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Chapter 34 - 【¿Estás cansado de fingir ser el fuerte?】

Miércoles.

Día 33.

Los números cambiaban de posición, las letras se deformaban y, reconstruyéndose en una nueva figura, trataban de salir para acariciar el rostro de Benjamín.

Había regresado a su área de trabajo en el edificio al no confiar en la laptop asignada por Lucas. Debía confirmar visualmente que era el mismo pedido hacia Corea y, solo de ese modo, podría retomar su nuevo trabajo para conseguir el lugar como secretario. Sin embargo, pasó toda la mañana verificando cada dígito solo para conseguir, casi para el final, lo que observaba en ese instante.

En este momento, ni siquiera logró percibir el olor a azufre. No se le advirtió en esta ocasión. Lo mejor que pudo hacer, además de aparentar calma, era mantenerse sentado y lo suficientemente apartado de la pantalla –evitando las extrañas figuras que intentaban salir de la misma–. Tarde o temprano todo volvería a la normalidad; en caso contrario, la ventana aparentaba estar abierta a su disposición.

—Ben.

Fue difícil reconocer la voz de Esther al ser opacada por un par extra, más ruidosas y gritonas que su esposa; aun así, Benjamín se giró en su asiento encontrándose con un escenario más escalofriante que la pantalla.

Las arrugas de su rostro, en especial, las cercanas a sus labios y ojos, se habían abierto; de esta forma, Benjamín estaba presenciando cómo la piel de Esther se fragmentaba, desprendiéndose para caer hacia el suelo y dejar un oscuro espacio vacío en su cara.

Lo único, humanamente capaz, que pudo hacer fue ampliar la mirada con espanto y volver a su posición normal frente a la pantalla; esta continuaba presentando el mismo problema, de cierta forma, las figuras parecían rendirse con su objetivo. Algo bueno, al menos.

—Ben —llamó de nuevo, esta vez, bastante preocupada—. Benjamín.

—Ah, sí... te estoy escuchando —exclamó en voz baja, tratando de no llamar mucho la atención en caso de que esa Esther no fuese real—. Estoy ocupado, ¿qué quieres?

—¿Sigues trabajando con Corea? —Consultó alarmada al ver los datos del pedido—. Pero...

Esther se tomó unos segundos para confirmar los datos ingresados en cada casilla, revisando las notas frente al escritorio y confirmando las llamadas. Entre tanto, Benjamín bajó la mirada para darse cuenta que los fragmentos del rostro de Esther continuaban ahí tirados; por fortuna, sin ninguna señal de vida más que de estremecerse y retorcerse como larvas.

—Querido, no entiendo por qué aún no lo envías, si esto ya está —retomó la palabra, centrando su mirada en él—. Ya no pierdas más tiempo —pidió con seriedad, enviando el pedido—. Listo, ya está; ahora puedes continuar con el nuevo y te sugiero que sea pronto.

—¿Sí? —Consultó esperanzado de que así fuese.

—¿Estás bien? —Llevó el dorso de su mano contra el cuello de Benjamín—. No, no tienes fiebre.

—¿Por qué estaría enfermo? —Se levantó de su asiento con cuidado, siendo asistido por su esposa—. Lo único que está mal ahora es el ardor en mi mano y el dolor en mi tobillo. ¡Nada más por lo que me deba preocupar!

—Últimamente, te veo acercando el rostro hacia la pantalla y forzando demasiado la vista —comentó preocupada, avanzando despacio—. Deberías ir con un oftalmólogo.

—Te preocupas por cositas, Esther —admitió risueño, antes de sujetarse de la barandilla hacia las escaleras para bajar con cuidado—. Uno ya no se puede sentir cansado poco menos de un día, porque ya le tiran que tienen mil y un problemas de salud.

—Solo pienso que te ves diferente —exclamó titubeante, tratando de no sonar tan brusca—. No lo sé... como cansado o enfermo; pero si te sientes bien, no hay nada de malo en buscar un descanso o pedir ayuda, de vez en cuando.

—El puesto de secretario en bandeja de oro, ¿qué te parece eso? Es todo lo que quiero ver ahora —confesó con tranquilidad, dando pequeños saltos para llegar al siguiente tramo de escaleras—. Necesito más tranquilidad, muchísimo más de la que pueda tener ahora y...

Al ver que Esther continuaba a su lado, logrando recuperar su rostro, sonrió ante la señal de que todo había pasado. Dicha felicidad no duró lo suficiente a causa de las voces, unas muy suaves que susurraban cerca de su oído; a ese punto, no deseaba verse al espejo, ni reflejarse en ningún objeto por temor a lo que vería.

—¿Qué te parece si vamos a almorzar con David? Se supone que ya debió salir de la clínica para estas horas, Rubén dijo que lo dejaría en casa durante su turno y, bueno, podemos ir a ese nuevo restaurante chino, o qué sé yo... comprar hamburguesas —bromeó al no ser un fanático de dicha comida—. Tengo hambre, es todo lo que sé.

—Con cuidado, Ben —lo regañó al verlo tan apresurado por bajar—. Te tomaste casi una hora en subir, pero te ves dispuesto a bajar en menos de diez minutos. Lucas debería poner un ascensor para estos casos —admitió en voz baja.

—¿Para qué?

Tanto Esther como Benjamín se quedaron quietos al escuchar la voz de Gustavo. El comentario no pareció agradarle, ni siquiera causarle una clase de empatía hacia la situación de Benjamín.

—¿Necesitas ayuda para bajar? —Consultó con una ronca voz, dirigiendo su mirada en él—. Si no te molesta, te puedo cargar hasta el piso siete.

—No, no, estamos bien, ¿cierto, Esther?

—Bueno, pienso que un ascensor sería más útil que perder el tiempo cargando gente enyesada de un lado a otro —respondió con firmeza—. Estás cosas pasan y seguirán pasando.

—Esther... —Murmuró alarmado.

—No, deja que se exprese libremente —pidió Gustavo, siguiendo a Benjamín con la mirada, pues este siguió avanzando su camino—. Esther, llevas más años que él en este edificio y nunca te había visto quejarte de esa forma —comentó una vez que se encontraron solos.

—Las cosas cambian, ¿no es así?

—Tu esposo, puede ser que no sea mi compañero favorito, pero sigue siendo un empleado y aquí nos ayudamos entre todos —exclamó con seriedad, antes de suavizar su tono al verla enfadarse—. Amablemente, te lo estoy pidiendo amablemente... Habla con Benjamín.

—No estoy entendiendo a dónde vamos con esto —expresó confundida.

—El edificio está diseñado para cualquier persona...

—Eso lo sé —interrumpió en el momento—. Lucas te lo pregunta desde el primer día; si tienes problemas de la presión, si no eres muy atlético, si padeces de diabetes o cualquier enfermedad que te impida esforzarte mucho.

—Por eso, este edificio no tiene ascensor; porque ese espacio sirve para tener más salidas de emergencias, mayor seguridad y reducir el porcentaje de suicidios.

—Benjamín, no es suicida —balbuceó a la defensiva.

—No, no estoy suponiendo que lo sea, pero... —Gustavo atrajo a Esther hacia él, apartándose del tramo de las escaleras—. Benjamín, parece tener un problema más grande o eso me está dando a entender.

—¿Qué clase de problema? —Tartamudeó incrédula, antes de recordar lo que ella misma notó—. Él está bien, solo está un poco cansado; pero me aseguraré de llevarlo con un oftalmólogo —expresó más calmada.

—¿Es eso? —Consultó sorprendido, arqueando las cejas—. Ah, bueno... —Llevándose la mano contra la nuca, pensó mejor sus palabras—. Espero que se recupere pronto; aunque lo veamos con gafas, sería mucho mejor para él acudir con un especialista.

—De todas formas, me gustaría saber qué problemas te hizo notar —pidió con suavidad, observándolo detenidamente a los ojos—. Por favor, cualquier detalle.

—¡No te preocupes! Ahora que lo pienso mejor es probable que sea eso, un simple problema de la vista. —Al desviar la mirada hacia la izquierda, inconscientemente la alzó—. Se cayó de las escaleras, hace demasiados acercamientos de todo lo que se le entrega y la cortada que se hizo en la mano...

Gustavo amplió la mirada cuando Esther lo hizo de igual forma. Ella tenía una versión diferente a lo sucedido con su mano; no obstante, se calmó para preguntar con suavidad:

—¿Él te dijo que se había cortado?

—Eso fue lo que reportó como excusa médica; un corte en la cocina de su casa —aclaró.

Benjamín estaba muy concentrando en bajar las escaleras, cuando Esther logró alcanzarlo. Se sorprendió que su esposo había bajado entre dieciocho a veintiún pisos en el poco tiempo que se quedó conversando con Gustavo.

Cuando se observaron fijamente, Benjamín fue el primero en sonreír siendo correspondido por su esposa; después de ello, ambos continuaron su camino en silencio. En la mente de Esther, solo cabía un pensamiento que se repetía una y otra vez:

«¿Cuántas mentiras me ocultas?».

[. . .]

Lucas se encontraba disfrutando de su almuerzo, llevándose a la boca grandes bocados de langosta acompañado con una cerveza fría. Se veía muy sonriente leyendo un expediente, uno de cientos. Había concluido su meta de vacaciones y ahora, se estaba dando el tiempo de analizar minuciosamente al único empleado que apartó del resto.

Con ayuda de Fabricio consiguió los papeles de Benjamín dejándolo para el final de todo. En sus manos se encontraba el currículum, la entrevista realizada y, lo más importante, sus exámenes médicos. Un detalle importante fue descubrir que Benjamín no había sido entrevistado por Lucas; sino por su secretario y al ver la información de la primera hoja, no demoró mucho en comprender varias cosas.

Bajando los documentos sobre el comedor, Lucas observó la hermosa vista que le ofrecía su balcón. A lo lejos visualizó un precipicio, el mismo donde fueron a pescar en la competencia; sin embargo, recordó una imagen más vieja donde implicó la boda de su hermana y la presentación de Benjamín. Entre más recordaba viejos momentos frente a ese mismo punto, logró conseguir sorprenderse de un minúsculo detalle que había ignorado hasta ese momento.

«Benjamín Monroe». Pensó, antes de esbozar una amplia sonrisa.

—Quién a solas se reí, de sus maldades se acuerda —exclamó Fabricio, inclinándose levemente para retirar los platos vacíos—. ¿Esta vez, en qué estabas pensando?

—De lo pequeño que es el mundo.

—Siempre odié el misterio que generas a tu alrededor, en especial, porque son muy pocas las personas que pueden ver a través de ti —confesó suspirante, levantando la hoja para leer—. Otro Monroe, ¿por qué no me sorprende? —Expresó con sarcasmo, regresando la página en su lugar.

—Este es especial —admitió con dulzura, acariciando suavemente los exámenes médicos—. Me hubiera gustado haberlo entrevistado personalmente; reconocerlo en el primer segundo y haber esperado pacientemente para recibir su expediente —confesó con nostalgia, antes de suspirar—. Bueno, no se puede tenerlo todo en la vida.

—Viniendo de ti, es preocupante.

Lucas desvió la mirada hacia su celular al sentirlo vibrar sobre la mesa. Una vez que revisó de quién se trataba su expresión cambió frente a Fabricio; lo que antes parecía un semblante serio fue reemplazado por una juguetona sonrisa y una brillante mirada.

Fabricio, quien ya llevaba más de veinte años al lado de Lucas, se sorprendió con esa nueva expresión. Lucas llevaba tiempo sin mostrar esa faceta suya; al menos, para Fabricio fue inusual volverla a ver.

—Hola, Benny —respondió con la fastidiosa voz de siempre.

—¿Cómo sabes que soy yo? —Lo escuchó molesto, justo como lo esperaba.

—Eres el único ser humano de este planeta que se atrevería a llamarme sabiendo que estoy de vacaciones; que David haya llamado es un claro ejemplo que solo atiendo emergencias. —Bajó la mirada a los resultados médicos, los que apreciaba mucho más que el resto de información—. Bien, ¿qué se te ofrece?

—Quería llamarte para informarte que ya terminé con Corea y ya avancé con el nuevo pedido —murmuró despacio.

—¿Hasta hoy terminaste? —Consultó impresionado.

—Tuve un problema... además de David.

—No, mi cielo, mentirme es lo peor que puedas hacer porque siempre me doy cuenta de la verdad. —Escuchar a Benjamín bufar lo hizo reírse un poco—. Rubén se encargó de todo; incluso me informó que uno de sus amigos, Levi, si no sabías, lo llevó a casa y eso fue hace... media hora, más o menos —chasqueó la lengua antes de expresarse con seriedad—. En todo caso, ¿en dónde estabas cuando David sufrió un infarto? Si Rubén no hubiese llegado a tiempo, hoy estaríamos enterrándolo. ¿Entiendes lo molesto que puedo estar ahora por eso?

—Ese día, en verdad, tuve un problema —repitió nuevamente—. Me fui, no pude regresar cuando comenzó a llover y...

—¿Sigues bajo medicamento? —Interrumpió al escucharlo titubear demasiado. Leyó atentamente los resultados de Benjamín—. Te pregunto, porque lo tienes muy complicado y me sorprende no haberte visto en ningún momento tomando alguna pastilla durante el almuerzo.

—Ya no lo necesito —expresó tenso, escuchando las hojas que Lucas pasaba por el documento—. ¿Estás leyendo algo?

—Oh, sí, ¿se escucha? —Retomó la maliciosa voz que le molestaba a Benjamín—. Son los expedientes y justo ahora, estoy leyendo el tuyo. ¡Muy interesante, por cierto! ¡Te estoy conociendo muchísimo!

—¿No sabías nada? —Consultó en voz baja, disimulando los nervios que estaban invadiéndolo—. Creí que sí, porque bueno, ¿cómo trabajas con todos si no sabes nada de tus empleados?

—Aylen, mi antiguo secretario, a quien estimas reemplazar ahora, ¿lo recuerdas? —respondió rasposo. Lucas nunca sabría que Benjamín sintió escalofríos al escuchar ese nombre—. Vaya, Benny, sí que te tenían bien escondido de mí, ¿no es así? ¡Estás tan lleno de sorpresas y hasta hoy me entero!

—¿Él... me ocultó?

—Supongo que no fue el único que te omitió; pero me sorprende más que nadie, ni siquiera tú, me dijese que eras uno de los Monroe —exclamó entusiasmado por la revelación y se sentía muy bien para Lucas escuchar a Benjamín confirmar la información—. ¿Sigues ahí, Benny?

—Yo...

—Benny, es así como él te llamaba, ¿cierto? —Interrumpió en voz baja—. Por eso te molesta tanto que te llame así, porque te recuerda a Aylen.

—Lucas...

—Ahora entiendo por qué me tienes tanto miedo, ahora lo entiendo mucho mejor —soltó con sencillez, estirándose a lo largo con la espalda apoyada en el respaldo de la silla—. ¿Sabes? Pasé años preguntándome por qué tú; siempre supe que habías sido tú, pero no entendía la razón por la que pudiste haberlo hecho, hasta hoy y sería bueno si tan solo me dijeses la verdad.

—¿Cuál verdad? —Interrogó con dificultad, casi ahogándose con sus propias palabras—. Si pudieses ser más claro, porque no entiendo nada de lo que me dices ahora.

—Tú eres el hijo de John Monroe, ¿sí o no?

—Sí —contestó apagado y Lucas sintió que él estaba al borde del llanto por la forma en cómo sonaba su nariz.

—Margaret y Aylen son tus hermanastros, y la anciana, tu madrastra, ¿cierto?

—Sí, así es —soltó con hilo de voz.

—Significa que esa noche de camino al norte, cuando cayó esa gran tormenta, me viste y también viste a David, ¿no?

Benjamín guardó silencio, pero Lucas podía escuchar su respiración agitada y el jadeo que soltaba. De adivinar la situación, Lucas indagó en que Benjamín estaría reprimiendo su llanto de la vista de su familia; por lo que significaba, que se encontraba en casa justo en ese momento.

—La cajuela del auto manchada de sangre; David, escondido dentro del tronco de un árbol y, por supuesto, a mí, buscándolo —exclamó con mayor claridad la imagen—. Ese día, no fuiste a atestiguar lo que viste; pero sí fuiste con Rubén a testificar la desaparición del alcalde.

—Necesito... colgar.

—¿Tanto miedo me tienes, para quebrarte de esta forma?

Benjamín colgó la llamada sin esperar una sola palabra más de Lucas; en cambio, este suspiró con pesadez, regresando devuelta la mirada en el hermoso paisaje y, una vez más, hacia el precipicio.

Cuando Fabricio regresó con un par de botellas para ambos, se extrañó al ver a su amigo con la mirada tan fija en ese estrecho del lugar. Recordando la llamada previa que tuvo Lucas, supuso que había obtenido una noticia impactante.

—¿Aylen? —Fue lo que preguntó al reconocer que era la única persona en la que podría estar pensando.

Lucas giró el cuello, dirigiendo su atención en Fabricio. La forma tan seria en sus ojos le advirtieron que no había sido la mejor pregunta en ese momento; sin embargo, Lucas respondió:

—Muerto, por supuesto.

[. . .]

David subió con cuidado a la habitación de sus padres. Esther le había pedido que le avisase a Benjamín que saldría a comprar el almuerzo. Honestamente, David estaba muy cansado y lo único que esperaba era tomar una larga siesta en su cama; luego podría comer si estuviese animado para ello.

—¿Papá?

Benjamín se encontraba sentado en el borde de la cama, dándole la espalda a su hijo. David se acercó un poco más notando su mano sobre el teléfono adjunto a la cama; solo fue cuestión de avanzar para percatarse del enrojecido rostro de su padre.

—Necesito hablar contigo acerca de tu tío —expresó con un ronco tono—. Quiero decírtelo todo, pero no sé cómo te sientes ahora. Lo que menos necesitamos ahora es que vuelvas a sufrir otro infarto.

—También quisiera hablar de Lucas —confesó con suavidad, recargándose de la pared—. De tu relación con Lucas, de lo que pasa entre ustedes y el por qué se llevan tan mal.

—Nunca me ha vías hablado de ese modo, con tanta firmeza y seguridad de lo que quieres, ¿acaso él te enseñó a hablarme así?

—¿Puedo ser honesto, papá? —Preguntó titubeante—. ¡Quiero serlo!... Aunque sea poco a poco, pero me gustaría que me des la confianza para hacerlo.

—Dilo —accedió de forma tranquila, casi desinteresado—. Si es ahora o mañana, o en unos días; solo di lo que me quieras decir.

—Nunca me dañarías... ¿verdad?

—¿Quién te metió la idea de que podría hacerlo? —Amplió la mirada con temor de que hubiese sido Lucas—. David, respóndeme —pidió con molestia.

—Tú —admitió tartamudo, bajando la mirada al verlo a él tan serio—. Cuando me hablas de esa forma; incluso, cuando te enojas mucho más que ahora... tengo mucho miedo de morir aquí.

—Yo...

—Fui con un psicólogo —continuó con rapidez, respondiendo la interrogante inicial de Benjamín—. Lucas me llevó, cuando me quedé en su casa y estoy mal —confesó despacio, pasándose las manos por las empapadas mejillas—. Papá... estoy muy mal. Tengo un trastorno... Estoy tan mal ahora por eso.

Benjamín se levantó con cuidado, avanzando despacio hacia David cuando este inició a llorar. En su vida, jamás había sido abrazado por su padre hasta ese día, escuchando lo acelerado que estaba el corazón de Benjamín cuando hundió su cabeza contra el pecho de su progenitor.

Fue una experiencia reconfortante. Hundirse en la única persona que jamás le había demostrado afecto; conocer por primera vez la mano de su padre sobre su cabeza, acariciándolo con suavidad y atendiendo a sus ajetreadas emociones sin juzgarlo.

Saber que Benjamín estaba ahí, solo consolándolo sin buscar a más fue, para David, una experiencia especial en su vida. Fue la primera ocasión en que tenía un papá.

Las buenas sensaciones tienden a durar muy poco y esta no fue la excepción. De pasar a su cabeza, Benjamín le dio una suaves palmadas contra la espalda antes de separarse de él. El desapego entre ellos causó un terrible vacío en David porque, ilusamente, esperó que ese momento durase más.

—Estrés postraumático —habló despacio, llamando la atención de David al escuchar el nombre de su trastorno—. Es eso... ¿no?

—¿Cómo lo sabes? —Su mirada mostraba asombro, con cierta desconfianza—. ¿Revisaste mi habitación...?

—No, ya lo sabía —respondió escuchando como su voz se tornaba ronca de nuevo—. Lo supe todo este tiempo; en realidad, sé qué provocó tu trauma.

—Papá... dímelo —exclamó alto.

La conmoción de la revelación impedían que pudiese hablar con claridad. David se sostuvo de los hombros de su padre al sentir un aceleramiento de su ritmo cardíaco; por el momento, no parecía ser peligroso, pero no lo ignoraría de sentir algún dolor agudo en su pecho.

Benjamín tenía la respuesta a las  ilusiones que se mostraban cuando llovía; el dolor, los mareos, el nerviosismo que presentaba al acercarse al norte del país. Él poseía la respuesta a un problema que se resolvería con mayor tranquilidad; saberlo de inmediato podría ser una solución que David abarcaría con su psicólogo o que causaría tranquilidad en su mente después de saberlo.

Aun así, Benjamín no parecía tan feliz por contestar, ni querer ayudarlo con un problema que él ya conocía desde un inicio. Después de hablar con Lucas, decirlo solo causaría un efecto nocivo sin vuelta atrás; era complicado soltarlo como si fuese tan sencillo.

Todo cambiaría, tanto las relaciones familiares como su propia vida y era eso, lo que Benjamín pensaba mientras veía los pardos ojos de David, esperando a escuchar el causante de sus problemas.

Benjamín sintió envidia de su hijo. Un trastorno por un trauma se resolvería muy pronto; después de todo, David era joven y fuerte para asistir a sus terapias, recibir el apoyo incondicional de toda su familia y tener a una madre como Esther, una que no dudaría en chequear que tome todas sus pastillas en la hora indicada.

—Cuando eras niño... —Reguló su tono de voz tratando de esconder la envidia que sentía, prefiriendo sonar empático a su situación—. presenciaste el asesinato de mi hermanastro.

La vida parecía ser muy injusta para Benjamín, así lo vio en ese instante, cuando su hijo le mostró la más espeluznante reacción ante la verdad.

David era tan diferente a él en todos los aspectos, mucho más en los mentales y lo único que Benjamín pudo hacer en ese momento, fue continuar con su vida como si el cielo no se estuviese cayendo sobre él.

Después de todo, mañana tenía que levantarse a trabajar. Los adultos como él no tienen descansos en el mundo de los niños.