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Chapter 36 - 【Despídelo a tu modo】

Viernes.

Día 31.

Natalia estaba caminando despacio al sentirse bastante cansada después de el largo trayecto que había recorrido al lado de Gabriel. Ambos se encontraban como en el primer día, tomados de las manos para avanzar al mismo ritmo.

—¿Sabes? Me gustaría pasar un día, solo un día en un museo —exclamó agitada, dando un par de saltos para quitarse el calambre de las pantorrillas—. ¿Al menos podrías admitir que ya nos perdimos?

—No lo estamos —respondió molesto.

Para Natalia, ver que Gabriel se la pasaba cambiando la ruta y observando a todas partes en lo que avanzaban, era un sinónimo de que estaban perdidos.

—¿En dónde estamos? —Preguntó burlona, encogiéndose de hombros.

—En alguna parte de la ciudad, te lo garantizo.

—Quiero descansar un poco y comer, por favor. ¡Llevamos horas caminando bajo el sol!

—Aguanta, ya casi llegamos.

—¿A dónde? —Murmulló agotada, sin poder evitar arrastrar los pies y dejarse llevar por Gabriel—. En realidad, preferiría saber por qué huyes tanto los museos.

—Si tanto odias mi presencia, deberías sentirte feliz de que ya es viernes y no volveremos a vernos.

—Yo no te odio —aseguró en voz alta, alzando la cabeza para verlo fijamente a los ojos—. Gabriel, sé que esto de amarrarnos con esposas no es nada bonito, pero intenta ver el lado positivo de ir a un museo y aprender un poco. ¡A mí me gustaría regresar para ver y divertirme con el resto!

—Si tanto quieres ver y divertirte, mejor te llevo a un museo de arte y te enseño por mi cuenta —exclamó sereno; más concentrado en el camino que en mantener la conversación viva—. Por cierto, no estoy siendo sarcástico con lo de enseñarte arte. Siempre y cuando quieras, estoy disponible.

—A veces, eres bien tranquilo y me das la sensación de que no eres una mala persona...

—No lo soy —interrumpió curioso por el comentario—. ¿Por qué sería malo, según tú?

—Todos tus compañeros te tienen miedo y... —Alzó su brazo, haciéndole ver a Gabriel la esposa que ataba su muñeca—. ¡Dime a qué clase de persona lo tienen que esposar para ir a un museo!

—A una que sabe defenderse y que se protege cada día de su vida —confirmó con ronquera, antes de bostezar—. ¿Tiene sentido para ti?

—Pero ¿no te importa quedarte solo por esa forma de defenderte?

—Ni que mis compañeros me diesen de qué comer, trabajar o vivir.

—¿Significa que no tienes amigos? —Consultó con una voz suave, llamando la atención de Gabriel en su mirada de sorpresa.

—Los tuve, como cualquier otro adolescente; pero ya casi cumplo veintiuno y lo único en lo que me concentro es en mi futuro en Japón...

Natalia se detuvo, obligándolo a frenar también. Gabriel tuvo que recapacitar en ese momento al verle las piernas tan temblorosas; ya era momento de hacer algo por ella o no podría seguir caminando una cuadra más sin antes caerse.

Para su sorpresa al ponerse en cuclillas, dispuesto a llevarla en su espalda, Natalia decidió sentarse en el antebrazo de Gabriel y sostenerse del hombro más cercano, como si fuese un asiento.

—Ahora, me haces pensar que eres una persona amable y la próxima vez que te vea, sabré que te estás defendiendo —comentó contenta, regalándole una amplia sonrisa—. Gabriel, no quiero entrometerme en tu vida...

—Entonces, deja de hablar lo que reste de viaje —sugirió optimista, como una gran idea.

—Pero escucharte me hizo imaginarme sin amigos y pasando mi último año de la secundaria comiendo en una mesa muy solitaria —continuó con un descenso de voz—. ¿Tienes a alguien especial en tu vida?

—Mi abuela, mi padrino y mi Musa —respondió claramente, frunciendo el ceño seguido de ello—. Oye, no soy suicida, ni un delincuente juvenil, o lo que te hayas imaginado para hacerme esa pregunta. Yo escojo quién entra en mi vida y quién...

—¿Qué es una musa? —Interrogó arrugando la frente, como solía hacer cuando no entendía las matemáticas—. Ay, perdón, no te quería interrumpir mientras hablabas. —Se llevó las manos hacia la boca, tambaleándose un poco en su lugar.

—Olvídalo —suspiró con pesadez, dirigiéndole una mirada desaprobatoria— y sujetate bien de mí, sino te vas a estrellar contra el suelo.

—Pero dime, ¿qué es una musa?

—En mi familia, significa el alma del artista o la inspiración, conciencia o el mismo arte y belleza de la vida.

—¿Toda tu familia pinta? —Consultó asombrada por las nuevas cosas que estaba aprendiendo.

—No —murmulló bajo—. Depende bastante en lo que queramos; pero procuramos aprender todas las bellas artes para tener de dónde escoger.

—¿Puedes esculpir? —En su mirada se reflejaba un singular brillo, colocando a Gabriel en una posición difícil con tanto entusiasmo.

—Sí.

—¿Y construir cosas?

—Sí.

—¿Y puedes bailar?

—Si me pagas.

—¿Y escribes historias?

En esta ocasión solo se encogió de hombros. No era su fuerte, ni su más grande interés; pero estaba en un término medio que siguió sorprendiendo a Natalia.

—¿Y...?

—¡Sí, sí puedo! —Interrumpió, finalmente. No estaba molesto, pero estaba casi seguro que Natalia no terminaría ese día—. Pintura, arquitectura, danza, música, escultura; cine, fotografía, cómic, manga... Piensa en cualquier arte y ya, ya lo habré practicado en su momento.

—Estás muy chiquito para saber tantas cosas a la vez, Gabriel —exclamó con suavidad.

—Ah, pero mira quién lo está diciendo —murmuró con un sarcasmo casi imperceptible para Natalia.

—Si yo intentase aprender a tocar un instrumento, lloraría si lo llego a romper por accidente.

—En todo caso, ¡¿cómo terminamos hablando de esto?!

—Es que... te ves bien feliz cuando hablamos de arte o de cositas que te interesan —murmuró, tratando de no llamar tanto su atención—. Si hablamos de las clases, no respondes; si intento que nos llevemos bien, me apartas; pero si tocamos un tema de arte, eres más expresivo y me haces conocerte de una forma diferente.

Fue suficiente para que Gabriel dejase de responder por los próximos minutos que le restaban de viaje. Por mucho que Natalia quisiese continuar la conversación, este se negaba a responder optando solo ignorarla.

Natalia se sorprendió al verse en una nueva parte de la capital que no había visto en su vida. Lo curioso fue el lugar donde entraron, siendo este un pequeño sendero de escalones, hasta llegar frente a un portón oscuro. Una soga colgaba a un extremo, la que Gabriel jaló para sonar una campana y esperar a ser atendido.

Una rejilla se abrió, revelando un par de frases en un idioma que Natalia no reconocía; pero que Gabriel respondió muy bien. Un par de palabras más y se le entregó un gran paquete. Natalia no pudo ver con claridad a la persona detrás del portón; pero ver el tamaño de aquel paquete le pareció muy sospechoso.

[. . .]

David acababa de levantarse, luego de haber pasado más de once horas durmiendo. No ansiaba la llegada del día en que tuviese que regresar a clases; mucho menos el momento en que volviese a ver a su tío, ni deseaba recordar cómo había cambiado su vida a raíz de la conversación que tuvo con su padre.

Lucas, su único tío, hasta ese momento. La primera persona que le dio la confianza de gritar todas sus emociones, así como, de agarrarse a golpes con él en búsqueda de liberar cada exceso de energía. Ese hombre, era el asesino de una persona y lo que más le causaba escalofríos, fue recordar que el barco tenía el mismo nombre.

Benjamín le pidió que guardase ese secreto de Esther y que ambos se mantuvieran tranquilos ante la situación. A pesar de que tenían a un homicida suelto, sin ninguna clase de señal en ser arrestado, David comprendió las razones del porqué su padre no había denunciado aún a Lucas, ni revelado todo lo que él conocía de aquella noche.

Un hombre de gran fama por su empresa, con suficiente dinero para toda una vida y con esa clase de carisma, muy fácilmente se liberaría de una sentencia en poco tiempo e intentaría obtener venganza de los delatores. Necesitaban evidencias sólidas para acusarlo o nada serviría contra él.

A pesar de todo, David se sentía dolido por la verdad y sin muchos ánimos, en general, de cualquier actividad; porque Lucas le dio grandes lecciones en el poco tiempo que convivió con él y ahora, cuando deseaba tener más tiempo a su lado como una familia, la verdad relucía en que era imposible desear una unión familiar.

Lucas tuvo la razón en un pequeño detalle que mencionó, David se preguntó por qué él no había intentado suicidarse en el mismo día en que falló. Hubiese sido mejor para todos de haberlo conseguido en el segundo intento mientras todos dormían; porque de esa forma, al menos, para David, Lucas habría muerto lamentando lo que hizo en vez de mantenerse vivo sin ya sentir alguna clase de culpabilidad ante ese hecho.

No esperaba decírselo en persona, pero David lo deseó. La repentina muerte de Lucas solo, si de esa forma, su familia se mantendría segura de cualquier daño; porque nadie le aseguraba que Lucas podría llegar a asesinar a Benjamín por saberlo todo.

Ahora, en el mundo, existían tres personas que conocían del asesinato de Aylen Monroe y conseguir las evidencias para detener al responsable de ello, recaía en dos sin que el tercero lo descubra.

Para ese momento, David estaba bajando las escaleras para buscar algo de comer, cuando vio el Chevy Malibu de Lucas estacionado en la acera.

—Y bueno, esta es la casa de David —escuchó su voz, acercándose hacia la puerta principal—. ¿Quieres entrar a verlo? —Interrogó con esa chillante voz, recibiendo un ladrido como respuesta—. ¡Bien, invadamos la casa!

David mantuvo su boca tapada, en lo que se apresuraba a subir de regreso a su habitación. Su celular se encontraba ahí y en caso de ser una emergencia, prefirió mantenerlo consigo si llegase a necesitar ayuda con Lucas.

La única seguridad que podía obtener de la situación era el hecho de que su madre no demoraría mucho en regresar. Según la hora, ya estaría de regreso a casa luego del trabajo. Su tío no sería capaz de atacar a Benjamín frente a Esther, ni siquiera de atacarlo a él.

Una vez que regresó a la sala, permaneció en silencio observando a través de una pequeña abertura, encontrándose con que Lucas estaba dirigiéndose hacia la puerta principal.

—¿Lucas? —El vecino de David dejó caer las llaves de su casa al reconocerlo; rápidamente, se agachó para recuperarlas—. ¡Lucas, hola! —Saludó enérgicamente, llegando a sacudir al extremo la mano—. ¡Oh, vaya! La barba te luce tan bien —comentó una vez que se acercó a él.

—Gracias, gracias —exclamó sonriente, luego de acariciarse el mentón—. Oh, ahora que lo recuerdo, ¿cómo le fue a David la última vez con el masaje? —Consultó torciendo un poco la sonrisa, esperando que su sobrino no hubiese armado un escándalo—. ¿No te causó problemas?

—Un poco paranoico al principio, pero aguantó muy bien para el final —respondió con una voz temblorosa, solo con saber que Lucas le estaba hablando—. ¿Pensabas entrar? —Consultó para desviar la atención de sus nervios.

—Sí, vengo de visita.

—Oh, pero no hay nadie en la casa —informó más tranquilo—. Me pareció verlos a todos en el auto.

—Que mal —expresó torciendo una mueca—. Ni modo, vendré otro día con más calma.

—Espera, ¿te vas tan pronto? —Siguiéndolo a su lado sintió que sus mejillas se estaban tiñendo de un suave carmesí—. ¿No te gustaría ir a tomar algo conmigo? Solo espérame unos segundos, mientras dejo mis compras en casa y luego nos vamos a algún bar.

—Preferiría esperarte y luego almorzar contigo, a beber —confesó entre risas.

—¿Ya no bebes? —Consultó sorprendido, deteniéndose en el mismo lugar que él.

—Sigo bebiendo, pero ese no es el problema —inició con un tono risueño—. Te conozco desde hace años y nos separamos por mucho tiempo; entonces si nos vamos a beber me quedaría toda la tarde conversando contigo para ponernos al día y las botellas se vaciarían durante horas...

Él se tensó con el repentino silencio de Lucas. Una extraña sonrisa se formó en sus labios, mientras analizaba con disimulo al vecino de David, consiguiendo ampliar aquel gesto juguetón y continuar hablando con un tono más grave.

—Si me llego a embriagar en un lugar público tendremos muchos problemas y justo ahora, no quiero llamar la atención.

—¿Qué clase de problemas? —Preguntó con picardía, acercándose un poco más.

—¿Nunca te lo han dicho? —Suspiró risueño, reconociendo que la persona frente a él se había quitado la pena al hablar—. Alguien, cualquiera, debió contarte lo que sucede cuando me embriago y por los momentos, solo ha sucedido dos veces a lo largo de mi vida.

—Tal vez... escuché un rumor.

—¡Oh! Rumores, rumores. —Giró su cuello hacia un lado, observando la casa antes de volver a buscar los ojos del contrario—. Bueno, me gusta mucho los rumores, ¿qué escuchaste por ahí?

—Que Lucas Knight se convierte en un animal salvaje cuando se embriaga —respondió jadeante, imaginando cómo sería si fuese verdad—. Cuando llegas a ese punto, cualquier persona que esté frente a ti se convierte automáticamente en tu presa.

—Bueno, no está nada mal —ciertamente, se asombró por la forma en relacionarlo con un salvaje y esa comparación, le gustó—. No confirmo, ni niego nada.

—Y si... ¿bebemos en mi casa? —Mordió levemente su labio inferior, un detalle que Lucas no notó al prestarle atención a Aylen—. Me gustaría mucho tener esa conversación contigo y estoy seguro que no tendré ningún problema si llegas a embriagarte.

—No, no, no podría quedarme en tu casa —sentenció firme, acercando la cabeza hacia él—. Eres el vecino de mi sobrino —susurró ronco en su oído—. Si dejases a un animal salvaje tan cerca de un adolescente como él; solo vas a conseguir traumarlo cuando comience a atacar y no queremos eso, ¿verdad?

Al separarse se encontró un par de mejillas más sonrojadas, a lo mejor, porque su voz tan ronca al susurrar pudo provocarle excitación. El vecino de David, ya no podía pensar en nada más que en confirmar aquel rumor y Lucas no parecía oponerse a la idea de ser coqueteado con descaro.

—¿Qué te parece si es en mi casa? Cuando tú quieras, solo me dices y compraré las bebidas.

—Me estás diciendo que... no te molesta embriagarte frente a mí, ¿no? —Tartamudeó sin ninguna posibilidad de contenerlo, porque hasta sus piernas estaban temblando.

—Si tú no tienes ningún problema en verme de ese modo —respondió de forma neutral, hasta encogiéndose de hombros—. Piénsalo, me están comparando con un animal salvaje y bien, podría juguetear contigo hasta enloquecerte y llevarte a la asfixia.

—Antes de atacarme, ¿eh? —Soltó una suave risa, siendo acompañado por la de Lucas—. Suena muy peligroso si lo pones de esa forma, pero estoy seguro que será una experiencia única.

—Ah, ¿en serio? —Arqueó una ceja, con evidente curiosidad por saber.

—He probado un poco de todo, Lucas, no creo que sea tan débil para no poder contigo.

—Entonces estamos de acuerdo que, cuando tú me digas, vendrás a visitarme a mi casa.

—Haré espacio en mi agenda —aseguró contento, girándose para ir a dejar sus compras—. ¡Veremos si es verdad lo que dicen!

David no había conseguido escuchar la conversación, al menos, no en su totalidad. Lucas se veía muy sonriente, esa misma sonrisa juguetona a la hora de hacer alguna broma; aunque David consiguió notar que la expresión en sus ojos era diferente a una simple burla.

Cuando un animal salvaje esta cazando, la mirada en sus ojos se mantiene fija en su presa sin prestar atención a nada más que a los movimientos de la misma. Buscando con paciencia, reflejando un penetrante instinto de querer lanzarse, pero sin hacerlo porque aún no es el momento.

Lucas se mantenía en su lugar recargando su peso de una pierna a otro con lentitud; mientras observaba al vecino de David con una expresión de ojos peligrosa, como si ya fuese momento de atacar.

David tuvo que frotarse los párpados al mantenerse mucho tiempo sin pestañear y una vez que regresó la vista hacia su tío, este ya se había marchado con su vecino. El auto estaba dando la vuelta para marcharse por la dirección, que David reconocía para llegar a la casa de Lucas.

[. . .]

Mientras tanto, Natalia mantenía apoyada la mejilla sobre el hombro de Gabriel en su viaje a un nuevo rumbo desconocido. Para Gabriel, era extraño que ella se mantuviese tan pegada a él; por ejemplo, el gesto actual era demasiado incomodo al sentir que Natalia estaba invadiendo demasiado su espacio personal.

Poco sabría Gabriel en el momento, que Natalia estaba bastante cansada y mareada al no haber comido en toda la mañana, y ya era momento de que tomase su medicamento del almuerzo. Ya estaba en ella mantenerse muy cerca de las personas, como sus familiares, quienes siempre la tomaban de la mano para no perderla y le pedían que caminase muy junto a ellos en todo momento.

Natalia ya era una persona muy confiada en ese aspecto, en curiosear todo lo que pudiese tocar y en no pedir permiso para algún acercamiento; después de todo, en su pueblo las personas se conocían entre todos y la pena era lo de menos. Sin embargo, Gabriel había permanecido tan tenso durante las siguientes cuadras al desconocer toda esa información. Según él, Natalia estaba siendo muy molesta.

—¿Cómoda? —Interrogó sarcástico, recibiendo un asentimiento por su parte.

—Sí, ya casi no me duele la cabeza —respondió con suavidad, llevándose la mano a la frente—. ¿Podemos tomar un descanso? Dijiste que íbamos a descansar pronto.

—Ya casi llegamos al parque —vociferó entre gruñidos graves—. Aguanta un poco más, al fin, que te estoy llevando en mi brazo.

—Es que hace mucho sol —se quejó al sentir su acalorada cabeza y el cabello a una alta temperatura—. Gabriel, tengo hambre y sed, ¿podemos apurarnos un poco más, por favor? Mi comida ya debe estar fría a este punto.

—Te dije que ya casi llegamos.

—Llevas muchas horas diciendo eso —suspiró con cierto malestar, regresando su mejilla de regreso al hombro después de dirigirle la mirada—. Tengo muchísima sed, Gabriel.

—¿Te callarás si te compro un juguito? —Preguntó al visualizar una tienda.

—Ah, no lo sé, Gabriel —volvió a suspirar, frotando la mejilla contra la camisa del contrario—. ¿De qué sabor estamos hablando?

—Basta, a estirar las piernas —ordenó en lo que se agachaba para dejarla de regreso al suelo—. Ya descansaste mucho.

—Gabriel, ¿cuánto falta para llegar al parque? —Preguntó despacio, tomándolo de la mano en lo que avanzaban nuevamente.

—Poco, ya falta poco.

—¿Y de qué sabor será el juguito? —Alzó la cabeza para centrar su mirada en él. Habían parado poco menos de cinco pasos para encontrarse frente a un pequeño local—. De papaya no, por favor, que me hace daño.

—Buenas, ¿qué se le ofrece?

—Dos jugos de papaya, por favor —pidió Gabriel con una expresión seria.

—Gabriel —chilló Natalia.

Cuando llegaron al parque Natalia fue la primera en avanzar rápido a un espacio debajo de un árbol con una buena sombra. La vista desde ese punto fue espectacular ya que el parque tenía más áreas verdes que lugares por donde transitar; era un espacio perfecto para hacer un picnic, en ese caso, de almorzar.

Gabriel buscó en su mochila un clip con la esperanza de haberlo empacado entre sus cosas. Una vez que dio con él pudo utilizarlo para quitarse las esposas y descansar, recostándose en el césped mientras Natalia almorzaba.

—¿Quieres un poco? —Natalia estaba ofreciéndole comida, un olor que Gabriel detectó casi de inmediato—. Aún está calentito.

—Onigiri —murmuró sorprendido al ver los pequeños triángulos de arroz—. ¿Tú los hiciste? —Preguntó después de tomar uno de ellos.

—Sí, aprendí hace poco —respondió contenta por saber que aceptó su comida—. Me gusta mucho cocinar y siempre trato de hacer un platillo diferente; estos son japoneses, ¿ya los conocías?

—Soy medio japonés —exclamó como si eso fuese bastante obvio con solo verlo a la cara.

—Ay, no sabía —expresó incrédula, ampliando los ojos con sorpresa—. Creí que solo tenías rasgos asiáticos porque... No estoy segura, pero los japoneses son bien bajitos, como de mi altura, ¿no?

—Ah, eso... —Natalia no comprendió las palabras que pronunció, aunque ahora estaba casi segura que estaría hablando en japonés—. Todos en mi familia, del lado de mi papá, son altos; las mujeres llegan al metro noventa y los varones arriba de los dos metros.

—¿Me estás diciendo que mides dos metros? —Tosió un poco, consiguiendo sacar los granos de arroz atragantados.

—Dos metros y cuatro —corrigió calmado—. Eso es muy bajo para mi familia, pero es el hecho de que sea japonés.

—¿Y yo, yo qué soy?

—Una pulga que molesta demasiado.

—No tienes que ser tan malo. Yo no molesto... tanto —protestó en voz baja, encogiéndose mientras buscaba otro triángulo de arroz—. Bueno, si me permites ser honesta, pienso que...

—No.

—Con tu altura...

—No.

—Eres muy lindo.

—Ni te imaginas cuánto sufrieron mis antepasados por ser así de altos; incluso yo, porque la espalda me duele a veces —bostezó un poco, antes de terminarse la comida—. Ser alto, no es lindo.

—Creo que ya entendí por qué terminaste chocando la frente contra ese letrero... —Natalia se encogió aún más con solo verlo enfadarse por el comentario—. Toma otro, por favor —ofreció titubeante a lo cual Gabriel aceptó—. Te gustan mucho, ¿no?

—Son una de mis adicciones —reveló relajado, murmullando por el delicioso sabor con cada mordida y soltando más palabras desconocidas para Natalia.

—¿Qué significa lo que dices?

—¿Volviendo a preguntar cosas?

—Es que no quiero almorzar en silencio. —Escuchó a Gabriel suspirar con pesadez, sonando como un bufido—. Puedes tomar otro, si quieres.

—Lo único que dije fue que estaba delicioso —respondió con una holgazana voz. Luego de tanto escucharla pedir perdón u ofreciéndole más como una disculpa—. Hay algunas palabras en japonés que expresan mucho mejor lo que siento, que en español.

—¿Y qué otros idiomas sabes? —Ese suspiro de Gabriel estaba comenzando a intimidarla—. Deja de hacer eso, por favor.

—Es un suspiro normal, ¿tan tétrico suena? —Fue la primera vez que lo vio sonreír, un poco torcido y burlón, pero fue un comienzo—. Japonés, inglés y lo normal en este país, italiano, francés y español —terminó respondiendo, luego de tomar otro triángulo—. ¿Y bien? ¿Mi suspiro te asusta tanto?

—Parece que un animal estuviese bufando molesto. —Una vez más, se escuchó ese suspiro—. Ya, Gabriel, por favor.

Natalia esbozó una pequeña sonrisa al ver que Gabriel se estaba relajando, dejándose llevar en molestarla un poco. Continuaron comiendo observando, de vez en cuando, las pocas personas que transitaban por los alrededores.

Gabriel había estado evitando a Natalia por mucho tiempo, dándole una mínima atención visual en lo que pudo; sin embargo, cuando decidió centrar su mirada en ella se percató que tenía un par de curitas en la palma de sus manos. Natalia, en cambio, al darse cuenta que Gabriel estaba observándola ladeó un poco la cabeza al notar mejor sus ojos.

—¿Qué te pasó en las manos?

—¿Qué le sucede a tus ojos? —Preguntaron al mismo tiempo y solo Natalia se rio por ello, antes de bajar la mirada a la palma de sus manos—. Me caí de una cama y me raspé —respondió un poco desanimada al recordar ese día—. Olvidé que las camas son así de altas; pero bueno, ya se curaron solo que las conservo para hacerme un recordatorio.

—¿De que las camas son altas?

—Cuando quieres eres divertido —comentó risueña, consiguiendo una pequeña sonrisa de parte de Gabriel—. Entonces, dime qué le sucede a tus ojos.

—¿Hablas de la heterocromía o del sanpaku yin?

—¿Ambas? —Se cuestionó a sí misma al ya no estar segura si fue una buena idea preguntarle por ello.

—Cuando te decidas por una te responderé, mientras tanto, no, niña.

—Gabriel... —Una vez que llamó su atención, su voz sonó más suave—. La primera vez que nos conocimos me trataste en femenino y, justo ahora, me estoy decidiendo por esa pregunta más que por tus ojos. ¿Por qué me dijiste todo eso?

—Paso —exclamó con seriedad y esta vez no estaba bromeando, ni siquiera suspiró.

—Bueno —titubeó un poco exaltada, a pesar de haber sido una única palabra—, soy una chica transexual y sí, tal vez no debería estar en un colegio solo de varones y quería decirte que me llamo Natalia, y... —A ese punto Gabriel ya no estaba observándola, tanto que parecía estar ignorando su presencia—. Ah, así que, ese día... me dibujaste a mí.

—Felicidades —volvió a responder cortante, luego de cerrar su mochila con la intención de marcharse.

—¿Ya te vas, tan pronto?

—Sí —continuó con la misma actitud, en lo que se levantaba.

—Gabriel, espera... —Su voz se cortó de repente, sintiéndose asfixiada al no saber qué había ocurrido con Gabriel—. ¿Acaso dije algo malo? Espera, por favor... No, no te vayas así —pidió titubeante, comenzando a sentir las lágrimas acumulándose en sus ojos—. Gabriel...

—¿Te vas a poner a llorar por un chico que, ni siquiera conoces? —Interrogó con el único tono de voz que Natalia no sentía tan pesado, el mismo holgazán y hasta somnoliento que soltaba—. No sé para qué quieres saber eso, como si yo representase un peligro cuando no nos conocemos en nada.

Gabriel retomó su lugar cerca del árbol, inclinándose hacia Natalia para tomarla del rostro y pasar las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Seguía sin poder hacerlo con la suavidad que él hubiese deseado; pero eso no parecía molestarle a Natalia quien lo observaba fijamente a los ojos.

—¿Quién te hizo tanto daño para que te pongas a llorar de esa forma por un pequeño abandono? —Consultó con seriedad, ayudándola a empacar sus cosas en la mochila—. Si mi padrino te viese de esa forma, él no dudaría en ponerte al corriente con el amor propio.

—Es que... pensé que te habías enojado conmigo.

—¿Y qué, si hubiese sido de ese modo? —Centró su mirada en ella por un momento—. No te doy de comer, ni estamos casados y peor aún, ni siquiera vamos al mismo bachillerato.

—Lo siento, yo... Me duele la cabeza —informó con un pequeño quejido, seguido de llevarse la mano contra la frente.

—¿No me dijiste que tomabas un medicamento durante el almuerzo o algo así?

—Ah, no me las tomé —respondió avergonzada, de igual forma, Gabriel se encargó en buscarlas por ella—. Gracias —habló en voz baja al recibirlas.

—¿Eres bipolar o hiperactiva? —Consultó con cierto interés, pasándole un poco del agua que compró en la tienda.

—Hiperactiva —respondió despacio, después de tragar—. No, no sé por qué ya no me están funcionando las pastillas —exclamó con cierta preocupación y descontento—. Últimamente... no consigo concentrarme mucho en clases, ni mantenerme calmada y... Ah, no sé qué me está pasando —suspiró con pesadez.

—Ven, te voy a llevar hasta la parada de buses —ofreció con amabilidad, suspendiéndola en sus brazos—. Pensaba dejarte aquí sola, pero capaz el Hércules me mata si algo te pasa.

—No creo que seas tan cruel como para pensar en hacer eso —comentó un poco animada, recargando la cabeza contra el hombro de Gabriel.

—Preferiría que no pienses en cómo soy; al final, ya es viernes y no nos volveremos a ver.

—Significa que volverás a tu vida de antes, huyendo de clases y causándole problemas al entrenador, ¿no?

—Y tú, continuarás como un chico y seguirás dejando que él te trate como su muchacho favorito de la clase.

—Tal parece que volveremos a lo mismo de siempre —exclamó con suavidad, escuchando ese suspiro que ya no parecía tan tétrico—. ¿Y si nos vemos a la hora de comer? —Alzó la cabeza con cuidado, encontrándose una pronunciada papada cuando Gabriel intentó observarla a ella—. Ah, estás gordito —soltó risueña, seguido de tocar como acostumbraba a hacerlo con él.

—Ay, no, si es que eres una pulga completa y molestona —expresó con cierta incomodidad, pero no por lo ocurrido—. Ya no estoy en el instituto para antes del primer recreo; así que, tu plan de comer conmigo nunca se daría.

—¿Tan pronto te vas? —El contrario se encogió de hombros como respuesta—. ¿Y si te cocino mucha comida japonesa, a cambio de que no huyas más?

—¿Qué? —Expresó burlesco, aunque sorprendido por la propuesta—. ¿Serías capaz de cocinarme cada día, solo para que vaya a clases?

—Quiero creer que las cosas serían mejor si te quedas y le das una oportunidad a tus profesores.

—¿Estás segura, Natalia? —Gabriel mantuvo la vista en el camino, sin tener la idea de que ese pequeño detalle la hizo sonreír—. No es por nada, pero yo no como, me harto la comida.

—No te vas a arrepentir, Gabriel.

—Ah... —El sonido de su suspiro dejó de tener el efecto del comienzo en ella—. Está bien, probemos la siguiente semana a ver.

Natalia sintió que el temible monstruo solo necesitaba palabras tranquilas y un poco de comida para convivir con los demás. Se preguntaba si alguien, antes de ella, había intentando solo hablarle; aunque su apariencia fuese intimidante y su tono de voz, pesada, seguía dando esa sensación de ser un amable turista en un país desconocido.