Hoy es el día tan esperado por Glegory. Su entusiasmo es tan abrumador que apenas pudo conciliar el sueño, su mente plagada de expectativas y los sucesos inquietantes que se desatan en la ciudad.
Glegory se levanta de la cama, agitado, y se apresura hacia la cocina. "¡Por fin ha llegado el momento de ir a la escuela! Ya no puedo esperar más", exclama con ansiedad.
El estruendo proveniente de la cocina despierta a su abuela, quien se asoma confundida y le pregunta: "¿Qué estás haciendo, Glegory?" El joven responde agitado: "Estoy intentando preparar algo de desayuno antes de ir a la escuela".
La abuela sonríe, divertida por el caos que Glegory ha creado, y le dice: "Glegory, siéntate ahí. Yo me encargaré de prepararte algo. Solo espera un poco antes de irte".
Glegory obedece y se sienta a la espera de su comida. Cuando la abuela termina de cocinar, le sirve el desayuno. Mientras Glegory come, ella vuelve a dirigirse a él con solemnidad: "Glegory, recuerda comportarte adecuadamente en la escuela. Habrá muchos niños que intentarán golpearte y humillarte, pero tú debes resistir, no caigas en su juego".
Glegory levanta la mirada y la fija en los ojos de su abuela. Lleno de determinación, le pregunta: "¿Por qué debo permitir que ellos me hagan daño, abuela?"
"Porque son cobardes, Glegory. Si tú les respondes con violencia, te convertirías en uno de ellos. Tú no eres un cobarde, ¿verdad?", responde su abuela, desafiante.
"No, nunca seré un cobarde, abuela. Lo demostraré", responde Glegory con determinación.
Tras terminar su desayuno, Glegory se apresura a cambiarse y alistarse para la escuela. No tiene el uniforme escolar, pues su familia es sumamente pobre y no puede permitirse ese lujo. En su lugar, lleva una vestimenta humilde, tejida a mano por su abuela y su tía Aina. A pesar de su sencillez, Glegory no le presta atención. Luego de arreglarse, se acerca a la cama de Beltrán y le anuncia emocionado: "Hoy asistiré a la escuela por primera vez, tío".
Beltrán abre los ojos y le mira, soltando una risotada. "Vaya, vaya, qué elegante te ves, Glegory. Estoy seguro de que pronto conseguirás una novia. Ja, ja, ja..."
"No voy a la escuela buscando novias, tío. Mi objetivo es aprender. Tenlo claro", responde Glegory con determinación.
Beltrán ríe nuevamente y le dice: "Está bien, lo tengo claro. Solo espero que no te metas en problemas en la escuela, ja, ja, ja. Pórtate bien".
Glegory mira fijamente a su tío y le responde con una promesa tensa: "Sí, prometo portarme bien. No te preocupes. Y cuando vuelva, espero encontrarte menos enfermo". Sin perder tiempo, Glegory sale corriendo del cuarto, sus palabras cargadas de urgencia: "Ya se me hizo tarde, tengo que irme. Adiós, tío".
Despidiéndose apresuradamente de su familia, Glegory se dirige a la escuela con un palpable nerviosismo, corriendo ansioso por descubrir qué le deparará. A medida que se acerca al edificio escolar, sus ojos se llenan de alegría al ver a numerosos niños y profesores dirigiéndose al mismo destino. Pero algo no encaja. Los demás niños lucen vestimentas personalizadas, con telas finas, bordados de oro y colores vibrantes, lo cual intensifica su desolación. Al adentrarse, intenta entablar amistad, pero solo recibe miradas de repudio. Desesperado, Glegory intenta entablar conversación y descubrir los talentos y habilidades de los demás, pero solo encuentra indiferencia y rechazo. Se pregunta angustiado por qué los niños lo evitan.
En ese instante, un niño obeso se acerca a él y murmura compasivamente: "No te preocupes, es normal. A mí también me evitan porque soy obeso y repugnante. Y por lo que veo, tú eres pobre y no vistes como ellos. Te repudian por esa razón. Pero tranquilo, si necesitas hablar con alguien, yo siempre estaré aquí".
"¿De verdad podemos ser amigos?", balbucea Glegory con una mezcla de esperanza y anhelo.
"Sí, si tú quieres, podemos ser amigos. Por cierto, ¿cómo te llamas?", responde el niño.
"Soy Glegory. ¿Y tú, cómo te llamas?", contesta Glegory con timidez.
"Soy Jarcias. Un placer conocerte, Glegory. Espero que podamos llevarnos bien", responde el niño.
"El placer es mío, Jarcias. Vamos a clase, creo que están a punto de comenzar", sugiere Glegory.
"Sí, vamos, estamos un poco tarde", asiente Jarcias.
Jarcias y Glegory pasan todo el día juntos, compartiendo gustos, pasatiempos y talentos. Cuando llega la hora de irse a casa, ambos deciden partir juntos. Mientras salen del colegio, Glegory le pregunta a Jarcias con entusiasmo: "¿Tienes alguna habilidad o utilizas magia?".
Jarcias responde con una pizca de desánimo: "Bueno, no tengo habilidades o poderes especiales. No soy muy bueno, pero sí sé utilizar algo de magia, aunque no soy muy hábil en ella".
Glegory se sorprende y le pide emocionado: "¿Podrías mostrarme algo de magia?".
Jarcias accede y le dice: "Sí, observa mi mano detenidamente". Glegory clava la mirada en la mano de Jarcias y, de repente, ve cómo aparece hielo seco
en su palma. La impresión deja a Glegory sin palabras.
Continúan su conversación mientras caminan. Cuando se acercan a la salida del colegio, cinco chicos furiosos aparecen frente a ellos. Todos lucen elegantes y refinados. Uno de ellos se dirige a Jarcias y le dice de manera despectiva: "Entonces, ¿encontraste un amigo igual que tú, eh, cerdo?".
Sin amilanarse, Jarcias responde: "No, Glegory es mucho más asombroso que yo. Además, no me llames cerdo, tengo un nombre".
"¿Dices que es más asombroso que tú, pero ni siquiera tú eres asombroso, cerdo? Apuesto a que tu amigo, el cerdo, ni siquiera sabe pelear", provoca otro chico de los cinco.
Jarcias, defendiendo a su amigo, replica: "Puedes hablar todo lo que quieras de mí, pero no hables mal de Glegory".
"Y si no quiero, ¿qué harás, cerdo? ¿Me golpearás tú y tu amigo, el cerdo?", desafía el chico.
"Te voy a golpear", sentencia Jarcias.
"A ver, inténtalo, cerdo", reta el chico.
En un abrir y cerrar de ojos, Jarcias reacciona y golpea al chico en el rostro. Este no tarda en responder y le devuelve el golpe, llamando a sus amigos para que también se unan al ataque. Glegory, lleno de furia, intenta golpear a uno de ellos, pero recuerda las palabras de su abuela y se detiene. Sin embargo, uno de los cinco chicos nota el intento de Glegory y se acerca con malicia, diciéndole a los demás: "Parece que este cerdo también quiere ser golpeado junto con su amigo. ¿Qué dicen, chicos? ¿Deberíamos enseñarle buenos modales a este cerdo?".
Otro chico responde con crueldad: "Creo que sí, debemos enseñarle una lección a este cerdo".
Así comienza una lluvia de golpes sobre Glegory y Jarcias, que se ven indefensos ante el cruel ataque. La ira y la impotencia se apoderan de ellos mientras los cinco chicos continúan golpeándolos sin piedad.
Glegory y Jarcias no pueden hacer nada más que soportar los golpes, esperando a que los agresores se cansen de su brutalidad. Pero, de repente, vislumbran a un profesor que pasa cerca de ellos. Glegory grita con todas sus fuerzas: "¡PROFESOR, AYUDA! ¡ESTOS CHICOS NOS ESTÁN GOLPEANDO!". El profesor escucha los gritos, pero solo los observa por un instante y sigue su camino.
Glegory, indignado por la indiferencia del profesor, deja de pedir ayuda. Finalmente, los cinco agresores deciden huir del lugar, dejando a Glegory gravemente golpeado y a Jarcias en un estado crítico. Glegory, al ver la gravedad de Jarcias, corre a ayudarlo, lo levanta con cuidado y le pregunta:
"¿Dónde vives?". Jarcias le indica la dirección y Glegory se apresura a llevarlo a su hogar.
Al llegar a la casa de Jarcias, Glegory le cuenta todo a su familia, pero la madre de Jarcias responde con frialdad: "No me importa lo que le pase a ese gusano, déjalo ahí y vete. No quiero verte más por aquí".
"Pero él es tu hijo", argumenta Glegory.
"Y porque es mi hijo, puedo hacer lo que quiera con él. Ahora, lárgate", responde la madre sin ninguna empatía.
Glegory deja a Jarcias en su hogar y se dirige a su propia casa. Mientras camina, sus heridas comienzan a sanar rápidamente, ya que él tiene la habilidad de regenerarse velozmente. Al llegar a casa, entra directamente a su habitación, lleno de ira. Su familia se preocupa por él y su abuela le pregunta: "¿Cómo te fue en la escuela, Glegory?".
"Horrible, la escuela es un desastre", responde Glegory con frustración.
"Sé que la escuela no es perfecta, pero deberías seguir asistiendo, Glegory, para poder aprender más", le aconseja su abuela.
"Seguiré yendo solo por ti, abuela, pero la escuela es un lugar terrible", responde Glegory con resentimiento.
Su abuela se preocupa por él, pero lo deja tranquilo, esperando a que su enojo se calme, mientras Glegory no puede dejar de pensar en lo ocurrido y se pregunta a sí mismo: "¿Por qué las personas son así? Este mundo es cruel. Lo odio, desearía que no existiera".
Con esos pensamientos en la mente, Glegory sale de su habitación y se dirige hacia el bosque. Mientras camina, descubre un lugar hermoso, repleto de césped, animales y árboles. Al fondo, vislumbra un pequeño estanque con peces nadando. Se acerca, se sienta en una roca y reflexiona: "Qué lugar tan hermoso. Aquí encuentro paz. Creo que vendré siempre después de la escuela para relajarme un poco".
El anochecer se aproxima y, después de pasar un tiempo en ese lugar, Glegory regresa a casa. Entra en su habitación y se acuesta en la cama. Rápidamente, el cansancio lo vence y se queda dormido, sumido en un profundo sueño, agotado por las difíciles experiencias vividas.