Nico despertó con el sol pegándole en la cara. A juzgar por su intensidad, ya debía ser cerca del mediodía. Se giró en la cama hasta que quedó boca arriba y se estiró, disfrutando el tirón de los músculos de su espalda, y cruzó los brazos debajo de su cabeza, para quedarse tirado unos minutos más.
Esa noche no había habido ninguna chica que le calentara las sábanas, por lo que había descansado bien. Sonrió recordando la cara de incredulidad de Andrés cuando le dijo que se iba a su casa, y solo, mientras la fiesta en Club Berlín estaba en su apogeo. Le había mentido diciéndole que no se sentía bien, pero en realidad estaba molesto y decepcionado porque no había encontrado a Ali tras terminar el set y bajar del escenario. Quería verla más de cerca, charlar con ella y conocer su opinión sobre la música que hacía con su banda, pero no la había encontrado por ningún lado. Parecía que sólo cumplió con ir y verlo, y se había retirado.
Dando un suspiro salió de la cama y fue a la cocina, buscando algo para comer. Sobre la mesada había una nota que firmaba su madre, diciéndole que habían ido a pasar el día en el campo y que volverían por la noche. Mientras sacaba jamón y queso de la heladera para hacerse un sándwich, le llegó un mensaje al celular.
Hermano, estás mejor? Te perdiste tremendo fiestón. - Andrés, 12:44hs.
Gracias por preguntar, estoy bien. Por comer algo. Después me contás detalles. - Nico, 12:45hs.
Querés que vaya? Hoy no haré nada y no me vendría mal un partidito en la Play. - Andrés, 12:47hs.
La próxima, hermano. Creo que volveré a la cama. - Nico, 12:47hs.
La verdad es que tenía ganas de estar solo. Sabía que Andrés no sólo querría jugar con la PlayStation, sino que le contaría con lujo de detalles su aventura con la chica de turno de la noche, y no estaba de ánimos para eso. A veces Andrés hablaba demasiado.
Terminó su sándwich y tras beber un poco de jugo, fue al garage a sacar los instrumentos del baúl del auto, para volver y guardarlos en su habitación. El bajo fue dentro de su placard, pero el cello tenía su esquina privilegiada, con un hermoso soporte de hierro que su padre le había regalado un par de años atrás. Lo colocó en el soporte y sintió las mismas ganas de siempre de tocar, por lo que acercó la silla de su escritorio, acomodó el cello entre sus piernas y, sin buscar partitura, dejó que la música surgiera entre sus dedos y se dejó ir. La melodía era tranquila, apacible, serena. Se balanceó levemente, acompañando las notas, borrando los pensamientos de su mente, pero el rostro de Ali seguía surgiendo frente a él: Ali sonriendo con sus amigos la noche anterior, Ali en clase escribiendo con rapidez, Ali tomando un mate entre clase y clase, Ali cantando para él en la sala de prácticas. Desde que la había escuchado no había podido dejar de pensar en Ali y en esa canción, se le había grabado a fuego en el cerebro y la repetía incesantemente todo el tiempo. Algo había calado muy hondo en él, era como si la canción le hablara a él y sólo a él. Se dio cuenta que estaba tocándola en el cello, y soltó el arco. Acomodó el cello en el soporte y salió de la habitación, con la idea de ver alguna película que lo distrajera de su propia cabeza. No quería que sus sentimientos hacia Ali crecieran de ninguna manera, bien en claro había dejado ella anoche, yéndose sin siquiera saludarlo, que no tenía por él ningún interés.
Media hora después, Nico estaba sentado en el sillón con un enorme bol de pochoclo en el regazo, mientras los Avengers batallaban en algún lugar de la fría Rusia con un ejército gris.
—Me pregunto cómo le quedaría a Ally el traje de Black Widow... —dijo para sí mismo. Dándose cuenta del rotundo fracaso de su plan, se palmeó la frente y se resignó a las traiciones de su propia mente.
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El lunes amaneció gris y frío, dejando atrás los últimos vestigios del otoño para adentrarse de lleno en el invierno. El aula rebosaba de alumnos ateridos, varios con tazas de café para llevar o repartiéndose mates amargos que ayudaran a paliar el frío. La clase del profesor Grimaldi, de Audioperceptiva, era siempre amena y agradable: el profesor era relativamente joven y muy simpático, y se notaba que amaba lo que hacía. Su materia era una de las pocas compartidas entre todas las especializaciones, por lo que, durante la clase, Nico pudo observar a su antojo a una abrigada Ali, quien tomaba notas con una sorprendente rapidez, sentada en primera fila junto a su amiga, Lorena Robledo. Él se sentaba siempre atrás, para no incumplir con su papel de bello rebelde popular.
—Bien, chicos, con esto ya estamos con este tema—. El profesor Grimaldi dejó el libro que sostenía en el escritorio—. Tengo ahora un anuncio —carraspeó un poco y eso fue suficiente para acallar los murmullos—. El domingo 17 de julio la Orquesta Sinfónica de Londres vendrá a tocar un especial de invierno, presentarán la más que conocida obra El Lago de los Cisnes y un par de números más. Ni tengo que decirles que esta Sinfónica es una de las más prestigiosas del mundo y es un privilegio inigualable el poder escucharla. Habrá además la puesta en escena de la misma obra, en ballet, por parte de la compañía local. La presentación se hará en la capital del país, no aquí...— Hubo algunos murmullos de descontento—. Y es por ello que la Universidad ha dispuesto de dos colectivos para el traslado de aquellos alumnos que quieran asistir. Siendo un viaje tan largo, la idea es salir el sábado por la mañana, pasar la noche en la capital, dedicar el domingo a asistir a algunos de los museos y hacer de turistas, y por la noche asistir al concierto. El lunes por la mañana emprenderemos el regreso, quedando obviamente eximidos de las clases de ese día.
Nico ya estaba visualizando el aburrimiento al que se vería sometido si pasaba cuarenta y ocho horas con sus compañeros de clase. Estaba todo bien con la mayoría, no se llevaba mal con nadie, pero no eran sus amigos, excepto Andrés. Sí, sería un sueño cumplido ver a la Sinfónica de Londres y encima en el teatro de la capital, al cual había ido con su padre dos veces y había dejado un hermoso recuerdo en su memoria. A lo mejor iría solo en su auto. Tal vez con Andrés, y que de paso le ayudara a entretenerse durante las once horas de viaje.
—Nos hospedaremos en una residencia de la Universidad Nacional en la capital —continuó el profesor—. Se pide que quienes puedan paguen alguna colaboración para solventar el combustible de los colectivos. Aquellos que quieran asistir, tendré disponible en mi mesa un listado en el que deberán anotarse, hasta el próximo jueves—. Y sostuvo en alto una planilla para que todos la vieran, que dejó sobre su escritorio—. Ahora sí, gente, pueden irse.
Se armó el habitual tumulto de fin de clase, todos levantándose de sus sillas, guardando cuadernos y cartucheras en las mochilas y bolsos. Nico trató de llegar rápidamente a la primera fila, quería saber por qué Ali se había ido sin saludarlo el sábado, pero para cuando llegó frente al escritorio del profesor, ella ya no estaba. Desanimado, bajó la vista y ésta se posó sobre el listado que había dejado el profesor en la mesa y, cómo no, con una caligrafía delgada y angulosa, brillaba en tinta azul el nombre de Alina Mercán.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, con la misma tinta azul Nico había estampado su nombre debajo del de Ali.
Afuera el frío se había vuelto un poco más inclemente. Los primeros fríos del año solían ser un poco más crueles, porque uno venía acostumbrado a una temperatura agradable y a días soleados, y encontrarse de pronto con cinco grados y nubes grises cubriéndolo todo hacía que, inconscientemente, uno apretase el paso al caminar y deseara llegar a un lugar calentito.
Nico metió las manos en los bolsillos de su campera y le subió el cuello, mientras caminaba a su auto a buscar el bajo para ir a su clase de práctica. Tenía las manos heladas, pensó lo que le dolerían los dedos con las gruesas cuerdas del bajo en el aula fría. Pensó en saltarse la clase e irse a su casa, como indudablemente había hecho Andrés, que no había mostrado la cara en toda la mañana, pero decidió no dejar que la flojera le ganara. Volviendo hacia el edificio con el bajo colgado al hombro, abrió la puerta para ingresar al pasillo y al entrar se topó de frente con una chica que venía apurada, tirándola al piso. Cuál no sería su sorpresa al ver a Ali sentada en el suelo, con cara de dolor y las carpetas caídas a su alrededor.
—¡Nico! —dijo ella sorprendida, cuando levantó los ojos y se encontró con los de él.
Nico dejó el bajo inmediatamente a un lado y, sin preguntarle si necesitaba ayuda, la levantó sin esfuerzo y la puso de pie, para luego agacharse a levantar sus cosas. Ali no atinó a decir nada, sólo lo miró mientras él terminaba de recoger sus carpetas del suelo.
—Acá tenés —le dijo él, entregándoselas.
Recogió su bajo y volvió a colgárselo al hombro, y se quedó parado mirándola. Quería decirle tantas cosas, preguntarle por qué se había ido el sábado sin verlo, decirle que el vestido uva le quedaba precioso, que le quedaba mejor el pelo suelto y libre y que su sonrisa era un sol en medio de la tormenta, pero nada salió de su boca. Ella no debía saber lo mucho que le gustaba.
—Gracias, Viggiano. Perdoname, venía apurada y no te vi.
—Todo bien, Al-Mercán —se interrumpió a sí mismo—. Tené más cuidado la próxima.
Los dos se miraron dos segundos más de lo necesario, nerviosos.
—Bueno... me voy entonces—. Ali le sonrió levemente a modo de saludo y dio dos pasos hacía la puerta. Cuando tomaba el picaporte la voz de Nico la hizo volverse.
—¿Por qué te fuiste sin saludar el sábado?
Nico la miraba serio, sin rastro del seductor que empalagaba a las chicas con su voz grave y su media sonrisa. Había decidido no decir nada, pero se traicionó nuevamente a sí mismo.
—No me sentía bien—. Ali mintió, pero no tanto—. Estaba escuchando el acústico y me sentí... abrumada, mareada. Salí a tomar un poco de aire y volví a casa cuando terminaron el set.
Ali miraba al suelo y Nico intuyó que no le estaba contando la verdad. Algo más le había pasado, ella era una chica muy directa y frontal, y el que hablara bajo y sin mirarlo le daba mala espina.
—¿De verdad? —La presionó apenas—. Qué raro... te había visto entrar y te veías muy bien.
Ali lo miró con los ojos verdes enormes.
—No sabía que me hubieras visto— lo dijo en voz baja, pero Nico la escuchó.
—¿Al menos te gustó?
—¿Que si me gustás? —Ali lo miró sorprendida y se sonrojó levemente, claramente lo había oído mal.
—Que si te gustó la música... —Nico le aclaró con una sonrisa, aunque pensó que le encantaría saber la respuesta a si a ella le gustaba él o no. Pero él sabía que no.
—¡Ah! —Ali suspiró con cierto alivio, el cual Nico no dejó de notar—. ¡Sí, me gustó muchísimo! —exclamó con sinceridad—. Me gustó realmente mucho, hacía mucho que no escuchaba aquí una buena banda de rock. Lorena y Mariano estaban encantados también, nos gustaría verlos de nuevo si vuelven a tocar.
Nico sintió que no le estaba diciendo eso por compromiso, sino porque realmente le había gustado. Se sintió orgulloso, dos de las canciones que habían tocado estaban compuestas por él.
—Lo que sí... —Ali prosiguió, bajando la voz—. No sabía que tocaras el cello, Nico—. Lo dijo con una suavidad que tomó a Nico desprevenido, como si una Ali diferente le hablara. No le había dicho Viggiano, como de costumbre, y su nombre en sus labios le sonó mucho mejor.
—Ah, sí, desde chico. Después en mi adolescencia arranqué con el bajo... Atrae más chicas.
Ni bien hubo acabado la última frase Nico ya estaba arrepintiéndose de haberla dicho. Le salió de forma mecánica, era lo que respondía cuando le preguntaban por qué tocaba el bajo, pero lo único que ganó fue una mirada despectiva de Ali.
—Me imagino —dijo ella en tono monocorde.
—Perdón, dije una estupidez —se sinceró Nico.
Realmente quería cambiar lo que Ali pensaba de él, mostrarle que era más que un hueco que conquistaba una chica tras otra... Pero al mismo tiempo, no quería que nadie supiera que ella le gustaba, ni perder su imagen. Carajo, no se entendía ni a él mismo. ¿Qué mierda le pasaba?
—Dijiste la verdad—. Ali tenía de nuevo su expresión seria de costumbre.
Nico comprendió que algo del momento se había perdido. Ali reacomodó las carpetas en sus brazos y dando la vuelta hacia la puerta le lanzó un escueto "nos vemos", sin darle tiempo a reaccionar. El aire frío golpeó su rostro brevemente cuando la puerta se abrió y, un instante después, ésta ya estaba cerrada y él se encontraba solo en el hall de la entrada.
—Si seré boludo... —se dijo a sí mismo golpeándose la frente, y comenzó a caminar lentamente hacia su clase de prácticas.