Domingo.
Día 22.
David esperaba en el auto, mientras sus padres mantenían una calurosa discusión en el interior de la casa por la ausencia de Benjamín en esos últimos días. Si continuaban de esa forma llegarían tarde a la iglesia.
Para David, era un gran alivio que regresara sano y a salvo de su viaje para encontrar la evidencia en el homicidio de Aylen; sin embargo, al escuchar a Esther se dio cuenta que solo él estaba feliz porque Lucas sería detenido pronto.
En esos minutos de silencio dentro del vehículo observó la casa de su vecino sintiendo una particular tristeza. Tal vez, era el hombre más depravado que jamás haya conocido en su vida; pero no le deseaba ninguna sola cosa, más que un par de cortinas para su habitación.
Ninguna luz se encendió, tampoco hubo algún insignificante ruido que indicase que siguiese en casa o alguna señal de él. Tanto Benjamín como Levi se lo dijeron, que su vecino había dejado entrar a Lucas y solo su padre pudo decirle lo que había visto.
David se preguntó si Lucas fue amable en sus últimos minutos de vida; si pudo ser gentil, al menos, porque fue su masajista y un viejo conocido. Se preguntaba si el ahorcamiento que señaló Benjamín fue doloroso para él. Esperaba que su tío no estuviese perdiendo la razón.
Días como ese hacían que David recordase sus primeros días del año, cuando se sentía sumamente cansado y abatido por las dudas de cada noche. Una vez que sus padres abordaron el auto, ya era momento de partir en silencio. No tardaron más de quince minutos para llegar a la iglesia, lo que fueron segundos para David.
—¡Natalia, no corras!
David se giró en cuanto escuchó a Samuel gritando molesto por la desesperación de su hermana en entrar a la iglesia. Natalia ya estaba llegando a la puerta principal, vistiendo un elegante vestido blanco y unas zapatillas negras.
Cuando la familia de David entró, pudo apreciarla de rodillas frente al altar y eso le atrajo gratos recuerdos. Una sonrisa se dibujó en sus labios al ver que su mejor amiga de la infancia había tomado la decisión de ya no ocultarse de nadie; después de todo, tenía el apoyo incondicional de su familia y la bendición de su Dios.
—Natalia —la llamó en voz baja, acercándose lentamente.
—Ven, ven aquí conmigo —susurró, corriéndose un poco para hacerle espacio.
Al ver que David seguía de pie, observándola con una sonrisa, Natalia agitó con rapidez su mano, para llamarle la atención y esperar a que se uniese a ella en el rezo.
—¿Cómo estás? —David preguntó una vez de rodillas a su lado.
—Mejor que nunca —respondió alegre, uniendo sus manos—. Dios me escuchó, nuevamente, Gaby se había resfriado hace poco y ya está mucho mejor ahora.
—¿Acaso me perdí de algo? —Interrogó con picardía.
—Por favor, David, no en la casa del Señor —respondió risueña, manteniendo los ojos cerrados.
David se alegró en saber que ellos estaban llevándose bien; a pesar de las palabras de Gabriel lo dejaron pensando, era probable que pudiesen terminar juntos. Lo poco que supo acerca de lo que sucedió con Miguel en el norte, le hacían pensar que Natalia merecía a un chico más atento a sus sentimientos y Gabriel, parecía siempre prestar atención a los pequeños detalles.
David inclinó la cabeza para poder agradecer de que su padre había regresado a casa; en ese momento, también le dedicó una oración a su vecino, en caso de que estuviese con vida en alguna parte de la ciudad.
David jamás se había sentido tan cómodo en una iglesia, como en ese domingo al lado de Natalia. A pesar de que la mayoría de feligreses estuviesen observándola, nada cambiaba, seguía siendo ella misma.
Al acercarse la primera lectura, Benjamín se sorprendió cuando mencionaron un nuevo nombre, pero David estaba feliz cuando escuchó el primer llamado. Natalia comenzó a sentirse nerviosa, lo demostraba dando pequeños saltos en el mismo punto, eso no había cambiado en ella. Cuando le pidieron pasar al frente, casi saltó para llegar hasta el podio.
—Tercero de Eclesiastés, injusticias de la vida; versículo veintidós: Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?
Entonces, David se dio cuenta que todo el trabajo que pueda hacer, independientemente de su situación, solo él podrá gozarla en total plenitud. De tal forma que los siguientes días, estaría viendo el fruto de su cosecha.
Desde el comienzo del año, hasta ese punto, todos sus esfuerzos serán su único premio; así como Natalia, quien estaba recogiendo lo que ella sola cosechó durante años porque ninguno en aquella iglesia, ni siquiera el propio Padre, impidió que diese la lectura e interpretase la palabra.
[. . .]
Al llegar a casa, David pudo notar que su padre estaba desanimado, hasta preocupado y no estaba seguro si era porque Esther decidió no regresar con ellos o si era relacionado a Lucas.
Por supuesto, se sorprendió cuando su madre se reusó a entrar al auto después de que Benjamín lo pidiese amablemente. Justo ahora, Esther se encontraría con sus amigas en el consejo de la iglesia, algo a lo cual no suele asistir por muy poco interés en esos asuntos.
—Papá...
—¿Natalia era Jonatán? —Benjamín no había escuchado a David cuando preguntó—. ¿Acaso es... travesti o algo por el estilo?
—Eh... no, no —respondió balbuceante, notando a su padre encogiéndose de hombros al no entender qué había ocurrido en la iglesia—. Es una mujer transexual —explicó con un tono bajo.
—Ah —fue todo lo que tenía que decir al respecto, luego de fruncir levemente los labios mientras asentía con la cabeza—. David, eres hombre, ¿no?
—¿Cómo así?
—Bueno, pues, ¿qué es un hombre para ti? —Se alzó de hombros.
—Papa, tranquilo, sí lo soy.
—No te lo tomes tan personal, solo te estaba preguntando. —Se encogió un poco después de alzar los brazos—. Casi me matas con la mirada, por Dios.
—¿Y si te dijese lo contrario?
—Lo dudaría.
—¿Entonces, según tú, no podría ser una mujer?
—Mira, David, yo solo te pregunté porque se conocen desde el jardín de niños y solo quería saber. —Se llevó la punta de los dedos sobre el pecho—. A mí no me importa, sabes que ese colectivo, en mi opinión, es muy discriminatoria y peligrosa para cualquiera.
—¡Ah, ¿por qué! —Escucharlo hablar de esa forma, lo impresionó bastante.
—¡Es verdad! Más esa... esa de transexuales, donde ves que algunos se atacan entre ellos diciéndose:
«Estás usando demasiados estereotipos de tal género».
«Eres demasiado joven como para ser transexual».
«La transición te da un gran privilegio en la sociedad».
—Y esas son las que más escucho repetir —admitió incómodo, volviendo la mirada en David, solo para cambiar su expresión a una de confusión—. ¿Por qué me ves así?
—¿Cómo sabes que se dicen eso?
—Porque en la iglesia existen más personas transexuales, David, y los que ya transicionaron son los peores que le dicen eso a los más jóvenes. —Asintió con la cabeza, bastante convencido—. Son muy hipócritas, hablan muy mal a sus espaldas y, de seguro, harán igual el día de hoy porque ya tienen carne fresca.
—Papá... —Una temblorosa sonrisa se formó en sus labios. Escuchar a Benjamín tan tranquilo con el tema, le daba confianza de poder hablar con él—. Ah... Sé que Lucas hizo algo muy malo con mi vecino, pero... técnicamente, es gay y...
—Tu tío no es homosexual —interrumpió con el ceño fruncido—. Admito que me tomó por sorpresa de que el vecino lo fuese, porque siempre se vio tan ermitaño.
—¿Y eso es...?
—David, andas muy preguntón con respecto a ese tema, ¿qué pasa? —Se cruzó de brazos al verlo temblar—. ¿Hay algo que me quieras decir?
—Solo quiero saber que opinas al respecto —balbuceó con dificultad, evitando el contacto visual—. Bueno... somos católicos y me preguntaba qué pensarías tú, para alguien tan joven como yo.
—Ya te lo dije, a mí no me interesa ninguna comunidad de discriminación, prejuicios y cero apoyo, esa no es mi vida y, mientras no se metan conmigo o contigo, hasta se pueden rapar la cabeza como alguna protesta, que ese no es asunto mío.
—¿Cómo que se metan conmigo?
—Si estás seguro de que eres un hombre cisgénero, heterosexual y católico, pues que nadie más te haga pensar lo contrario, ni te obliguen a asumir otra cosa —explicó sin poder entender la finalidad de todo—. A eso me refieron conque no se metan contigo.
—¿Y mi vecino? —Preguntó en voz baja.
—¡David, que no me importa, ya te lo dije! ¡Ni que las personas fuesen un debate!
—¿Y... qué sucedió esta mañana con mamá? —Interrogó con un tono suave al escucharlo suspirar con pesadez—. ¿Todo está bien?
—Necesito un descanso, me estás bombardeando como si fuese un interrogatorio.
—Papá.
—Primero el almuerzo, ¿sí? —Una delgada línea se formó en sus labios, luego se torció en una mueca—. ¿Acaso no tienes hambre? ¿No te cansas de tanto preguntar? ¿Te gustaría que viniese a interrogarte con el más mínimo comentario que hagas, sin que me importe que aún no hayas ni desayunado, después de tener una semejante aventura en un bosque por más de dos días? —David guardó silencio después de eso, consiguiendo que Benjamín concluyese con—: ¡Pues deja que almuerce primero!
Benjamín podía sentir la mirada de David sobre él, mientras hablaba por teléfono. A pesar de que todo el almuerzo se mantuvieron en esa misma posición, ya comenzaba a sentirse incómodo el tener tanta atención por una simple duda.
Pronto comenzó a ser perseguido por donde fuese, como si David tuviese miedo de que, de dejarlo solo un segundo, volvería a desaparecer por días. Benjamín nunca pensó que su ausencia podría afectarle de sobremanera a su hijo.
—Papá, ¿a dónde vas?
—Tengo que ir con tu tía Margaret —murmuró hastiado.
—¡¿Ella está bien?!
—Sí, pero es mi abogada y tengo que hablar con ella antes de que entregue las evidencias —decidió explicarle con calma, para no generar más preguntas en David—. Me dirá lo que tengo que hacer o el plan que tomaremos una vez que estemos con los oficiales del caso.
—¿Puedo ir contigo?
—Necesito que te quedes en casa, por si tu madre hace algo mientras no estoy... —Fue la mejor excusa que podía darle para no pasar un viaje entero siendo interrogado—. ¡Mira el lado bueno, serás el guardián de las pruebas! Procura, simplemente, no tocarlas, ¿quieres?
—Pero ¿por qué discutieron? ¿Está todo bien?
—David... —Benjamín desvió la mirada por un momento, procurando no impacientarse—. Hablaremos más tarde y te explicaré mejor las cosas, ¿sí?
—Mamá te cree... ¿no?
—Es complicado, David —aseguró, esperando que dejase ya de hablar.
—A pesar de que tienes todas las pruebas... ¿Ella sigue confiando en Lucas?
—Tienes sus razones, no pienso juzgarla por eso...
—¡Pero es un asesino!
—David, por favor, ya fue...
La repentina desesperación que sentía de solo escucharlo se calmó, solo para ser reemplazada por un instantáneo temor al centrar su mirada en David, obligándolo, de inmediado, a desviar la mirada de nuevo.
Estaba sucediendo, una vez más, en el peor momento. Las pecas de su rostro se estaban multiplicando a una velocidad sorprendente, tornando la piel de David a un tono oscuro y borroso; lo más extraño fue el que sus dientes también se estuviesen coloreando por esos diminutos puntos, hasta la esclerótica.
—¿Papá?
—Necesito que te quedes aquí y me dejes solo un rato en mi habitación, por favor —balbuceó un poco, comenzando a subir las escaleras—. ¡Quédate aquí y no subas! ¡Te lo prohíbo!
Benjamín mantuvo la mirada fija en el suelo a medida que se acercaba a su habitación, sospechando que de centrarse en su entorno este se modificaría o comenzaría a escuchar las peculiares voces que lo acompañaban.
Una vez dentro de su cuarto se apresuró a encerrarse en el estrecho ropero de Esther, esperando que mantenerse dentro no empeoraría la situación con los objetos. Sin embargo, al cerrar la pequeña puerta, una burlona risa comenzó a sonar afuera.
[. . .]
Entre tanto, Esther se estaba sirviendo un poco de canela caliente para ir a tomar asiento junto al grupo del consejo. Normalmente, se marcharía junto con el Padre, ya que tomaba como concluida la reunión; sin embargo, ese día no estaba animada en volver a casa y tener otra discusión con Benjamín, mucho menos tenerla frente a David.
—¡Cuídado, Esther! —El repentino grito hizo que regresara el sorbo devuelta al vaso—. La canela solo es para los hombres —le explicó una señora, antes de reírse un poco—. Imagínate que estés embarazada y por error abortes.
—Estoy por cumplir los cuarenta y tres años, mi tiempo se terminó hace mucho —comentó ciertamente incómoda por tener que explicarlo. Acercó el vaso a su boca dispuesta a tomar con calma—. Gracias por preocuparte, de todas formas.
—Uno nunca sabe y Dios podría bendecirte con otro varón —protestó sin sonar exigente. Lo único que pudo hacer, fue quitarle el vaso para cambiarlo por el otro sabor que tenían—. ¿No te gustaría tener más hijos? Sería bueno si expandieses un poco más tu familia.
—Sí me gustaría, pero...
—Esther, disculpa el atrevimiento, pero me pareció que tenías un problema con tu marido —exclamó un hombre expresando tristeza en su rostro, aunque fuese interés en su voz—. ¿Estás bien? Sabes que siempre estaremos para ti y Benjamín me resulta un esposo muy desinteresado, hasta indiferente con respecto a tus preocupaciones.
—Estamos bien, solo tuvimos una pequeña discusión en la mañana —respondió sin tomarle mucha importancia, ya que estaba al tanto de que nadie tomase el vaso al que le había escupido—. Benjamín es un hombre muy comprensivo y es mi mejor amigo; pero te agradezco tu preocupación.
—Dicen que los matrimonios de esa índole no duran mucho, pero solo es algo que escuché por ahí.
—En realidad, tienden a durar mucho más que aquellas parejas que no fueron mejores amigos...
—Esther, por cierto, la niña Natalia, es muy amiga de tu hijo, ¿no? —Interrumpió la señora, consiguiendo su atención de nuevo—. Me parece que van al mismo colegio.
—Sí, se conocen desde el jardín de niños —respondió sin entender qué ocurría con ello—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Bueno... así como te expresas del matrimonio pensé que tu hijo, tal vez, estuviese interesado en... —Se acercó más a ella para susurrar—. Ya sabes, en ese pequeño colectivo.
—¿David? —Murmulló pensativa, tratando de buscar entre sus recuerdos alguna señal—. No, él está muy seguro de su cuerpo así como tal y Dios sabe que estoy segura de eso, ahora solo se preocupa en engordar y tener una barba frondosa.
—Mira, Esther, no pensaba decirte nada porque te estimo mucho, pero me parece que a tu hijo le gusta mucho la compañía masculina y más la de un judío.
—¿Hablas de Levi? —Frunció ligeramente los labios al pensar en él—. Son amigos, aunque su gente no me simpatiza, el muchacho es muy amable y respetuoso, y cuida bastante de David.
—Pues... parece que le gusta muchísimo cuidar todo de tu hijo, hasta el punto de besarlo en público sin vergüenza alguna.
—¿Tu hijo es gay, Esther? —El varón quedó impresionado ante la noticia.
—David...
—Esther, espero que no me malentiendas, ni que estoy cuestionando tu maternidad —interrumpió una última vez la señora—. Eres una mujer que trabaja muchísimo y no tiene nada de tiempo para un adolescente tan rebelde como él; pero en el futuro, si piensas en tener otro hijo, intenta educarlo mejor para que no te salga como este.
Esa tarde, Esther se prometió a sí misma no volver a quedarse en la reunión del consejo después de que el Padre se marchara. Pensar de que todas esas personas se quedaban para comer, beber un poco y charlar a las espaldas de quienes no estaban le revolvió el estómago.
Ahora debía caminar de regreso a casa con dos problemas por resolver, inesperadamente, de sus únicos varones con los que esperaba no tener ningún inconveniente. Se preocupaba, más que todo, por el hecho de que David resultase ser homosexual y que estuviese con un judío.
En esos momentos, solo existía una persona con la que podría hablar acerca de sus problemas sin ser juzgada; al menos, esperaba que contestase su llamada para escuchar su voz los próximos quince minutos de viaje.
—Hola, hermanita.
—¿Cómo supiste que era yo?
—Pues, verás, fui a tu casa hace poco para ver a Benjamín y no estabas; David, no me quería dejar entrar y decidí marcharme después de que consiguiera hablar con tu esposo —respondió como si estuviese contándole el chisme de la semana—. Siempre me llamas cuando tienes problemas, así que, no dudé que serías tú.
—¿Problemas? —Alzó un poco la cabeza, divisando un avión a los lejos en el cielo—. Sí, creo que tengo dos.
—¡¿Por qué no me llamaste antes?!
—Casualmente, los tengo desde hoy —expresó en voz baja.
—¿Sabes? Justamente ahora voy a L'amore porque tengo una reunión importante; así que, intenta ser lo más precisa y lo hablaremos después, ¿te parece?
—Ah, yo...
Esther se llevó la mano contra la mejilla al sentir que algo escurría por su piel, era el maquillaje a causa de las lágrimas. Lucas estaba escuchándola, sin tener una intención de cortar la llamada aunque estuviese ocupado.
—¿Cuándo podríamos vernos? Preferiría que hablasemos en persona y comiesemos juntos.
—¿Esther, estás llorando? —Su voz se tornó seria para preguntar—. ¿A quién tengo que humillar por eso?
—Me siento muy mal, Lucas, solo quiero que hablemos, por favor.
—Hermanita, ya eres una mujer mayor —canturreó risueño, después de un silencio volvió a su tono calmado—. Dime qué sucedió.
—Todos ustedes me están ocultando algo —balbuceó en voz baja—. Al comienzo, pensé que estaría bien si solo eras tú quien lo hacía; pero ahora son Benjamín y David... ¿Qué está sucediendo? Necesito saber lo que está pasando con ustedes.
—¿Vistes las cosas que consiguió Benjamín?
—Sí, me dijo que era por lo de Aylen, pero no entiendo por qué es tan importante para él... ¡Estamos hablando de tu esposo! Tú deberías ser el que estuviese emocionado como un niño por todo eso, no él y creo que David también está emocionado.
—Entonces, supondría que no estabas enterada de que Aylen y Benjamín son hermanastros.
—¿Qué...?
—Esther, ya estoy entrando al estacionamiento —interrumpió suspirante ante el descenso de voz en su hermana—. Mañana sales temprano, ¿qué te parece si cenamos juntos y lo hablamos? —Interrogó sin obtener respuesta alguna—. Te pones guapa, nos tomamos unas copas y te cuento lo que Benjamín te ha estado ocultando estos años; pero, por favor, necesito que te calmes, vuelvas a casa y confíes en mí, ¿entendido?
—Está bien —respondió con dificultad.
—Te quiero, hermanita —canturreó antes de colgar.
Esther esbozó una sonrisa al escucharlo despedirse porque era una voz entre aguda y graciosa que Lucas usaba en casos especiales, cuando necesitaba que Esther se riese cuando era más joven.
El simple hecho de que su hermano accediese a pasar un tiempo con ella, reconfortaba a Esther inmensamente. Sin embargo, eso no significaba que estuviese cómoda al saber que su esposo era un gran mentiroso.
Cuando Esther llegó a casa se encontró con la sorpresa de que David se encontraba solo; por suerte, era un alivio que lo estuviese ya que deseaba hablar con él sin la intervención de Benjamín.
David recibió a su madre con una amplia sonrisa, con su pijama ya puesta –aunque a penas fuesen las dos de la tarde– y con un libro en la mano. Le dio la noticia de que Benjamín se había ido con su tía, pero a Esther ya no le interesaba en dónde estaba porque solo tenía una pregunta en su mente.
—¿David, Levi es tu novio?
Hubo un perceptible cambio en su expresión que, para Esther, fue difícil entender sin un contexto; sin embargo, estaba segura que a David no le gustó lo directa que fue con él. Algo en su mirada le indicaba que se encontraba acorralado, tal vez, nervioso o impresionado, incluso molesto o indignado.
A Esther aún se le dificultaba leer ese tipo de expresiones indirectas, poder entender las emociones de su hijo sin que respondiese todavía. Leer, indirectamente, a David era un trabajo complicado.
—No, no lo es —balbuceó con cierta incomodidad, llevándose la mano contra el codo contrario para frotarse suavemente—. Me dieron escalofríos.
—¿Entonces, podría saber el porqué lo acompañas al barrio judío?
—Mamá, acabas de llegar —protestó nervioso, riendo un poco antes de regresar la mirada hacia la sala—. Acabo de hacer café, podríamos ir a beber un poco mientras me cuentas lo que ocurrió en...
—Hablaron de ti, en resumen —interrumpió, siguiéndolo a cierta distancia hasta la cocina, notando su perseverancia en querer cambiar el tema—. ¿Acaso no me tienes confianza, David?
—Estoy diciéndote la verdad —titubeó en voz baja—, no somos novios.
—Pero se besan en lugares públicos, ¿no?
David decidió no responder, en su lugar, se colocó en puntillas para alcanzar las tazas y poder servirle un poco a su madre. Esther tomó asiento frente al comedor, soltando un suspiro por el agotamiento en llegar caminando hasta casa, lo cual David interpretó de otra forma.
—Mamá... no suspires de esa forma, por favor —murmuró con dificultad.
—Estoy cansada, David.
—Yo también estoy cansado de todo esto —admitió con más seguridad—. Los secretos, las discusiones, el que me sigan tratando como a un niño y la poca confianza que tenemos... Somos una familia, ¿no?
—Lo somos, por supuesto, que sí.
—¡Entonces, ¿por qué me mientes?! ¡Lucas, Lucas se apellida Winndermire! ¡¿Qué es Lucas para ti, si tienen apellidos diferentes?! —El pequeño choque de las tazas contra el comedor asustó a Esther, antes de que David se diese la vuelta para observarla fijamente—. Levi... Él no es mi novio, pero yo... Mamá, de verdad, en serio quise ser honesto con ustedes, pero el único que me dejó gritar todo lo que ocultaba fue Lucas ¡y ahora me doy cuenta que es un asesino!
David había estado aguantando el peso de su cuerpo desde que su madre le hizo la primera pregunta; en ese momento, sus piernas ya no pudieron más consiguiendo que se sentara de golpe contra el suelo, rompiendo en llanto.
—Estos últimos años, ¡no te imaginas cuánto me esforcé por ser tu hijo! ¡Quería ser el mejor para ti! —David ya no pudo ver con claridad a Esther por el cúmulo de lágrimas en sus ojos—. Me enfermé tanto por algo que ni siquiera es una enfermedad; pero estaba siendo tan necio en negarlo porque no quería decepcionarte y, aun ahora, no puedo decirlo porque no quiero... ¡No quiero que me dejes solo, ni que me grites y me odies el resto de tu vida!
Esther pensaba levantarse de inmediato, abrazarlo y esperar al momento en que David se calmase. Justo en el último segundo, la puerta principal se abrió y Benjamín anunció su llegada; al final de todo, él termino espantándose con el llanto de David para acudir a abrazarlo, esperando a que su hijo dejase de llorar para hablar tranquilamente con él.
—Winndermire...
Musitó Esther, sintiendo una lágrima deslizarse por su mejilla. Hace muchos años que no escuchaba ese apellido. No estaba sorprendida porque David lo supiese, era mayor el impacto de volverlo a escuchar y recordar todo acerca de Winndermire.
David estaba en lo cierto, incluso Esther estaba ocultando una pequeña parte de la historia, pero a diferencia de ellos, a Esther no le gustaba que las personas no fuesen claras con sus palabras y ella tendría que serlo el día de mañana cuando viese a su hermano.