Cinco días no fueron suficientes para encontrar un nido mínimamente adecuado, y cada noche era cada vez más difícil; me resultaba imposible dormir, y si en los primeros 2 días no era obvio, para el amanecer del sexto el agotamiento ya empezaba a hacerme tropezar. Los árboles continuaron siendo nuestro refugio, y después de 3 noches escalando ya era capaz de alcanzar una altura segura sin lastimarme las patas. Durante el día, dejaba a los cachorros caminar detrás de mí, mientras seguíamos el curso río arriba, a cierta distancia de la orilla para evitar encuentros. No podía cazar más que roedores por mi cuenta, pero al menos era más que suficiente para los e de nosotros; había una especie abundante en las cercanías del río que hacían nido en árboles huecos, y gradualmente empezaba a aprender a encontrarlos. Conforme avanzábamos, tanto como la lluvia y el paso lento de los cachorros lo permitía, noté que el terreno a ambos lados del río se elevaba gradualmente, empujándonos hacia la orilla, hasta que para el sexto día era evidente que habíamos entrado al fondo de un cañón. No se me ocurrió ninguna razón para evitar esa ruta, y los animales de los alrededores habían disminuído, por lo que decidí, con algo de precaución, seguir adelante. Aunque no hubiese amenazas vivas en las cercanías, el terreno no era del todo seguro.
Esa misma tarde del sexto día encontré por primera vez una cueva en la que podíamos descansar: una grieta, formada por dos enormes rocas que debieron caer de la aún no muy lejana cima del precipicio, parcialmente inundada por agua de río que se separaba brevemente del cauce principal. Faltaba algún tiempo para el final del día, pero me olvidé de ello y me acurruqué en el interior al momento que comprobé que era seguro, Mon los cachorros recostados junto a mí. El cansancio me dejó inconsciente enseguida.
Desperté tarde a la mañana siguiente, producto de las pequeñas mordidas que mi costado estaba sufriendo en manos de mis dos pequeños hermanos, y salí a refrescar mi garganta con algo de agua. Me sentía refrescado y renovado. Los roedores ya no abundaban, desde que ya no había tantos árboles alrededor, así que probé mi suerte pescando. Esa era la idea en la que confié cuando tomé el camino del cañón: una gran cantidad de peces, creía recordar que se llamaban yampas, que nadaban río arriba cuando los niveles de agua subían en Goran,.y que había visto en acción poco después de llegar al río por primera vez. Fallé de manera espectacular la primera vez que lo intenté, pero en un par de días logré acostumbrarme a atraparlos con el hocico cuando saltan en las caídas del río. Incluso los cachorros atrapaban algunos pequeños aquí y allá, después de verme hacerlo repetidas veces. Me hizo feliz ver qué aún sin dedicar a ello les estaba enseñando algo, aunque no tuviera mucho que ver con una manada.
Fueron más de 10 días los que nos tomó recorrer tal cañón, tomando ventaja de las muchas grietas similares a la primera que encontramos a lo largo; tampoco teníamos demasiada prisa, dado que los cachorros no podían correr, usé el tiempo para recuperarme y enseñar a los pequeños las pocas cosas que podía en las circunstancias dadas; empezando por la pesca, cómo saltar entre las rocas para cruzar un río, cómo nadar, cómo buscar rastros de otros animales, en las raras ocasiones en que dábamos con algún rastro, y cómo encontrar refugio. Fue un poco incómodo, desde que en mi escaso año de vida nunca enseñé a nadie, pero le tomé el truco cuando me percaté de que ellos de todas formas siempre me están imitando; con mostrarles cómo se hace, guiarlos y provocarles un poco, no tardan mucho en aprender, aunque su proficiencia sea más complicada de mejorar.
El terreno era más que nada pedregoso, y era algo complicado para trotar, pero fue cuestión de práctica aprender a mantener el equilibrio y reconocer los apoyos inestables; el silencio aún era algo inquietante, pero a diferencia del bosque, el sonido del río era más poderoso. Vi cómo el cañón se cerraba lentamente cuanto más subíamos, y cómo el río cambiaba de ancho y poco profundo a estrecho y hondo, y finalmente, en la tarde del doceavo día, llegué al pie de una catarata.
Era sencillamente imponente. El cañón ya había aumentado de altura en gran medida desde hacía varios días, y la catarata caía desde el frente, a la mitad de altura de lo que podría ser su punto más alto, y aún así ya era altísimo. A sus pies se formaba un espumoso pequeño lago que no dejaba márgenes para rodear, y que reflejaba el cielo encapotado a través de un llamativo filtro turquesa. No fue sino hasta un minuto después, cuando la sorpresa se desmoronó, que me enteré de un preocupante detalle: el camino del cañón no terminaba aquí, y sin embargo no había salida. No había un solo punto visible que sirviera de ruta hacia la parte superior de la cascada, y así la situación, me rendí temporalmente. El día casi llegaba a su fin, de todos modos; podría buscar una solución al día siguiente.
Pasamos la noche un par de cientos de metros más atrás, en otra grieta, y a la mañana siguiente volvimos al pie de la cascada, o al menos tan cerca como podíamos llegar sin sumergirnos en el agua. Mientras los cachorros trataban de atrapar algunos peces extra, recorrí los bordes del agua y examiné las rocas de los muros. No me tomó mucho encontrar algo: una cueva de apariencia bastante amplia se ocultaba detrás de la cascada. Era difícil de ver por la obstrucción de la cascada y la oscuridad de la tarde anterior, pero estaba allí, lo difícil era alcanzarla. Me tomó un largo rato llegar a la conclusión de que la única opción que tenía era intentar saltar a través de los salientes de roca de las paredes del cañón. Confiaba en que podía hacerlo, sí, pero hacerlo mientras cargaba a los cachorros era otra historia; el único consuelo era que caeríamos al agua en vez de a la roca sólida. Llamé de vuelta a los pequeños, los tomé en el hocico con algo de esfuerzo porque ya no eran tan pequeños, y me dispuse a saltar. Por supuesto, fallé la primera vez, la segunda también, y aunque mi tercer intento llegó a la primera roca, estuve lejos de la segunda. Al menos a ellos no parecía molestarles el agua, y no eran ajenos a estar empapados; si bien nuestro pelaje repele el agua de lluvia parcialmente el exceso de agua aún puede empaparnos.
Me tomó más de una hora de práctica, de caer al agua una y otra vez, para apenas alcanzar la entrada de la cueva, los cachorros ya temblando de frío. Casi caí rendido, pero la prudencia me mantuvo en pie; alcancé la pared más cercana para dejar a los cachorros descansar y me enfoqué en la cueva.
Era realmente extraña; los rastros eran algo viejos, pero aún eran visibles las cicatrices y la forma generalmente curva que me decían que está cueva no era natural, y continuaba hacia el interior bajo la oscuridad cada vez más marcada, sin fondo a la vista. Mi nariz no encontró ningún olor ni huella que señalara la presencia reciente de ninguna criatura, así que asumí que había sido abandonado. La idea me hizo preocuparme por el tipo de ser capaz de cavar una madriguera de aquella magnitud, y más aún por la razón que empujaría a tal criatura a abandonarlo. No gasté mucha energía pensando, sin embargo, y apenas los cachorros estuvieron en mejor estado, me dispuse a buscar evidencia. No me atrevía a dejarlos solos, después de todo.
No usé más de un par de horas en exploración ese día; tuve que admitir que, si bien tenía visión nocturna efectiva, aún era difícil ver con claridad en el interior. La cueva daba giros amplios en algunas zonas y tenía cruces incómodos, por lo que poco a poco formé un perfil de lo que pudo vivir aquí inicialmente. Debía ser algo alargado, como un gusano o serpiente de magnitudes gigantescas, aunque por los agujeros regulares que podía observar por el suelo y las paredes, me inclinaba por un gusano, o algo con tantas patas como uno. No encontré rastros vivos, de todos modos, pero sí di con viejos rastros de sangre; por vista, por supuesto, el olor ya se había desvanecido hacía tiempo. Llegue a la conclusión de que no había peligro inmediato, demarqué un nido en una grieta a media hora de la entrada, y descansamos allí. Me tomaría días explorar adecuadamente un laberinto como ese, y planeaba investigarlo a fondo.