- ¡Vete de aquí Blanca Beatriz del Real y Herrera, que pronto llegará tu esposo; ¡Juan de Malibrán y Bosques para asesinarte!
Le grita Romaia parándose a un lado de Adelina, con una botella de tequila que les había sobrado de la última fiesta, con la cual ya había logrado reanimar a Soledad, que ya flanqueaba a Adelina por el otro costado.
- ¿Quién demonios es ese tipo? ¡Ese no es mi esposo! Mi esposo se llama Alfonso de Malibrán y Violante, y él no llegará antes de que todas ustedes sean comida de mis lagartos, porque les he destruido su portal.
- ¿Alfonso de Malibrán y Violante dices que es su nombre? –le pregunta Soledad. –Pues mejor así, ese nombre me gusta más; ¡Ahora verás que viene por que viene! Y más cuando escuche mi voz llamándole; ¡No por nada soy la guardiana de la humanidad más codiciada por dioses y demonios, y te aseguro que, en el otro plano existencial, claro que ha oído de mí, aviéntame el altavoz Leticia!
Le grita Soledad a la reportera que seguía encabezando el ritual que parecía inútil, porque no se veía llegar al Conde por ningún lado, mientras los lagartos seguían avanzando, haciendo retroceder a Romaia y a Adelina, que no se daba abasto con sus armas para contenerlos.
Soledad levitó delante de todos para escapar de los lagartos y subirse a la barda justo al lado de Pamela.
- ¡Se llama Alfonso de Malibrán y Violante! –le dice apresuradamente.
- ¡Si ya sé, lo alcancé a escuchar!
Le contesta Pamela y Soledad, haciendo un ademán con sus brazos, hizo levitar a Romaia y a Pamela hasta ponerlas a salvo en la terraza, para después levantar a Adelina, que no se rendía en su lucha por defender su casa.
- ¡AHORA SIII, TODAS JUNTAS MOSQUETEEBRIAS, NO SE LLAMA JUAN DE MALIBRÀN Y BOSQUES, SE LLAMA ALFONSO DE MALIBRÀN Y VIOLANTE!
- ¡Todas juntas como lo practicamos!
Dice Erika desde la terraza, preparando a sus mosquetebrias a desarrollar un nuevo grito.
- ¡ALFONSO DE MALIBRÀN Y VIOLANTE, ACUDE A DEFENDER ESTE LUGAR, DONDE ALGUIEN QUE TE AMA TE ESPERA!
- ¡ALFONSO DE MALIBRÀN Y VIOLANTE, ACUDE A DEFENDER ESTE LUGAR, DONDE ALGUIEN QUE TE AMA TE ESPERA!
El lagarto gigante ya estaba siendo diezmado por el ataque del cañonero Guanajuato y sus marinos, no sangraba, pero la potencia del fuego del cañonero lo mermaba con cada impacto, pero la Condesa seguía de una pieza, comandando el ataque a la mansión con sus lagartos, y a la vez su defensa en contra del ejército insurgente, que ya habían invadido el garaje y parte del jardín, cuando pareció detenerse un poco para preguntar.
- ¿Quién es la que dice que ama a mi esposo, acaso tú Soledad o la dueña de la casa? ¡Ja, ja, ja, ja! Ahora tendré que llevármelas a ustedes también, porque jamás permitiré que me pongan el cuerno con mi Conde.
Le dice la Condesa entre burlona y furiosa, porque al parecer si la estaba trastornando el nuevo ritual que se repetía una y otra vez, ahora comandado por las chicas desde la terraza, que al ver como las luces de la casa y del alumbrado público del malecón empezaban a aumentar su intensidad, reforzaron su ritual.
- ¿Así que mi querida harpía? Digo; ¡Mi querida amiga siente celos de su esposo! No tienes que llevarte a nadie más que a mí, porque yo soy la que está enamorada de él desde hace muchos años, desde la primera vez que lo vi; ¡Así que ahora seremos rivales de amores! Y te juro por todas las brujas de la historia que te lo voy a bajar, o dejo de llamarme Soledad, pues de hecho sí, porque cuando te lo quite y lo tenga conmigo, para nada me va a quedar ser la condesa Soledad de Malibrán; ¡Huy no, horror al crimen! Me cambiaré el nombre de Soledad a Felicidad, porque seré la nueva condesa Felicidad García Arenas, la nueva condesa de Alfonso de Malibrán, viudo de Beatriz del Real y Herrera, ya lo verás, porque no por nada soy la guardiana de la humanidad más cotizada, porque no ha nacido el hombre, dios o demonio, que pueda resistirse a mis encantos.
Le dice Soledad tratando de ponerla furiosa, porque notó que estaba perdiendo el control de la batalla precisamente por causa de los celos.
- ¡Eso jamás lo permitiré, porque en esta misma noche de Luna llena de mayo, acabaré contigo!
Y de sus ojos surgió fuego pero no para quemarla, sino para anunciar el preludio de una demoniaca transformación, donde la cabeza le creció alargándosele como la de un caballo y unas enormes protuberancias que semejaban cuernos la coronaban, su cuerpo se estiró haciéndola crecer a más del doble de su medida normal y alargándosele los dedos y los brazos, sus piernas se le doblaron hacia atrás como las de un macho cabrío, mientras de su espalda surgian un par de alas demoníacas, y de un salto tomó a Soledad por la cintura, sorprendiéndola en lo alto, bajándola y ya con las 2 manos, empezó a apretarla como buscando comprimirla y romperle así los huesos; Soledad trató de zafarse sin lograrlo, y cuando estaba a punto de desfallecer, en medio de los gritos que llamaban al Conde que no cesaban, se escuchó un grito aún más fuerte que todos los demás.
- ¡QUEEEE MUERAAA LA INFIDELIDAD!
- ¡Hola Beatriz! ¿A que no sabes quién me pregunto por ti?
Se escucha la voz de Pamela, burlándose mientras apuntaba sonriente, hacia donde por fin, el más invocado salvador de aquel inusual ejército que no se había rendido ni por un momento, acudía al llamado.
- ¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÀN! QUE MUERAAA LA INFIDELIDAD.
Grita una vez más el siniestro jinete que de un espectacular salto con todo y caballo, apareció desde el cielo, sobre el mar, cayendo sobre el enorme lagarto y a la vez partiéndolo en dos, como si su caballo fuera una enorme hacha que lo transformó de un solo golpe en montículos de arena; el Conde rápidamente se dirigió al carruaje que no se había podido mover, porque su preciada pasajera aún no lo había abordado.
- ¡PERDOOON, PERDOOON, DILE QUE ME PERDONEEE! DIGANLE QUE ME PERDONEEE!
Dice la Condesa mirando al Conde primero y mirando hacia las chicas después, ya habiendo soltado a la mulata, mientras trataba de revertir rápidamente su transformación para poder subirse al carruaje, corría ya sin la elegancia que la caracterizaba, tratando de acomodarse los harapos que le habían quedado del vestido, el Conde ya estaba muy cerca y fustigando un brillante látigo le dio al carruaje que desapareció de repente, con todo y caballos y cochero, diluyéndose al igual que todo lo que traía la Condesa, en arena, entonces el Conde se bajó del caballo recogiendo su látigo, lo fijó a su cintura y desenvainando su espada se dirigió a su esposa que ya no luchaba, ya sin lagartos a su alrededor, como una indefensa mujer que tan solo sollozaba, pidiendo perdón repetidas veces, sin levantar la mirada.
- ¡Que muera la infidelidad! –dice el Conde ya de pie enfrente de ella. - ¡Justicia, morirás por tu traición condesa de Malibrán!
- ¡Dile que me perdone! –vuelve a decir la Condesa, suplicando, siempre mirando al Conde.
Y levantando la espada en alto, preparándose para darle el golpe final con el que podría hacer rodar su cabeza; Soledad tomó su brazo y suplicante detuvo su movimiento, ante la mirada estupefacta de todos los que habían logrado sobrevivir para contar la derrota de la Condesa.
- ¡Perdónala, por favor! Ella tan solo quiere que la perdones para poder descansar en paz.
Alfonso de Malibrán tan solo se le quedó mirando, sin demostrar emoción alguna en sus ojos, no trató de apartarla, ni de agredirla, ni de hablarle, parecía mirarla sin mirarla con aquellos ojos sin expresión, que tan solo reflejaban el vacío de un alma maldita, pero en un descuido, el Queco se soltó de quien lo sostenía y se lanzó sobre el Conde, pero Soledad tan solo abrió la palma de su mano y el perro se detuvo en el aire, y conmovida tomó al Conde de una mejilla y sin poder contenerse lo besó tímidamente en los labios, en una caricia que tal vez tan solo duró 3 segundos, pero supo cimbrar esa alma maldita que pareció reaccionar, que pareció hacerlo despertar por un momento, haciendo que la mirara con un reflejo de extrañeza, como si no supiera donde estaba; el Conde tomó su largo cabello rizado en una torpe caricia con la mano con la cual no sostenía la espada, y Soledad no dejaba de acariciarle la mejilla mientras admiraba su porte de caballero, la belleza de su rostro, su largo cabello rubio y ondulado, vestía un ceñido traje de caballero de color azul con gruesos botones blancos, debajo una camisa blanca con holanes en el pecho y las mangas arremangadas, botas de agujetas y pantalón azul de tela gruesa, todo al antiguo estilo victoriano, lo que la hizo pensar que esa alma en pena en algún lugar y en algún tiempo tenía una vida, porque tenía muy buen gusto al vestir, y ya varias veces lo había visto cazando a la Condesa con diferentes investiduras, y cuando estaba a punto de volverlo a besar, porque tenía su rostro a unos cuantos centímetros, la risa sarcástica de la Condesa la sacó bruscamente de su momento romántico.
- ¡Ja, ja, ja, jaaa! Ahora sí que me has hecho reír, la mulata de Córdoba enamorada del conde de Malibrán; ¡Ni al mismísimo Príncipe de las tinieblas se le hubiera ocurrido semejante castigo que a mi si se me acaba de ocurrir, y que yo si te aplicaré, maldita!
-Te juro que no será para ti porque jamás podrá serme infiel, aprovecharé la misma fuerza que le has dado a mi esposo para destruirlos, y sufrirán tanto que preferirán haber sido el alimento de mis lagartos; ¡Haz tu trabajo esposo mío y envíame de regreso al infierno de donde me han despertado, el cual no podré abandonar hasta que consiga el perdón, haz justicia con tu espada, mátame como tantas veces lo has hecho, pero grítalo antes de asesinarme!
Le dice ahora la Condesa a su esposo, mientras abría los brazos arrodillada ante él, mostrándole los turgentes y blancos pechos, contenidos por un elegante escote que parecía que iba a reventar en cualquier momento, mostrando la belleza de una mujer sensual, que hasta estando a punto de morir por la espada de un Conde maldito, seguía luciendo increíblemente hermosa y diabólicamente seductora.
- ¡Pero gritalooo con toda tu fuerza, libera todo tu odio, para que al morir me lleve mi pecado conmigo! Y esa será mi venganza para toda esta generación que se ha burlado de mi dolor, grítalo con todo el rencor de tu corazón; haz que muera lo que más odias en tú existencia maldita, haz que muera la infidelidad; ¡Alfonso de Malibrán y Violante!
–¡QUEEE MUERAAA LA INFIDELIDAAAD!
Grita por fin el Conde maldito, dándole la estocada final en el pecho a su esposa, y de pronto todo terminó, la bella mujer se diluyó en arena en medio de risotadas diabólicas, como si ella hubiera ganado la batalla, y el Conde se le quedó mirando extrañado a Soledad por unos segundos, sin expresarle nada en la mirada, dio unos pasos hacia la mansión y se regresó.
- ¿Y ahora qué vas a hacer Alfonso de Malibrán?
Le pregunta la mulata sosteniéndolo de una mano, el Conde miró hacia la mansión desde donde un grupo de mujeres muy jóvenes lo miraban, volteó hacia todos lados y todo lo que miraba era gente mirándolo a él, por un momento pareció mirar atentamente al Queco que sostenido con la correa por una de las chicas caracoleaba y gemia ansioso.
Extrañado, se miró las manos, los brazos, levantó lo hombros y lo que expresaba en su mirada era la incertidumbre de no saber qué sucedía, y enfundó su espada
- ¡Tranquilo amor mío! Que yo te puedo ayudar a encontrar tu camino, o más bien un nuevo camino, yo te amo desde hace mucho tiempo, y quiero enseñarte que el amor siempre encuentra la manera, siempre encuentra el camino, no soporta a la espera y no espera al destino, no te vayas todavía, o por lo menos dime dónde puedo encontrarte para ayudarte a escapar de tu maldición, y así juntos encontremos esa manera y ese camino que busca el verdadero amor.
Le dice Soledad tomándolo por la mejilla, acercándole sus labios para volver a besarlo aunque fuera por tan solo otros 3 segundos, cuando el Conde comenzó a mirarla con interés, con un poco de emoción, como si se estuviera dando cuenta de que la mujer que le acariciaba tiernamente su rostro, era muy bonita y cuando estaba a punto de corresponder a ese beso que los suplicantes ojos de la hermosa mulata le pedían, de repente se hizo hacia atrás rechazándola, dándose la vuelta bruscamente y encogiendo los hombros, de 3 zancadas alcanzó a su caballo para de un salto montarlo, y sin voltear siquiera enfiló hacia el mar para remontar la baranda de un salto y ya sin gritar, a galope tendido perderse en la lejanía, mientras desaparecía entre las penumbras de la madrugada en las arenas de aquella playa.
Esto sucedió en escasos 30 segundos, escena que nadie miró, porque Soledad había ralentizado el tiempo para tener un momento íntimo con su amado Conde maldito.
- ¿Dónde está el Conde?
Le pregunta Romaia que había sido la primera en bajar de la terraza, al ver como los sobrevivientes de la batalla comenzaban a festejar rodeando a la mulata que aunque seguía de pie, miraba con tristeza hacia el suelo, mientras más y más personas regresaban, algunos a unirse a los festejos, algunos buscando a algún ser querido, apenas iban a dar las dos de la mañana.
Y Adelina convenció a las chicas de que se llevarán a Soledad a su recamara y de que no la dejarán sola porque se había quedado callada, como en shock, se miraba bien y lúcida, aunque algo desaliñada por el fragor de la batalla, pero algo extraño pasaba por sus pensamientos, que la tenían fuera de la realidad que la rodeaba.
Los sobrevivientes del ejército insurgente ayudaban a los marinos a restablecer el orden, y a las ambulancias a recoger a los heridos, más que nada en el área del destruido Perro Salado, donde no encontraron muertos por ninguna parte, al menos completos, tan solo manchas sanguinolentas por todas partes y partes desmembradas de cuerpos semi devorados, también levantaron lo que quedó del portón de la mansión Román, lugar que poco antes de las 3 de la mañana ya había cerrado sus puertas para esperar el amanecer durmiendo, cosa que no les fue muy difícil hacer a sus inquilinas, después de terminarse la botella de tequila que todavía traía Romaia consigo, al término de la batalla que ellas estaban seguras, habían salido victoriosas.