Si pronuncias mi nombre con labios de terciopelo,
querida, dime, ¿qué me dejas?
Si mis manos, mis ojos y mi boca
a tí te adoran, amor, dime, ¿qué me dejas?
Si todos mis suspiros, todos mis sueños y pensamientos,
todos los latidos desenfrenados son tuyos,
cariño, dime, ¿qué me dejas?
¿Qué le dejas a este caparazón frío y anhelante?
¿Qué me dejas, aparte de la desazón?
y, ¿qué me das aparte de tu desdén?
¡bruja egoísta!
llorarán tus ojos lágrimas argenteas
y se helará su rastro,
perdiéndose entre los delicados montículos
de tu feminidad, por no haber sido capaz
de amar a este corazón latiente.