En un panel de corcho colocado en uno de los pasillos de la Universidad los profesores solían pinchar con alfileres el listado de alumnos con las notas de los trabajos prácticos y exámenes. Nico buscó su nombre en la lista que había colgado el profesor de Historia de la Música y miró la nota al lado: 10.
—La comelibros te ganó la nota más alta —comentó su amigo Andrés, parado al lado de él—. Le debés una. Tu trabajo no hubiese llegado a un dos.
—¡Dame un poco de crédito! —dijo Nico, llevándose una mano al pecho y haciéndose el ofendido—. Creo que hubiera llegado a un tres.
Los dos rieron y se alejaron del panel, yendo por el pasillo hacia el campus. Al menos por ese día las clases habían terminado.
La proximidad de las vacaciones de invierno de mitad de año hacía que se respirara un cierto aire de relajación y tranquilidad por un lado, pero por otro, se notaba también un nerviosismo y tensión palpables: era época de exámenes finales, y muchos se jugaban la promoción de las materias.
—Esta noche hay fiesta —dijo Andrés, revisando su celular que acababa de sonar—. En lo de Tomás Penini.
—Hoy es martes...—comenzó Nico, y Andrés lo miró extrañado—. ¡O sea que es un día perfecto para fiestas!
Ambos rieron y continuaron caminando, estaban de buen humor.
—Bueno, hermano, te dejo que tengo clase práctica en cinco minutos—. Andrés miró su reloj—. Aún no me ajusto bien con la canción que me dio el profesor, el ritmo es muy extraño.
Andrés se especializaba en percusión, y luchaba hacía unos días con una canción de jazz que le estaba dando dolores de cabeza.
—No vayas a terminar como Miles Teller en la película esa—. Nico le palmeó el hombro.
—Te juro que estoy al borde. Coria es un buen profesor, al menos no está tan loco como el pelado de la película.
Andrés giró en una escalera y comenzó a subir, con lo que dejó a Nico en el pasillo con cuarenta minutos para matar antes de su clase. Decidió ir fuera a comprarse una gaseosa y matar el tiempo mirando el desfile de alumnas que cruzaban el campus hacia la facultad de Odontología, esas estaban todas buenas. Ya había enganchado un par de ellas; por algún motivo que desconocía, a las mujeres les encantaban los músicos, y era garantía que alguna se acercara a hablarle si tenía el bajo colgado al hombro. Sumado a su atractivo natural, del cual era plenamente consciente, nunca se le hacía muy difícil encontrar con quién pasar un rato, o una noche, por qué no.
Caminaba por el pasillo hacia una de las puertas laterales cuando una mano lo tomó del brazo y lo hizo girar sobre sí mismo, y se encontró de golpe frente a los ojos oscuros y el pelo teñido de rojo de Mora Rein.
—¡Hola, hermoso! ¿Para dónde vas tan apurado?
Nico se recuperó rápidamente de la sorpresa y le sonrió automáticamente, como hacía con todas las mujeres.
—Hola, Mora. Salía a buscar una gaseosa. ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
Toda la actitud de Mora era felina. Era una chica hermosa, muy linda, curvilínea hasta el hartazgo, cualidades que ella acentuaba con ropa al cuerpo y maquillaje intenso. Siempre tenía un labial al tono furioso de su pelo que invitaban a morder sus labios carnosos. Era imposible no mirarlos.
—Iba bien hasta que esa tarada de Mercán me robó la sala de prácticas. Parece que la tenía reservada... Decime, ¿vas esta noche a la fiesta de Tomi Penini? Me encantaría verte—. Los ojos le brillaron y levantó las cejas de forma insinuante.
—¿En qué sala estabas?— Al oír nombrar a Ali la concentración de Nico se había ido a otro lado.
Mora lo miró confusa; acomodó la postura e irguió el pecho.
—La seis. Pero no importa. Vamos a buscar una gaseosa y organicemos juntos para ir esta noche a lo de Penini, ¿querés?.
En cualquier otro momento de su vida, Nico hubiera ido con Mora. No era estúpido y le era claro que ella quería acostarse con él, las señales eran bastante obvias desde hacía un tiempo. Tampoco era que Mora disimulara demasiado... Ya habían tenido algunos roces en un bar donde Nico solía tocar con su banda, y en algunas fiestas, pero nunca habían llegado a nada más que alguna sesión de besos furiosos y algunas caricias subidas de tono. Nico siempre la dejaba en pausa. Por un lado porque le era divertido, por otro, había algo en Mora que no lo terminaba de convencer.
Esta vez no tenía nada que ver con eso. Hacía dos días que no dejaba de pensar en Ali, la maldita comelibros era linda... No podía negar que le gustaba. Y ahora tenía una excusa para hablarle.
—Linda, en otro momento vamos a tomar lo que quieras, pero por ahora tengo que ir a hablar con Ali.
Mora lo miró contrariada.
—¿Qué podés tener que hablar con esa comelibros?
—Hicimos juntos un trabajo práctico y quiero arreglar unas cosas con ella—. Nico comenzó a caminar hacia las salas de prácticas—. Te veo esta noche en lo de Tomás, ¿sí?— Levantó la mano para saludarla y le dio la espalda.
Mora se quedó parada observándolo hasta que Nico dobló en un recodo. No le gustaba en lo más mínimo que la rechazaran, muchísimo menos Nico Viggiano, tras de quien estaba prácticamente desde que lo conoció. Ansiaba con todo su ser acostarse de una vez con él y hacerlo suyo, que comenzaran a salir, ser su novia, pero nunca lograba llevarlo a la cama. Toda su confianza en sí misma se basaba en sus habilidades sexuales, y sentía que sólo acostándose con él podría asegurárselo. Esta era la primera vez que la rechazaba abiertamente, y no fue ciega al brillo que apareció en los ojos de Nico cuando nombró a esa cantante comelibros. Su instinto femenino la puso en alerta, pese a que su sentido común le decía que nunca Nico podría interesarse por una chica como Mercán, tan seria siempre, malhumorada, vestida siempre de negro y colores oscuros y dedicada al estudio como si la vida le fuera en ello. Nico era como ella: todo fiestas, diversión y sex appeal. Debían estar juntos. Se encargaría de ello.
Nico llegó a la sala de prácticas seis y encontró la puerta cerrada. Miró por la lámina de vidrio del panel de la puerta, y vio a Ali de espaldas a la puerta, inconfundible con los jeans negros y la camisa violeta, estirando los músculos del cuello y la espalda. Reconoció los ejercicios de calentamiento que hacía Jeremías, el cantante de su banda. Con sumo cuidado y sin hacer ruido, abrió la puerta lo suficiente para escurrirse dentro de la sala agradeciendo ser delgado para poder pasar. Cerró la puerta y el silencio se hizo ominoso. Ali se había quedado quieta y respiraba profundamente.
Nico se sentó en el suelo y en el momento en que acomodaba sus largas piernas, Ali comenzó a cantar. Reconoció la canción inmediatamente, porque era una de sus preferidas: era la que la diva Plavalaguna cantaba en la película "El Quinto Elemento". La voz potente de Ali llenaba la estancia y le hacía vibrar el pecho. No creyó nunca que de ese cuerpo delgado y esa garganta fina pudiera salir una voz semejante... no podía describir lo que le hacía sentir. Se rindió a su voz y se dejó transportar por ella.
Ali ponía el alma cada vez que cantaba. Esta canción no le era fácil, tenía variaciones que la hacían sentirse insegura, pero era la que había elegido para su examen final de prácticas porque debía ser capaz. Se dejaba llevar por la música, acompañaba la canción moviendo todo el cuerpo, como si olas invisibles la llevaran de aquí a allá. Elevaba los brazos cuando las notas agudas se acercaban a su límite, como si así pudiese llegar más allá de este. Se sentía libre cuando cantaba, sobre todo canciones tan hermosas como ésta, pero era triste, y ella sabía de dónde sacar la tristeza para imprimirla en su voz. Sólo debía pensar en Damián. Damián yéndose por la vereda y dejándole el corazón partido en mil pedacitos inservibles. Damián abrazado a Gaia Fernández al día siguiente. La tristeza se transformó en furia en un segundo, y transformó la canción con ella. La furia dio lugar al dolor y, finalmente, a la paz. Ali terminó la canción y se sintió agotada. Era la tercera vez que la cantaba de corrido, y esta vez estaba conforme.
Aún sentado en el suelo, Nico estaba en otro mundo, sobrecogido por lo que acababa de oír, de vivir. Sintió cada emoción en el cuerpo como si las estuviese viviendo en el momento, y descubrió avergonzado que tenía lágrimas en los ojos. Se los apretó con una mano para hacerlas huir, pero el nudo en la garganta seguía presente. Carraspeó para limpiarlo, y Ali se dio vuelta sobresaltada, dando un respingo.
—¡Mierda, Viggiano! ¡Casi me matás del susto! ¿Qué hacés acá?
Nico reaccionó lentamente, aún no salía del estado que le había causado la canción de Ali.
—Perdón... Es que... Alina, cantás como los dioses—. La voz de Nico sonaba como si estuviese saliendo de un trance.
Ali quedó descolocada. Notó que era la primera vez desde que lo conocía que él la llamaba por su nombre de pila en lugar de su apellido. Eso la hizo sentirse... bien. Sintió a Nico como un ser humano más real, y no el chico lindo al cual todas perseguían.
—Gracias, Viggiano. Pero no me decís todavía qué hacés acá.
Nico se recompuso y sacudió la cabeza, como volviendo a la realidad.
—Quería decirte que está la nota de Historia de la Música, sacamos un diez. Bueno, sacaste un diez.
—¿Ya está el listado en el panel?
—Sí, lo vi recién. Quería agradecerte, me levantaste el promedio. ¿Puedo agradecerte invitándote a cenar esta noche? Después podemos ir a la fiesta de Tomás Penini.
Antes de darse cuenta, Nico había invitado a salir a la seria comelibros. ¿Pero qué carajo le pasaba? Bueno, sí, le gustaba, pero él era Nico Viggiano, tenía una reputación que mantener...y definitivamente Mercán no era la clase de chicas con las que él salía. Sus chicas eran populares, alegres, despreocupadas y fáciles de llevar a la cama.
—Gracias, pero no —dijo Ally, un poco más seca de lo que hubiera deseado—. No me debés nada.
—Pero quiero agradecerte de alguna manera... Por favor, vení a cenar conmigo—. ¿Pero qué mierda estaba haciendo? ¿De verdad estaba insistiéndole?
—Generalmente la gente agradece diciendo gracias, y ya lo hiciste. Date por cumplido. Que no se te haga costumbre que haga trabajos por vos.
Nico levantó su mochila del suelo y se la colgó al hombro, se acercó a la puerta con la mano extendida y tomó el picaporte. Si bien no quería arruinar su imagen saliendo en una cena con Mercán, no estaba acostumbrado a que lo rechazaran, menos tan rotundamente, se estaba sintiendo molesto. ¿Por qué no lo aceptaba? ¿Lo odiaba acaso?
—Bien, si así lo preferís... Gracias, Mercán. Nos vemos por ahí—. Abrió la puerta y dio un paso, pero volvió la cabeza—. Y de verdad creo que cantás como los dioses. Eso fue un regalo para mí—. Salió y cerró la puerta tras de sí.
Ali se quedó mirando la puerta y tardó un minuto en reaccionar. ¿Qué acababa de pasar? ¿De verdad le había rechazado una cita a Nico Viggiano? Mientras recogía sus cosas iba pensando a toda velocidad. Había hecho bien... No podía salir con Nico, por mucho que le gustara. El tipo era un idiota. Salía cada día con una chica distinta, se acostaba con todas y ninguna se mantenía con él. Ella no necesitaba eso. Bueno, en realidad no le vendría mal "una sacudida", como diría su amiga Lorena, desde Damián... Mejor no pensar más. Apagó la luz del aula y salió por el pasillo lista para ir a la parada del colectivo, pero no podía sacarse de encima lo bien que se había sentido cuando Nico la llamó "Alina" y la miró perdido por su voz.
A pesar de sí misma, sonrió.