He de admitir que subestimé por un gran margen el tiempo y esfuerzo que aquella cueva tomaría; habían pasado 4 días en los que, cuando no estaba cazando o durmiendo, estaba navegando los túneles, 3 de los cuales los gasté yendo en círculos antes de que que lograra poner algo de orden al caos de los caminos y descubriera con frustración que una gran cantidad de túneles eran redundantes. Lo que fuera que viviera aquí en el pasado no se preocupaba por el desorden o tenía una forma de encontrar siempre el camino. Por fortuna, logré encontrar una serie de pistas que me mostraron una ruta concreta: la sangre.
Una vez que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, encontré múltiples manchas viejas de sangre, similares a la que encontré el primer día, y con algunas pocas descartables excepciones, todas parecían seguir una serpenteante dirección específica. Calculé que los túneles comunes no me darían nada de valor y tomé la decisión de seguir las huellas de sangre, y me dediqué a buscar el resto de los rastros. Me tomó otros 4 días, sobre todo por el tamaño de los túneles y el hecho de que aún necesitaba explorar zonas grises en busca de los rastros, y empezaba a impacientarme; la distancia que recorría cada día era cada vez mayor, y cada día tenía que volver a la entrada a pescar. Los yampas no estarían en el río todo el tiempo, y el pensamiento me urgía a darme prisa. Después del quinto día, finalmente, sentí corrientes de aire de la dirección que seguía, y a la mañana siguiente, después de pescar por lo que esperaba fuera la última vez, tomé a los cachorros y volví al camino de sangre.
Fue una desición espontánea y algo imprudente, pero la ansiedad y emoción tomaron con firmeza un lugar en mi cabeza. Avanzamos al paso de los cachorros, más lento de lo que normalmente avanzaba por mi cuenta, y para cuando el sol se empezaba a teñir de naranja tras las nubes de Goran, hallamos una salida.
Lo primero que me puso en estado de alerta fueron los restos de destrucción que rodeaban la zona, y la boca del túnel crudamente cubierta al fondo por una gran cantidad de escombros. Algo había tratado de obstruir, con éxito moderado, la salida, pero aún había espacio suficiente para escurrirme a través; intenté utilizar mi visión de almas por primera vez en varios meses, y logré percibir un bulto brillante inmóvil cerca de la salida en la que estábamos, que me daban la sensación de estar incompletos de una forma inexplicablemente mucho más natural que un muerto, como ensamblándose en vez de dispersarse. A la vez, noté un brillo más a lo lejos, cerca de lo que presumí sería la salida real de la cueva. Advertí a los cachorros que esperaran allí y atravesé la angosta abertura. Ya podía sentir el olor residual de algo viviendo en la cueva, pero no podía reconocerlo. La vista que me recibió al otro lado me tomó por sorpresa.
La cueva era de dimensiones amplias, mucho más amplia que los túneles que había dejado atrás. La lluvia no llegaba más allá de un par de pasos de la entrada, era relativamente poco profunda y ligeramente ancha; al instante siguiente confirmé que aquél sitio de hecho ya tenía dueño, aunque no estaba presente en ese momento. El bulto brillante cerca de mí resultó ser un trío de huevos, cada uno dos veces más grande que yo, apilados en un nido de tamaño proporcional. Cada huevo me provocó una fuerte sensación de temor que casi me provoca náusea, pero resistí y miré a la entrada, en busca de la otra figura, que deduje que era un magram por lo mucho más brillante que se veía en comparación a un animal normal. Miré con cuidado desde la esquema por la que ingresé, y entonces pude ver lo que lucía como una especie de reptil de patas cortas, con la mitad de mi altura, husmeando cerca de la entrada de la cueva. Lo vi girar la cabeza, curioso, y entonces fijó su mirada en los huevos, avanzando con prisa hacia ellos. Comprendí su intención de inmediato. Me quedé ahí parado, dudando, pensando en todas las cosas que podía hacer en esa situación, en qué tan peligroso podía ser aquel reptil, hasta que lo vi casi llegando al nido y desperté de mis dudas.
Puedo culpar al instinto parental que desarrollé ese pasado mes cuidando de mis hermanos, podría haber sido algún otro instinto oculto, pero el hecho es que reaccioné antes de haber pensado en lo que estaba haciendo.
Había ocultado mi presencia desde que salí de la grieta, así que sólo corrí hacia el nido; la gran cueva era en esencia una enorme sombra, así que no necesitaba concentrarme en buscar sombras que me cubrieran, era esencialmente invisible. Salté sobre él en cuanto estuve lo suficientemente cerca, en el mismo momento en que el lagarto ponía la primera pata en el nido. Cerré mi mandíbula en su cuello y lo arrojé lejos con toda la fuerza de la que fui capaz, pero no logré mucho más que alejarlo del nido. Subestimé cuánto pesaba, y a juzgar por las leves marcas en su cuello, también subestimé su defensa.
Su postura me dijo con seguridad que iba a ser muy difícil lograr otro ataque sorpresa. Era la primera vez que veía un animal o magram como este, al menos que recordara, y no sabía muy bien cómo enfrentarlo, así que quise esperar que él actuara primero; desafortunadamente, no tardé en percatarme de que esa era también la estrategia del reptil, y él era mucho más paciente de lo que pensaba. En un instante de epifanía se me ocurrió tomar ventaja de eso para pensar con cuidado qué hacer, sin dejarlo salir de mi campo de visión; no era a menudo que me encontraba en una situación de combate puro desde mi encuentro con el oso, generalmente eran casos de cazar presas más débiles que yo o huir de los cazadores más fuertes que yo.
Tomé en cuenta la resistencia de las escamas en su cuello, y por lo que podía ver, era muy probable que el resto de su cabeza, espalda y cola fueran igual de duros. El único sitio que se me ocurría que podría ser vulnerable sería el vientre, que había visto era de un color pálido, casi blanco, pero no podría ser fácil hacer que me lo mostrara. El único momento que pude haber aprovechado con relativa facilidad fue el ataque sorpresa, y lo había desperdiciado en mi afán por evitar que alcanzará los huevos.
Iniciamos un concurso de miradas, ninguno de los dos atreviéndose a atacar primero; el reptil, sin embargo, no mostraba el menor signo de querer atacar, y esa confianza me hizo sentir el peligro que correría si se me acababa la paciencia. Resultó que no tuve que esperar mucho, de todos modos, porque un fuerte rugido y el batir de alas nos interrumpió, y supe que el dueño del nido había vuelto.
El lagarto intentó huir, y siguiendo su ejemplo, traté de ocultarme en las sombras, pero ninguno de los dos lo logró: él simplemente no fue lo suficientemente rápido para esquivar la enorme garra que lo atrapó en la entrada; yo, por mi parte, deseché cualquier intención de esconderme después de captar un vistazo de la imponente y poderosa bestia, asumiendo que no había forma de que pudiera ocultarme exitosamente. En mi mente sólo había sitio para el miedo y desesperación por mis hermanos, que seguían escondidos atrás y a quienes podía escuchar, aterrados por el peligro que no podían ver.
Veía pájaros con bastante frecuencia en el bosque, incluso en Goran, pero esta era la primera vez que veía uno de cuatro patas, tan grande como para ocupar la mitad de la entrada de la cueva. Sus plumas que se degradaban de un color marrón a un naranja ardiente cubrían todo su cuerpo con la excepción de sus patas, el par de colas escamosas y los dos cuernos cortos y curvos, hasta el hocico que tenía en vez de pico. Era la primera vez que veía un ser tan majestuoso y aterrador.
Sus pupilas verticales me dieron una mirada afilada, y procedió a examinar el nido. Sin atreverme a mover un músculo, vi como sus ojos se desviaban e irradiaban furia al ver el lagarto, pero en vez de darme su atención, agachó su cabeza para lanzar el reptil a su hocico y presionó sus mandíbulas con tal fuerza que me provocó escalofríos. Vi cómo lo masticaba una y otra vez, luego lo tragaba entero, y procedía a recoger los trozos que cayeron al suelo para acabar la comida. Fue entonces que sus ojos amarillos volvieron a mí.
Con los dientes apretados, sentí cómo me juzgaba, y cómo en ese mismo instante mi vida y probablemente la de mis cachorros estaba en sus garras. Recordé a mi manada, a Sei, la esperanza que habían puesto en mí, y en cómo lo acababa de echar todo a perder por tratar de involucrarme en problemas que no eran míos. No fue hasta que mis mejillas empezaron a humedecerse que vi al ave dar un paso hacia atrás. Levanté la vista para encontrar que sus ojos ya no tenían el brillo penetrante con el que me juzgaba hace un momento, y mis piernas casi cedieron por la presión levantada, pero no me dejé caer hasta apartarme a una distancia segura del nido; noté que el ave se movía hacia los huevos, pero estaba muy preocupado por los pequeños para darle importancia. Corrí de vuelta a la grieta, sorprendido y asustado de no encontrarlos al otro lado de la grieta, sino al lado del nido.
Miré al anfitrión con cautela, tratando de adivinar sus intenciones, pero su respuesta fue una mirada más suave de lo que pensé que sería, después de lo cual se acurrucó con sus huevos enterrados en el denso plumaje de su pecho y rodeados con su cuello. Fue hasta ese momento, cuando la tensión y el miedo me dejaron y pude pensar con algo de claridad, que caí en la cuenta de que aquél era un magram, uno muy poderoso, y por supuesto que también inteligente. Él probablemente comprendió que yo no era una amenaza activa, y que los cachorros estaban a mi cuidado.
Los cargué a medio camino de la entrada de la cueva y me acerqué al borde, explorando por opciones; me resultaría difícil volver por donde llegué, a corto plazo. La boca de la cueva estaba al pie de un acantilado relativamente grande, junto al cual la pendiente de un cerro lo reemplazaba. Al frente de la cueva transcurría un río, y a juzgar.por las yampas que saltaban en él, apostaba que era el mismo, aunque no sabía en qué punto me encontraba ahora; ahora era la depresión entre dos cerros, en vez de un cañón profundo. Podía marcharme, pero ni mis hermanos ni yo estábamos en condiciones de vagar en busca de otro refugio, y con la presencia de esta bestia, dudaba de encontrar otro en las cercanías. Quizá el anfitrión aceptara que yo permaneciera con los pequeños en la cueva: yo no iba a arriesgar la vida de mis hermanos tratando de hacerle daño a él o a sus huevos, aún si hubiera querido.
Volví con los cachorros y me acurruqué justo a ellos cerca de la grieta, lejos del nido; yo mismo estaba bastante cansado por el día, y el agotamiento se hizo evidente en cuanto el impulso de la acción desapareció. Mantuve un ojo en el anfitrión para medir su reacción, pero me concedió una sola mirada curiosa y volvió con sus huevos. Supuse que estaba dispuesto a tolerarme.
Fue quizá la primera vez que me atreví a soltar toda la tensión y relajarme, sabiendo que era incapaz de enfrentarme al ave y que su presencia repelería cualquier otra amenaza, y el sueño de inmediato atacó, mi consciencia vagando con el eco de la constante lluvia.