Mi experiencia en aquella zona fue mucho más placentera de lo que pude haber imaginado, posiblemente porque quien nos acogió espantaba cualquier competencia que pudiera amenazarme, y esa gran ave cuadrúpeda con la que compartía nido nos dio una cálida bienvenida. Parecía saber que mis hermanos aún no podían valerse por sí mismos, porque en ocasiones, cuando la cacería no daba frutos, nos daba parte de su presa; no es que le costara mucho, si la diferencia en tamaños ya era enorme y ella comía diez veces más que nosotros tres juntos. Por lo general ella salía toda la mañana, y en la tarde era mi turno de cazar y llevar a los cachorros a practicar. El nido nunca permanecía solo, y ambos nos aseguramos de ello.
La zona en la que la cueva se abría seguía siendo tan boscosa como era de esperarse, pero el patrón era roto por el río que corría al pie de la cueva, que se alzaba en lo alto de un pequeño padrón y sobre la cual se extendía una gran pendiente, con algo menos de árboles, que conducía a lo alto de la montaña. Una montaña comparable se podía ver a cierta distancia al otro lado del río, la cual comprobé después de visitar que en realidad es un poco más corta de altura a la que teníamos directamente detrás. Realmente no es un sitio en el que nadie esperaría encontrar una cueva de tales dimensiones, lo que a su vez es prueba de que había sido creada por el serpentino sujeto que talló todos los túneles. Túneles que el ave se aseguró de sellar con mucho más esmero después de enterarse de que por ahí entré yo. Sin duda ya no podía volver aunque quisiera.
En los siguientes dos meses los cachorros ya me seguían mientras cazaba; los dejaba intentarlo ocasionalmente, sólo para verlos aterrorizar cual fuera el animal que escogieron y descubrir que no era tan fácil como atrapar yampas en el río—que tampoco es fácil, pero los peces que nadan contracorriente no huyen tan rápido—pero en su mayor parte sólo me observaban. Las lecciones iniciales no tomaron mucho tiempo, desde que ese primer mes de vagar ya lo había usado para sentar bases sobre las partes más básicas y necesarias, como reconocer olores. Lo único que faltaba para tenerlos listos como miembros capaces de la manada era experiencia, y eso era algo que iba a resultar muy díficil conseguir de mi parte; era imposible que les enseñara sobre la cacería tradicional, desde que... Yo ya no tenía una manada. El único lobo adulto en el área era yo, y no había forma de que les enseñara a cazar un boffel o un derfen por mi cuenta, a menos que mi intención fuera mostrarles lo que nunca deberían intentar, e incluso si pudiera arreglármelas con mi talento de sombras, habría sido inútil enseñarles algo que no podían imitar. O quizá podrían en el futuro, no lo sabía, el gram es así de impredecible, pero no iba a apostar la educación de mis hermanos en una incertidumbre como esa. La única conclusión a la que podía llegar era la de enseñarles a cazar en solitario, y más adelante, cuando fueran plenamente capaces, enseñarles a cooperar entre sí y conmigo. No había otra manera, y aun así... No era capaz de sacudirme el instinto de que estaba equivocado. Cuando no les estaba enseñando, sin embargo, dedicaba el resto de mi tiempo en practicar y controlar las extrañas habilidades que había descubierto que poseía.
Lo único que podía realmente hacer era ocultar mi presencia en las sombras, pero sabía instintivamente que eso no era todo lo que debería poder hacer. El gram es una energía muy abstracta, informe, y sólo adquiere una manifestación cuando algo externo lo estimula, y eso significa que todo lo que tenía que hacer era sentir, conocer el gram en mi interior, aprender a darle alguna forma, y aprender a reconocer todas las formas que podía darle. Suena sencillo, pero es una tarea mucho más ardua de lo que aparenta, y no hice ningún progreso en esos dos meses. Mi habilidad de camuflaje, sin embargo, mejoró considerablemente, lo cual que llevó a pensar que tenía algo que ver con mi capacidad mental. No me impidió seguir intentando, de todos modos.
Con el fin de aprender más sobre mis capacidades, usaba mis habilidades de gram cada vez que tenía oportunidad; justo lo estaba usando esa mañana, mientras acechaba a un hamach que escarbaba con sus colmillos y su hocico puntiagudo hacia las profundidades de una cuenca llena de barro. Parecía un trabajo complicado, dado el aguacero que arreciaba sin cuartel, pero no era mi problema, y si todo salía bien, pronto tampoco sería el suyo.
A pesar de que los árboles apenas dejaban pasar luz, el hamach tuvo la suerte de pararse directamente bajo un suertudo gran haz de luz que de alguna manera logró atravesar tanto las nubes grises como los tupidos árboles, así que tuve que abandonar mi camuflaje, que sólo funcionaba bajo las sombras, antes de alcanzar la presa. Era distancia suficiente, de todos modos, para saltar y desgarrar su cuello antes de que pudiera reaccionar a mi presencia. Me atrevía a decir que tenía mayor éxito con mis ataques sorpresa que con el trabajo en manada. El pensamiento hizo que me doliera el pecho, por lo que de inmediato lo abandoné y reanudé mi trabajo.
Era un poco más difícil camuflarse cuando cargaba algo, especialmente si ese algo iba dejando un rastro de sangre, pero había aprendido a hacerlo recientemente; aunque aún no alcanzaba a entender del todo cómo la sangre que goteaba desaparecía, sentía intuitivamente que había algo ahí—alguna clase espacio, no tenía otra forma de describirlo más que "al otro lado de la sombra"—al que nada nunca debería tener acceso, y sin embargo sentía también que ese "algo" era una de las claves que debía comprender en algún punto más adelante, si de verdad quería dominar mi afinidad con las sombras, pero al momento no tenía idea de qué se suponía que hiciera al respecto.
Los cachorros me esperaban a un tiro de piedra de distancia, desde donde podían ver con claridad mis movimientos; me siguieron en cuando pasé, emocionados por el prospecto de una cena como la que yo arrastraba. No estaba muy lejos del nido, por lo que no me tomó mucho tiempo volver. Bajé con cuidado por un sendero escarpado oculto en la pendiente cercana, llegué a la cueva y fui recibido por una vista gratificante. Lo primero que noté fue al anfitrión junto al nodo, de espaldas a nosotros, y tardé un momento para enterarme de que algo más hacía ruido en la sala; un par de gorjeos chillones, mal sincronizados y casi molestos dominaban el espacio sonoro en la cueva: los huevos finalmente nacieron.
El anfitrión, como empecé a llamarlo después de unos días, nos permitió quedarnos con él; no estoy seguro de cómo interpretó mis intenciones cuando nos conocimos, pero de alguna manera me aseguré una posición como algo parecido a un guardaespaldas. Aunque debo admitir que el nido era en efecto más seguro del exterior con dos familias compartiéndolo, en mi cabeza no cabía una razón por la que yo parecería lo suficientemente confiable para encargarme sus crías, mucho menos cuando yo era tan abrumadoramente más débil que él. Fue una bendición, claro, porque de otro modo no sólo estaríamos sin refugio aún, o peor, eso no lo dudaba, y por eso me esforcé en cumplir tales expectativas: cuidaba el fuerte mientras él no estaba, y al salir nunca me iba muy lejos, preparado siempre para volver al menor signo de sospecha. Uno creería que no era fácil cazar eficientemente así, pero el anfitrión no salía muy a menudo, y nunca se iba por más de medio día, así que tenía tiempo más que suficiente para cazar y educar a los cachorros. El orgullo era la única razón por la que habría rechazado tal caridad, y lo había dejado atrás en el mismo momento en que decidí huir de mi manada. No tenía porqué quejarme.
Me acerqué con cuidado, con algo de temor de dar la idea equivocada, ya que sabía lo alerta que cualquiera puede ser delante de sus propias crías, pero el anfitrión no me dio más que una calma mirada, en silencio permitiéndome observar a sus propios hijos. Era la primera vez que veía crías de otra raza diferente a la mía, y la experiencia fue extraña. Podía ver similitudes entre los hijos y el padre—porque sabía que el anfitrión era macho, y me confundía tanto más por ello—pero no eran suficientes para relacionar aquellas bolas de plumas aún húmedas con la majestuosidad que los había incubado. Por encima de esa extrañeza, sin embargo, sentí algo de orgullo por haberles ayudado, si bien sólo un poco, a nacer, y otra emoción que no pude identificar de inmediato; era el hecho de presenciar el origen de otra línea de vida de la naturaleza, de ver el desarrollo de otra raza diferente a la mía, lo que me hizo sentir de repente que mis horizontes se ampliaban, y una felicidad inexplicable me llenó. Dejé a mis cachorros acercarse y olfatear a los pequeños, a sabiendas de que la amenaza del anfitrión no los dejaría hacer nada imprudente; tuve ganas de reír al ver su curiosidad y darme cuenta de que yo también quería hacerlo, y decidí no contenerme. Su olor era uno completamente desconocido, que me recordaba un poco de cómo olían los cachorros cuando acababan de nacer, pero a la vez muy diferente, y mezclado con el olor fresco que habïa empezado a relacionar con el anfitrión. Podrían lucir muy diferentes, pero el olor era suficiente para asegurarme de que efectivamente eran sus crías.
En silencio llamé a los cachorros, que aún habían devorado el oloroso hamach, y los llevé a la esquina que había reclamado a devorar la cena. Con el estómago lleno y la mente clara, el cansancio se hizo presente; me acurruqué con los cachorros, con ellos me hice un ovillo, a la espera de otro día.
***
A pesar de saber que alguna vez fue así para alguno de mis ancestros, no tengo recuerdos de haber sido nunca algo diferente a lo que soy ahora, como muchos magram con los que me he comunicado afirman; mis padres eran iguales a mí, y así serán mis recién nacidos hijos. Heredamos mucha información extraña pero útil a la que accedemos alrededor del tiempo en que maduramos, pero también recibimos educación en forma de historias de nuestra madre.
En el momento que volví y vi a un lobo en el interior de mi nido, mi primera idea fue "erradicar al intruso". Lo segundo que se me ocurrió fue que no estaba en una posición de atacar mis huevos, competir por ellos o incluso de huir, sino de defenderlos. Le agregué la presencia de un par de cachorros curiosos y temerosos asomados fondo de la cueva por una entrada que yo mismo debería haber cubierto hace mucho, y el lagarto que atrapé a punto de huir, y caí en la cuenta de lo que probablemente había sucedido. Ya había visto antes aquella mirada de desesperación, pero podía sentir que el lobo no me miraba realmente a mí, sino que pensaba en los cachorros que se trataban de ocultar detrás; tuve la realización de que debían de ser suyos, y viendo que el riesgo era bajo, decidí ignorarlos y sentarme con mis huevos. Les permití pasar la noche en mi cueva, viendo que estaban agotados y heridos.
Lo que de ninguna manera esperaba era que el lobo viniera a mí al día siguiente a pedirme que los dejara pasar las lluvias bajo mi techo. Estuve a punto de echarlos, por descarado, pero a beneficio de lo peculiar que era este individuo, lo reconsideré: sé que los lobos son naturalmente sociales, así que la presencia aquí de un muy joven lobo solitario con cachorros, y un macho para variar, era ya una anomalía. Encima, era ya un magram, si bien uno no bastante débil, y aún así tenía inteligencia a mi mismo nivel y la iniciativa, aunque imprudente, de proteger crías ajenas. Sabía que era un poco peligroso, pero decidí darle un periodo de prueba y vigilar su comportamiento.
Al final, lo único que descubrí de él fue que podía volverse invisible en cualquier sombra, y que era sorprendentemente responsable, cauteloso y astuto; se aseguró de que sus cachorros no se acercaran a mis huevos sin su presencia o la mía, y al salir de caza nunca se alejaba a más de un grito de distancia, lo justo para poder apresurarse de regreso en caso de notar algo extraño. Desafortunadamente, esas limitaciones significaba que los resultados de la caza eran decepcionantes, pero en pocos días tomó el ritmo de cazar más lejos cuando yo estaba en la cueva, lo que resolvió el problema en su mayor parte; era increíble que pudiera cazar cualquier cosa en solitario. Le daba parte de mis presas en las raras ocasiones en las que volvía sin nada, y aunque abatido, lo aceptaba agradecido.
Lo vi más tarde empezar a salir de caza con sus cachorros, y lo seguí para saciar mi curiosidad, pensando que los cachorros no podrían ser capaces de ayudarle mucho. Encontré que ni siquiera estaban cazando, él simplemente los enseñaba a reconocer y rastrear olores. Lo seguí en algunas otras ocasiones, y pude ver cómo los pequeños crecían y se volvían más capaces, y no podía sentir más que admiración. Nunca había contemplado de cerca el desarrollo de crías de otra raza, y fue una experiencia placentera y enriquecedora. Ver la determinación e ingenio de aquel lobo evocó en mí un extraño sentimiento de familiaridad con una particular historia que escuché de Madre: una acerca de cierto lobo blanco, afín con la luz, que alcanzó la cima de fuerza y del uso de gram, y que resolvió múltiples incidentes de escala mundial antes de desaparecer hace ya casi mil años; no que se parecieran mucho, ni en apariencia ni poder, pero el detalle de la historia de mi madre que más me impactó en su momento fue que uno de mis ancestros lo conoció una vez, cuando aún era un simple lobo común, y que fue precisamente su ingenio y fuerza de voluntad lo que lo hicieron destacar del resto de su manada. No podía saber si había alguna relación entre esa leyenda y el lobo que ahora compartía mi nido, pero no fue hasta el día que mis pequeños nacieron y lo vi junto a ellos, olfateando y reconociéndolos, con aquella expresión extraña de gozo y la cola que no dejaba de moverse, visiblemente más emocionado que sus propios cachorros, que sentí en mis huesos la certeza de que, al igual que en aquella historia, éste tenía el potencial de cambiar el mundo; aunque, pensando bien en la naturaleza de su poder, quizá nadie nunca lo viera hacerlo.