Día 23 de Jano, año 911 de la era Suran
Una fresca brisa recorría el cielo, cargando consigo la última humedad de Goran, como si tratará de huir del sol naciente que se elevaba del horizonte. Los primeros rayos de la mañana atravesaron los marcos de piedra que servían de ventanas, y con el pasar de los minutos, alcanzaron el rostro del muchacho que descansaba dentro, en una cama que aunque de piedra, tenía justo el mínimo de comodidades para permitir el reposo; eso, claro, siempre que quien la use no haya conocido nunca una verdadera cama. El muchacho se agitó lentamente, despejando la poca somnolencia que el sol no ahuyentó; salió de la cama, ordenó su lecho, se vistió y miró el resto de su habitación.
Todos sus artículos estaban apropiadamente guardados y empacados; a pesar de que esa noche ya no volvería a esa habitación, y a pesar de que lo que se llevaba consigo eran muy pocas cosas, no era correcto dejar sus posesiones expuestas, acumulando polvo en su ausencia, y ahora que el día final había llegado, ya no quedaba nada a la vista que fuera suyo. El muchacho suspiró en nostalgia y salió al pasillo.
Después de encontrar un baño y acicalarse como corresponde, bajó las escaleras de piedra y dirigió sus pasos al comedor. En ese salón en el cual el muchacho recordaba en su infancia temprana ver distintos adultos y ancianos, ahora se sentaba un único y solitario anciano, a su espera. El viejo sonrió al ver al muchacho entrar y saludó.
– Rasmus, por fin estás aquí. Ven, siéntate, el desayuno estará aquí pronto.
El muchacho solo devolvió la sonrisa, asintió y tomó asiento delante del anciano. Rasmus había vivido toda su vida en el templo, al igual que sus difuntos padres y su abuelo sentado frente a él. Conforme pasaron los años, sin embargo, una inevitable curiosidad por el exterior surgió, pero sus deberes no le impidieron dar rienda suelta a sus deseos. La religión a la que servían los habitantes de aquel templo había empezado a decaer hacía ya varios siglos, y con su madre fallecida en el parto, su padre perdiendo la vida en tierra firme en uno de sus viajes por provisiones, y el resto de ancianos muriendo por edad gradualmente, él era el único heredero restante que quedaba en el templo. Había algunas sirvientas viviendo dentro, por supuesto, pero ninguna tenía la bendición del Gram, el dios al que adoraban. Por lo que Rasmus sabía, ese podría ser el último templo a Gram que quedaba en pie.
Un año atrás, sin embargo, su abuelo, el último sacerdote, recibió una profecía que cambió el futuro que Rasmus había empezado a imaginar para sí mismo. El anciano le transmitió parte del mensaje ese mismo día: según él, hablaba con cierto pesar e interés de cómo su existencia había sido olvidada, y les pedía que cesaran todo intento de mantenerla con vida. Específicamente, dejó órdenes de enviar a Rasmus en un viaje, una "peregrinación", para explorar el mundo y juzgarlo; en esencia, Rasmus debía abandonar los deberes para los que había sido criado, irse de aventuras y decidir su propio futuro, todo al cumplir 15 años y en nombre de Gram. Su cumpleaños tuvo lugar en mitad de Goran, pero ambos decidieron que su partida sería justo cuando las lluvias cesaran; el día había llegado, y Rasmus estaba tan excitado como asustado.
Había algo pendiente, sin embargo, que debía ser revelado antes de su partida, y estaba estrechamente relacionado con la segunda parte de la profecía que su abuelo no le transmitió en aquel entonces. Ambos miembros recibieron el desayuno por parte de una de las últimas sirvientas que vivían en el solitario templo, y disfrutaron de una agradable, silenciosa y nostálgica comida.
Una vez acabado el desayuno, compartieron un minuto de silencio, hasta que el viejo sacerdote se levantó, se dirigió a la salida y miró a Rasmus.
– Sígueme. –instó al muchacho a levantarse.
Ambos avanzaron a través de diversos pasillos de piedra, El mayor a la cabeza y el joven siguiendo de cerca. Los pasos resonaban en las paredes, producto de la ausencia de cualquier otro ruido que los ahogara, y ahora que uno más de sus habitantes se marchaba, el edificio se sentía especialmente desolado. Después de pasar delante de una gran variedad de habitaciones, muchas de las cuales llevaban ya décadas sin ser abiertas, llegaron por fin al final del pasillo central, donde dos enormes puertas dobles se elevaban hasta casi los 4 metros. Detrás de aquellas puertas, el par entró a un enorme salón.
Era quizá el único lugar del templo que se mantuvo prístino a pesar del desgaste de todo el resto de la estructura. La sala era circular, y había un amplio pasillo, bordeado por columnas, extendiéndose desde la puerta al área central. La sala estuvo alguna vez cubierta de asientos, pero ahora estaba vacía y limpia. El techo era una gran bóveda que se elevaba hasta lo alto, en cuya base era un magnífico vitral que se extendía en un cilindro por toda la base de la bóveda, dejando caer los rayos matutinos sobre la estatua que se erigía en el centro.
La estatua era quizá lo más peculiar que podía encontrarse en todo el templo: era un ojo. Un enorme globo ocular sentado sobre un pedestal, bañado por la luz colorida de los vitrales que le daba un aire místico, casi divino. El ojo miraba hacia abajo directamente al altar sobre el que el primer sacerdote, liderando a los demás sacerdotes y a los devotos, se postraría a orar. La apariencia del dios Gram nunca había sido presenciada, pero alguien hacía varios siglos tuvo la idea de representarlo en esta forma basándose en uno de los conceptos conocidos que lo definen: Gram no favorece ningún alma, sólo observa y protege el balance y existencia de la creación como un todo.
En la parte trasera del pedestal había una puerta, tras la cual Rasmus y el anciano bajaron por unas escaleras de unos diez metros de altura. En lo profundo, otro pasillo oscuro se extendía. El anciano sacó de su bolsillo un pequeño bastón con una piedra plateada anclada en un extremo, y después de un murmullo casi inaudible, la piedra se encendió, regando luz por el oscuro pasillo. Ambos continuaron navegando el pasillo por unos diez minutos, internándose más y más en la montaña sobre la que el templo fue tallado. Eventualmente, el pasadizo acabó en una relativamente grande sala alargada.
Hubo una época en el pasado en la que en esta sala, en cada uno de aquellos pedestales que llegaban a la altura de un niño, se sentó un invaluable tesoro o reliquia del templo. Ahora, sin embargo, casi todos estaban vacíos desde hace mucho tiempo, excepto uno. Al final del camino que recorría los pedestales, en el último de todos, había una gema blanca traslúcida que emitía un brillo tenue. La luz de la linterna lo atravesaba y le daba un brillo negro misterioso. Rasmus podía sentir, con el moderado talento para el gram que poseía, lo poderoso y místico que aquella gema era. El anciano de detuvo frente a aquel pedestal, Rasmus justo tras él, y empezó a hablar.
– Esta joya ha estado aquí desde que el templo fue construido hace siglos, y probablemente ya existía desde antes que eso. Nadie, nunca, a pesar del obvio poder que esconde, ha sabido qué hace o para qué usarla. Tú, sin embargo, quizá vivas para presenciarlo.
Rasmus miró al anciano, confundido.
– ¿Cómo? He recibido órdenes de marcharme, ¿Se supone que me la lleve?
– Ese es exactamente el caso. Verás, tu peregrinación para conocer, juzgar el mundo y decidir tu futuro es el principal objetivo de tu misión, pero hay algo más que debes hacer, si alguna vez tienes la oportunidad: buscar el aquella alma que será capaz de usar esta joya, y dársela.
Confusión, seguida de frustración, fueron reflejadas en el rostro del joven.
– ¿Un alma? ¿No un humano, ni siquiera un magram?
– Recuerda, muchacho, que todo ser vivo capaz de pensar y tomar desiciones, posee un alma. No sé qué forma tendrá esa que debes buscar, pero el omnisciente Gram no te ha dejado sin pistas.
«Un alma pura y justa;
Una que es herida, pero no venga;
Un alma que influye, pero no es influenciada;
Un alma que ve más que nadie;
Un alma que aprende antes de juzgar;
Sólo tal alma podrá empuñar el poder aquí durmiente.»
Rasmus no pudo más que mirar, boquiabierto, entre el sacerdote y la gema. Para que un alma así exista, debe primero tener la disposición correcta para no depender del juicio de nadie más que sí mismo, y segundo cortar lazos con cualquier idea preconcebida que el entorno le haya impuesto; podría sonar simple, pero era casi imposible, y Rasmus casi caía en la desesperación, antes de que el viejo aliviara su carga con sus siguientes palabras.
– Por supuesto, el omnisciente Gram es consciente de la dificultad, y por eso es que esta tarea no es una orden; es un objetivo secundario, uno que sólo debes completar si tienes la oportunidad y encuentras un alma adecuada en tu viaje. Si tu viaje llega a su fin y nunca encuentras un digno receptáculo de esta reliquia, simplemente deberás conservarla. Nadie más podrá nunca usarla, de todos modos.
El sacerdote sacó entonces de su bolsillo un collar con un pequeño colgante de metal opaco; con cuidado abrió el colgante, como un relicario, y colocó la joya en su interior, cerrándolo a continuación. De inmediato, Rasmus fue sorprendido de notar que el aura mística de la joya ya no podía ser percibida.
– Llévalo siempre al cuello. Con esto, lo llamarás la atención de cargar con tan particular posesión. –guardó silencio por un segundo, y luego suspiró.– Con esto, mis deberes han llegado a su fin. Ve con la bendición de Gram, y que tu misión lleve a buen destino.
Aproximadamente una hora después, Rasmus se encontraba al pie de las escaleras en la entrada del templo, contemplando su magnitud; el anciano decidió quedarse orando en el altar, habiendo ya dado su adiós. Desde esa perspectiva, con su tamaño, sus torres y cúpula, era fácil imaginar su antigua gloria y magnificencia, aún perceptibles por debajo del abandono que lo cubría. Ahora, sin embargo, había sido realmente abandonado. Rasmus era plenamente consciente de que llevaba con él la esencia y última misión de su Dios, y aquel cascarón de lo que fue una vez la mayor catedral del mundo sólo lo generaba nostalgia.
Con mayor determinación que nunca, Rasmus dio media vuelta y bajó por las escaleras, sin mirar atrás.