreja, debería estar impedida de la audición para confundir aquel silbido, sonaba que sacaban filo.
—Ya... ¿es seguro que digas tanto?
Lodrei contuvo el descuidado aliento.
—Sí, me aseguré.
—Bueno, quitando el cuarto de la bruja esa, tengo oídos en todos lados y averigüé algo.
—Te escucho.
—Mañana van de salida, dos grupos, cada uno se moverá por su cuenta. Al sureste y noroeste. Planean atacar un sitio lejano días después, parece que enviaran a todos los niños que tanto defiendes.
De pronto Christian prorrumpió en una queda carcajada.
—¿Qué?
—Tienes la libertad que tanto pedías, Tamara, pero sigues ayudándome.
—Con la diferencia de que es porque se me da la gana... en fin. Pasalé, tú, la que lleva rato parada en la puerta.
Lodrei por poco tira la bandeja. Nerviosa y falta de ideas, aguardó ser atrapada.
—Que bonitas son las «mushashas» en este rancho —dijo la extraña en tono mordaz.
Ambas mujeres se observaron, pero Lodrei fue la única intimidada por aquella joven trigueña; de pelo castaño matizado con destellos dorados, cuya melena simulaba el río ondulante, hasta culminar en unos delgados hombros. Sus cejas eran cuidadosas pinceladas, para destacar los ojos, preciosos, almendrados y pulidos del color oliva.
—No vayas a lastimarla —advirtió Christian, como si su machete puesto en los muslos no existiera.
—Sabías que nos espiaba.
—Y se que Lodrei sabrá guardarnos el secreto.
—Como quieras —la morena fue alcanzada por el olor del estofado y sonrió —. Vamos a fingir que nada más traías la comida, ¿si linda?
—Como ustedes digan... —farfulló Lodrei.