Me he vuelto más fuerte.
No es un cambio increíble, repentino ni nada parecido; fue un detalle del que me percaté mientras realizaba una sesión de introspección por la noche. Fue un cambio gradual, al punto de que no lo habría notado si no prestara especial atención a mi progreso, pero comparándome al yo que huyó de los humanos, me había vuelto más capaz. Aves que antes se desvanecían de mi vista ahora podía seguirlas con la mirada, aunque apenas. El esfuerzo, si bien poco, que me tomaba cazar liebres desapareció, y las garras y colmillos que solían ser incapaces de causar una herida grave a un derfen por mi cuenta ahora podían desangrar a uno en tres o cuatro ataques, suponiendo que sean completamente recibidos. Este último fue el más complicado de detectar, dado que las presas que había estado cazando durante la temporada de lluvias no eran demasiado grandes ni peligrosos, ni requerían mucho poder de ataque de mi parte. Fue durante la primera cacería en manada que intenté con mis hermanos que me vi forzado a probar mi progreso.
Los cachorros ya tenían poco más de un mes desde que les permití, bajo mi supervisión, cazar por sí mismos, y habían pasado de ser incapaces de acercarse a ningún animal antes de haberlos asustado, a tener éxito la mitad de las veces con las presas más dóciles, como las liebres y algunos hamach más pequeños. Fue entonces que se me ocurrió que sería una buena idea llevarlos a cazar una presa más grande, en grupo. Ah, cuán equivocado estaba.
Partimos a media mañana, durante un breve descanso del aguacero, y los llevé al otro lado del río, donde en días anteriores había visto un rebaño de derfen. El bosque abierto ya empezaba a mostrar signos de vigor, ahora que el ruido del agua golpeando la superficie de la tierra daba más espacio para escuchar los sonidos del entorno; podía escuchar algún pájaro aquí y allá, escasos aún, dado que Goran aún no acababa, y los insectos tomaban el escenario para hacer sonar en todas partes su composición de sonidos extraños y diferentes que, de una manera extraña, y a pesar de lo aleatorio de sus participantes, lograban sonar en armonía unos con otros. En medio de todo aquello, finalmente y después de un par de horas buscando y siguiendo rastros, dimos con el rebaño.
Era más bien pequeño, como todo rebaño que se pueda encontrar tan adentro en la enorme arboleda, pero eran suficientemente fuertes para compensar cualquier deficiencia en números. Era obvio que no podía hacerles frente a todos juntos, por lo que desde el principio planeaba acecharlos y esperar que uno de ellos se alejara del resto. Una estrategia básica, pero usualmente efectiva.
Seguimos al rebaño desde lejos por casi la mitad del día; incluso si no lográbamos nada, podíamos permitirnos el tiempo, desde que nos habíamos estado alimentando bien por bastante tiempo, así que no me preocupé por no atrapar ninguna presa ese día. Los pequeños habían alarmado a los derfen varias veces, haciéndolos huir, pero por la razón que fuera, nunca corrían muy lejos. Fue al entrar la tarde, nuevamente bajo la lluvia y mientras seguíamos el margen del río a contracorriente, que sentí un cambio en la atmósfera. Fue una sensación leve, una persistente inquietud que crecía lentamente entre más avanzábamos, a pesar de que el entorno no había cambiado en absoluto. Afortunadamente, no tuve que preocuparme mucho por ello, ya que pronto los derfen llegaron a su destino, y encontramos la oportunidad que esperábamos.
El río se desprendía de un claro al pie de un muro natural formado de grandes rocas apiladas unas sobre otras, y a través del cual caía una cascada que formaba un lago del que partía el río que habíamos estado siguiendo. Los derfen se detuvieron a beber, y como si fuera su rutina diaria, se separaron a continuación. Aún podían reunirse de nuevo en segundos si algo ocurría, y se podían ver unos a otros, pero cada uno hacía lo suyo, fuera pastar, beber, dormir, o buscar comida más atractiva. La situación me permitía mayor maniobra y oportunidades, a le vez que no podía bajar la guardia por completo. Pasaron los minutos, los tres de nosotros agazapados tras un arbusto a razonable distancia, hasta que vi a uno de los machos más jóvenes salir del claro e internarse en el bosque, y lo marqué. Miré hacia atrás en dirección a los cachorros, y aunque podía oler los nervios y la emoción, pude ver que sólo la emoción era aparente en sus ojos. Así pues, no deberían tener problema asistiendo.
El derfen en cuestión se detuvo justo bajo un particular árbol de frutos rojos. Lo había visto en ocasiones, esparcidos por el bosque, y si recordaba correctamente, el año anterior también dieron frutos alrededor de este momento del año, y se agotaron al acabar Goran; lo más probable es que fueran de temporada. Yo mismo los comía de vez en cuando, y aunque su sabor agridulce me agradaba bastante, nunca me satisfacía. Evidentemente, ese no era el caso para el derfen, que estiraba el cuello y tragaba los frutos rojos con gran entusiasmo. Me preparé para moverme, recordando que esta vez no estaba solo, y siguiendo el camino de sombras que más se acercaba a mi objetivo, me lancé.
El derfen me sintió al momento que dejé la cobertura de la sombra, pero ya era tarde. Cerré mi mandíbula en su cuello, a la vez que giraba mi cuerpo y clavaba mis garras en su lomo y costado, tratando de afirmar mi posición, pero subestimé al animal, que corrió hacia el árbol de frutos rojos, que estaba más cerca, y me golpeó contra el tronco. Mi agarre, aún inestable, se soltó, pero logré rasgar un buen trozo de su cuello. No era grave aún, pero un par de ataques más deberían hacerlo. Yo mismo me sorprendí de mi fuerza, no recordaba tener una mordedura tan fuerte, o habría intentado mejorar mi dieta mucho antes. La acción no se detuvo, y mientras me ocupaba de levantarme y procesar las nuevas variables, mis dos hermanos se habían abalanzado al derfen. Su coordinación entre sí era asombrosa, abalanzándose sobre el derfen al mismo tiempo desde ambos lados, pero no tuve tiempo de sentirme orgulloso.
Ninguno de los dos tenía experiencia en este tipo de ataque, así que al saltar sobre la presa y tratar de sujetarse, el macho resbaló y cayó hacia la retaguardia del derfen, que no desperdició la oportunidad de entregar una bien colocada patada que lo envió volando y lo estrelló en un árbol a poca distancia. Mi hermana tuvo más éxito, logrando encontrar alguna forma de agarre, pero fallando el mordisco, y me encontré corriendo al derfen antes de que se encontrará libre de nuevo. Tal como esperaba, ella perdió su agarre y cayó entre las patas del derfen, pero antes de que éste lograra pisotearla, salté y repetí mi ataque, mordiendo el mismo sitio de mi primer mordida. Mi intervención tomó desprevenido al derfen, que había estado ocupado con mis hermanos, y al instante trató de derribarme, tal como hizo la primera vez; pero a diferencia de la primera vez, me encontraba firmemente sujeto a su lomo, y presioné mi mandíbula con todas mis fuerzas. El dolor de mi colisión con un tronco fue horrible, y sólo empeoró cuántas más veces se repetía, pero después de 5 colisiones, justo cuando mi agarre empezaba a fallar, el derfen redujo su velocidad, y después de un débil golpe final contra otro árbol, por fin colapsó, y junto a él caí yo, agotado.
El derfen seguía vivo, pero al ritmo que se desangraba, no iba a durar mucho más; me levanté, débil como estaba, y terminé de rasgar su cuello. Vi a mis dos hermanos acercarse al cuerpo, ella con nada más que rasguños, él cojeando de una pata delantera encima de los rasguños. Afortunadamente no tenían ninguna herida mayor, pero pude sentir lo peligroso que acabábamos de hacer. La única razón por la que todo salió bien fue por una variable inesperada como fue la fuerza de mis colmillos, lo que significa que si todo hubiera seguido mis planes, el resultado habría sido espantoso. El derfen no llegó a usar sus cuernos, afortunadamente.
Devoramos tanto del cuerpo como pudimos. Era ya tarde, y cargar el resto nos retrasaría mucho, aún más con lo cansados y heridos que estábamos, por lo que tuvimos que abandonarlo. Pasamos por el lago de nuevo; el resto del rebaño había huido hace tiempo, y el lugar estaba desierto. No nos detuvimos por mucho tiempo, y para cuando el sol se empezaba a esconder, estábamos de vuelta en la cueva. Sentí la mirada preocupada del anfitrión, pero estaba muy cansado para involucrarme, y sólo me acurruqué con los cachorros en nuestra esquina.
Caí en la cuenta de que los cachorros sólo tenían 5 meses de edad, y a esa edad Kass apenas había completado su entrenamiento de rastreo, lo mismo con Jak; yo era el raro. Me dejé llevar por lo rápido que aprendían, y olvidé que en realidad aún son muy jóvenes para hacer frente a animales tan grandes. Debía tener mucho más cuidado en el futuro.
Con esos pensamientos, el cansancio y el dolor de mis golpes, caí un profundo sueño.