Gladio se movilizó a su derecha, dio unos piques y saltó con cierta tenacidad, cambió la espada de mano y con la punta de la hoja intercaló un golpe que chocó con la espada de Ildres, chispas danzaron súbitamente, la fuerza de Ildres era des conmensurada y el choque de ambas hojas de metal hicieron que temblasen las ventanas. Ildres cambió de posición rápidamente y con un giro impactó fuertemente a Gladio, este apenas pudo cubrirse y manipuló su espada para impulsarse, la clavó en el suelo y con un giro veloz la tomó de donde la había clavado y la levantó nuevamente junto con algunos escombros. Él se abalanzó dando unos giros y danzó por los suelos junto con Ildres, las espadas danzaban con ellos y sus manos protagonizaban movimientos elegantes que se mezclaban con fuerza y rudeza a la hora de chocar dichas hojas. Gladio cortó de manera diagonal e Ildres de manera vertical, el sonido retumbó cuál rugido de dragón, escombros salieron volando mientras que la velocidad aumentaba. Gladio empezó a moverse con más agilidad, daba pequeños brincos y trataba de hacer buen uso del rango de su arma, empezó a sacudirla cual hélice y se abalanzó, su muñeca giraba y la hoja danzaba y se movía como el agua lo hacía entre sus manos, soltaba su espada y la volvía a tomar mientras encajaba golpes certeros y fuertes, su cabello rosado se sacudía con furia ente las embestidas de Ildres y la tenacidad de su espada negra.
––Has mejorado Gladio.
Ildres empezó a aumentar la velocidad gradualmente, cambió la espada de mano dándole a su mano derecha libre movimiento para golpear su abdomen.
––¡Maldición! ––Escupió un poco de saliva ––El sonido del impacto resonó por toda la sala––. Veamos si esto te agrada–– Musitó suavemente–– Cambio…
––Sigues siendo muy ingenuo. En un combate nadie se va a apiadar y luchar de manera jus…
La espada de Gladio se movilizó hacia su espalda junto con él, su memoria muscular hizo de escudo y movió su brazo en cuanto lo vio desaparecer, chispas danzaron en derredor a ambos y la balada de la lucha cantaba para ellos. Gladio tenía el cabello azul noche y sus ojos habían cambiado al mismo color de su cabello, su espada irradiaba un aura color azul y la fuerza del impacto fue mayor.
––Así que vas a usar tu magia de cambio… Esto se pone cada vez mejor y mejor–– Tomó su espada y cortó su muñeca derecha–– Veamos si eres capaz de seguirme el ritmo.
Ildres tomó su espada y la dividió en dos, la fuerza provocó una ligera honda de sonido, la sangre de su muñeca empezó a danzar por la espada que tenía en dicha mano y la envolvió como una gallina lo hace con sus polluelos. Gladio empezó a tomar distancia.
Una gota de sudor empezó a caer desde las mejillas de Gladio, el sonido irrumpió entre ambos y se fragmentó cual esquirlas de nieve en el invierno. Dio un salto hacia atrás, e Ildres se movilizó velozmente, empujó su espada hacia al frente y con su magia de invocación tipo Aldras empujó la sangre hacia delante, ramificándola en pequeñas agujas que se extendieron a manera de raíces de árbol. Gladio impactó con su arma el suelo, haciéndole este un corte horizontal con una facilidad abrumadora. Polvo salió bruscamente de los suelos y empezó a emerger como lo hace la ceniza de un volcán. La sangre ramificada corría por la espada y atacaba con certeros golpes a Gladio, el arma se movía rápidamente mientras él trataba de encontrar un punto de inflexión. El polvo seguía mezclándose violentamente por la velocidad de la sangre de Ildres y este mismo golpeaba el suelo para seguir levantando polvo y escombros que le permitieran seguirle moviéndose. Dentro de aquella nube solo se podían ver algunas chispas generadas por el choque de la espada de Gladio, no podía ver a Ildres, observaba sombras, pero tras contemplar detenidamente pudo ver a donde se estaba moviendo.
––Te tengo––Musitó.
Se abalanzó rápidamente, cortando algunas de las ramificaciones de la magia de Ildres, dio un salto e impulsado por aquella velocidad hizo una treta, no lo tocó más sin embargo cayó nuevamente a los suelos, le dio una patada a los pies, provocando que este callera y le puso la espada en su pecho, Ildres hizo lo mismo. Desde el suelo, aquella arma ramificó la sangre, pero su rango empezaba a disminuir y solo llegó a estar cerca del ojo. El combate había finalizado, Gladio había ganado… o eso fue lo que pensó.
El polvo se empezó a disolver y poco a poco se fue esclareciendo aquella escena, Gladio entonces se dio cuenta de lo que había pasado mientras sentía un filo en su espalda. Lo que había atacado era simplemente un clon de sangre.
––Te he dicho que eres muy ingenuo. Debiste prestar atención.
Él observó mejor y pudo contemplar que ese clon era muy similar a un maniquí, pero solo llevaba la mitad de su torso, la sangre se movilizaba y subía por las piernas de Ildres hasta llegar nuevamente a su muñeca.
Gladio cerró los pulsos de Aura y dejó de usar magia, su cabello volvió a ser rosado, al igual que sus ojos. Cayó al suelo, estaba cansado por aquella batalla de entrenamiento.
––¿Qué diablos fue esa técnica?
––Se llama la sombra del corazón, es una técnica que toma décadas en dominarse. La usé porque sabía que no te lo ibas a esperar, el problema es que era muy arriesgada, pero, para alguien tan experimentado como yo, no hay nada que temer.
––¿Cuánto te tomó dominarla?
––Cincuenta años como mínimo… supongo. Si me llevó una buena cantidad de años.
Gladio se encaminó para salir de la sala, el sudor recorría su frente y él sabía que tendría que tomar un baño, algo que podría ser delicioso, el agua recorriendo su espalda podría ser un sentimiento que añoraba en su alma, el calor y el vapor mezclándose con los minerales en su piel era algo que siempre había amado. Desde las sombras de una de las puertas, apareció Venus, llevaba un vestido color noche, sus alas estaban extendidas y al ella entrar en la sala, Ildres corrió a su encuentro, postrándose a sus pies.
––Mi señora, que alegría tenerla aquí.
Observó a una de sus sirvientas, ellas llevaban un grillete en el cuello y andaban completamente desnudas, las alas de las mismas se extendían por todo lo alto y sus bellos rostros se paseaban por toda la mansión. Se acercó he hizo una reverencia a su amo, este la observó y la mandó a traerle algo de beber, Venus por su parte insistió en que no quería nada.
––No debes preocuparte Ildres, solo vine a ver a Gladio.
Gladio iba caminando suavemente, sus vestidos se sacudían junto con él, tenía que tomar una ducha, su cuerpo estaba pegajoso y eso era desagradable, además, quería usar su nuevo perfume con olor a rosas. Venus caminó a su encuentro e Ildres observaba todo aquello, se puso nuevamente en pie, tenía que tomar un baño, ya que también estaba sudado y ocupaba quitarse aquél mal olor.
Gladio saludó a Venus, evitó abrazarla ya que estaba bastante pegajoso y no quería llegar a contagiarla con su aroma, así que evitó el tenerla cerca.
––Puedo usar el baño de tu mansión.
La forma femenina en la que se volteó era un poco enfermiza para Ildres, nunca le gustó que Gladio fuera y actuara de una manera tan poco masculina, pero con el tiempo quizá tuvo que acostumbrarse.
––Puedes, es más, te hicimos un baño solo para tu uso.
––¿A qué se debe?
––Las sirvientas pueden confundirse al verte.
––¿Puedes dejar de molestar?
––Podría, pero es divertido. ¿No quieres que te ponga una falda? Te verías muy linda Gladio.
––Síguete burlando, mira cuanto me molesto.
Gladio siguió caminando, ignorando las palabras de Ildres, había perdido y tenía que aprender a mejorar sus estrategias si quería llegar a ganarle, sin embargo, Ildres quería divertirse quizá un poco más, así que se volteó hacia Venus, ella estaba recostada en una de las paredes, su cabello ondulaba de una manera sexi y provocativa sobre su bello rostro. Él sabía que había perdido más del ochenta por ciento de su capacidad total para usar magia, aún estaba recuperándola, pero aún con esas, él sabía de lo que ella era capaz.
––Venus, mi señora de la noche.
––Ve al punto Ildres, te conozco lo suficiente como para saber qué quieres algo–– Su seria expresión no hizo sino prender en él la llama.
––No te gustaría darme una pequeña demostración de tu poder, hace siglos que no te veo luchar, para ser honesto, desde la guerra de los doce círculos.
Venus lo observó, sus pupilas se dilataron y su magia empezó a correr, emanando un aura negra con morado. La energía se hizo sumamente intensa y el ambiente se tornó pesado, las sirvientas de Ildres empezaron a sudar, Venus no era una persona que quisieras tener como enemiga.
––Cuando ocurrió aquella guerra era muy pequeña, y aun así me enfrenté a ustedes siete y a todos los humillé sin siquiera sudar, que esa marca que te hice aquella vez permanezca como recuerdo, ya que nadie me ha hecho nunca usar mi máxima capacidad. Solo ustedes me hicieron exigirme a la mitad de mi poder––Cruzó sus brazos y alzó sus pechos–– Y ahora tengo el doble del poder que tenía antes y si con el poder de esa época les gané con facilidad, ahora no tendría sentido… ¿no crees Ildres?
––Supongo que tiene razón mi señora–– Siguió caminando hasta adentrarse en el pasillo que salía a la sala central––. Iré a tomar un baño con Gladio, puede quedarse el tiempo que guste, puede pedirle con toda libertad a mis súcubos lo que guste.
Venus decidió salir de la mansión, pasó por la sala central en donde el gran trono de Ildres se exhibía, los ventanales dejaban pasar la suave luz roja que emanaba de todo el doceavo círculo de los espíritus y de alguna manera, las sombras que proyectaban eran hasta lindas en cierto modo, pero ella no podía quedarse por mucho tiempo, tenía que ir a su castillo, a su fortaleza… ya que Ferneris tenía que ir a visitarla, ella tenía que hablar con ella sobre Verum.
Las noches heladas eran las favoritas de Celgris, poder beber algo caliente mientras los copos caían con furia por fuera, era algo sencillamente incomparable hasta cierto punto. El calor proporcionado por su chimenea, las sábanas que lo arropaban y un buen libro que leer, quizá eran una de las mejores combinaciones para un anciano de aquellas edades, más aquella noche nevada era distinta de las demás. Celgris estaba cerca de su chimenea, el fuego danzaba y cantaba mientras hacía crujir las maderas que ardían en su baile.
Cerca de la chimenea estaba su sofá, aquel en el que él solía reposar y fumar de su pipa plácidamente, le gustaba expulsar aros de humo que se mezclaban hasta desaparecer como si de un fantasma se tratara, el sofá no era grande, apenas entraba él, pero sus telas lo abrazaban suavemente y proporcionaban un calor extra que servía como anillo al dedo en aquellas noches en donde las temperaturas bajaban hasta los menos quince grados, quizá más. Cerca de su sofá, había una pequeña biblioteca, tenía cuatro en total y aquella era la más longeva y la que más recuerdos tenía. Él estaba revisando y ordenando sus libros, le tenía más cariño a esa biblioteca que a las demás, ya que en ella tenía recuerdos muy valiosos y muy preciados, aquellos en los que los tiempos eran distintos, pero a su vez, en donde pudo ver el verdadero infierno desatado en aquellas tierras, mucho antes de que gran parte de las mismas se fragmentara y subiera a los cielos al terminar la primer gran guerra. Se acercó a uno de los libros, estaba lleno de polvo, quizá no lo había limpiado en años, sus páginas estaban carcomidas más sin embargo y tras revisar el contenido del mismo, pudo encontrar que aún eran legibles todas las palabras, estaba escrito en Feérico, aquello lo llenó de mucha nostalgia ya que pudo recordar momentos agradables.
El fuego seguía cantando junto con el crujir de la madera. Copos de nieve se estrellaban contra las ventanas y aullaban lúgubremente.
Mientras repasaba las páginas, pudo ver que había algo en medio de ellas, algo que fungía como separador de aquel vejestorio que apenas había logrado aguantar las inclemencias del tiempo y los estragos que este mismo acarreaba. Más, sin embargo, tras ver detenidamente con sus lentes, pudo notar que no era un separador de libros, era algo muy distinto, era… una carta. Él estaba extrañado, pero igualmente tenía curiosidad, no recordaba las razones que lo llevaron a colocar esa carta en aquel libro, pero quería averiguar el contenido de la misma. La tomó con bastante cuidado, el papel podía romperse por el paso del tiempo y eso era lo que él menos quería.
Abrió con cuidado la carta y extrajo lo que había en su interior, se sentó en su sofá, quizá aquello podría devolverlo nuevamente a los tiempos de antaño. Revisó la carta y… se sorprendió, conocía aquella letra y para iniciar estaba sorprendido de que la tinta aún fuera legible, la letra era hermosa, de una mujer... el empezó a recordar ¿cómo pudo olvidarlo? Aquella era la letra de Melusina, no había duda alguna. De cierta manera la imagen de ella se le vino a la cabeza… ella estaba tan llena de alegría y vida…
––¿Por qué no me dijiste? ¿Cómo pude ser tan idiota en no darme cuenta? … No, siempre supiste fingir que estabas bien, siempre supiste ocultarlo… pero ¿por qué Melusina?
Otra imagen se le vino a la cabeza, estaba sentada, sola en una pared manchada de sangre y con dos cortadas profundas en sus muñecas, sus ojos revelando una tristeza indescriptible. La garganta se le hizo un nudo, no se sentía preparado para leer nuevamente la carta, pero, quería hacerlo, quería ver y recordar lo que ella le había escrito. No podía permitir que, tras tantos años, aquellas imágenes siguieran atormentándolo.
––No fue tu culpa Celgris–– Trataba de auto convencerse––. Ella fue la culpable, trataste siempre de hacerla sentir feliz y acompañada.
Tomó el papel, el fuego ardía, la nieve aullaba, las manos… empezaban a temblarle; quizá era su pulso, había fallado últimamente, como suelen siempre ser los ancianos. Se estaba volviendo quizá, inútil.
Empezó a leer cuidadosamente, había palabras que no recordaba ya que el Feérico era la lengua más difícil… quizá, de no ser ya una lengua muerta seguiría siéndolo. Tras batallar un poco, pudo dilucidar el mensaje de la carta… no fue tan difícil, su cerebro aún recordaba aquella lengua.
"De Melucina para Celgris:
¿Cómo te encuentras? ¿Tus heridas ya sanaron?
Las mías ya están sanando, aunque mis brazos parecen los de una momia, parezco una muñeca tiesa, te daría mucha risa si me vieras.
Lamento no poder visitarte, ahora que soy reina no puedo salir mucho del castillo, o bueno, lo que es de momento el castillo. Estoy segura de que te va a encantar verlo cuando esté terminado, lo estamos haciendo de cristal, será enorme… creo que ocuparé un mapa del mismo para no perderme.
Para ser sincera, me siento muy alegre de que todo esto haya acabado, la tierra estaba gritando de tanta sangre inocente que se había derramado. Créeme, cuando pueda escaparme te iré a visitar, no me agrada mucho estar sentada dando órdenes, sabes que me gusta andar más por los bosques que solo poder verlos desde lejos.
Ya sé, te llevaré un poco de ese postre que siempre quisiste probar, las hadas dicen que pueden ornear un pastel y será el más delicioso y el más grande, eso podrá animarte más y te hará olvidar el dolor de tus heridas.
Posdata: Celgris, nunca pude haber hecho esto sin tu ayuda, eres una de las mejores personas que he conocido, eres incluso mejor que los humanos… nunca cambies.
Un día tenemos que visitar la tumba de Lucyer, cuando te recuperes.
Te quiere… Melusina."
Celgris empezaba a recordar el día que le llegó la carta, ahora todo era claro. Recordaba estar en cama, con un brazo roto junto con cinco costillas como agregado.
En aquel tiempo no pensó nunca que fuera capaz de lograr matarla, recordaba que la primera batalla que había tenido fue sin lugar a dudas la peor que había librado, ya que ni en sus más oscuros sueños, se pudo imaginar lo que era realmente una guerra. "Voy a masacrar a cien hadas, las voy a matar, será pan comido" Aquellas palabras sin duda lo condenaron, ya que cambió de opinión en cuanto empezó a ver la sangre escurrirse por el campo de batalla, las flechas volaban por los cielos, la magia de las hadas descuartizó a sus camaradas, uno de sus mejores amigos fue asesinado sin piedad y pudo ver en primera fila como un hada le abría el pecho sin clemencia, los sonidos ensordecedores, los gritos, alas siendo removidas, hadas cayendo como si de estrellas se trataran. Celgris no podía ni empuñar su arma, el terror se había apoderado completamente de él aquel día… huyó, ya que fue incapaz incluso de matar a un hada que estaba moribunda, aunque una de las hadas lo tumbó, el barro se mezclaba enfermizamente con el olor de la muerte… había pensado que era el fin, que iba a morir, pero uno de su bando clavó una espada en aquella hada, atravesándole el pecho y bañando más la tierra con sangre.
Trató de huir por los bosques, no podía, aquello solo iba a matarlo así que había pensado en huir como el cobarde que siempre había sido. Aquel día la vida le demostró que quizá… no estaba hecho para la guerra, aunque nunca hubiera pensado que se terminaría convirtiendo en el héroe de paz en la misma.
Celgris observó los cielos de su casa, el techo tenía aquel color de la madera que tanto solía agradarle, aquellas imágenes eran horribles, aunque quizá podía sentirse un poco mejor, los cuervos no pasaron hambre. Dio una larga bocanada de aire, empezó a recordar el cómo se habían conocido, aquello nunca podría olvidarlo… ni en un millar de siglos.
"Aquel día la noche aullaba entre la sangre y la putrefacción, el bosque era callado, pues los muertos cantaban en vez de que los árboles tomaran el papel protagónico. Celgris se abría paso entre la espesura de los arbustos, quería alejarse lo más lejos que pudiera de los baños de sangre. Su corazón estaba latiendo con fuerza, podía sentirlo golpear su pecho, los bosques eran uno de los lugares más peligrosos ya que había una enorme cantidad de criaturas que los merodeaban y muchas de ellas eran sumamente territoriales, quizá un arma como su espada no fuera suficiente si se llegaba a topar con una manada hambrienta de lobos o quizá algo peor, unos Elfreis hambrientos. Celgris caminaba lentamente, quería hallar un claro o un lugar adecuado para poder descansar y recuperar fuerzas, aunque… también estaba consciente de que tenía que buscar quizá un lugar oculto, las hadas patrullaban los cielos y mataban indiscriminadamente a cualquier humano o cualquier otro ser que vieran. Llegó incluso a sus oídos un rumor de que unas hadas encontraron a una caravana que huía con una mujer en estado de parto y según lo que contaron, la esperaron, ellas mismas atendieron el parto, tomaron a la criatura recién nacida y se la dieron a una sirena para que disfrutara de su carne, luego dejaron que la sirena devorara a la madre.
Los árboles habían crujido y Celgris se sorprendió, ocultándose entre los arbustos… ¿Qué pudo haber hecho ese sonido? ¿Algún animal, un humano, un hada… o un Kliug del norte? No sabía, podría haber sido cualquier cosa, las manos le temblaron aquella noche y su sudor bajaba por su mentón… esperó.
Celgris se había sorprendido… era un hada; tenía grilletes rotos en sus manos y en su cuello, llevaba sangre en sus finas manos… aún goteaba de las mismas y andaba tambaleándose levemente, se estaba agarrando el costado, la estela de sangre le dijo a Celgris que quizá se había escapado… si no la mataba, probablemente ella si lo haría. Pese a todo, si ella no se percataba de su presencia y seguía su camino, él no tendría que hacer nada, solo esperar. Para su desgracia, ella se recostó en un árbol cercano, Celgris podía ahora recordar las palabras que ella había dicho con una claridad absoluta.
––Maldición… voy… voy a morir. Qué estupidez.
Celgris tenía que usar el elemento sorpresa, tenía que hacerlo… tenía que matarla. Desenvainó su espada lentamente, procurando no hacer tanto ruido. Las ramas crujían y las hojas cantaban en el frio de aquella noche.
El corazón empezaba a aumentar sus latidos y su fuerza era suficiente como para que lo sintiera retumbar en todo su cuerpo. El sudor recorría su frente y sus manos temblaban, las emociones en su cuerpo explotaban y removían sus entrañas para hacer que la euforia empezara a tomar el control de su cuerpo.
Dejó escapar la adrenalina y salió de los arbustos, con aquella velocidad y aquél impulso apuntó con su espada al hada moribunda, esta se hizo hacía atrás, acurrucándose en el árbol…lo observaba con miedo, el corazón de ella había dado mil vueltas cuando vio que él salió de los arbustos, el susto la dejó helada.
––Al parecer no voy a morir por la infección de mis heridas–– Pensaba aquella hada mientras observaba a Celgris––. Pero… no puedo morir aún, tengo que encontrarlas.
El sudor le recorría la frente, la mano empezaba a temblarle… los ojos de aquella hada, aquellos bellos ojos color miel parecían estar suplicando, además estaba desarmada… no sería justo matarla así.
¿Por qué no? Ellas quizá habrían matado a miles de el bando de Celgris sin piedad, en la guerra no existen reglas, no hay o existe nada estipulado que no te impida hacerlo… además, es solo matar a un hada que probablemente morirá a causa de una infección en sus heridas. Está moribunda…
Celgris sostenía su espada con el filo cerca del pecho de aquel ser… ella no tenía las fuerzas para pedir clemencia… solo pudo llorar.
De sus ojos empezaron a brotar lágrimas que se mezclaron con la sangre de su rostro, el olor a hierro penetraba la nariz de Celgris… tenía que matarla, o ella lo iba a matar. Pero… se veía tan indefensa, tan frágil ¿Cómo seres tan hermosos podían llegar a causar tanto daño? La culpa lo empezaba a carcomer, el pulso le temblaba más que nunca, no podía… no podía matar a alguien, no… … no era capaz de arrebatar una vida. El hada respiraba entrecortado y se trataba de aferrar al árbol lo más posible.
––Una y otra vez, ustedes han masacrado a los humanos y a los de mi raza… y, aun así–– Empuñó con fuerza la espada y la clavó con fuerza en el suelo, la tierra se rompió en fragmentos junto con el estruendo que generó el metal al fragmentar la tierra como si de esquirlas se tratara…––. ¡Maldición! No puedo… soy un maldito cobarde–– Empezó a llorar––. Soy… soy un maldito cobarde.
El hada no podía irse, estaba sumamente débil, Celgris sabía que no podría matarla, no podría asesinar a un hada que no podía defenderse, que estaba completamente a su merced, ellas eran tan similar a los humanos. Sabía que si volvía con las manos vacías lo matarían por traición, él no sabía qué hacer, pero tampoco quería convertirse en uno de esos demonios que asesinaba sin piedad… ella podría matarlo, pero… si no lo hacía ella, lo harían los de su raza o los humanos, daba lo mismo, pero, definitivamente no estaba dispuesto a ser uno de ellos.
––No te muevas, iré por un poco de agua.
Fue a buscarla, recordaba que mientras caminaba había visto un pequeño riachuelo, no era muy grande, pero serviría para limpiar las heridas de ella y darle a beber de sus caudales de vida. Caminó por un tiempo hasta que se topó nuevamente con aquel riachuelo, el agua sonaba suavemente, unos sonidos tranquilizadores para calmar un poco su memoria. Llenó su odre con aquellas aguas cristalinas, su odre era lo bastante grande como para poder limpiar sus heridas y darle a beber un poco, por lo menos hasta que esta pudiera saciarse. Regresó con la esperanza de que quizá estuviera aún ahí, aunque también entraba la posibilidad de que ella hubiera huido, todo podría entrar entre sus posibilidades. Para suerte de él, el hada seguía en el mismo árbol que ahora estaba manchado con su dulce pintura olor a hierro, su sangre empezaba a manchar el pasto, pero con un poco de intervención podría incluso salvarle la vida.
––No está envenenada, puedes beber tranquilamente.
Se acercó y le dio a beber de su odre, ella lo tomó con sus manos manchadas de sangre y empezó a tomar. Sus manos aún temblaban, él solo esperó a que ella acabara, aunque, de bebérselo todo iría nuevamente a llenarlo para limpiarle sus heridas, pero ella solo bebió la mitad. Con la otra parte empezó a removerle toda la sangre de la cara, él siempre llevaba un pequeño botiquín de emergencia por si las cosas llegaban a ponerse turbias y desembocaban en heridas para él. Con delicadeza le limpió las heridas de su rostro, tuvo que volver a rellenar su odre unas dos veces para terminar de curarla, la herida del costado no fue profunda, pero si podía infectarse, para suerte de él, aún estaba a tiempo. Con vendas envolvió sus manos y parte de su brazo izquierdo, ella apenas hacía ruidos, tampoco dijo nada cuando Celgris le quitó lo que le quedaba de armadura para limpiar la herida de su costado, solo se quedó mirándolo, no parecía tener vergüenza de que él viera sus pechos. Al terminar de vendarla, le colocó unas telas a modo de ropa y la dejó recostada en aquel árbol, él iba a prender una fogata momentánea ya que estaban cerca del invierno, y, las noches podían convertirse en un tormento helado. Antes de que él se levantara, ella le tomó el brazo de una manera bastante suave, él se volteó… por lo menos si lo mataba no se sentiría tan culpable y el cargo de conciencia no existiría, pensó que lo iba a matar, en algún momento podría pasar. Se había volteado, quizá aceptando ya su destino. Ella lo observó con aquellos ojos cristalinos color miel.
––G… gracias–– Las lágrimas salieron del su fino rostro, corrieron por su mentón y se deslizaron suavemente por su cuello hasta impactar su torzo.
Su respuesta fue totalmente sincera, o eso fue lo que él llegó a sentir aquella noche.
––Quizá… si existan hadas buenas en esta guerra––Pensaba mientras observaba aquel rostro… lleno de agradecimiento"
Celgris dejó escapar un poco de humo de su pipa, el fuego seguía bailando, aquellos recuerdos eran; pese a ser oscuros y sangrientos… cálidos, de algún modo.
––Como quisiera tenerte nuevamente a mi lado Melusina.
El anciano seguía observando la fogata arder, mientras sostenía aquella carta, que ella le había escrito años antes de suicidarse.