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Chapter 37 - 【Aquella mano furiosa】

Sábado.

Día 30.

Samuel, es el hermano mayor de Natalia y él se casó hace un tiempo atrás. La madre de ambos aprovechó el espacio de su habitación para colocar todas las cosas que hacían mucho espacio en sus propios cuartos. Al final, a Samuel no le interesaba lo que sus padres hiciesen con su alcoba.

Esa mañana –una muy fría, por cierto– Natalia se frotaba los brazos mientras avanzaba al cuarto de su hermano en búsqueda de una colcha más gruesa para arroparse y volver a dormir. La planta de sus pies a penas rozaban el congelado suelo en lo que avanzaba por el pasillo.

Una vez que giró el picaporte de la puerta, esta fue cerrada nuevamente con fuerza tal y como una embestida contra la madera. El cabello de Natalia se movió ligeramente por la corriente que provocó el impacto.

—¿Qué quieren? —Escuchar la voz de su hermano, incluso si estuviese agitada, consiguió que Natalia se alegrase al saber que estaba en casa—. Estoy ocupado.

—Sam, tengo frío —informó chillando al sentir una corriente de aire pasando por sus piernas—. ¿Me pasas mi colcha, por favor?

—Ah... Espera ahí, ¿sí? —Pidió un poco desorientado, descubriendo que tenían su habitación como almacén—. Solo no abras la puerta.

Natalia no comprendía cómo iba a conseguir pasarle su colcha si no sabia en dónde la mantenía su madre; sin embargo, le dio la oportunidad a su hermano y al par extra de pasos en lograr dar con el objeto. Tendría que entrar tarde o temprano si la hacían esperar demasiado en esas condiciones tan friolentos.

La puerta se abrió poco después de unos minutos, extendiendo una gruesa y colorida colcha que el mismo Samuel le había comprando. Natalia se apoderó de ella tan rápido como la vio fuera de la habitación y, centrando su mirada en el brazo extendido, se envolvió en ella como si fuese una capa.

—¡Gracias, Óscar!

Hubo silencio. Natalia se giró, dándole la espalda al cuarto para retirarse al suyo, hasta que escuchó la voz de su cuñado diciéndole:

—Descansa bien, princesa.

—Hablaremos de esto después —exclamó su hermano, iniciando un poco tartamudo para finalizar con una firme voz.

Una vez que regresó a su cama pensó en que Samuel era un insensible al traer a su esposo al pueblo en una temporada tan fría como esa. No entendía por qué no la habían dejado entrar al cuarto, ni el qué estaban haciendo para escucharse tan nerviosos y agitados; pero Samuel hablaría con ella después, por lo que no había nada por lo cual se debiese preocupar.

A ese punto se dio cuenta que ya no tenía tanto sueño como al principio; más que todo, al sentirse tan cómoda dentro de su colcha de felpa y asociar esa misma sensación con un abrazo.

«Para llegar al corazón de un hombre, primero debes conquistar su estómago».

Fueron las más sabias palabras que su abuelo pudo haberle dicho a lo largo de su vida. A partir de ello, aprendió a cocinar para conquistar su propio corazón; por supuesto, ahora que su mente se había aclarado en muchas cosas solo pudo pensar en lo maravilloso que hubiese sido haberle cocinado a Miguel.

Y, en ese nombre, las lágrimas hicieron una dolorosa aparición siendo absorbidas por los esponjosos peluches que recibió en el norte. Su primer amor, no alcanzó a transformarse en una relación y solo terminó desvaneciéndose como niebla.

Lucas fue muy amable con ella ese día. Natalia recordó que no había conseguido disculparse con él por todos los problemas que ocasionó; más aún, cuando terminó dejándole marcas en los hombros al haberse aferrado con tanta fuerza mientras lloraba.

Su mente se acaloró con tantos recuerdos entrando al mismo tiempo; entre ellos, las palabras de Miguel se repetían y lo complicado fue ya no entender lo que esas mismas palabras significaban. Las estaba escuchando y, aun así, parecían estar en un idioma diferente y desconocido para su cerebro.

El sonido de su celular consiguió llamar su atención, no tanto como una distracción. No podía ser posible que fuese la alarma y era muy temprano, como para ser David; en los últimos días había estado atendiéndolo a partir de las siete, cuando él aseguraba sentirse bastante mal.

Al revisar la pantalla se dio la sorpresa de que no era ninguno de sus amigos. Fue un pequeño susto el que sintió al comienzo, al no recordar en qué momento le había dado su número, pero ese temor desapareció en cuanto encontró ese instante en la parada de buses, intercambiando números para estar en contacto.

Gabriel:

»Hoy empieza tu trabajo de cocinera porque tengo que ir a detención«.

03:33

Natalia infló las mejillas al ver el mensaje. Sintió como si fuese una orden, más que una amable petición de llegar al instituto. A pesar de ello, se preguntaba si Gabriel dormía bien o si esta era su hora normal de levantarse.

Gabriel:

»Buenos días (。-∀-)«.

03:35

«¡Oh, qué bonito!». Pensó, ante el pequeño emoticón, para luego reírse en voz baja. «Se parece tanto a su cara de sueño».

Gabriel:

»Te la daré de a gratis«.

»Voy a ir, pero tienes que llegar con la comida en mi descanso, como a las nueve«.

»Si no llegas, entonces no creas que me volverás a ver en ese edificio«.

»No lo olvides, a las nueve«.

03:36

Después de ese Gabriel ya no siguió mandando mensajes. A Natalia le parecía curioso la forma en como había hecho ese emoticón porque, buscando en su propio teclado, no encontraba ninguna letra de forma invertida.

Recordando que Gabriel solo aceptaría comida japonesa decidió buscar alguna receta, lo suficientemente fácil para no demorar mucho y que fuese pesada, para llenar su estomago con una sola platada.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó su hermano al bajar a la cocina en búsqueda de agua—. Es muy temprano para que estés cocinando, ¿no te parece?

—Ah, bueno... —El silencio que se formó de repente no la detuvo de continuar limpiando el arroz.

—¿A quién le cocinas? —Soltó con un severo tono en forma de regañarla—. Dudo que sea para David, con lo delicado que es ese muchacho.

—No te vayas a enojar...

—Natalia.

—Digamos que hice un nuevo amigo y lo veré hoy, a las nueve...

—Natalia.

—No puedo fallarle, Samuel —titubeó al sentirse tan nerviosa con ese tono de voz tan pesado—. Te aseguro que me defenderé si pasa algo y no iré a ningún lugar solitario con él.

—Natalia, entre más hablas, más desapruebo que salgas con un chico que no conozco.

—Estudia en el mismo instituto que yo, así que, no es tan desconocido si lo tomas de esa forma —protestó con inocencia, encogiéndose de hombros.

—Natalia.

—Sam, me vas a gastar el nombre si me sigues regañando de esa forma —murmuró suave.

—Ah, ¿y por qué se van a ver un sábado? —Se acercó lentamente a su lado para tomar uno de los recientes triángulos de arroz—. ¿Estás segura que no me estás mintiendo? Porque si me doy cuenta que te vas con el otro... con el Miguel, te voy a sonar con una faja, Natalia.

—No te estoy mintiendo —respondió molesta, empujándolo fuera de su zona—. Ya, Sam, deja de ser tan abusivo que no son para ti.

—¡Bah! No tiene que comer tanto —se defendió, consiguiendo un último bocadillo antes de marcharse—. ¿Y cómo se llama? ¿Por qué le cocinas? ¿Qué van a hacer?... Ve aflojando toda esa información o no te dejo salir de esta casa.

—¿No te vas a enojar si te digo? —Se encogió en su lugar, tomando con cuidado un poco del arroz para darle la forma.

—Te me estás poniendo bien rebelde —vociferó con seriedad, escabulléndose por el otro lado para robar un poco más de comida.

—¡Samuel! —Fue lo último que escuchó antes de que Natalia se tirara encima de él.

[. . .]

Para las siete de la mañana David estaba despertando al escuchar la voz de Lucas en la planta de abajo. Se reincorporó rápidamente, sintiendo que todo el peso rebotaba en su cabeza y escuchó atentamente hasta dar conque su padre estaba solo con él. Un gran error que David esperaba enmendar con su presencia.

Bajó las escaleras lo más rápido que podía, escuchando con mayor claridad una discusión de índole laboral. Benjamín fue el primero en prestarle atención a David cuando llegó a la cocina.

—¿Qué está pasando? —Preguntó con suavidad, sintiendo que el corazón se le aceleró al tener la atención de Lucas—. Estaba tratando de dormir.

—Cosas del trabajo —respondió su tío, dándose la vuelta para caminar hacia él—. ¿Ya te sientes mejor? —Consultó, dándole un pequeño golpe contra el pecho—. Un poco más y hubieses estirado la pata, ¿comprendes que debes cuidarte mejor ahora?

—Supongo que mis días de berrinches adolescentes se acabaron.

—Eh, cuidadito con ese tono. —David se tensó al sentir su mano pasando por su cabello—. Deberías de cortarte el cabello, de nuevo —murmuró bajo, notando un poco disparejo algunos mechones—. En fin, mañana quiero vengas a mi casa, ¿entendido?

—¿Por qué? —Intervino Benjamín.

—Le estoy hablando a David —expresó molesto, consiguiendo que volviese a tomar asiento frente a la mesa—. Tienes que ir por tus pastillas; ya es momento de que vayas adquiriendo responsabilidades —volvió a dirigirle la palabra a su sobrino.

—Cuidado, Lucas, ya te veo pidiéndome un puesto de trabajo. —David bajó la mirada al verlo sonreír—. Iré con Levi, solo dime a qué hora y ahí estaré —pidió en voz baja.

—Te espero afuera —exclamó alto, con la intención de ser escuchado por Benjamín—. Aquí, incluso las paredes parecen que escuchan y chismean como doñas; así que, estaré afuera para decírtelo.

David y Benjamín cruzaron miradas por un momento. Lucas fue el primero en avanzar, poco después su sobrino lo estaba siguiendo hasta la salida. Al encontrarse cerca de la puerta Lucas se detuvo para que David cruzarse primero; al principio, no estaba confiado en hacerlo, pero saber que estaban en un vecindario le dio la valentía de continuar sin temor a qué podría pasar.

Lucas cerró la puerta detrás de sí al salir. Cuando observó a David fijamente estaba buscando esa reacción que hizo en el momento, el apartar la mirada casi al instante. Fue suficiente para sospechar de que algo había ocurrido.

—¿Algo que me quieras preguntar? —David no tuvo escapatoria en el momento que Lucas se colocó en cuclillas, encontrándose nuevamente con esa mirada seria—. No puedes ocultar de mí que estás, desesperadamente, evitándome.

«¡Tengo miedo! ¡¿Cómo quieres que te hable si eres un homicida?!». Pensó, abriendo un poco la boca, deseando poder decirle eso.

—Tú... me mentiste —inició a hablar con suavidad, esperando poder decírselo—. Pensé que no tendríamos secretos y que podría confiar, plenamente, en ti; pero solo fue una vil mentira de tu parte porque...

Lucas estaba sorprendido al escucharlo hablar con un tono determinado, aunque era sonoro el eco de su temor en cada palabra. A David le temblaban las piernas, por no decir que todo el corazón se le aceleraba.

Desvió la mirada por un momento, encontrándose con la casa de su vecino a quién no vio regresar después de lo último. Ahí, David recordó que estaba en presencia de un asesino quien ya no temía por nada, ni siquiera de la misma muerte. Decirlo con toda la seguridad del mundo, no cambiaría en nada ante un ser como Lucas.

—Dijiste que estabas bien soltero —tartamudeó, cambiando su ruta deseada en la conversación—. Yo... te vi con mi vecino y él... él y tú... los dos...

—Oh, no —masculló bajo, apartando la mirada al recordar que habían conversado frente a la casa—. David...

—¿Por qué no me dijiste que también eras gay? —Frunció los labios, aparentando indignación ante los hechos.

—No soy gay —exclamó berrinchudo, de igual forma, frunció los labios ante su descontento—. Me sorprende de que admitas tu sexualidad ahora, cuando hace unas semanas, ni podías escuchar la palabra sin escandalizarte.

—Estamos hablando de ti —titubeó un poco, colocándose firme para el final.

—Ah... —Suspiró con pesadez, llevándose la mano hacia la cabeza—. A mí no me gusta eso de tener un colectivo, David, me quita mucha libertad para escoger.

Se encogió de hombros, tomándose una pausa para pensar mejor en cómo explicarle, sabiendo el comportamiento de David. Era la primera vez, después de varios años, que alguien le preguntaba por su sexualidad y Lucas nunca tuvo una forma resumida de explicarlo.

—No sé, David, mírame como un bisexual o pansexual, o asexual, o lo que te haga dormir tranquilo hoy; pero esa pregunta no me la vuelvas a hacer que... ni yo, fíjate que ni yo me pongo a pensar en eso.

—¿Cómo que asexual? —De todo, esa fue la palabra más resaltante en lo que dijo.

—Ay, David, sí que jodés demasiado —se quejó, porque no era un tema que pudiese explicarle en ese momento—. Deja de ser tan preguntón.

—¿A todo esto, qué hiciste con mi vecino?

—Ya, párale, dame un descanso.

—Al menos, respóndeme a eso.

—Te respondo cuando me vaya a España —soltó risueño—. A ver, si eres tan paciente.

—¿Planeas mudarte? —Expresó a media voz, sintiendo un mal presentimiento por ello—. ¿Por qué?

—Por personas tan metiches como tú —exclamó con sarcasmo, después de bajar la mirada al suelo por unos segundos y decir con un tono más ronco—. Además, ya casi termino con todos mis problemas por aquí; así que, me iré a una vida donde nadie me conozca.

Sus ojos se abrieron de par en par. Lucas observó por un momento la casa cuando habló, antes de retomar su mirada en él. Benjamín era considerado un problema que debía resolver y tan pronto terminase con ello, se fugaría como si nada.

[. . .]

Natalia estaba cerca de llegar al instituto cuando vio saliendo a Gabriel, de forma extraña y algo le indicaba que estaba huyendo al ver que el entrenador estaba persiguiéndolo.

Al revisar la hora en su celular, no comprendía por qué estaba rompiendo su parte del trato si aún era temprano; pero eso era algo que le preguntaría en ese momento porque Gabriel estaba corriendo hacia su dirección y cuando se vieron, este aceleró para capturarla y huir con ella.

—¡Espera, no puedes huir! —Gritó una vez montada en su hombro—. ¡Traje la comida!

—¡Hoy, es un gran día para huir, Natalia!

Cuando la voz del entrenador se perdía atrás de ellos Gabriel empezó a trotar hacia un pequeño parque, donde podrían esconderse con la esperanza de que no seguirían siendo perseguidos.

Natalia se mantuvo de brazos cruzados cuando fue sentada en una banca. Gabriel no la estaba observando fijamente, como ella a él; porque su atención estaba exclusivamente en la comida que olfateaba en la mochila de Natalia.

—¿Por qué huíste?

—¡No tuve la culpa! —Se defendió en primer lugar, llevándose ambas manos por el contorno de su rostro estirándose un poco la piel—. Estaba caminando fuera del aula para recibirte cuando choqué con la esposa del rector y se le cayó la peluca a la señora, ¡y se puso a llorar por estar calva!

Fue sorprendente ver los niveles de ansiedad en ese momento. Estaba alarmado, aunque no se notase en sus facciones, la voz estaba transmitiendo el pánico que sintió en ese segundo y continuó gritando:

—¡El rector, el Hércules y yo lo vimos! ¡Vimos la tremenda brillantez de su cabeza y...! —Natalia solo estaba siguiéndolo con la mirada, observándolo perderse a sí mismo—. ¡Natalia, debiste ver qué brillosa se veía, era como una bola de boliche bien pulida! ¡No fue mi culpa que se la cayera la peluca, pero preferí huir de ahí porque no podía con su llanto y esa reluciente calvicie! —Se detuvo frente a ella, sin observarla detenidamente a los ojos, concentrándose solo en el centro entre ellos—. ¡Hércules, de todas formas, me hubiese culpado por lo que pasó!

—¿Estás bien? —Inquirió con ternura y preocupación, porque Gabriel estaba agitado después de eso.

—Tengo hambre, eso es lo que tengo ahora y, de verdad, quisiera comer en este momento —expresó más calmado, tomando asiento a su lado para centrar la mirada en la mochila—. A partir del lunes, no falto, pero hoy se justifica con ese accidente —aseguró con firmeza.

«Samuel me va a matar». Pensó al encontrarse sola con Gabriel en el parque, mientras abría su mochila para sacar la comida. «Lo primero que me dice que no haga y es lo primero que termino haciendo».

—Ah, esto se ve delicioso —comentó canturreando un poco—. ¡Gracias por la comida!

«Acaba de estallar por haber chocado, accidentalmente, con una persona y ahora está muy tranquilo comiendo como si eso no hubiese pasado». Continuó con su propia conversación, analizando un poco más a Gabriel en lo que este comía. «Hace mucho ruido con la comida...».

—Es la primera vez que te veo sin el uniforme —consiguió que Gabriel fijase su mirada en ella—. Nunca había visto pantalones rasgados.

—Cuando escapas, a veces, pasas por lugares muy peligrosos y te desgarran la ropa —aclaró ahogado por la comida.

«¿Qué?».

—Huh, no me había fijado en tu ropa —expresó con cierto disgusto, luego de regresar con su comida—. Demasiado rosa para mis ojos.

—Tú pareces que vas a un funeral con tanto negro —contraatacó entre risas.

—Se ensucia menos que tu rosa —aseguró, suspirando como de costumbre—. Pareces una de esas lolitas.

—Gabriel...

—Oh, conozco ese tono —expresó burlón, lo suficiente para que Natalia lo percibiese así—. Ya es la hora de hacerme preguntas incómodas.

—Solo iba a preguntar por ese emoticón de la mañana —titubeó apenada.

—Ah, se me habrá escapado a lo mejor —respondió sin tomarle mucha importancia—. A veces los uso con algunos contactos, entre nosotros nos los enviamos a manera de bromear.

—Oh... Creí que era algo japonés.

—¿Cómo te explico? —Bajó la voz, incluso el plato de comida—. A ver, digamos que, allá, entre varones lo usamos de forma sarcástica o depende de qué tanto conozcas a esa persona; pero es muy raro que se lo mandes a una chica y... por el otro lado, las mujeres sí se mandan muchos emoticones, pero ya te dije, depende de la situación.

—¿Y por qué me lo mandarías con sarcasmo? —Frunció el ceño.

—Estaba medio dormido, creí que ya te había saludado y cuando acuerdo, veo que te ladré una orden y:

«Ni modo».

—Pensé, le mando otro mensaje y se me escapó... Ah, deja de tomarle tanta importancia —pidió, esbozando una sonrisa torcida—. Le pones mucha mente a algo tan pequeño.

—Es que me gustó.

—Pudimos ahorrarnos la explicación y pasar directamente a un:

«Quiero el teclado de emoticones».

—Se te olvidó decir por favor —añadió.

—¿Tan difícil era decirme eso? —Volvió a suspirar.

—Ya me tengo que ir —informó después de revisar la hora—. ¿Me quieres acompañar en lo que terminas de comer?

—¿A dónde vas?

—A la casa de mi mejor amigo.

—La dirección, Natalia —especificó esta vez.

—No te vayas a reír...

—No sabes cómo se llama, pero sí cómo llegar hasta ahí. —Natalia asintió avergonzada al tener su mirada fija en ella—. Pasaré por esta ocasión; después de todo, dejé mi bicicleta y voy a volver por ella.

—Por cierto, ¿te gustó la comida?

—Me la tragué, eso dice mucho de lo que pienso de tu comida —respondió tranquilo, deseando reírse al verla asombrarse—. Sí, estuvo deliciosa. Gracias.

Continuaron su camino después de que Gabriel le entregase la bandeja vacía. La parada de buses y el instituto estaban en la misma dirección, eso consiguió que Natalia pudiese tener más tiempo para conversar con él o como ya la tenían clavada, molestando con esas preguntas que parecían ser incómodas para Gabriel.

Una vez que consiguieron sacar la bicicleta sin ser vistos por algún profesor o por el mismo entrenador, Gabriel ya estaba dispuesto a marcharse, hasta que preguntó:

—¿Y cómo se llama tu mejor amigo?

—David —respondió contenta al saber que lo iría a visitar pronto—. Su nombre es David Monroe, no sé si lo has visto por...

—La enfermería —interrumpió con un tono bastante ronco, rozando a una expresión seria por su parte—. Sí, ya lo he visto un par de veces por ahí. No sabía que estuviese enfermo.

—Oh, tienes razón —recordó las últimas ocasiones en que vomitó a causa de un efecto secundario—. Bueno, no sabía que lo reconocerías por su nombre, ya que no te quedas el tiempo suficiente en clases.

—Ya lo conocía de niño —admitió tranquilo, pues no era algo tan sorprendente para él—. Creo que estamos hablando del mismo David, porque no conozco muchos Monroe por esta zona. —Al volver su mirada en Natalia se encontró esa expresión curiosa en ella, con cierto asombro—. ¿Qué?

—¡No, nada! —Se apresuró a cambiar su sorpresa, relajando los músculos faciales—. Es que dijiste que lo conocías desde niño y yo también, pero no recuerdo haberte visto en su casa o... Supongo que es un David diferente.

—Tal vez, no lo sé —confesó un poco incómodo—. Éramos muy buenos amigos porque su papá es mi padrino, pero tuvo un accidente y después dejó de ser él mismo; así que, nos distanciamos mucho a raíz de ello y creo que, a este punto, él no me recuerda.

—¿Cómo que tuvo un accidente? —Preguntó alarmada al no saber nada del tema.

—Yo no debería ser quien te esté contando estas cosas; ni siquiera sabemos si es el mismo David.

—Supongo que tienes la razón, pero... —La última noticia que había recibido fue la de un infarto, causado después de todo el temor que vivió solo en su casa—. Dijiste que ya lo habías visto por la enfermería; es probable que sea el mismo y me gustaría saber un poco más, si solo con eso puedo ayudarlo.

—Ah... —Suspiró una última vez, sin poder oponerse ante su argumento—. Mi padrino me lo contó, por eso, no creas totalmente que así pasó porque solo David sabe qué ocurrió realmente esa noche.

—Intentaré hablar con él a ver si puede recordarlo, tal vez eso lo ayuda un poco a mejorar y sacar todo lo malo.

—Pues, escuché que se metió en la cajuela del auto de su papá para acompañarlo sin que se diese cuenta y, a unos kilómetros de llegar, su tío... —Gabriel no pudo continuar, reaccionando a estar muy poco de confesar un asunto privado—. No, esto no me concierne a mí, Natalia. Si David lo recuerda o no, eso no me incumbe.

—¿Podrías, solo contarme el final, por favor? —Avanzó unos pasos más, consiguiendo que Gabriel volviese a concentrarse en ella—. De esa forma, podría abrazarlo cuando lo vea y decirle que no está solo con ese problema. Por favor, aunque sea, el final.

Gabriel bajó la mirada hacia la rueda de su bicicleta. Había pasado hace algún tiempo sin volver a tener contacto con esa parte de su familia, tanto con su padrino como con el mismo David.

Recordar, precisamente en ese instante, un momento tan traumático y desencadenar con ello otra serie de recuerdos muy dolorosos para el propio Gabriel solo consiguió que sus manos temblasen. Después de creer que esa serie de hechos ya no le afectaban, fue una verdadera decepción para él verse temblar de esa forma.

—Vio morir a una persona —susurró.

—¿Qué? —Consultó titubeante, al no haber escuchado claramente.

—David, regresó a casa traumado después de ver a una persona siendo asesinada —repitió en voz alta, ignorando ese grito ahogado que soltó Natalia, horrorizada por la respuesta que le dio—. Solo David sabe quién es el asesino y, lo peor fue que, nadie sabe si realmente está muerto porque nunca encontraron su cadáver; solo fue reportado como desaparecido, a pesar de que la cajuela y el mismo David estaban manchados de sangre.