Martes.
Día 27.
A la mañana siguiente los cuatro se encontraban en su confiable mesón. Natalia sugirió que, al haber terminado la jornada, fuesen a ver una película y esto con la intención de que David pudiese relajarse un poco; tal vez, despejar la mente un rato.
—Lo siento, Natalia, pero... hoy iré con Jorge, después estaré con Levi en su casa para ayudarlo con sus estudios —exclamó David, encogiéndose un poco en su lugar, ya que no era usual en él rechazarla—. Gracias, por preocuparte, en serio.
—¿Qué? —Levi estaba confundido y con la boca llena de la deliciosa comida que le preparó David—. ¿Con qué estudios?
—Recuerda que tus padres quieren que hagas el Bar mitzvah. —Le dio un par de codazos, observándolo con seriedad—. Me habías comentado que es una celebración muy importante y sin ella no eres un hombre judío. —Al ver el más pequeño puchero, David frunció el ceño—. Te quitaré las llaves de tu auto si te reusas porque, técnicamente, para tu pueblo sigues siendo un niño.
—Es que me da pena... ya estoy muy viejo —balbuceó avergonzado, regresando la mirada a su plato de comida—. Al menos, déjame consultarlo con un rabino, a ver si me dan una oportunidad de hacerlo antes del Pesaj.
—También iremos con el oftalmólogo —añadió una preocupación más en Levi, a lo cual David añadió—. Mi mamá ya me lo señaló y... esto era para mi papá, pero ella me pidió que utilizase la cita.
—¿Y yo también me haré el examen de vista? —Preguntó confundido, aunque sus palabras parecían tener sentido entre más lo pensaba.
—Sí —afirmó David, riéndose un poco con la expresión de incredulidad en Levi—. Pensé que tendrías una reacción diferente con saber que estaríamos juntos el resto del día.
—Estoy feliz, pero siento que nos vamos a perder porque todavía no he recorrido toda la ciudad —refunfuñó un poco al comienzo, consiguiendo que David pegase con suavidad la frente contra su cabeza—. Sé paciente conmigo si nos perdemos que aún estoy dominando el auto.
Natalia junto con Saúl se despidieron del par quienes continuaron hablando de los planes que tendrían para esa tarde; entre ellos, el temor de Levi a perderse con David en algún barrio desconocido.
Saúl se sintió nervioso al quedarse solo sintiendo ese presentimiento de que Natalia le preguntaría si estaría libre. Yon, lo había llamado esa mañana para contarle que sus padres querían hablar con Saúl.
—Papá Saúl, ¿estás libre?
—Lo siento —fueron las palabras más difíciles de pronunciar en ese momento—. Me encantaría haberte acompañado, pero Yon vendrá a recogerme con sus padres y...
Juntos centraron su mirada en el oscuro auto que se había estacionado muy cerca de ellos. Yon bajó el vidrio de la ventana, haciéndole una pequeña seña para que se acercara. Saúl se sintió feliz al verla tan sonriente y eso, muy dentro de él, parecía indicarle que eran buenas noticias.
—¿Vas a estar bien aquí sola? —Cuestionó Saúl con cierta preocupación y mucha tristeza por tener que fallarle—. Quiero que seas honesta conmigo.
—¡Tranquilo papá Saúl! Voy a estar muy bien. —Para calmar esa expresión tan nerviosa, esbozó una amplia sonrisa para él—. ¡No hagas esperar tanto a mamá Yon y ve!
—Nos vemos mañana, pequeña —exclamó con dulzura, despidiéndose de ella con un abrazo—. ¡Te prometo que veremos una película muy pronto!
De esa forma, Natalia se quedó sola por primera vez en mucho tiempo. Ciertamente, fue una sensación extraña encontrarse sin compañía y mucho menos, sin tener la presencia de su mejor amigo. De todo, eso era lo que más llegaba a ponerla triste en ese instante.
Ambos siempre habían permanecido en soltería, aprovechando el tiempo al máximo entre ellos y sus actividades; pero desde que pasaron la noche en la casa de Lucas, David se quedaba más tiempo al lado de Levi.
Se alegraba porque David estuviese mejorando, descubriéndose e incluso, verlo enamorado era algo que jamás había presenciado hasta ese año. Sin embargo, una parte de ella sintió una clase de malestar en su interior al pensar en Miguel.
El enamoramiento, las hermosas parejas, el sentimiento que solo esa persona puede causar en tu interior, la atracción. Natalia solo llegó a conocer el final de esas ilusiones cuando no es el indicado, era una amarga emoción que la acompañaba en esos solitarios momentos, mientras el mundo a su alrededor se llenaba del amor que deseó abrazar.
[. . .]
Jorge esbozó una sonrisa al ver a Levi observando los pequeños objetos que mantenía sobre un estante; en cambio, David trataba de buscar el mejor lugar en el sofá antes de que comenzaran con la sesión.
Cuando llegaron, poco más de hora y media, a Levi pareció interesarle mucho todos los brillantes y preciosos artículos de colección. No parecía tener una idea de qué eran, pero las curiosas formas y los colores vistosos eran suficiente para llamar su atención.
—Te espero afuera —informó Levi con un suave tono de voz, rozando levemente los dedos de David, una vez que se dio cuenta que ya era momento de retirarse—. Iré a comprarte el almuerzo en lo que ustedes trabajan.
Lo más importante para Jorge fue ver a su joven paciente buscando, disimuladamente, la atención de Levi con los chillantes sonidos del sofá. No era sorpresa que David siempre buscase su comodidad al llegar; pero siempre lo hacía en silencio en días anteriores.
Al presenciar una dulce despedida sospechó que David, verdaderamente, se empeñó en seguir los consejos recomendados para desenvolverse ante sus seres queridos; era eso o, también existía en su mente la posibilidad de que Lucas consiguiera incitarlo hasta obtener el mismo resultado en base a molestarlo.
Algo en su interior le estaba indicado que Lucas intervino de cualquier modo; como era de esperarse de su paciente más malicioso, Jorge decidió que sería una mitad y mitad de ambas opciones. Lo importante era ver el progreso de David, para alentarlo más en su recuperación.
—¿Cómo nos encontramos el día de hoy, David? —Interrogó con amabilidad, mientras apuntaba la fecha sobre una hoja blanca.
—Tengo miedo —admitió burlón soltando suaves risas, aunque Jorge podía escuchar como le temblaba la voz—. Por lo demás, sí... creo que todo está bien.
—¿Y a qué temes?
—Hoy... haremos la hipnosis —respondió en voz baja—. A este punto soy consciente de lo vulnerable que me pongo cuando cae una tormenta y lo peligroso que es para mí estar solo, y tengo miedo de tener otro infarto justo aquí —exclamó rápidamente—. ¡Tal vez me diste la explicación de lo que era una hipnosis, pero estoy asustado de que algo malo ocurra al recordar!
—Por eso estoy aquí, para guiarte si, realmente, quieres recordar y liberar esos traumas bloqueados que generan tu postraumatismo.
—¿No me va a pasar nada malo? —Consultó tartamudo, consiguiendo mantener la mirada en él—. Quiero toda la honestidad del mundo, por favor.
—David, de alguna forma, ¿esto tiene que ver conque Levi esté afuera? —No consiguió respuesta alguna más que el desvío de su atención—. La última vez que hablamos me comentaste que él se quedó a tu lado cuando sufriste un infarto y esto ocasionó que sintieses un mayor temor de morir.
—Levi... no merece eso, no de nuevo —titubeó ante la idea de que la hipnosis fallase—. Quiero hacerlo, pero no si algo falla y tienen que sacarme de aquí en una camilla a urgencias... ¡No quiero preocuparlo más!
—No sucederá —aseguró tranquilo—. Trabajando juntos conseguiremos que te relajes lo suficiente, antes de que entremos en la hipnosis y luego, te sentirás muy relajado durante la sesión.
—¿Qué pasa si me encuentro con algo que me asuste?
—Te despertaré —afirmó sonriente—. Entiendo que te sientas asustado porque es tu primera experiencia siendo hipnotizado; sin embargo, después de esta verás que no tenías por qué temer y las siguientes sesiones serán más sencillas para ti, consiguiendo entrar a un estado de relajación con mayor facilidad.
—De vez en cuando consigues convencerme de inmediato, más que las muestras gratis del supermercado —murmuró ansioso, jugueteando con sus dedos. Su comentario solo causó que Jorge se riese un momento—. Hay que empezar ahora, antes de que vuelva a sobrepensar la situación y que me dé miedo otra vez.
David se sintió culpable en el momento previo a recostarse sobre el sofá. No podía mantenerse tranquilo, ni quieto, mucho menos concentrado y todo eso, para él, podía ser un sinónimo de convertirse en un problema para Jorge en el momento de comenzar con la sesión.
No obstante, la realidad cayó en estar demasiado vulnerable, incluso ser bastante manipulable a la hora de iniciar. El tiempo transcurría y lo que fueron largos minutos de culpabilidad, se convirtieron en segundos de relajación.
Con las instrucciones de Jorge, David estaba consiguiendo caer en la hipnosis y mantener la mente despejada en la búsqueda de aquellos recuerdos. Seguía siendo un trabajo que requería tiempo hasta conseguir el estado deseado; pero todo estaba marchando con la mayor naturalidad del acto. No había nada de qué temer.
[. . .]
Saúl tardó más que David y Levi, siendo llevado a un restaurante con un ambiente elegante y costoso, solo por ver los precios en el menú. Tardaron dos horas desde el colegio hasta el local, donde todos guardaron silencio en el momento que abordó el vehículo.
El único consuelo en ese sepulcral auto fue sentir a Yon, dulcemente, recubriendo su brazo entre su pecho hasta quedarse dormida. Debía haber una buena noticia detrás de su seguridad en mostrarse tan afectuosa cuando sus padres habían prohibido su relación.
Los varones y las mujeres fueron ubicados en dos mesas distintas a la hora de tomar asiento. Una vez que ordenaron la comida –dándole la libertad a Saúl de pedir con tranquilidad– volvieron al incomodo silencio que era más palpable entre ellos.
—Me disculpo —inició el señor, con un tono arrogante el cual tuvo que cambiar después—. Mi hija tenía la razón con respecto a ti —habló más calmado, aunque no le gustase admitir que estaba equivocado—. Mi esposa y yo llegamos a la conclusión de que nos disculpariamos contigo por nuestro vergonzoso comportamiento; pero no encontrábamos la forma en cómo hacerlo.
Saúl no respondió consiguiendo que el padre de Yon frunciera ligeramente el ceño. Sus palabras lo habían sorprendido, no había nada que se le ocurriese para responder en ese momento. La madre de Yon, sentada muy cerca de ellos, observó a Saúl y decidió esbozar una pequeña sonrisa de forma aprobatoria.
—Supongo que tu perdón no será muy sencillo de obtener, pero lo comprendo porque sé que fuimos muy duros contigo esa noche.
—Oh, no... —Soltó con un poco de dificultad, manteniendo un grado de respeto a dirigirse hacia él—. Sentí que habrían buenas noticias desde esta mañana; solo que no me esperaba algo tan maravilloso como la oportunidad de comenzar de nuevo con ustedes.
—Eres un joven educado —exclamó con la intención de halagarlo—. Siento haberte tratado como un ratero; eso estuvo muy mal por mi parte y...
—No tiene que continuar disculpándose, ¡estoy feliz de que las cosas estén mejorando! —Amplió una gran sonrisa, impresionando al contrario—. No se imagina cuánta admiración le tengo porque Yon me contó que estuvo por convertirse en el primer ministro en Inglaterra; que usted posee un gran conocimiento acerca de la política y... —Extendió levemente la mano sobre la mesa, bajando un poco la voz al escucharse tan emocionado—. Soy un gran fan de su tesis, señor.
En esta ocasión los papeles se invirtieron y cuando el padre de Yon observó a su esposa, esta solo podía entregar esa amable sonrisa de aprobación que conseguía alentarlos a continuar conversando.
Era increíble de que Saúl hubiese aceptado su disculpa sin exigir algo a cambio, mucho más porque al comienzo no se sentía mal por estar mintiéndole. Ahora, solo con escucharlo parlotear y recitar la tesis que realizó acerca de un tema de gran impacto político, no podía sentirse peor por haber fingido arrepentimiento.
Solo fue necesario darle la confianza para escuchar a Saúl hablar sin parar de un tema que le fascinaba al padre de Yon. Habían muchos conceptos vagos en el vocabulario de Saúl con respecto a puntos importantes; pero con recordar que su hija le comentó que Saúl aspiraba a ingresar como estudiante en la carrera, se sorprendía que siendo de bachillerato ya manejase información concreta.
A Yon, junto con su madre, les agradó la vista que tenían desde su mesa y al escuchar atentamente no había sonido alguno que pudiese opacar la conversación tan enérgica que tenían sus hombres. Ellos estaban tan distraídos con el tema que no habían notado la llegada de sus almuerzos al comedor.
—¿Podemos hablar en privado un momento?
—Yon, justo ahora estábamos hablando de...
—Por favor, solo serán unos segundos —pidió amablemente a su padre.
—Estaré devuelta en seguida, señor —aseguró Saúl, levantándose lentamente—. ¡Oh, ¿a qué hora llegó la comida?! —Soltó con una suave risa.
—Empezaré a comer, si no te molesta —añadió con un tono sutil de sorpresa. No esperaba que la conversación se alargase de esa forma—. Hablaremos después, Saúl.
Lo más importante para él fue ver que el padre de Yon esbozase una pequeña sonrisa al afirmar que hablarían más tarde. Saúl esperaba que al hablar con Yon podría contarle todo lo que estuvieron hablando; pero tendría que esperar primero a que ella hablase primero, porque se veía bastante inquieta en querer decirlo inmediatamente.
El restaurante tenía un pequeño espacio, como un balcón, en esos momentos estaba desocupado y fue ahí donde Yon lo dirigió. Una vez en una parcial soledad, ella cogió de las manos a Saúl y amplió la sonrisa que no había abandonado su rostro desde que se vieron.
—Me alegra demasiado de que todo se haya arreglado, por fin —inició con emoción, llevándose las manos de Saúl hacia sus mejillas—. Mis padres venían planeando este almuerzo desde hace tres días y traté de que se calmaran con la situación; así que, no creo que puedas imaginar lo mucho que me alegra de que mi familia, hasta mi padre, te quieran.
—¡Yon, también estoy tan feliz! —No dudó en abrazarla, inclinándose levemente—. Todo esto me tomó desprevenido, aunque algo me decía que iban a ser buenas noticias desde que me llamaste, nunca esperé esto y me siento un poco nervioso por los costos del restaurante.
—¿Por qué no? —Consultó confundida, ladeando un poco la cabeza—. Gracias a ti, todo fue posible, incluso el almuerzo.
—¿Gracias... a mí? —Cierto temor lo invadió, sintiendo un escalofríos recorriendo su espalda y helando toda la zona de su cuerpo—. Ah, Yon...
—¿Te encuentras bien? —Interrogó con preocupación al verlo apartando la mirada de forma rápida—. ¿El señor Winndermire, no te contó lo que sucedió?
—Winndermire... —Pudo exclamar con dificultad, de por si, Saúl ya sentía un nudo formándose en su garganta al escuchar ese nombre—. Ah, no, creo que se le olvidó contarme —expresó más calmado, aunque un tanto nervioso.
—Oh, ya me había asustado —admitió risueña, siendo acompañada por la risa de Saúl—. Tengo entendido que hablaste con el señor Winndermire, en búsqueda de un consejo, pero no entiendo por qué no te habrá contado lo que pasó; a lo mejor, también quería sorprenderte.
—¿Y... qué ocurrió? —Preguntó en voz baja, sosteniéndose de la barandilla ante la presencia de un temblor en sus piernas—. Estoy impresionado, pero quiero saber todo lo que sucedió.
—No tengo todos los detalles —admitió murmurando—. Sabes que mi padre trabaja en el banco nacional de Daruema y el señor Winndermire es quien administra el banco.
«Me desahogue con un asesino psicópata... y es el jefe de mi futuro suegro». Saúl presentó un malestar al razonar en lo que había hecho.
—Supe, por mi madre, que charlaron durante un momento tranquilo del descanso y abordó, inmediatamente, el tema de su racismo contra ti —continuó explicándole sin notar que Saúl estaba cada vez más encorvado—. Por supuesto, mi padre se puso muy nervioso porque el señor Winndermire es bastante solidario con varios... colectivos —exclamó dudosa al no recordar cuál había sido la palabra que usó su madre.
—Sí, he notado que le gusta bastante meterse en todos los asuntos en los que pueda —musitó.
—Lo importante fue que le enseñó a respetar mis decisiones; ya que le pareció curioso que mi padre, siendo británico, no permitiese que su propia hija saliese con quien amase, cuando él también tuvo problemas con su familia al casarse con mi madre, que era coreana.
—¿Y, él está pagando este almuerzo?
—¡Así es! Después de regañarlo un poco por su bajo desempeño en su área, le sugirió a mi padre que tuviésemos un almuerzo y fue, hasta ayer, que nos dijo que pagaría este día para que estuviésemos juntos... ¡Saúl! —Gritó con fuerza, llamando la atención de sus padres.
Esa tarde, luego de desmayarse, Saúl aprendió la valiosa lección de escoger muy bien a quién contarle sus problemas. A pesar de que Lucas había logrado resolver su situación, sin contar con el dinero del almuerzo, Saúl no pudo evitarse sentirse asustado.
Si así lo quisiese Lucas, podría manipular a quien desease. Una vez que reconocieron esta nueva identidad, habían más probabilidades de estar en peligro. El dueño de la empresa más famosa del país, junto con el banco nacional; eso ya podía considerarse un enemigo, no solo mortal, también era poderoso.
Esa misma tarde, después de una sesión larga y relajante, David despertó de su hipnosis sintiéndose diferente que al comienzo. En su interior podía albergar múltiples emociones que describían su experiencia; pero, entre ellas, las más fuerte era el indiscutible temor al pensar en Lucas y una gran soledad que perforaba su pecho para construir un agujero.
Ambos se despidieron, acordando la fecha para la próxima sesión a la cual David no parecía tan motivado al escuchar que no sería hipnosis de nuevo. Probablemente, no asistiría hasta que sí fuese lo que él deseaba; porque ese día consiguió recordar la amistad que alguna vez tuvo con Gabriel y varios escenarios al lado de Lucas.
—¿Cómo te fue? —Consultó Levi, levantándose de su asiento para pasarle un refresco y añadir sonriente—. Te traje una hamburguesa.
David fue directamente a abrazarlo, consiguiendo ser correspondido. En esos momentos, solo con recordar lo que sintió en la sesión, David esperaba volver a ese estado de relajación donde nada era capaz de lastimarlo, ni de causar el aceleramiento de su corazón como estaba viviendo en ese instante.
—Lucas, estaba perdiendo la razón desde hace mucho tiempo atrás —comentó lo que había recordado con una voz flagelada—. Lo escuché diciendo que se estaban metiendo en su casa y que por eso había comprando un bate, para encargarse personalmente del intruso, pero tanto mis padres como todos los que lo rodeaban le decían que no había nadie.
—Tu papá...
—Sí, sé que dijo el nombre de mi papá ese día cuando entremos —interrumpió levantando un poco la voz, antes de separarse—; pero lo escuché, Levi, escuché a todos tratando de hacerlo entrar en razón de que no había nadie y mi mamá, defendió por completo la idea porque aseguró que mi papá no salía de la casa.
—¿Qué estabas haciendo ahí, cuando todos hablaron?
—Estabamos de visita —respondió un poco desorientado—. No pude entender muy bien, pero era el cumpleaños de Lucas y no parecía feliz de querer celebrarlo ese año; fue cuando comenzó a decir que estaban acosándolo, hasta el punto de que se metían en su casa.
—¿Lucas tendrá algún problema? —Preguntó en lo que tomaban el almuerzo para irse del consultorio—. Eso, de sentirse acosado y culpar a otros, me suena a alguna esquizofrenia o psicosis, o algo bastante delicado si no lo ayudan a tiempo.
—Otro punto que él tendría a favor si intentamos denunciarlo —suspiró con pesadez—. Estoy seguro que alguna ley lo exonerará si presenta un problema o si intenta fingir demencia en una corte. Lucas saldría más fácilmente de un hospital psiquiátrico, que de una cárcel.
—¿Qué podemos hacer ahora? —Se adelantó para abrirle la puerta a David.
—Tengo que seguir recordando, hasta que llegue al momento del accidente y pueda testificar todo —respondió con seguridad, dirigiéndose hacia Levi para abrazarlo, antes de que saliesen por la puerta—. Gracias por estar aquí.
—David, creo que tienes fiebre —informó al sentir su cuerpo frío, pero el calor comenzando a presentarse en el cuello y la frente.
—Me esforcé demasiado en recordar todo lo que pude —admitió desganado.
[. . .]
Natalia tuvo que quedarse a esperar que su hermano llegase a recogerla, después de encontrarse con la sorpresa de no tener el dinero suficiente para irse en autobús. Lo peor fue cuando pasó la hora y media, luego de avanzar en sus tareas y no tener nada más qué hacer para distraerse.
—¿Jonatán? —Preguntó el entrenador bastante confundido al encontrarlo—. ¿Qué haces, muchacho?
—Una fiesta del té —respondió con la voz más elegante que pudo imitar en el momento—. ¿Quiere acompañarnos, entrenador? La señora Jirafela está sola el día de hoy.
Ambos observaron la jirafa encima de la mesa. Natalia solo la había llevado al colegio para que sus amigos conocieran los peluches que consiguió; pero ahora eran los mejores acompañantes para ese momento tan solitario.
—A los hermanos Delimber y Finalinda no les gusta separarse. —Acomodados en sus brazos estaban el par de delfines—. Tenemos una vasta selección de alimentos, no se lo pierda.
—Un momento no le hace daño a nadie. —Se acercó del otro extremo para tomar asiento. Hizo una reverencia con la cabeza hacía la jirafa, antes de centrar su mirada en el mesón—. Un gusto conocerla, Jirafela.
—Aquí tiene su taza, solo servimos jugo de naranja.
Natalia le sirvió una botella de jugo de naranja, las mismas que servían en la cafetería. Encontró que todo lo que tenía para comer provenía de la misma cafetería; pero no fue sorpresa haber conseguido tanto porque era bien sabido que los martes desechaban todo lo que no se vendía de los lunes.
—Cuéntenos, entrenador, qué tal ha sido su día —preguntó con ese tono elegante, el cual comenzó a gustarle bastante—. Acabábamos de terminar de hacer un gran debate acerca del libro de Mateo y de Marcos, y concluimos en que ambos no superan el libro de Eclesiástica del antiguo testamento.
—Todo es perfecto desde que conseguiste que Gabriel asistiera a su detención de cada día —admitió risueño, luego de beber un poco de jugo—. No me quejo...
—¿Quiere un mini sándwich de pan integral o una galletita de avena? —Interrumpió amablemente.
—Pediré la galleta —accedió a ella y fue servida sobre una servilleta.
El entrenador se tomó un momento para notar que Natalia había convertido en mesón en una delicada mesa para servir el té; mejor descrito, jugo de naranja con pulpa. Esto lo llevó a formar una expresión de confusión en su rostro.
—Por cierto, ¿por qué no te has ido a casa?
—Mi hermano me recogerá y tengo que esperarlo aquí; pero ya llevo unas dos horas y media.
—¿Y tus amigos? —Interrogó al no ver a ninguno cerca, ni siquiera a Saúl—. ¿Te peleaste con ellos o algo así?
—No, entrenador. —Negó con la cabeza cambiando su expresión de elegancia a tristeza—. Ellos están ocupados; solo tengo que acostumbrarme a que estas cosas suceden —suavizó su tono de voz—. No estoy acostumbrada a estar sola por mucho tiempo.
Natalia aún no reaccionaba a lo que acababa de decir; al contrario, el entrenador amplió con sorpresa los ojos y dejó a un lado su galleta. Una vez que Natalia centró la mirada en él, no se esperaba que el entrenador se viese tan incómodo en su lugar.
—¿Sucede algo, entrenador? —Consultó con la dulce voz que siempre utilizaba frente a sus amigos—. Se ve un poco... ¡Oh, dulce Señor! —Rápidamente cubrió su boca al escucharse hablar.
—Jonatán, no tienes que temer —tartamudeó un poco al verla nerviosa en su lugar—. Ah, pues... Tengo un hijo, sí, ¿sabes, no? —Desvió un poco la atención devuelta a la galleta—. Sí, supongo que ya sabes a lo que me refiero; es un chico, pero de sexo femenino... —Frunció un poco el ceño, regresando la atención a Natalia—. Estoy seguro que tú entiendes mucho mejor de lo que intento explicarte. No quiero que te asustes, tampoco tenemos que hablar de esto si no quieres, solo te pediré que, con tu familia, hablen con el rector acerca de esto, ¿sí?
—Entrenador, ¿y cómo se llama su hijo?
—Víctor —respondió suave—. Se llama Víctor, es... un lindo nombre para él —añadió, al no tener nada más que decir—. Ah, supongo que tienes pronombres femeninos, ¿no? —Volvió a tartamudear al dirigirse a ella—. ¿Cuál es tu nombre?
—¡Natalia, entrenador! —Respondió bastante feliz al escucharlo; pero sus lapsos de tartamudeo le parecieron curiosos—. ¿Se siente incómodo?
—No, no, no, no es eso —se apresuró a responder, manteniendo su mirada en Natalia—. Ya llevo un tiempo, unos tres o cuatro años, aprendiendo de mi hijo y todo lo que me quiera enseñar; es solo que... —murmulló por un tiempo—. Es la primera vez que uno de mis estudiantes resulta ser transexual y no me siento preparado para abordarlo; porque mi Víctor sufre un problema de identidad y suelo confundirme bastante.
—¿Problema de identidad? —Consultó curiosa, buscando a llevarse una galleta.
—Es un poco complicado de explicar de manera concreta; solo que tengo el problema de confundir su condición con el resto de personas del colectivo transexual y él se enoja muchísimo cuando pasa, por eso reacciono así, porque solo me lo imagino gritándome por mezclar ambas cosas.
—Su hijo... ¿práctica voleibol?
—¡Sí, es de los mejores en su equipo! —Respondió bastante orgulloso de su hijo—. ¿Lo conoces? Práctica en una liga especial para personas discapacitadas de la universidad...
—Entrenador, disculpe que lo interrumpa, pero necesito saber un poco más del problema de su hijo —interrumpió con rapidez—. Creo que usted no es al único que confundió.
—¿Tú crees? —Murmuró con cierta sorpresa, pero descontento—. A Víctor no le gusta hablar acerca de su transexualidad a completos desconocidos; por eso me sorprendería que alguien más, a parte de mí y su ex novio, supiese del tema.
—¡Oh, entrenador, no se imagina el gran alivio que me acaba de dar!
Lo único que Natalia tendría que hacer sería confirmar con Miguel si tenía el mismo problema que el entrenador; de ser así, las cosas cambiarían y, la forma en cómo, era algo en lo que Natalia no estaba pensando en ese instante.