Jueves.
Día 25.
Esa mañana Paris despertó sintiéndose fatal consigo misma, más al desear rascarse con todas sus fuerzas, pero recordando que no debía hacerlo o la enfermera la regañaría.
Había pasado algún tiempo sin asistir a la clase de baile, con el fin de evitar por completo a la estudiante francesa. Su comportamiento preocupaba a Cecilia y, solo por ese día, pensaba asistir para calmarla, al menos, ese era el plan original.
—Papá —susurró cerca de su oído—. Papá, despierta.
—¿Paris, qué pasa? —Murmulló irritable, entreabriendo los ojos solo para encontrarse a su hija cubierta por su sábana—. ¿No se te hace tarde?
—No me siento muy bien y quisiera faltar a clases, solo por hoy.
—Me llamaron del colegio para decirme que faltas a tu clase de danza, ¿acaso me crees tan estúpido? —Levantó la voz con molestia, antes de girarse en la cama—. Si no quieres estudiar mejor me lo dices ahora, para que deje de gastar dinero.
—¡Hoy es diferente, papá! —Se quejó ante su comportamiento, aunque entendiese que él no sabía lo que ella sentía—. En serio, pero en serio que no puedo ir.
—Vete a cambiar, Paris, que irás al colegio hoy.
—Pero papá...
—A fajazos te voy a vestir si sigues de ese modo, solo te digo —vociferó, ya bastante enojado con sus berrinches—. Tu mamá se murió por ser tan permisiva contigo; pero yo, sí te pondré quieta si te pones difícil, Paris.
Alzó un poco la cabeza solo para verla marcharse, arrastrando la sábana por el suelo. Suspiró con gran pesadez al imaginarse el rostro de su hija con alguna clase de puchero; tal y como era ella antes del accidente, pero él se equivocó porque Paris solo se retiró para no ser vista llorando por el comentario. Desde ese día, para su padre, ella era la culpable por la muerte de su esposa y no había nada más por discutir, ni perdonar.
El varón se acomodó, después de ver que eran las tres de las mañanas, suspirando con tranquilidad. Su hija no solo era una asesina, sino también una loca por haberlo despertado a esa hora sin darle una respuesta clara del porqué no quería asistir a clases. Bostezó tras sentir que se hundía en un profundo sueño.
—P-P-P-Papi —llamó su hijo menor con suavidad—. Me duele mucho... Mi ojo me arde.
—Paris —habló en voz alta, gruñendo en el proceso—. Ven a ayudar a Teo... ¡Es una orden y tu única obligación en esta casa, así que, no te atrevas a renegar!
—Ven conmigo —exclamó con un dulce tono de voz, extendiendo el brazo al interior de la habitación—. Deja que papá duerma.
El pequeño niño se aferró de su peluche y, luego de acomodarse los holgados pantalones, caminó hacia su hermana para aliviar, finalmente, el problema con su ojo.
Horas después el par de hermanos se encontraban en el comedor desayunando. El niño mantenía ligeramente la lengua fuera en lo que se servía su cereal de chocolate favorito; estaba bastante pesado para su edad, pero eso no le impedía mostrarle a su hermana que podía hacerlo.
—¿Leche? —Extendió la caja hacia ella, siendo tomada por Paris.
—No, no le pongo —respondió bajo, antes de meter la caja devuelta al refrigerador—. Después de esto me voy al colegio, ¿por qué no sigues durmiendo?
—Quiero ir contigo —afirmó sonriente, luego de meterse una cucharada a la boca.
—¿Para qué? La última vez que te llevé... mamá tuvo que ir por ti —se expresó con cierto desánimo, recordando las palabras de su padre—. Si te llevo, probablemente te aburras y hoy no estaremos todo el día en el colegio, iremos a otro.
—¿Mi mami, v-v-v-volverá pronto?
Paris no respondió a esa pregunta porque su hermano ya sabía en dónde se encontraba; sin embargo, ella no estaba prestando atención en la forma en cómo se lo estaba preguntando su hermano.
—¿Por qué estás tan nervioso? —Centró su mirada en los gestos del contrario, hasta el temblor en su agarre—. Desde ayer estás empeorando con el tartamudeo, después de que la amiga de papá viniese, Teo. ¿De qué me perdí en lo que no estaba?
—Ella no es mi mami. —Negó con la cabeza un par de veces—. Quiero a mi... ¿Cuándo vuelve, Paris? —Siguió insistiendo en obtener una respuesta.
—Teo, ¿qué pasó ayer? —Frunció el ceño al escucharlo hablar; ya que, su tartamudeo o dudas no eran tan frecuentes—. Está mal ocultarme cosas o mentirme, así que, por favor, dime qué pasó para que no quieras estar en la casa.
—No me gustan los juegos de papá.
Paris sintió que su encorvada espalda se alineó al escuchar esa oración. Entre ellos, existía un pequeño código para comunicarse los problemas, los que surgieron después del accidente, y uno de los que Paris debía lidiar con frecuencia era la nueva pareja de su padre. En otras palabras, el niño había llegado a presenciar delante de él, un comportamiento obsceno por parte de los adultos y la forma en cómo podía comunicárselo a Paris era preguntando por su madre; pero en casos extremos, era admitir su disgusto por los juegos de su padre.
Paris no continuó hablando, después de acceder a llevarlo con ella al colegio. Las cosas habían empeorado desde el fallecimiento de su madre; pero Paris mantenía la fe en que pronto estaría trabajando en su oficio soñado en L'amore y, finalmente, podría salir de esa casa junto con su hermano. Lo único que ella debía hacer era mantenerse paciente y enfocada en su futuro.
El primer reto del día, solo recaía en buscar sus ánimos de asistir al colegio y de tener que esperar una oleada de atención por llevar a su hermano. Paris hubiese deseado haberse quedado en casa.
—¡Ah! ¡Paris, te clonaste! —Cecilia se emocionó inmensamente al ver a los hermanos usando el mismo diseño de suéter—. ¿Cómo te llamas, chiquitín?
—Teo... Teo...
—Teodoro, se llama Teodoro. —Paris respondió por él, colocándose frente a él—. Me lo estás poniendo nervioso, por favor, si quieres hablarle que no sea con tantas preguntas o se estará trabando toda la mañana.
—Pero no me grites —exclamó sorprendida por el comportamiento tan defensivo en su amiga—. ¡Cielos, tranquila, Paris!
—Lo siento, no fue mi intención... solo quiero ayudarlo lo mejor que puedo, pero no está listo para mantener largas conversaciones sin que le pegue un tic —exclamó en voz baja y más tranquila que antes.
—¿Y cuántos años tiene?
—Está por cumplir los siete...
—Que niño tan lindo —escuchó comentar a un par de chicas con suma ternura—. Su carita es muy redonda.
—¿Qué le habrá pasado en...?
—¡Sigan caminando, ¿no tienen nada mejor que hacer?! —Paris consiguió asustarlas por su forma tan agresiva de gritarles, inflando su pecho por la rabia—. ¡No les importa!
—Paris, tranquila —alentó sorprendida y con los ojos bien abiertos—. Un poco más, tan solo una palabra más, y te le lanzas a esas chicas.
Ciertamente, ese no era el mejor de los días para Paris, mucho menos al entrar a clases y obtener la atención de sus compañeras, incluso de las maestras, por su hermano menor. Ganas no le hacían falta de continuar gritándoles a todas las que preguntaban por el parche en el ojo de Teodoro; porque lo que más podía irritarla de toda la situación era el hecho de que estaban poniéndolo incómodo con tantas preguntas y la exagerada atención recibida por su apariencia.
Paris era rubia, con unas pestañas castañas y una piel, ligeramente, blanca; así como solía ser en vida su madre. Entre tanto, el cabello de Teodoro era sumamente pálido, aunque siguiese siendo rubio parecía ser albino; junto con sus largas pestañas claras, tanto como el blanco y sus rosadas mejillas que se coloreaban fácilmente con los rayos del Sol. Por supuesto, él estaba llamando mucho más la atención de lo que pudo haberlo hecho Paris en todos esos años.
[. . .]
David se encontraba descansando en la camilla de la enfermería durante el receso, después de presentar un golpe de calor minutos después de que la campana sonase. A pesar de que Esther le insistió en que no era la mejor idea de todas, la fiebre desataba una increíble terquedad en David imposible de evitar.
A su lado se encontraba Levi tomándolo de la mano, mientras cogía con la desocupada algunos dulces judíos que compró esa mañana en el barrio. Él mecía las piernas con tranquilidad e intentaba tararear una canción de cuna, pero era claro que la música no era su fuerte.
La enfermera ya no pareció sorprenderle que David llegase con más frecuencia a su pequeña estación; solo esperaba que hubiese seguido los últimos consejos que le brindó a lo largo de esas visitas. David necesitaba sus pastillas, pero debía encontrar el equilibrio ideal para no caer en la dependencia; de otro modo, si cayese en ello, la enfermera se imaginaba que Levi sostendría esa mano con mayor frecuencia que antes y en diferentes hospitales bajo distintas situaciones.
Al menos, dentro del último año de bachillerato ya se había pasado el rumor de que David había cambiado de pareja en la clase de danza y esta información, más de alguna vez, rondó por la enfermería entre los diferentes chicos que llegaban.
—¿Sientes miedo? —Interrogó con un bajo tono de voz, acercándose lentamente hacia Levi—. Viene con más frecuencia que cualquier otro año.
—Creo que no podría compararse con el temor que David debe sentir —respondió tranquilo. Sin dirigirle la mirada a la enfermera, su tono de voz cambió a uno más titubeante—. Por supuesto que... estoy asustado.
—Lo imagino, aunque no lo demuestres con tanta facilidad como cualquier otra persona; pero entiendo que estés tan calmado ante la situación de tu novio. —Luego de posicionarse al lado de David, notó una curiosa sonrisa en los labios de Levi, como si quisiera reírse—. Usualmente, las personas listas no muestran con frecuencia sus sentimientos y tú eres uno de excelencia académica —exclamó a media voz; después de todo, no podía entender por qué continuaba sonriendo—. ¿Acaso dije algo gracioso?
—No, enfermera —respondió con un flagelo en la negación, producto de intentar retener las emociones—. Tal vez, dijo algo incorrecto porque no somos novios; aun así, me imaginé el día en que lo seamos y puede ser que se me salió la sonrisa sin querer.
—Oh, creí que sí. —Por alguna razón, ahora ella se sentía incómoda más que avergonzada.
—No se preocupe, supongo que ya me hacía falta tener un pensamiento tan feliz como ese.
—¿A qué te refieres? —Cuestionó con cierta preocupación, retirándose después de haber revisado la fiebre de David—. Bueno... si quieres hablarlo, por supuesto.
—Simples tonterías mías, nada tan alarmante como para llamar a mis padres —aseguró levantando la voz para ser escuchado.
—A veces, lo que llamas una tontería se convierte en algo más serio de lo que creías.
—Se lo aseguro, realmente, lo es —expresó con más firmeza que antes, volviendo a un tono casi holgazán—. Simplemente, me pasa que pienso en el día en que las cosas empeoren y que todo en la vida de David se agrave de sobremanera, que él ya no pueda más hasta que, inevitablemente, termine hiriendo a todos a su alrededor.
—¿Y eso te parece una tontería?
—Una estupidez, en realidad, porque estoy olvidando todo el esfuerzo que juntos hicimos para llegar hasta este punto y es como si estuviese traicionando mis propios sentimientos, porque tengo miedo de que David muera por un infarto o por algo mucho peor.
—Levi...
—Su tío me lo preguntó, la primera vez que lo conocí, si podría con esto —continuó hablando y la enfermera podía escuchar cómo estaba decayendo su voz—. Luego me pregunto si, al ser un adulto, de verdad podré con todas las responsabilidades que tendré; aunque ya soy independiente y estoy trabajando para pagar la mayor parte de las cosas que poseo, creo que aún no consigo la fórmula de los adultos para no ser tan sentimentales.
—¿Podrías permitirme...?
—Enfermera, estoy volviendo a pensar en otra estupidez —interrumpió una vez más, cubriéndose el rostro con la única mano que tenía disponible—. Quiero volver a fumar, hasta que todos estos sentimientos se escapen como humo... —Ahogando un grito, ella se enteró que Levi estaba llorando lo suficientemente bajo para no despertar a David—. No soy tan fuerte como quisiera, Lucas, no lo soy —susurró.
[. . .]
A Teodoro le pareció curioso que todas las compañeras de su hermana le regalaran un dulce porque era inusual en su vida diaria tener obsequios; a pesar de ello, estaba disfrutando de la buena fama que consiguió con sus rasgos físicos.
Ante todo, tener la oportunidad de pasar más tiempo con Paris era lo mejor que le había ocurrido en el día y ahora, se encontraban en el instituto hermano evitando, como de costumbre en Paris, la clase de danza.
—Con que aquí es donde te vienes a esconder —reclamó la estudiante francesa con bastante molestia, una vez que los encontró a ambos sentados en las bancas frente a la pista de obstáculos—. Paris, no tienes una idea de lo estúpida que me veo sola en el salón, mientras todos bailan. ¡¿Qué sucede contigo?!
—Dijo una mala palabra —señaló el pequeño niño, antes de meterse la paleta a la que Paris acababa de quitarle su envoltura.
—Por el poder que se me es concebido por el príncipe Teodoro, tengo que golpearte la boca por profanar la lengua —exclamó con un tono firme y elegante, casi rozando a un acento español medieval—. Solo sígueme el juego, ni siquiera te golpearé tan fuerte —susurró al inclinarse hacia delante.
Ambas se apartaron a cierta distancia de Teodoro, luego de que la estudiante francesa accediera al castigo de juego, para enfrentar el asunto de la clase de baile. Paris no se encontraba de humor para lidiar con ello, pero era una ventaja si conseguía hacerle entender que no quería bailar con ella y que ninguna persona podía obligarla.
—Tal vez no le agrado a nadie en este instituto —comenzó a hablar, llevándose la mano sobre el pecho—, pero no es justo que solo a mí me regañen por tu irresponsabilidad.
—Nadie te odia —objetó Paris con una perezosa voz—; es más, todos te observan porque eres francesa, ¿acaso no te lo dije antes? ¡Eres como un espécimen en peligro de extinción!
—Ah... pero ¡nadie me habla!
—Porque siempre tienes una cara de rabieta, ni siquiera yo me acercaría a ti.
—¡¿Y solo por eso faltas a la clase y me dejas quedar en ridículo?!
—Esto no tiene nada que ver contigo, ¿sabes? —Alzó una de sus cejas, mostrándose confundida por su forma tan exagerada de expresar su disgusto—. El hecho de que nos emparejaron fue porque no tenemos parejas; pero es obvio que en el baile de graduación estaremos bailando con la persona que queremos.
—Eso lo sé, por eso tenemos que bailar juntas para practicar cuando llegue ese momento final.
—En mi opinión, deberías buscar a tu verdadera pareja para que puedas practicar con mayor tranquilidad y que juntos se sincronicen; así como tu antigua pareja se unió con la mía y ahora están mucho mejor que al comienzo con nosotras.
—¿Y qué hay de ti?
—Es vals —respondió sin mucha importancia—. Todos aquí, por si no sabías, tuvieron que bailar en sus graduaciones desde el jardín de niños; así que es, prácticamente, imposible que la pareja que me toque al final no sepa como hacerlo.
—¿Y con esa actitud tienes amigas?
—Ah... solo tengo una y es la única chica que necesito a mi lado —respondió a la defensiva, cruzándose de brazos después de desviar la mirada hacia su hermano—. No quiero bailar contigo, ¿entiendes?
—Pudiste decirlo desde un principio, ¿no te parece?
—Pensé que lo entenderías después de estos días evitándote a toda costa.
—Al menos... ¿podrías bailar conmigo hasta que tenga una pareja? —Interrogó con un tono abatido—. No es fácil ser nueva por aquí y tú pareces comprender todo lo que ocurre en el instituto; eso me ayudaría bastante, ¿sabes?
—Podemos bailar la próxima clase, pero hoy no.
—¡Llevas bastantes faltas!
—¡No me importa! —Graznó, observándola con evidente molestia ante su insistencia—. No quiero bailar contigo, tampoco puedes obligarme a hacerlo hoy. Te dije que la siguiente clase, así que, solo espera o consigue otra pareja.
Paris no permitió que la francesa la retuviera cuando decidió marcharse con su hermano. Pronto, los varones saldrían para su clase de educación física y ella no quería estar presente cuando se encontrase con Levi o David.
La única razón por la que decidió ir al instituto fue para visitar a su confiable enfermera; de otra forma, se habría quedado escondida en los baños hasta que las mujeres se hubiesen ido, tal como en días anteriores a ese.
En esos momentos silenciosos, largos y eternos de camino a la enfermería, Paris se sintió verdaderamente repugnante por haberse expresado de esa forma con la estudiante francesa; pero ninguna palabra fue mentira. No deseaba bailar con ella.
—Ya casi terminamos, Teo, eres un niño muy fuerte —exclamó con dulzura.
Una vez que llegaron para tratar el ojo quemado del niño, la enfermera tuvo que limpiar cuidadosamente una pequeña infección que se estaba formando cerca del párpado inferior. Teodoro presionaba con fuerza la sabana blanca de la camilla procurando, en todo momento, no hacer ningún ruido molesto.
—Se le quitará, ¿cierto? —Paris estaba preocupada al ver su pequeña mano temblando por la fuerza del agarre—. No quedará ciego, ¿o sí?
—Necesita tiempo para sanar —respondió alargando la voz—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
—Sí, sí, sí —repitió irritante, caminando de un lado a otro para tener un mejor ángulo de la situación—. ¿Cómo cuánto tiempo estamos hablando?
—Paris, hazme el favor de salir en lo que termino con Teo —exclamó como una orden, más que una petición—. Cierra con cuidado la puerta cuando salgas.
—Tengo hambre —admitió titubeante su hermano.
—Ah... De acuerdo, iré a ver qué te consigo —Paris suspiró con pesadez, encogiéndose al darse cuenta que estaba siendo bastante irritable—. Regresaré muy...
—Tómate tu tiempo, aquí te esperamos —concluyó la enfermera.
Eventualmente, Paris demoró en llegar a la cafetería cuando un terrible dolor se apoderó de su cuerpo, afectando con mayor consideración el área de sus quemaduras.
Aunque desease rascarse con fuerza sería incapaz de hacerlo al haberse cortado las uñas como un método para evitarlo. Durante los siete minutos que pasó frente al menú de la cafetería, pensando en lo mejor para su hermano, jamás creyó que podría ser posible aberrar cada parte de su cuerpo hasta ese punto de destrucción.
—¡Hola, Paris!
—Dulce Señor, ¿por qué a mí? —Susurró al escuchar la voz de Levi.
Su método de expresar sus sentimientos había funcionado, de cierta forma con la francesa, por eso Paris decidió girarse para enfrentar a Levi y decirle que tampoco quería hablar con él; al menos, ese día no deseaba saber de nada, ni siquiera de ella misma.
Sorpresivamente, a Paris le llamó la atención los hinchados ojos del contrario, su cabello despeinado y las loncheras que llevaba consigo. Entendía que debía estar en la clase de educación física, por lo que se preguntaba el porqué seguía en uniforme diario.
—¿Te estás saltando la clase para comer?
—Estoy libre —respondió, acercándose para buscar en el refrigerador las bebidas que pagaría después—. El entrenador está probando a las nuevas súper estrellas y no me necesita ahora. —Luego de pagarle al encargado de la cafetería, guardó su factura—. ¡Gracias!
—No hay de qué, Levi.
Paris frunció ligeramente los labios, antes de encontrarse nuevamente con la amable expresión de Levi y él fue el primero en abandonar el lugar; solo decidió saludar por cordialidad sin esperar más en la conversación.
La mala racha que Paris vivía se agravó al darse cuenta que ambos estaban caminando en la misma dirección, de regreso a la enfermería. Levi no parecía sentirse incómodo ante su presencia, era como si la estuviese ignorando por completo.
—¿Todos aquí son tan informales contigo? —Interrogó curiosa, a pesar de que al comienzo no quería hablarle.
—No tienen otra opción —respondió risueño, girando un poco la cabeza para encontrarse la mirada de Paris—. Llevo toda mi vida en este instituto y solo los maestros con los que me llevo saben pronunciar mi apellido, el resto dejaron de intentarlo.
—¿Tan difícil es?
—¡Para nada! Pero creo que los capitalinos no están tan acostumbrados a un apellido como Magomedsharipov; supongo que los del norte no tendrían ningún problema con ello.
—¿Cómo dijiste? —Preguntó incrédula. Levi lo dijo tan rápido que no pudo entender bien.
—Señor Magomedsharipov, así me dirían si supiesen pronunciarlo —volvió a reír con la expresión de espanto en Paris—. Es ruso, igual que mi segundo nombre, Nikolayevich.
—¿Por qué eres tan extravagante? —Expresó desorientada al intentar pronunciarlos en su mente—. En todo caso, ¿qué hace un extranjero en un país como este con sus nombres de trabalenguas?
—Ah... El ruso es mi papá, no yo, así que deberías preguntarle a él y no a mí, y tampoco es tan difícil una vez que te explican las cosas.
—¿Cómo así?
—Allá, los padres son quienes le colocan el segundo nombre a sus hijos; en mi caso, mi papá se llama Nikolay, solo le ponen la terminación yevich porque soy varón y ya, no es tan difícil.
—Entonces, Nikolayevich significa: "Hijo de Nikolay".
—¡Ya pudiste pronunciarlo, ¿lo ves?! —Exclamó contento al verla sorprenderse—. No es tan difícil, tampoco imposible.
—Pobre de David, cuando tenga que presentarte a sus padres, ¿o ya lo hizo?
—Oh, vaya, la segunda persona en el día que me visualiza como su novio, ¡eso debe ser una buena señal!
—¡¿No son novios?!
—¡No!
—Pero la última vez me confirmaste que lo eran.
—Te confirmé que nos besábamos, no que era mi novio —soltó entre risas, un poco escandalosas por las expresiones faciales de Paris.
—¿Y por qué besarías a tu amigo? Es más, hasta lo tienes como pareja de baile.
—Pues, Paris, hay que reforzar la amistad, ¿no te parece? —Expresó con una voz ronca, aunque muy divertida—. ¿Qué mejor manera que dándote unos buenos besotes con tu amigo?
—¡Ah, dulce Señor!
—Ya, fuera de broma, ¿te molesta que David esté conmigo en la clase? —Interrogó más calmado—. Dejaste de venir desde la última vez que hablamos.
—Porque te dije que no quiero bailar con ella y... hoy tampoco me siento bien.
—Pero ¿te molesta? —Preguntó una vez más, observándola con disimulo—. ¿Él te gusta?
—No, descuida, ni tengo planes de intentar algo contra ustedes, eso no me interesa —respondió sin mucho ánimo, antes de recordar las pequeñas peculiaridades en Levi—. Por cierto, ¿por qué estás tan desaliñado?
—¡Ah! —Comenzó a reírse al verse reflejado por una ventana—. Me quedé dormido al lado de David después de ponerme a llorar; pero nunca pensé que me vería como si me acabase de levantar.
—¡¿Te pusiste a llorar en el colegio?!
—Que te valga, Paris.
[. . .]
Un incómodo silencio se presentó durante la hora de clases. Paris había aceptado llegar y en el tiempo que demoró, su presencia resonó al abrir la puerta, llamando la atención de todos aquellos que ya habían terminado de practicar.
La francesa se encontraba de brazos cruzados, hasta que la vio acercándose hacia ella. La verdad, Paris comenzó a sentirse particularmente extraña al estar rodeada por todas esas parejas de baile; incluso cuando su mirada se encontró con la de David, sintió que ambos eran unos completos desconocidos.
«¿Así es como se ve?». Pensó mientras observaba a las parejas tomadas de las manos, caminando a sus asientos para el descanso.
Sus ojos volvieron a encontrarse con los de la francesa, observando el disimulado puchero en sus labios y Paris juraba que podía escucharla hablar con esa chillante, arrogante y exagerada voz para quejarse de un hecho tan trivial como ser odiada por todas.
Paris no la odiaba, pero la francesa era sumamente extraña y ella ya tenía una vida demasiado revoltosa como para juntarse con una persona igual de desordenada que su día a día. Tener una amiga, una como Cecilia, tan normal y pacifica, era todo lo que Paris sentía que necesitaba.
«Me siento tan repugnante». Volvió a pensar una vez más como lo había estado haciendo desde esa mañana.
—Bueno, señoritas, me alegra de que al fin podrán practicar —exclamó el maestro provocando algunas risas por el resto de estudiantes—. Intercambiaran turnos para ser el varón, por lo que ahora le tocará a usted.
—¿Por qué tengo que ser la que dirija? —Consultó Paris sin aires de sonar malcriada.
—Porque, el día en que tengan su pareja, probablemente sean ustedes quienes sean dirigidas por un varón o ustedes sean las que dirigirán en el vals.
—Pero yo no soy...
—La pista es suya, en lo que las otras parejas descansan —interrumpió.
Paris no prestó atención en su compañera cuando tuvo que tomarla de la cintura; solo gruñó al sentir la presión de la francesa en su hombro.
Desde un principio ella supo que no sería un buen día. Su papel como varón fue el peor que haya visto el profesor en esos minutos de práctica. A Paris no le importó soltar a su compañera con tal de separarse de su lado en búsqueda de alivio a sus quemaduras; tampoco le interesó mantener contacto visual al estar más atenta de Teodoro. No fue porque Paris no supiese bailar vals; simplemente, el día no era el mejor.
—Ahora comprende la importancia de no faltar a las clases, ¿o no?
—Lo siento, profesor —murmuró sin sentirse tan avergonzada por su intento.
—Espero sea mejor mujer que hombre, señorita.
—Al fin, mi turno —expresó la francesa, sujetándola bruscamente de la cintura—. Mírame solo a mí, Paris, así terminaremos más rápido con esto.
El cambio fue sorprendente ante los ojos del público, los que antes se reían ahora estaban anonadados por la manera tan elegante en que la francesa guiaba a Paris.
Lo que ellos no veían era la tensión que había entre ellas, como una furiosa competencia para mantenerse en pie por el salón. Por supuesto, en esos minutos la francesa no dudó en demostrarle lo frustrada que estuvo todos esos días en soledad. Los giros, saltos planeados y el movimiento al compás de la canción era como una tormenta embravecida que solo ellas podían sentir.
Sin embargo, Paris no contó con el final que la francesa planificó, dejándola caer sentada contra el suelo en el último segundo de la pieza musical. En ese momento, Paris amplió la mirada con evidente temor al darse cuenta que las cosas empeorarían los siguientes minutos.
—No vuelvas a faltar —expresó la francesa bufando con molestia.
La campana del segundo receso sonó luego de unos segundos dándole un poco de alivio a Paris, observando a todas las personas retirarse sin prestarle atención a su cuerpo estático en el suelo.
Habría otra hora de danza después del receso, pero Paris estaba dispuesta a retirarse antes de que eso ocurriese; con o sin amenazas de la francesa era imposible que pudiese mantenerse ahí otro minuto más.
—Todo va a estar bien —se alentó a sí misma, levantándose con un notable temblor en las piernas—. Lo único que tengo que hacer es... salir de aquí...
Paris guardó silencio de repente al contemplar la gran mancha carmesí que tenía el suelo de cerámica. Probablemente, toda su falda estaría manchada por la misma sangre y eso era un gran problema para ella, ya que no podría ocultar con su suéter o dejaría expuestas sus quemaduras ante la vista de todos.
Ahí comenzó el dilema. Huir del salón mostrando la mancha de sangre o las quemaduras. El problema empeoró al no ver a Teodoro por ninguna parte del salón, justo cuando más lo necesitaba para buscar a la enfermera.
Paris estaba, prácticamente, sola en su momento de mayor necesidad y los minutos estaban pasando terriblemente rápidos. A pesar de que debía hacer algo su cuerpo se encontraba paralizado por el miedo de que alguien la encontrase.
—¡Oye, no llores!
Escuchar la voz de Levi no pareció calmarla, menos al saber que estaba entrando por la parte de atrás, donde estaría más expuesta.
—¡¿Qué haces aquí?! —Preguntó sollozando, sin tener una clase de éxito para cubrir la mancha—. ¡¿Qué quieres?!
Paris recibió un suave golpe contra el rostro una vez que se giró para enfrentarlo con la peor actitud del momento. Atrapó una pequeña bolsa plástica, la que contenía un paquete nuevo de toallas sanitarias y solo con ello, sus mejillas se coloraron al volver la mirada en Levi; este solo se acercó para entregarle su mochila, especial para educación física.
—No sabía qué tipo usabas, así que compré de las nocturnas, aprovechando que eran las más baratas —le explicó en lo que abría su mochila, señalando los objetos primordiales—. Mira, aquí está mi buzo y todas mis cosas; así que ve a ducharte a las regaderas, ahora que no hay nadie —añadió antes de entregársela—. En todo caso, estaré al pendiente, pero no te vayas a exceder con el tiempo porque los de ciclo tienen educación física después del receso... ¡Ah! Por cierto, tu hermano está con David, porque lo vi medio perdido y le pedí que lo cuidara en lo que te buscaba.
—Espera... ¿Cómo lo supiste? —Interrogó impactada, secándose las lágrimas.
—¡Por favor, Paris! —Expresó con una divertida voz, antes de sonreír—. En todos mis años de múltiples fracasos amorosos ya he tenido que enfrentar los cambios de humor que provoca la menstruación y, aun si no fueses de las que se alborotan, ya se te había pasado desde que entraste, pero no te pude decir nada.
—¡Qué vergüenza!
—No creo que alguien más se haya fijado, además de tú sabes quien —comentó alzando las cejas un par de veces—. Justo me lo encontré mientras venía para acá y me comentó que te ayudara.
—Esto no puede ponerse peor...
—¡Vamos, Paris, apresúrate! Tienes que irte ahora, yo iré aquí no más con el conserje para limpiar en lo que te bañas y en la próxima clase te veremos con tu hermano.
—¡Levi, espera!
—¿Qué? ¿Qué sucede? —Volvió su mirada en ella, encontrándose con una avergonzada expresión en su rostro—. Paris, descuida, a mí no me importa si te manchaste, es algo que pasa.
—No, no es eso... —Sus labios temblaron al decir lo siguiente—. ¿Quién es mi admirador secreto? No quiero enterarme después de que es un acosador... Tengo el derecho de saberlo.
—Es divertido que me lo preguntes, pero entiendo que seas tan terca y rara. —Levi sonrió al verla indignarse por sus palabras—. Sí, Paris, eres demasiado rara, igual que David; es que ustedes dos son tan similares y despistados, que nunca se darían cuenta de cuándo están siendo hirientes con aquellos que los quieren.
—¿Cuándo piensa hablarme? —Preguntó refunfuñando, negando las palabras de Levi acerca de ella—. Tus compañeros son todos unos descerebrados, como para darme cuenta si es que están coqueteando o burlándose.
—Ese es tu problema... —Continuó caminando al darse cuenta que estaban perdiendo mucho tiempo en la conversación—. Tu admirador secreto pertenece al bachillerato de informática, no a humanidades.
Paris amplió la mirada con sorpresa al escuchar la respuesta de Levi; sin embargo, no permitió que la respuesta le hiciese perder el tiempo que tenía medido para salir de ahí.
Los institutos hermanos tenían una peculiaridad que no poseía ningún otro centro educativo, la distribución de sus bachilleratos, compartiendo únicamente humanidades. No se permitía ningún estudiante en sus edificios que no cumpliese con lo requisitos, protocolos y reglas.
Ningún varón podía ser matriculado, al menos en ese instituto, a un bachillerato distinto de humanidades o comercio; del mismo modo, ninguna mujer sería aceptada si no era en el bachillerato de humanidades o informática.