Hace mucho tiempo, tres deidades que se hacían llamar los Sacerdotes ignoraron las órdenes del Consejo de Dioses, quienes se dedicaban a dirigir el plan de la creación, y huyeron a un rincón olvidado del multiverso. En cada universo, había dioses encargados de crear vida, y los Sacerdotes decidieron seguir su ejemplo en lo que llamaron "el Vacío", un lugar donde las leyes de la física establecidas por los dioses no permitían la existencia de vida. Sin embargo, los Sacerdotes descubrieron un método para crear vida inteligente al otorgarles a los mortales capacidades mágicas, lo que les permitiría resistir la presión del Vacío. Sin embargo, al morir, los cuerpos de los mortales se convertirían en energía. Dado que el poder de los Sacerdotes era limitado, sólo podrían crear un número específico de almas, por lo que tendrían que encontrar una forma para que pudieran reencarnar.
La Sacerdotisa de la Luna solicitó encargarse de establecer las leyes en el nuevo mundo y de traer la noche cuando llegase el momento. La Sacerdotisa del Sol pidió encargarse de crear a los seres vivos y de traer el día al nuevo mundo. Por último, el Sacerdote del Crepúsculo solicitó crear la tierra donde habitarían los seres vivos, que se regiría por sus leyes, y traer el crepúsculo al mundo.
Tras haber creado el mundo y establecido sus leyes, la Sacerdotisa del Sol dio vida a los seres vivos. Sin embargo, el Sacerdote del Crepúsculo notó algo en ellos que no le gustó en absoluto.
-¿Por qué no nos están adorando? -dijo el sacerdote con una mirada confusa.
-Aysel y yo hemos considerado que otorgarles libre albedrío los hace más interesantes. Tal vez tu visión, Hesper, sea más creativa, pero cada uno ha contribuido a su creación -le respondió la Sacerdotisa del Sol, aparentemente intentando enseñarle una lección.
El sacerdote se fue furioso y nadie recuerda qué le ocurrió desde entonces, pero desde aquel momento las sacerdotisas asumieron la responsabilidad de cuidar de sus creaciones por sí mismas.
Mientras tanto, los seres vivos reflexionaban sobre cómo denominarse, ya que habían sido dotados de la capacidad de razonamiento y necesitaban encontrar un nombre colectivo para todas las razas. Después de muchas discusiones, llegaron a un acuerdo para llamarse a sí mismos "personas". Y así fue como comenzó la vida en las tierras de Uthird.
Pero algo descendió desde los cielos al nuevo mundo: eran seres grotescos y amorfos. Sin embargo, los mortales creyeron que eran seres cuyo aspecto escapaba de su comprensión, seres con poderes más allá de sus capacidades y casi divinos. Por lo tanto, los llamaron "entes". Estos seres poseían habilidades únicas que los hacían muy poderosos, como la capacidad de multiplicar sus cuerpos, negar cualquier daño, viajar entre realidades y diversas habilidades similares. Sin embargo, los entes no parecían ser agresivos y vivieron en paz junto a las personas durante miles de años.