Somos dos cuerpos que combustionan al tocarse,
un secreto compartido,
una mirada que clama por amor,
un beso de rendición,
de total abandono.
Somos polvo de estrellas en un continuo morir.
Pero mientras estemos así, piel contra piel,
bocas húmedas entrelazadas, seremos eternos.
El deseo late potente y la pasión inunda la estancia.
Somos un torbellino de emociones
que arrasa con cualquier rastro de razón.
Dos cuerpos ardiendo en la cama, sudados,
mientras afuera llueve.
El aroma a pecados impregnado en tu piel,
bañándonos a ambos con el desenfreno surgido
de dos almas ardientes y necesitadas la una de la otra.
Y así moriremos, un cúmulo de miembros enredados
entre las sábanas índigo.
Un templo erigido a Hedoné.