Ali se despertó sobresaltada por el ruido de la alarma del teléfono. Con un movimiento ya aprendido de memoria, apagó el sonido y enterró la cara en la almohada, mentalmente contó hasta diez... Y se levantó. Casi sin mirar tomó la toalla que descansaba en el respaldo de su silla y fue al baño a darse una ducha rápida.
Su cuerpo le pedía a gritos un par más de horas de sueño, pero a las nueve debía estar en la Universidad. Giró las canillas de la ducha y el agua comenzó a correr. Mientras esperaba a que se calentara lo suficiente, se desvistió, dejó la ropa sobre la tapa cerrada del inodoro y se miró al espejo.
—Qué sexy estoy... —se dijo a sí misma, y miró seriamente el reflejo: ojos cansados, el pelo oscuro revuelto, sombras bajo los ojos y su palidez natural que a veces la hacía ver enferma.
Se asomó tras la cortina de la ducha y probó la temperatura del agua con la mano, ya estaba caliente. Se sacó el anillo que llevaba en la mano izquierda, lo puso sobre el tocador y se metió a la ducha.
Cómo le gustaba bañarse... Era uno de los que ella llamaba "mis momentos". Dejó que el agua caliente corriera por su cuerpo, relajándole los músculos y llevándose consigo los restos de la noche. Se llevó las manos a la cara y cerró los ojos, y al llevar el pelo hacia atrás una imagen apareció frente a sus ojos, como un recuerdo: un par de ojos verdes que la miraban sonrientes, muy cerca de su cara. Bajo la ducha, abrió los ojos sobresaltada, dándose cuenta que era un resabio de un sueño que seguramente había tenido esa noche.
Sabía muy bien a quién pertenecían esos ojos. Pero no quería pensar en él. Sacudió la cabeza, como si de ese modo pudiera desterrar la imagen de su cerebro y tomó la botella de shampoo, colocó un poco del producto en la palma de su mano y, al tiempo que lo colocaba en su cabeza, comenzó a cantar.
No cantaba nada en particular, iba inventando la melodía a medida que la voz salía por su boca. Lo transformó en un ejercicio de calentamiento de sus cuerdas vocales, prestando atención a las vibraciones y a cómo colocaba la voz, con lo que poco a poco fue desprendiéndose de la imagen de los ojos verdes y el nombre, tan susurrado en el silencio de sus noches solitarias, tan negado en el resto del día: Nicolás Viggiano.
Salió minutos después de la ducha aún tarareando y desprendiendo vapor de la piel. Se envolvió en la toalla violeta, se peinó y fue a su dormitorio a vestirse, y en el camino oyó movimientos en la cocina: su madre ya trajinaba con el desayuno. Ya en su dormitorio, se vistió con un jean negro y una remera del mismo color con un ruedo irregular que formaba un pico en el frente, con una estampa de Velvet Revolver en la espalda. Se colocó las botas y tomó su bolso ya listo del escritorio, abrió la puerta del placard y sacó la campera de cuero negro que le habían regalado para su último cumpleaños.
En la cocina su madre ya le había llenado una taza térmica con café con leche.
—Buen día, Ali. ¿Pudiste terminar el trabajo anoche?
—Hola ma...— Ali le dio un beso mientras agarraba la taza—. Sí terminé, por fin. Ahora a las nueve lo entrego.
—Éxitos, hija... Después me contás cómo te fue.
Ya en el colectivo Ali tomó un poco de su café con leche y se puso a revisar su celular. Estaba por escribirle a Lorena, su mejor amiga, cuando vio que su última conversación era de un número que no tenía agendado, y recordó el extraño pedido de Nico Viggiano. Agendó el número y releyó el mensaje que nunca había respondido, y abrió la imagen de perfil.
—¿Por qué tiene que ser tan lindo? —se dijo a sí misma, mirando la foto.
Descargó la imagen, guardó el celular y se puso a mirar por la ventana, pensando que, al fin y al cabo, nada la diferenciaba del resto de sus compañeras a las que consideraba idiotas, todas atrás de Nico y sus ojos verdes, Nico y su sonrisa deslumbrante, Nico y sus tatuajes extraños, Nico y su risa fácil, Nico y su cuerpo de atleta... Bueno, sí había una diferencia: ella sabía ocultarlo bien.
Nico estacionó su auto a una cuadra de la Universidad; ya sabía que a esa hora no encontraría un espacio más cerca. Mientras apagaba el vehículo, refunfuñó molesto: tenía sueño, no había café en su casa, y la chica de anoche le había dado más problemas de lo usual al momento de irse. Dios, había llorado y todo, acusándolo de mujeriego, rastrero, poco hombre... ¡Menudo escándalo había armado! Y eso que sólo la había conocido la noche anterior en el bar.
Sacudió la cabeza, dejando el recuerdo atrás, y al disponerse a salir del auto, vio a Ali bajando del colectivo, con su eterna cara seria y un vaso térmico en la mano. Se quedó sentado un minuto y la observó cruzar la calle para dirigirse a la fotocopiadora que estaba en la esquina. Sólo reaccionó cuando ella entró al local y la perdió de vista.
Tomó con rapidez su mochila y, colgándosela al hombro, salió del auto y se dirigió a la fotocopiadora. Entró y encontró a Ali de espaldas a la puerta, dándole indicaciones al dependiente, el vaso térmico apoyado en el mostrador a su lado. Se acercó a ella, apoyó el trasero en el mostrador, la miró y sonrió de lado.
—Buen día, Mercán.
Ally lo miró y sin cambiar la expresión, murmuró:
—Viggiano.
Volvió la mirada al dependiente y continuó hablando con él como si no hubiesen sido interrumpidos.
Nico no le quitó la vista de encima. Sí, era linda... Tan linda. Con ojos verdes como los suyos. Pero tan seria... Siempre concentrada en sus clases, en sus prácticas, manteniendo un promedio altísimo pero sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. ¿Cómo podía gustarle una chica así? En fin, ya se le pasaría. Tenía una reputación popular y de conquistador que mantener, no la arruinaría por un capricho pasajero.
—Oíme, Mercán...— comenzó, cuando al dependiente se alejó, pero ella lo interrumpió casi inmediatamente.
—No pienso poner tu nombre en mi trabajo.
Nico sonrió, tomó el vaso térmico que ella había dejado sobre el mostrador y bebió un trago.
—Lo sé, te agradezco igual. Anoche hice el trabajo... Seguro no quedó tan bien como el tuyo y posiblemente arruine mi promedio, pero al no responderme no me dejaste opción.
Ali lo miró seria y casi se pierde en sus ojos. Pero volvió a concentrarse en no poner la misma cara de vaca encandilada que ponían sus compañeras cuando hablaban con él.
—¿Por qué no lo hiciste? —le preguntó, curiosa.
—Sinceramente lo olvidé. Estuve practicando mucho y se me pasó por alto.
La verdad era que había estado de fiestas toda la semana pasada, tan cerca de las vacaciones de mitad de año... Su amigo Andrés lo llamaba siempre con un plan que sonaba fabuloso y lleno de chicas, y no podía dejar de ir. Pero jamás se lo admitiría a Ali. Por algún motivo, deseaba que ella tuviera un mejor imagen de él.
—No me hagas arrepentirme —dijo ella, mirándolo resignada—. ¡Hey, Migue! —gritó, llamando al dependiente—. ¡Necesito corregir la portada!
Nico la miró sorprendido y sonrió abiertamente, y sin pensarlo, le dio un abrazo.
—¡Gracias, Mercán!
Ali se quedó de piedra y su cuerpo reaccionó instintivamente, rodeando suavemente la cintura de Nico con sus brazos. Dios, qué bien se sentía... Nico olía maravillosamente y despedía un calor agradable, sus brazos se sentían fuertes y protectores alrededor de ella. Sentía bajo su cara un pecho duro y cálido, pero cómodo. Pensó que podría quedarse así para siempre.
Nico se sorprendió a sí mismo de su propia reacción, y más aún cuando sintió los delgados brazos de Ali rodearlo. No se había dado cuenta de lo pequeña que era, en sus brazos parecía tan frágil... Durante el resto del tiempo Ali tenía una actitud tan frontal que la hacía parecer más fuerte y grande, pero ahora, entre sus brazos, pudo ver que apenas le llegaba al pecho, y que sus brazos eran delgados como ramas. Inadvertidamente olió su pelo oscuro, y reconoció un leve rastro de jazmines. Se dio cuenta que el abrazo estaba durando más de la cuenta, pero no quería soltarla.
—Ejem...— escuchó a su lado, y tanto él como Ali se sobresaltaron, soltándose el uno al otro como si hubiesen tenido explosivos en las manos.
El dependiente traía consigo una notebook donde estaba enchufado el pendrive de Ali, con el documento abierto. Ella simplemente agregó bajo su propio nombre "Viggiano, Nicolás".
—¿Cuál es tu número de legajo? —le preguntó.
Nico abrió la boca para responder pero parecía que le habían pasado un borrador por la mente. ¿Qué carajo le pasaba?
—Eeeh... —balbuceó, inseguro, y sintió que un calor le subía por el cuello y la cara, avergonzado.
Ali lo miró extrañada, usaban ese número mil veces al día en la Universidad, ¿qué le pasaba que no lo recordaba? ¿Acaso su abrazo lo había desconcentrado, como la había desconcentrado a ella? Se dio cuenta que ella tampoco recordaba el suyo, pero al menos ya lo tenía escrito. Pensó que Nico no tenía por qué ponerse nervioso, menos por un abrazo con ella. No era la clase de chicas con las que él salía.
—¿No tenés tu libreta? —preguntó el dependiente, sacándolo del atolladero.
Furioso consigo mismo por estar quedando como un idiota, Nico sacó su libreta y se la entregó a Ali, quien escribió el número de legajo junto a su nombre en el documento word. Tras las modificaciones, el dependiente llevó a imprimir todo y volvió a dejarlos solos. Ali miraba sin ver hacia dentro del local y Nico bebió otro trago del vaso térmico.
—Hey, yo pago la impresión del trabajo. Es lo menos que puedo hacer.
—Como quieras —respondió Ali. Miró su reloj—. ¿Podrías esperarlo y llevarlo vos al aula? Se está haciendo tarde y quisiera ir a reservar una sala de prácticas.
—Sí, yo me ocupo. Te veo ahí, andá tranquila—. Nico le sonrió para darle confianza, pero ella no lo estaba mirando. Se dio cuenta que ya era el segundo año que compartían algunas clases en la carrera de música, pero no sabía qué instrumento tocaba ella—. Mercán, ¿qué instrumento practicás?
Ali lo miró mientras se colgaba su bolso al hombro.
—¿No lo sabés? Canto. Me especializo en canto lírico—. Se dirigió a la puerta y la abrió—. No llegues tarde. Te espero en el aula a las nueve con el trabajo impreso... y podés terminarte mi café.
Salió del local y cerró la puerta tras de sí. Nico se quedó mirándola por la ventana esperando que ella girara a verlo, pero no lo hizo.
—Qué iluso soy... A ella no le gustan los tipos como yo —pensó, y se acodó en el mostrador bebiendo el café mientras esperaba el trabajo.