La tragedia nos alcanzó poco antes del final de Goran, cuando ya sólo caía lluvia una vez entrada la tarde, y la tierra empezaba a mostrar signos de secarse. En todo ese periodo desde mi encuentro con quienes asumí eran jefes de territorio, hice lo mejor que pude por enseñarles no sólo las complejidades de la convivencia en manada que aprendí antes, sino también las dificultades de vivir en solitario, como yo mismo estaba aprendiendo de primera mano. Si hubo algo que mis hermanos pequeños me demostraron, fue que el proceso de maduración por el que yo había pasado había sido más que un poco anormal. En aquel entonces no presté mucha atención a cómo Jak y Kass se las arreglaban, pero estoy bastante seguro de que fue bastante diferente de mí mismo. Para empezar, si pensaba en ello, dudaba mucho que un lobo joven de poco más de un año como yo tuviera tanta experiencia como para incluso intentar enseñar a un par de cachorros, pero ahí estaba yo, y aunque quizá era nada más que mi opinión, creía estar haciéndolo bastante bien: para el final de Goran, concluí que lo único que les hacía falta era experiencia, y el lugar en el que estábamos, con lo poderosos que eran las bestias de los alrededores, sería muy difícil conseguirla fuera de las pocas presas que cazábamos de vez en cuando.
La falta de lluvia era prueba indiscutible de que Goran llegaba a su fin; los animales se veían con mucha más facilidad y el bosque brillaba con luz del sol de la tarde que caía al horizonte. Era más fácil encontrar presa, pero de la misma manera podíamos ser encontrados, así que tuvimos que adaptarnos y recorrer el bosque con mucho más cuidado que antes. Al final del día, las dificultades que pasamos para encontrar comida no se habían reducido, e incluso tuvimos que huir un par de veces. Llegó el punto en el que consideré que ya era momento de dejar que mis hermanos cazaran por su cuenta, pensando que les había enseñado lo suficiente; ellos no tardaron, sin embargo, en demostrarme cuán equivocado estaba. Todo fue bien durante la primera semana: al principio los seguía sigilosamente para evitar que se metieran en pronlemas, y verlos navegando el bosque con cuidado, tratando de atrapar un hamach solitario, o algún derfen extraviado, me tranquilizó lo suficientemente para dejarlos ir por su cuenta.
Me di cuenta de que ya estaban retrasados, pero imaginando que tomaría demasiado tiempo rastrearlos, me tragué la impaciencia y esperé. Mi paciencia se quebró cuando vi a mi hermana llegar a la entrada de la cueva, cojeando, cubierta de golpes, haciendo lo posible por correr incluso en aquel estado, y sola. Mis patas se movieron antes de que mi cabeza terminara de procesar el significado de lo que había visto; corrí guiándome únicamente por mi instinto, como no lo hacía desde hacía desde que era un cachorro, así que no recuerdo mucho de aquella carrera. No tuve tiempo para sentirme ansioso o preocupado, sólo desesperación oprimía mi pecho.
Seguí el rastro que mi hermana había dejado a través del bosque, y no tardé mucho en encontrar al otro cachorro, inconsciente, cubierto en sangre y golpes y estirado al pie de un árbol, pero vivo y estable. Había un caos de pisadas de derfen en los alrededores que me dijeron suficiente de lo que había ocurrido, así que sin ningún retraso lo tomé en mi hocico y corrí de vuelta a la cueva.
Pasé los siguientes días cuidando de ambos cachorros. Ella se recuperó con relativa rapidez; me preocupó verla desmayada en una esquina al volver del bosque el día del incidente, pero luego de verla despertar horas después, concluí que sólo estaba cansada. Él, por otro lado, no mejoró incluso después de varios días de cuidar de él. La consciencia que había recuperado lentamente la perdió de nuevo, y a pesar de haber dejado de sangrar, sus heridas lucían peor cada día; la preocupación invadió mi mente, y mi rendimiento de caza cayó tanto que apenas podía sustentar a los pequeños. Mi malestar era obvio al punto de que el anfitrión lo notó y comenzó a cederme parte de sus cacerías.
Fue una tarde ya soleada, cuando Goran daba ya su último aliento, mientras volvía de otra cacería fútil, que encontré junto a la entrada de la cueva lo que no veía desde hacía meses: un humano. Se veía mayor, cubierto de pelo blanco, pero olía extraño, y mucho más viejo que cualquier otro humano con el que me hubiera encontrado antes, y me puse de guardia al instante; debido a mi falta de alimento en los últimos días, no me quedaba mucha energía, pero de todas formas debía alemos intentarlo.
Le vi tratando de decir algo que no entendí; su rostro reflejó algo de sorpresa y realización al haber notado mi confusión, y lo siguiente que ocurrió fue lo más extraño que había experimentado hasta entonces: sentí una horrenda comezón detrás de mis orejas, dentro de mi cabeza, y una serie de ideas se abrió paso al interior de mi mente. Tardé unos segundos en organizarlas, pero logré interpretar la mayor parte de su significado:
"No te preocupes. No traigo malas intenciones. Te he estado buscando por un tiempo. He venido a ayudar."
Era una sensación incómoda tener ese tipo de conexión unilateral en mi cabeza, soltando ideas ajenas, pero traté lo mejor posible de adaptarme; si el extraño era capaz de hacer aquello, era probable que fuera capaz de mucho más, y no era mi vida la única en peligro si el extraño decidía ser hostil; se me ocurrió tratar de enviar algún tipo de idea de la misma forma que recibí el mensaje del humano: enfoqué todas mis dudas y traté de hacerlas pasar por la conexión extraña. No sentí nada diferente y no supe si funcionó como pretendía, pero el intruso pareció haber recibido mis preguntas de todas formas.
"Fui informado de ti por un amigo. Supe que estabas en algún lugar de este bosque. Tengo la intención de ayudarte. Ven conmigo. El cachorro no aguantará mucho tiempo."
A la mención de mi hermano, no tuve más remedio que ceder ante lo que fuera que quisiera el humano; no había mucho que no estuviera dispuesto a dar o hacer por salvarle, y sabía mejor que nadie, incluso si no lo admitía, que yo solo no podía hacer nada. El extraño recibió mi resignación y asintió.
"Entra delante. Tranquilízales. Nos vamos en un instante."
Hice como él dijo y entré en busca de mis dos hermanos. Él seguía inconsciente, sus heridas habiendo tomado un tono púrpura teñido de pus; ella estaba despierta, alerta ante el intruso que seguramente hacía tiempo había notado. Le dejé saber que no había peligro y, tal como se nos instruyó, nos reunimos alrededor de mi hermano.
"Cierren los ojos. Cuando los abran, será un lugar diferente."
De alguna forma sentí la certeza de aquel mensaje, y tomé una última mirada alrededor. Los polluelos habían salido del nido hacía tiempo, dejándolo olvidado en una esquina, y el anfitrión estaba fuera con ellos, seguramente enseñándoles a volar y a cazar. La cueva nunca fue muy hospitalaria, pero aún así me dejó un deje de nostalgia saber que no la vería de nuevo. Lamenté no poder despedirme del anfitrión, y me consolé con la idea de que, con lo incierta que es la vida en lo salvaje, no se preocuparía demasiado por nuestra ausencia. Finalmente, dirigí mi mirada al hombre delante de mí; sentí la curiosidad en sus ojos, mezcladas con un sentimiento de empatía y buena voluntad que nunca había sentido de nadie, que me calmó y me hizo confiar que, lo que fuera que viniera después, sería algo bueno.
Con eso en mente, por fin, cerré mis ojos.