Y por fin, sábado. La semana había sido agitada para Ali, entre las clases y las prácticas de canto, con las cuales estaba cada vez más comprometida. De a poco, la canción le iba resultando mejor, se iba sintiendo más cómoda en el registro que tenía que manejar, y estaba lentamente adueñándose de ella, haciéndola propia. Necesitaba trabajarla más, pero decidió descansar un poco el fin de semana, su garganta se lo estaba pidiendo, y su cabeza también.
Se tiró desenfadadamente en el sillón del living, tomó el control remoto y comenzó a pasar canal tras canal, sin detenerse en ninguno. Tras cinco minutos así perdidos, tomó su celular y le escribió a Lorena.
Hola, nena. Decidí tomarme el finde libre. Querés hacer algo? - Ali, 11:31hs.
No me lleves por el mal camino... pensaba estudiar. Qué proponés? - Lorena, 11:33hs.
Almuerzo, cine, y acompañarte a ver ese vestido que querías. - Ali, 11:34hs.
Me convenciste. Te veo en El Ágora en una hora, querés? - Lorena, 11:35hs.
Así me gusta: con decisión. Ahí nos vemos, un beso! - Ali, 11:35hs.
Una hora después, ya bañada y cambiada, Ali se encontraba con Lorena en El Ágora, una librería enorme emplazada en lo que anteriormente había sido un cine. Este se encontraba en la zona céntrica de la ciudad, con lo cual las chicas podrían elegir tranquilas dónde comer, y tenían varios locales donde ver vestidos para Lorena.
Ninguna de ellas seguía alguna dieta ni se preocupaba demasiado por su figura, con lo que, tras comer con delectación sendos platos de pasta italiana, salieron a caminar tranquilas y sin prisa, mirando vidrieras y hablando de todo un poco.
—Bueno, nena, ¿cómo van las cosas con Nico? —preguntó Lorena, mientras se encaminaban a un puesto callejero de helados.
—No hay "cosas" con Nico —respondió Ali, pidió dos helados en palito y los pagó—. Me gusta, pero ya se me va a pasar. A mí no me puede gustar un chico así...
—¿Posta? Porque está allá en la esquina y viene caminando directo a vos.
Y efectivamente, un Nico alto y desenfadado, luciendo como un James Dean moderno, caminaba hacia las dos amigas, sonriendo abiertamente y saludando con la mano en el aire. Lorena miró a Ali con una sonrisa de suficiencia, pero esta había adoptado su normal cara seria, dejando oculta cualquier emoción.
—¡Pero qué sorpresa, ustedes dos paseando por acá! —dijo Nico cuando las tuvo a pocos pasos— . ¿Cómo están? —les preguntó, deteniéndose frente a ellas.
—Todo bien, ¿y vos? —respondió Ally, casi de forma mecánica.
Lorena decidió mantenerse al margen y observarlos para sacar sus propias conclusiones. Observó la postura de Nico: definitivamente él estaba al tanto de su atractivo; si bien su modo era casual, despreocupado, toda su actitud era sutilmente seductora: los gestos, el tono de su voz, la media sonrisa de lado... Miró luego a su amiga con la misma mirada crítica. Ali era efectivamente linda, ojos verdes (como los de Nico, qué casualidad, pensó), el pelo oscuro, largo y con rulos, la cara delicada que hacía contraste con la dureza de su carácter. La diferencia era que ella no era consciente de su belleza, lo cual la hacía, tal vez, más atractiva.
Mientras Lorena los observaba y analizaba, Nico y Ali mantenían una conversación en la que ninguno de los dos quería que el otro descubriera nada, pese a que todos sus instintos pedían desesperadamente lo contrario.
—¿Qué hacen las dos un sábado a la siesta por aquí? Pensé que estarían encerradas estudiando para algún examen —cuestionó Nico, en un tono rayano en la burla.
Ali lo tomó a mal y contestó con acritud.
—Aunque no lo creas, somos gente normal. No necesitamos estudiar todo el tiempo, somos lo suficientemente inteligentes como para no tener que hacerlo—. Le había molestado el comentario, confirmaba que Nico sólo pensaba en ella como una comelibros.
Él se dio cuenta inmediatamente de su error.
—No, no, por favor, ¡no lo tomes a mal! —exclamó, levantando las manos en señal de defensa—. No era lo que pretendía decir, sé que ambas son muy inteligentes. Gracias a eso te debo mi buen promedio en Historia de la Música—. Volvió a sonreír.
—Bien... —Ali miró a Lorena y luego a Nico nuevamente—. Te dejamos seguir con tu vida, nosotras nos vamos—. Sentía que quería quedarse hablando con Nico por horas y no dejar de observar sus ojos verdes ni de oír su voz grave (apostaba a que cantaba bien), pero era un peligro hacer eso. Si su idea era que se le pasara lo que fuera que sentía por Nico, en ese momento lo mejor era irse.
—Bien, chicas, no quiero seguir molestando su sábado. Pero... hey, esta noche toco con mi banda, en Club Berlín. Vení a verme y dejame invitarte una cerveza, en agradecimiento por ese diez. Esta vez no me podés decir que no.
—Tenemos otros planes —dijo Ali casi de inmediato, y creyó detectar una sombra de decepción cruzar por el rostro de Nico—. Pero prometo que trataremos de pasar.
—Genial, te espero —Nico volvió a sonreírle, no podía controlarlo. Ali lo hacía sonreír genuinamente, pero se sentía un estúpido.
Saludó a ambas chicas y se fue, preguntándose nuevamente por qué no podía controlar la compulsión de invitar a Ali. Esta vez tenía la excusa de su banda y además estaba con una amiga, las había invitado a las dos, tampoco era una cita... pero pensándolo bien, no le molestaría tener una cita con Ali. Sonrió ante la perpectiva, pero de sólo pensar la cantidad de burlas que recibiría de parte de Andrés por salir con la comelibros, le hizo trocar la sonrisa por un rictus amargo. No... definitivamente no. Ali y él pertenecían a mundos diferentes y así debería seguir siendo.
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Ali y Lorena se encontraban en la casa de esta última, Ali sentada en una banqueta alta junto a la barra de la cocina comiendo un sándwich de pollo y palta, y Lorena preparándose otro igual, parada del otro lado de la barra.
—Pero es que vos no te diste cuenta, pero te invitó a vos —Lorena continuaba una conversación que aparentemente venía de un rato atrás—. Presté atención, porque sabía que vos no lo harías. Lo dijo claramente: "Vení a verme", "te espero"... ¡No seas boluda! ¡Le gustás!
—¿A quién le gusta Ally? —Una voz masculina hizo que Ally girara sorprendida, y sonrió al dueño de la misma.
—Hola, Marian. No le gusto a nadie, es tu novia que ve espejismos.
Mariano era el novio de Lorena. Salían juntos desde los quince años, cuando se conocieron en la secundaria. Eran la pareja perfecta que Ali envidiaba: no se reclamaban nada jamás, se amaban incondicionalmente, y siempre se apoyaban uno al otro. Rara vez discutían, todo lo hablaban cabalmente. Ocho años después y seguían tan enamorados como el día uno.
Lorena le dio un beso a Mariano y le colocó un sándwich en la mano, mientras comenzaba a preparar otro.
—¿Es el chico que me contaste el otro día? —Mariano dio un mordisco a su sándwich y las miró curioso. A esta altura, era un hermano para Ali, quien sabía que Lorena le contaría todo tarde o temprano, así que no le importó seguir discutiendo el tema.
—El mismo, Nicolás Viggiano, uno de esos chicos lindos y populares que nunca falta —prosiguió Lorena—. Estoy segura que gusta de Ali, pero ella es tan terca que no quiere verlo. Y a ella le gusta él... pero es taaaan terca también, que quiere que se le pase. Hoy la invitó a verlo con su banda y no quiere ir.
Ali revoleó los ojos hacia atrás y se levantó a buscar un poco de jugo en la heladera.
—Vas a ir —Mariano lo dijo en un tono definitorio que no admitía réplica—. Saldremos todos y nosotros te serviremos de excusa si algo sale mal.
—Marian... —Ali comenzó, pero éste la interrumpió inmediatamente.
—Vas a ir porque la última vez que saliste a algún lado fue con Damián, y por culpa de ese imbécil nos hemos perdido a una excelente compañera de bebida. Ya pasó más de un año. Hoy salimos los tres.
Ali se quedó de piedra ante la mención de Damián, con la puerta abierta de la heladera en la mano, esperando que sobreviniera la puntada aguda en el centro del pecho que le daba cuando pensaba en él o lo oía nombrar... pero no pasó. Lo tomó como una buena señal.
—Hermano, lo que vos digas. Esta noche salimos—. Miró a Lorena, que la miraba con los ojos abiertos de par en par, y le sonrió—. ¿Me prestás ropa?
Club Berlín estaba en la zona norte de la ciudad, un bar dedicado a la música local que siempre tenía interesantes propuestas, a lo que le sumaba una amplia carta de bebidas, de mano de un bartender experimentado que hacía magia mezclando ingredientes. El local había sido anteriormente un teatro, estaba decorado con carteles vintage y muebles reciclados, todos diferentes, pero de alguna manera combinaban hermosamente. Separado en dos pisos, el de arriba con balcón hacia la pista de abajo, donde antes funcionaban los palcos, el bar funcionaba en el piso superior, y los conciertos se desarrollaban en la parte de abajo, donde la gente podía saltar, bailar y disfrutar a sus anchas.
Nico se encontraba sentado a la orilla del escenario, con las piernas colgando. Charlaba con un grupo de chicas que se veían claramente menores que él, mientras sostenía en la mano un vaso de mojito. Cumpliendo su eterno papel de galán, les sonreía a todas pero no estaba prestando la más mínima atención a lo que decían. Miraba insistentemente la puerta cada pocos instantes, a cada chica que entraba, pero ninguna era la que él esperaba.
De pronto unas manos finas y suaves le taparon los ojos desde atrás, y un susurro apenas audible le acarició el oído.
—¿Quién soy?
Sonrió instintivamente pensando que podría ser Ali, pero de pronto sus ojos se descubrieron, y a su lado apareció la cara maquillada y levemente ansiosa de Mora Rein.
—Hola, hermoso, ¿listo para tocar? —Ella le sonrió y se sentó a su lado, colocando una pierna sobre las de él. Miró a las jovencitas que estaban allí y sólo le bastó una mirada para que se fueran.
—Hey, Mora, ¿todo bien? —Nico se sintió incómodo e invadido. Mora estaba cada vez más agresiva y él no sabía cómo hacerle entender su negativa.
Mora comenzó a hablar y fue entonces que Nico dejó de prestarle atención, porque por la puerta divisó a Lorena Robledo acompañada de un chico de mediana estatura pero muy bien vestido, y detrás de ellos apareció Ali.
—Mora, perdoname, pero me tengo que ir a preparar—. Nico la interrumpió bruscamente y, desenredándose de las piernas sugerentes de Mora, se levantó y se metió por entre las cortinas traseras del escenario.
La chica lo miró contrariada y, esperando que nadie la hubiese visto ser desechada de esa manera, se paró y fue hacia un grupo de gente conocida, con quienes se puso a hablar.
Desde detrás del cortinado del escenario Nico observó a Ali ingresar al local y acercarse a la barra con sus amigos, mientras charlaban. Pensó que se veía muy linda con una sonrisa en la cara y una actitud más suelta y descontracturada. Observó sorprendido que era la primera vez que le veía las piernas; Ali se había puesto un vestido corto con cierto vuelo en la falda, color uva, que le sentaba maravillosamente. Se había soltado el pelo, que le caía a la espalda en una cascada de rulos, todos de diferente tamaño y con aspecto salvaje, como si estuviesen felices de estar libres de la prisión que les confería la goma con la que generalmente estaban atados. Pensó que le recordaba el pelo de la cantante Lorde, pero el de Ali era más largo y mucho más oscuro. Contrastaba enormemente con su piel blanca, que parecía jamás haber sido rozada por el sol. Notó que Ali miraba alrededor del local, como si buscara a alguien, y se preguntó si no lo estaría buscando a él. La idea lo hizo sonreír y estaba por ir a su encuentro, cuando una mano en su hombro lo sacó de su ensoñación. Parecía que esa noche todo el mundo estaba dispuesto a sorprenderlo.
—Hermano, largamos en diez minutos—. Andrés era el baterista de su banda—. ¿A quién espiabas? —Y asomó la cabeza ostentosamente por entre los pliegues del cortinado, hizo una morisqueta a unas chicas que lo miraron, y volvió a meterse.
—¡A nadie, boludo! ¿A quién voy a mirar?
—Está Mora Rein. Hacele un par de ojitos desde el escenario y te tira la tanga por la cabeza—. Andrés se rió y lo golpeó en el hombro, y salió hacia el trastero de atrás, que oficiaba de camarín—. Vamos, boludo, que por una vez no quiero largar tarde.
Ali estaba genuinamente alegre. Jamás se sentía una tercer rueda con Lorena y Mariano. Estaban contándose viejas anécdotas de salidas anteriores, y la risa afluía tan fácil como la luz del sol. Pidió un segundo fernet con coca cola y cuando estaba por acotar algo a lo que estaba diciendo Mariano, las luces menguaron casi del todo, para iluminarse sólo el escenario y dar lugar a la entrada de la banda, aplaudida por el público.
—¿Cuál es, cuál es? —preguntó Mariano, oteando desde el borde de la baranda contra la que estaba su mesa, en el balcón del primer piso, imitando a una adolescente ansiosa con tanta exactitud que Lorena lanzó una carcajada estruendosa.
—El bajista —respondió Ali.
Mariano notó algo en la voz de Ali y codeó a su novia, llamándole la atención sobre su amiga. Se acercó al oído de esta y le dijo bajito:
—Le gusta de verdad. Fijate cómo lo mira—. Lorena le sonrió con cara de "te lo dije".
Ali miraba a un Nico casi desconocido para ella, pero, de alguna manera, infinitamente más atractivo. El histriónico cantante hablaba por el micrófono presentando el show y haciendo algunos chistes, pero Nico estaba en un rincón del escenario, levemente iluminado y reconcentrado en sí mismo, acariciando levemente las cuerdas de su bajo de madera oscura. A Ali le recordó el color de su cello. Se escuchó de pronto la señal de Andrés, el baterista, y Nico pareció salir de su ensimismamiento, para comenzar con la primer canción. Ali se relajó en la silla, tomó el vaso de fernet que el mozo había dejado frente a ella, y se dedicó a disfrutar de la música. Su oído, de todos modos, parecía captar el bajo por encima de todo lo demás, y sin mucha dificultad descubrió que Nico tocaba muy bien. Qué bien, tocaba excelente. Se giró hacia Lorena para constatar que su gusto por él no le estaba jugando una mala pasada en el oído.
—Che, Lor, toca bien, ¿no?
—Toca muy bien... —Lorena parecía sorprendida—. Bastante mejor que los otros tres, te digo.
La banda era bastante buena, la voz del cantante tal vez un poco más aguda de lo que a Ali le gustaría, pero el rock en general era bueno. Les encontraba bastantes influencias pero estaban bien mezcladas, bien armonizadas: de pronto Led Zeppelin conocía a Muse, se fusionaba con Guns n' Roses para amalgamarse con Pink Floyd y volver a una base trash con el viejo Metallica, algún que otro ecléctico elemento Bowie al lado de un leve blues que agradaba al oído. Sí, la banda le gustaba. Y el bajista ni hablemos.
Tras el quinto tema parecía que harían un intervalo, cuando las luces se apagaron y los integrantes salieron del escenario. Ali se volvió hacia sus amigos para hablar y Lorena le llamó la atención señalando el escenario:
—Están volviendo. Se ve que viene la parte acústica.
Andrés salió con un cajón peruano y se sentó sobre él, el guitarrista cargaba con una guitarra acústica y el cantante con otra. Por último entró Nico y, para sorpresa de Ali, llevaba un hermoso cello. Ali miró a Lorena con incredulidad.
—Lor...
—¿Vos sabías que tocaba el cello? —le preguntó Lorena, igualmente sorprendida.
—No... No tenía idea...
Ali tocaba en violoncello desde chica, amaba ese instrumento, pero algo en ella no funcionaba bien con él. El talento musical lo tenía, pero no la habilidad manual para las cuerdas. No tocaba mal, pero era mediocre con el cello. Descubrió junto a su profesor de ese entonces que su talento pasaba por su garganta, tenía una voz privilegiada, y su mediocridad se transformó en brillantez. Seguía tocando cada tanto más por gusto y placer que por otra cosa.
—No es de extrañar que un cellista o contrabajista se decante por el bajo —acotó Mariano, y dio un trago a su cerveza—. Es más popular y más rentable.
Pero Ali no prestó atención a su comentario. Los chicos habían comenzado a tocar una canción por demás hermosa y ella sólo tenía oídos para la melodía que emanaba del cello y ojos para quien lo tocaba.
Y Nico no era ningún mediocre con el cello. Era mágico. Era como si el arco con el que acariciaba las cuerdas fuera una extensión de su brazo, como si el cello formara parte de su ser vital.
Solo bastaron dos canciones.
Ali bajó la cabeza y la apoyó en una de sus manos.
—La puta madre...
Lorena la miró preocupada y le tomó la mano libre con las suyas.
—¿Qué te pasa, nena?
Ali la miró con los enormes ojos verdes cargados de amor.
—Nico no me gusta... Estoy enamorada.