Aclimatados seguidamente de terminar el acto intimo, Luk Guesclin, aún desnudo, se calentó próximo a la chimenea.
—Creo que nuestros padres estarán satisfechos de que vayamos a ser cónyuges.
—Anda, ¿únicamente tú dabas la respuesta definitiva? —Opinó Zsolin cobijada hasta la cintura, con el rostro sonrojado, el cabello revuelto y mojada de sudor.
Fisgoneó descarada el insólito monumento de músculos, buen porte y vigor andantes.
—No, ¿puede ser qué ya no quieras casarte?
—Mis oposiciones del principio han quedado en el olvido. Aceptó dichosa la unión.
—Loados sean los santos, una carga menos para mi queridísimo abuelo.
—Tu abuelo —Musitó la rubia, interesada—. No creí que fueras hombre de familia.
Luk, desidioso de arroparse, asumió con grato orgullo el comentario mordaz.
—La plebe podrá considerarme osado y soberbio, lo soy, pero guardo muchísimo aprecio por mi sangre. ¿Conoces la historia del viejo?
—Muchas hazañas se cuentan de tu abuelo.
—Esta es sobre porque lo llaman "El Sanguinario"
Zsolin guardo silencio, a fin de permitirle contarle la primicia e inedita leyenda.
—Mi abuelo quería demostrarle su valía a su padre, sabía mejor que todos sus pocas posibilidades de tener liderazgo alguno, siendo el quinto hijo. Por aquel entonces un grupo de matadores, mecenas fugados y mala sangres formaban una problemática cuadrilla, invadían las tierras donde vivíamos, asaltaban caminos, secuestraban hijas de duques, emboscaban mecenas. Les dieron muchos nombres, La Parvada, Los Sufridos, La Masacre Andante. Como sabes, lo nuestro es pelear. Sin embargo, mi tío abuelo mayor, Sotolla, tenía otras ideas, quería que nos dedicaramos a generar mayores riquezas y no lidiar "vanas trifulcas donde solo vamos a ensuciarnos" —Luk soltó un bufido desdeñoso, que reflejaba sus ganas de poder burlarse en la cara del fallecido familiar—. La Masacre Andante era más que un grupillo de rebeldes y ladrones, habían repelido y escapado de muchos intentos del rey por capturarlos. No bien cumplidas dieciséis vueltas de otoño, mi abuelo rindió su gabela. Asedio sólo su guarida, bien entrada la madrugada, donde ni los grillos cantan. Dicen que los villanos se despertaron cuando empezó la pugna, oían los gritos y pedidas de clemencia, las moribundas oraciones a los santos por salvarlos de él, Zegi Guesclin. Tuvo la audacia de dejar a uno vivo, para contar su proeza. En su retorno, muy sí acaso sentía el hambre y nada más. De tantos hombres, ninguno valió más esfuerzo que un paseó al campo y mi tío abuelo, no pudo protestar cuando se postuló para ser el que los liderará al morir mi bisabuelo.
—Y luego conoció a su esposa, ¿o me equivocó?
—Ah si, desde luego. La abuela Gizela —Pocos ánimos predisponía el Guesclin de relatar la romántica unión que tuvieron sus abuelos.
—Me hace ilusión conocerla, Adreti siempre esta diciendo algo sobre ella.
—No es novedad, siendo la más consentida.
—¿Qué tan cierto es lo que se cotillea sobre Gizela? Quienes la han visto aseguran, que no ha envejecido un solo día desde que esta casada.
Luk se fue a sentar en la esquina de la enorme cama.
—¿Tanto les asombra una mujer cuya juventud se conserva? Solo el abuelo sabe cuantas «vueltas de nacimiento» tiene.
—Quisiera verme como estoy toda la vida, es algo que pienso a veces.
—Faltan buenas largas temporadas para que tengas esas preocupaciones.
Zsolin pensó que ya debían irse a dormir, pero el joven abordo otro tema.
—¿Tienes curiosidad por saber algo que averigüé?
La muchacha abordaba mal las intrigas, y adivinarlo no suponía de ojos agudos. Bastaba ver como dejaba de sonreír.
—Depende.
—Antes te confesaré que son buenas nuevas, pusiste una cara terrible.
—Cállate... ¿Y qué buenas nuevas oíste?
—De tu melliza, Hannila ya llego.
...
Demasiados incidentes privaron al varón, Biffel Zaviesz Carzvurxt, de siquiera alimentarse. El cuenco colmado de «frijoles recios» reposaba intacto y frío.
La hija que esperaba ingresó a paso atropellado, alocada, ahogándose de risa.
—Ah, padre.
—Hannila —Respondió Carzvurxt, escondió el disgusto que le amargo la garganta.
Hannila acudió a su padre y lo estrechó colgándose de un brinco.
—Llegué hace apenas, les dije a Lavikxa y Qamiw que tomarán ventaja en el camino y me dijeron lo que sucedió. ¿Qué aconteció? ¿Y Zso?
—Zsolin esta sana. Acordamos que la visita con tu abuelo sería breve.
—Y así es como fue. No es que la morada del abuelo sea de lo más placentera. —Confesó y le quitó los brazos del cuello.
—¿Y a qué se debió ésta inaudita demora?
—Doy garantía que no es lo que me esperó, crees ahora. En mi vuelta, supe de unos chismes que se contaban, creí que ibas a querer corroborar si los sabías.
La somnolencia, preocupación y el agotamiento, contribuyeron a que el varón cortará la explicación.
—Ya estoy enterado, me avisaron del corro que tienes metido en la sala de visitas.
—No me refiero a un corro de menesteros, sería irrespetuoso —La mera ilusión de traer villanos le produjo fastidio, sin poderse estar quieta, Hannila reviso los cuadros de la pared.
—Los servidores que los recibieron no supieron decirme que familia son. Déjate de tanto misterio Hannila.
La muchacha giró triunfante.
—Quería que intentarás adivinar. Lo que te traje, mi amado padre, son posibles aliados de casta importante que se tenía por acabada.
Carvurxt se percató, de que su hija contaba la pura verdad y eso, implicaba demasiadas cuestiones.
Su memoria evocó un hecho histórico reconocido, la infame «Caída Familia».
A semejante revelación, le sobrevino la intromisión de alguien.
—Madre —Saludo Hannila.
La mujer frunció el ceño, se le notaba la intención de querer reprender a la muchacha, soportó tales ansias y miró donde Carzvurxt.
—Biffel, las visitas aguardan.
—Gracias, Onna.
—Voy contigo padre. —Se apuntó Hannila, el varón la detuvo.
—No, hay cosas que quiere decirte tu madre. Les daré privacidad.
Los servidores vieron pasar al varón urgido, prorrumpió el salón privado, puede que demasiado impaciente.
—El varón Biffel Zaviesz Carzvurxt —Anunció el sirviente que le pisaba los talones.
Brindaron su atención, expectantes, Carzvurxt analizó a la espera de reconocer alguna cara, y sentir que Hannila exageraba.
No los ubicó, pero leyó lo que delataban a simple vista. Una familia de cinco, iban lo suficientemente arreglados para demostrarse pudientes. La tradición dictaba esperar de pie al anfitrión, así lo hacían.
La muchacha sobrante, ocupaba asiento aparte, cohibida.
El anciano de la familia habló primero.
—Tiene buenas tierras varón.
—El fruto del pueblo, dígase mejor, la trabajamos todos.
—Como debe ser, sí... Lleddu, tú la llevas, dasela.
Lleddu, el muchacho que de seguro era el integrante más joven, le trajo obsequios guardados en un saco amarrado.
Lo remedó la jovenzuela, apenada entregó una caja sellada.
El servidor disponible en caso de ofrecerse algo, los recolectó y llevó afuera, el varón Carzvurxt fue al mismo sillón que siempre usa.
—Siento decirles que, no los conozco, ni pude verles parentesco alguno de conocidos.
—Un milagro sería que lo supieras —Argumento el anciano, quien volvía a tener la palabra—. Pero si sabes de la Caída Familiar.
—Esa historia la sabe hasta el plebe iletrado menos listo.
—De mejor modo no puede decirse pues. Que se la saben, les preguntas y la cuentan de corrido. ¿Y nosotros? Olvidados, estamos olvidados. De cinco décimas y otras dos, quedaron sobras. Mi familia tampoco se pudo levantar, otros tiempos hicieron, pero las fuerzas no me dejaron, no sabiendo que si un día me casaba, mis hijos iban a pasar de ayuno. Mucho me costó y aquí andamos. Hoy con orgullo puedo decir que somos, Los Inscka.
A su última oración, el anciano la embutio de poder y emoción.
Y Carzvurxt, que raras veces siente sorpresa, fue sorprendido dos veces esta madrugada.
—¿A qué nombre responde?
—Carfrel, Carfrel Inscka.
Carfrel estaba avanzado de edad, mínimo debería tener ochenta años, usaba bastón, un sin sentido. Nadie opinaría que luce acabado o senil.
—Y mi familia.
Los presentó de manera desorganizada, la nieta, Nodya Insckav; De cara tenebrosa y atractiva, miraba a través de unos grandes ojos hundidos azúl grisáceo. La genética pareció esforzarse en reforzar el adjetivo "tenebroso" haciéndola flacucha, tan pálida cual campo nevado, contrastando con una cabellera morena cortada a lo «Campo Medio». Un por demás rechazado estilo de cabello; cortó de un lado y largo del otro.
La hija, Luieb Inscka, pese el evidente parecido madre y primogénita. A manera de contraste, La Matrona gozaba de exuberantes curvas y rebosante busto, ajustados a su saludable robustez. Los cuarentas no estorbaban nada la innegable hermosura que Luieb mantenía. De disimulada nariz aguileña, almendrados ojos safiro, maduras facciones y lacio cabello negro que cargaba suelto.
El yerno, Maorr, de casta humilde. Musculado como cuidadosamente inmaculado, escuchaba atento y cruzado de brazos, el pelo rubio relamido con cera para cabello, la visión debía fallarle, pues unos lentes de armazón color bronce servían de soporte.
Y el nieto, Lleddu Inscka...
El vacío de información que tenía Carzvurxt lo fastidiaba, Los Inscka, el apellido no servía, en cambio descubrir el nombre del muchacho ayudo.
Lleddu, apodado "El Talentoso" o llamado igualmente "El Abarrota Tumbas" ganador de tres «Afrentas del Invierno» y veintiséis combates a muerte. Y no alcanzaba los dieciocho. Joven, bien parecido, rondado de unas vibras más siniestras que Nodya, le cruzaba una cortés sonrisa.
—Yo soy Winfaome Bivnao, varón —El interés se dirigió a ella.
Cuando conocían a Winfaome, la gran mayoría reparaba primero en la exótica piel aceitunada, un rasgó de las fieras tierras de Urz. Mezclado también de una característica similar, cabello pelirrojo. Una mata de pelo rizada, que estaba controlada por una diadema. De lo demás, la muchacha, sencillamente bonita, llenaba un vestido que le ajustaba unas anchas caderas y cintura regordeta.
Sonreía y miraba inquieta a todos, tenía los ojos castaño claro.
El varón de igual manera no tenía constancia de su existencia.
—¿Que orden ocupas?
—Tercero.
—Tengo en mi presencia una familia completa, y la terciaria como enviada, voy a suponer, de séquito.
—De ser posible, no solamente trabar amistades con su hija, poder formalizar una alianza... Sí usted lo quiere.
—Alianza —Constató Carzvurxt.
—La varonesa Bivnao nos ganó la tirada —Intervino Luieb—. Viajamos a la espera de comunicarle esa misma propuesta. No solo es riqueza lo que mi padre ha obtenido, recuperamos el poder, el que se había marchitado tras tantas generaciones malditas.
El varón entendió sin necesidad de explicarlo.
—Se acercan los tiempos de antaño, varón Carzvurxt. Somos el comienzo, otros tantos irán levantándose. La maldición que casi nos extermina, ha desaparecido.
Desde niño, Carzvurxt no osaba precipitarse, las decisiones acarrean resultados, destinos enredosos, impredecibles.
Una alianza sembraba preguntas, plasmaba visiones, un cambio de imagen considerable.
¿Qué razones apoyaban el deber aceptar?
Como anticipándose, Luieb desdobló encima de la mesa el estandarte que tiempos remotos, represento su linaje. Un símbolo enredado pintado de rojo y fondo fucsia.
—Que los santos sean testigos y avalen nuestro juramento. —Exclamó la mujer.
Los Inscka sacaron estiletes, abriéndose la muñeca derecha.
Winfaome los miró sobresaltada.
El varón habría reaccionado distinto, si no supiera el juramento.
Luieb prosiguió concentrada, el perder sangre no les inquietaba y el estandarte la absorbía.
—Juramos a bien de la familia Carzvurxt, que nuestra lealtad sea demostrada aquí, la sangre como prueba, las palabras como ley. Juramos lealtad a los nombres de los santos; Yuseuzz, Agna, Urziker, Liohages, Qecce, Kenake, Tramsi, Zandjia y Aremma. Que su presencia garantice la valía del juramento.
...
Permanecer tirado o levantarse. El salir de la cama significó una respuesta definitiva. Elegí pararme y ver la realidad.
Corrientes frías me helaron las narices, ¿estaremos cerca del invierno? Vi el sol salir, docenas de kilómetros atrás de el inmenso océano, y posteriormente ser eclipsado por las nubes.
Desde la colina que escale, el espectáculo fue hermoso.
Baje unos minutos después, sintiéndome mejor, motivado.
Debería agradecerle a la hechicera que salvo mi vida, luego hablar con Christian, resolver mis asuntos, entrenar mejor.
La subida se ubicaba algo lejos de los cuarteles y dormitorios. Apenas llegar, miré la muchedumbre dirigirse rumbo desconocido, al seguirlos mire amontonada la multitud en medio del lugar.
¿Qué esta pasando?
Lo averigüé abriéndome pasó a empujones, aunque primero había visto los escalones de la plataforma. Parecía un modesto escenario para actuar o bailar.
Nada que ver, la única persona arriba estaba encerrada por una tabla de la cabeza y manos.
Opidel todavía tenía un ojo hinchado, el labio, pómulo y ceja partidos como secuelas de mi ataque.
Verla me puso mal, sentí nauseas, me falto el aire y un malestar horrible me hizo girarme para evitarla.
Cálmate, cálmate, cálmate. Pensé con el corazón acelerado y falta de aire.
—¿Y esa quien es?
—Sabrán los dioses, pero andan diciendo que quería matar a la petiza esa, Adreti.
—Ten respeto, es una Guesclin.
—Poco valen tus cantos. El caso es que a esa le van a dar por el pescuezo.
La conversación de dos mecenas me distrajo un poco.
¿La van a ejecutar? Inspiré hondo, quise ver a Opidel otra vez, no pude y opte por irme.
Pasé cerca de un grupo de mecenas que recién terminaban los entrenamientos.
—Fui a ver los estandartes, nadie sabe que «Familia Nombrada» son, han de ser de ahora.
—¿Recién nombrados? Hablas nada más por saberle. No han salido familias recién nombradas desde que mi pariente más viejo mamaba leche y mucho más.
—¿Y de las que dice los villeros?
—Son duques, melon —Corrigió un tercero.
—Ay ya, muy sapientes. El caso que le pregunte a Ñiuka, que me dice que ella los atendió se llaman...
Las voces terminaron por apagarse tras alejarme.
¿Estandartes? Si no me equivocaba, eran banderas que cargaban los reyes en las guerras.
Como no supe donde estaban, fui para la mansión de el varón Carzvurxt.
No hacía falta, me vi abrumado de distintivos amarillos, fucsia, naranjas, apostados en cualquier sitio que pudiesen colgar desde afuera.
Fue casi cinematográfico, mientras llegaba a los dormitorios, las holgadas banderas fueron extendidas desde el techo. La fucsia tenía un símbolo como se infinito, pero en medio había otra torcedura que formaba tres óvalos y por las hojas supuse que era una enredadera.
El amarillo parecía un símbolo que simulaba el fondo del mar y una lanza o palo y el naranja una constelación de estrellas.
¿Eso significaba que hay más nobles aquí?