El conglomerado, aquellos acostumbrados a entrenar, miraban nerviosos. Christian, los llamaba «japonesillos». Dios ignoraba todas sus plegarias, así que, desconocía la causa de estar aquí con ellos. Aún así, haría lo único que él sabe hacer, proteger.
«Que sepan cuan capaz eres» se dijo Christian y posicionó el filoso sable «colgando a la izquierda». Sostenía el mango con ambas manos, apoyado en el brazo izquierdo, y la hoja pendía hacia abajo.
—Que «retén» más vistoso —comentó Luk Guesclin que tiró la vaina descuidadamente, e hizo giros de molino, por medio del sable azabache que desenvainó. La confianza afianzó su sonrisa burlona.
El hispano mandó al diablo las restricciones, sobrado de tiempo, impuso la presión de su aura y frenó el caminar de ambos atacantes.
La sala pasó a ser un sauna, sofocante e incómodo. El cambió indujo inquietud, sorprendidas exclamaciones y desmayos aleatorios.
De Luk se esfumó la arrogancia, vió intrigado algo.
Christian sabía que lo veía, su energía expuesta. Una cascada serena, que giraba en densos remolinos grises.
—Lo presuponía, de sobra me se que poseen unas intrigantes artimañas —dijo Lleddu Inscka, la alegría bailó en sus labios.
No hubo más perorata, se abalanzaron, fueron tres cometas, inalcanzables para los expectantes testigos.
Al encontrarse, hubieron temblores y el resonar de hierro maltratado.
Christian sonrió, impávido de las chispas y el sonido suplicante de sus armas. Los hizo arrastrar las suelas, mientras empujaba contra ellos.
Luk y Lleddu opusieron resistencia, el suelo echó polvo, resquebrajado a sus pies.
Christian repelió sus oposiciones, respiró lo mismo que parpadeó y empezó un compás histérico, ataque y defensa.
La batalla representaba al más puro estilo, lo que es un todos contra todos.
Era igualado, el tiempo que intercambiaban tajos iba prolongándose, y la sala parecía zona sísmica debido a las pisadas.
Luk arremetió fieros espadazos, dejaba caer el peso del mandoble desde arriba, repetidamente.
Lledu picaba mortíferas estocadas, a lugares que ellos flanquearan; costados, muslos, axilas, cuello.
El hispano truncaba movimiento tras movimiento, con bloqueos simultáneos y retrocedía asiduo. Lleddu evitó su tajo diagonal, al marcar distancia, saltó por los aires.
Aterrizó detrás de Christian, de inmediato dió una estocada circular, que casi atina perforar su garganta.
Fijándose en las desigualdades, Luk centró la marea de golpes directo a Lleddu, Christian acompasó el ritmo.
Lleddu Inscka retuvo, aguantó, cambiaba de guardia conforme mejor le favoreciera y serpenteó, volviendo sobre sus pasos.
Christian supo, que el chico maniobraba su sable parecido a un florete, giraba la punta y cambiaba su centro de gravedad.
Tras un riposte, contraataque inmediato, algo pareció romperse,
Luk hizo añicos el arma de Lleddu. Brillantes pedazos diminutos, botaron por todas partes.
Christian lo tomó en cuenta, actuó según quiso, retiró ambas manos del machete.
Un poderoso golpe seco azotó las cuatro paredes, que en realidad fueron dos, uno a la boca del desarmado y al arrogante Guesclin, a la oreja, con ímpetu extra ganado al girar sobre sus talones.
Christian atrapó el mango, que descendió unos milímetros, prueba de la presteza con que cometió aquellos ataques.
Los dos contrincantes, Lleddu y Luk, estaban espaldas al muro, obra del hispano.
Christian admiró el temblor de su mano, midió el nivel de esos hombres, eran fuertes.
Transcurrieron, unos brevísimos instantes, y el duo estaba levantado.
—Que desdicha, he quebrado fierro valioso —lamentó Lleddu, cuyos dientes y encias sangraban, conservaba aquel frivolo ánimo del principio.
—Déjense la platica para cuando haya un vencedor —clamó Luk ansioso, con venas hinchadas—. Me habrás golpeado, trotatierras, más no te bastará... así avientes el sol sobre mi.
—Pues... podemos intentarlo —dijo Christian al envainar el machete.
El espacio alrededor de Christian, fluctuó deformado. Arriba de su cabeza surgió un microscópico fulgor, creció hasta escalar, el tamaño de una aceituna.
El hispano miró donde Izol, la hechicera recitó palabras ininteligibles, con la urgencia de quién previene una catástrofe.
Y Christian desató aquella calamidad, liberó la minúscula esfera.
Estalló como bomba, energía pura concentrada, que propagó destrucción.
Christian, parado al ojo de la tormenta, permanecía quieto, resuelto. Captó el matiz naranja que teñía cualquier rincón disponible.
Debía haber sido magia, pues ante Izol y los muchachos, había un raro reflejo, como vidrio templado.
«¿Una barrera?» intuyó Christian.
Luego de la onda expansiva, el retumbar y mucho polvo. La marca de la devastación fue un enorme crater. Cavidad perfecta, que demostraba la futilidad del desafío.
—Pensé que la pelea había acabado —dijo Christian eclipsado por el humo, palabras dirigidas a los dos individuos atrás suyo, que amenazaban degollarlo.
—Considera éste actuar... un desafío, el miedo no ahonda en conocedores de la muerte —declaró Lleddu.
—¡Ha sido suficiente! —los interrumpió Izol—. No daré permiso a más fútiles afrentas. Acaben sus amenazas y bajen esos sables.
Christian dio un relajado encogimiento de hombros.
—Se acabo el show compas.
...
—Yo creía que íbamos a platicarlo solos.
Al blando reclamó de Christian, Gwen arqueo una ceja y puesta cruzada de brazos, su lenguaje corporal expresaba enojo.
—Ellos merecen saberlo tanto como yo.
—Ya entendí.
No por nada ella se lo había llevado del salón, la sorpresa radicaba en que, también consiguió reunir a todo el grado A.
—Sí lo entendiste, explícanos todo por favor —protestó Gwen.
Christian les reveló la misma seleccionada información, que conocían el varón Carzvurxt y demás subordinados. Cuando eligió decirles más, alguien que él ubicaba bien, lo interrumpió.
—¡¿Estábamos viviendo con un asesino a sueldo?! ¡Genial! —exclamó Isamu.
—¡Más bien es como un súper militar! —argumentó Obata, seguro de su respuesta.
Christian aplaudió para llamarles la atención.
—Háganme caso chicos. Esto no es un juego, están viviendo en la casa de un señor feudal. Lo han visto, tiene poder militar, aliados similares, riqueza, estatus. Carzvurxt es el mero mero, el jefe pues. Pero es bueno. La verdad esperaba cosas peores aquí.
Gwen bufó antes de retomar la palabra.
—Nos quiere convertir en soldados. Un techo y alimento no valen lo suficiente para ir a la guerra.
—Luego de Seita, esperó que ellos entiendan la diferencia de civiles y reclutas entrenados. Si Carzvurxt quiere un soldado capaz de pelear, aquí estoy yo. No dejaré que arriesguen sus vidas —expresó Christian, mirando detenidamente a todos.
La pelirroja esbozó una leve sonrisa de agradecimiento, y los muchachos bajaron la mirada incómodos, avergonzados de aquel discurso. El recibimiento general, vino por una única minoría, la pausado ovación de aplausos.
—Bravo, Christian-san. No cabe duda de tu posición como adulto responsable —comentó Ichika, hablaba con propiedad y sonreía de manera enigmática—. Has sido claro, reconozco tales virtudes. Sin embargo, debes perdonar si difiero sobre ciertas discrepancias de tu parte, dichas anteriormente.
Gwen pareció querer contradecirla, pero Christian le hizo una seña de que la dejará continuar.
—La gran mayoría, parados aquí, somos adultos. Un adulto es consiente e independiente, para tomar sus propias decisiones. Como respuesta mía, doy mi sincera gratitud sobre aquellas preocupaciones. ¿Soldados? ¿Guerra? Puedo garantizar que Izol no planea tales malintencionadas ideas. Si eres lo bastante perspicaz entenderás que es ella la mandamas.
—¿A qué quieres llegar Ichika? —inquirió la pelirroja, tenía el ceño fruncido, la raíz no era enojo, sino preocupación.
—Solo quería decir a oídos de todos que, llegará el día donde deberán elegir.
¿Elegir? Nadie formuló la pregunta, pero el consejo de Ichika escondía dobles intenciones.