Martes.
Día 34.
Para las cinco de la mañana Miguel se encontraba despierto observando atentamente su silla de ruedas. Normalmente, se iría a bañar y luego iría a entrenar con su equipo; sin embargo, había pasado las últimas noches pensando en Natalia, durmiéndose tarde y despertando con sueño.
Justo cuando sintió que estaba despertándose lo suficiente, como para moverse de la cama, se preguntó por qué mantenía la silla de ruedas cuando disponía permanentemente de prótesis. Imaginar que Lucas llegaría a quitarle las piernas fue una razón y otra, fue recordar que de esa forma conoció a Jonatán.
«Todos cambiamos». Pensó, antes de suspirar.
El pequeño departamento que poseía era una habitación lo suficientemente espaciosa para colocar la cocina, un par de muebles y su cama; cercana a ella, se encontraba el baño que contaba con una diminuta tina. Con su nueva altura, terminaba meciendo las piernas fuera en lo que se bañaba y eso, era una de las pocas cosas que extrañaba de no tener prótesis, el gran espacio en la tina para sumergirse.
Miguel se quedó en silencio, observando el material de sus nuevas piernas mientras acariciaba las estrías de su abdomen. En momentos de ansiedad, acariciar las marcas de un pasado lo relajaban lo suficiente para concentrarse únicamente en la acción y no en sus pensamientos; no obstante, cuando sus dedos presentaron diminutas arrugas se asustó. Sus amigos llegarían pronto a recogerlo y él aún no estaba preparado.
—¡Tío Si, voy a entrar! —Víctor no esperó ninguna clase de respuesta para invadir el lugar—. Tengo hambre, ¿qué tienes de comer? —Interrogó animado, yendo directo a la zona de la cocina.
—Hey, me vas a dejar sin nada si llegas todos los días con hambre —protestó más calmado, ajustando su toalla nuevamente—. Por casi me ves desnudo —murmuró bajo.
—Ay, como si no te hubiese visto antes —se defendió, tomando una de las manzanas verdes—. Por cierto, ¿cuándo comienzas a trabajar con tu Sugar Daddy?
—¡Hey, Vic, ya te dije que no es eso! —Luego de cerrar la puerta, centró su mirada avergonzada en su amigo—. No sé de dónde sacaste esa idea.
—Por favor, ¿quién se atrevería a gastar semejante cantidad de dinero en un completo desconocido? —Mordió la manzana antes de añadir—. Yo, que tú, ya me hubiese mudado y cambiado el nombre a Juan Pérez. Eres demasiado inocente y confiado —admitió con una voz suave—. No por nada te cuido la espalda en todo.
—Ah... Hey, por cierto, ¿Rafa no vino contigo? —Interrogó sereno, manteniendo sus intenciones bajas—. Desde que regresé no lo he vuelto a ver.
—No sé qué le pasa a ese idiota —bufó con molestia, desplomándose en el sofá—. Le he llamado y nada que me contesta; le he visto por el campus y me ignora, y le he esperado para irnos, pero nada. ¡Por mí, que no me vuelva a hablar!
—¿Hey, pasó algo entre ustedes?
—Nada que yo recuerde... que haya hecho para molestarlo —respondió a media voz.
—¿Hey, Vic?
—Hoy es lunes... ¿cierto? —Miguel no respondió a la pregunta, manteniéndose en su lugar—. Oye, tío Si, no te quedes callado tan de repente —pidió entre risas muy suaves, pero nerviosas—. ¿Qué día es hoy? —Giró el cuello para observarlo de reojo—. Lunes, ¿verdad?
Víctor observó a Miguel negando bruscamente con la cabeza, como si un cachorro recién mojado se estuviese sacudiendo el exceso de agua del pelaje. Volvió a centrar su mirada hacia la manzana, guardando silencio el tiempo suficiente para escuchar a Miguel quitándose la toalla para cambiarse.
El tiempo demorado en vestirse fue suficiente para que Víctor intentase recordar en qué día se encontraba; esta pequeña intención se agravó a buscar lo que había hecho el fin de semana, consiguiendo, únicamente, hacer memoria de un sábado hasta la tarde.
Víctor llegó a sobresaltarse en su lugar al sentir un pañuelo frotándose en su mejilla. La acción tan inesperada llamó su atención hacia Miguel, este solo se concentraba en limpiarle las lágrimas a su mejor amigo.
—Hey, Vic...
—Vamos a llegar tarde si seguimos pensando en tonterías —interrumpió con una ronquera. Se suspendió con rapidez para salir del departamento—. Cuando comiences a ganar dinero, me tienes que invitar el almuerzo, ¿vale? Hay un puesto súper delicioso de...
—Hey, no pienso dejarte así —alcanzó a hablar en voz baja, atrapando a Víctor en entre sus brazos—. Vic, hoy es martes, pero está bien, ¿sí? Hey, solo se perdió un día y eso es bueno, demasiado bueno.
—No quiero hablar de eso ahora —pidió entrecortado—. Un día es un día y lo perdí, y lo peor, no sé qué pudo haberme ocurrido mientras estaba perdido.
—Entiendo que no quieras hablar ahora de eso —murmuró nervioso, logrando que Víctor se soltase de su agarre para centrar su mirada en él—. Hey, no te vayas a enojar conmigo, ¿sí?
—Ya me estoy emputando y ni haz dicho un pío —soltó con un acento español, bastante fuerte y grave en tono.
—Ay...
[. . .]
Los diferentes bachilleratos se encontraban en el estacionamiento del instituto, murmurando entre ellos en diferentes grupos de amistades o compañeros. Ese día estaba marcado como uno especial para ir de excursión a un museo.
—¡Formen filas, por favor! —Gritó el profesor de literatura, en lo que terminaba de limpiar sus gafas para el sol—. ¡Jóvenes, es con ustedes!
—¡Atención!
En un instante la ola de bullicio se disipó con el llamado del entrenador, sustituyéndose por el sonido de los trotes para acomodarse en filas en un orden de mayor a menor de edad. El entrenador relajó los músculos de sus pectorales luego de verlos acomodados.
—Gracias —murmuró a media voz.
—Son todos tuyos —exclamó con firmeza, sin desviar la mirada de ellos.
—Como sabrán, cada año se realiza esta pequeña semana de excursiones a un museo y este año tocó la exposición de literatura nacional —informó en voz alta, caminando cerca de ellos para ser escuchado—. Los nuevos estudiantes, ingresados en este año, podrán sentir que esta medida de seguridad es muy fuerte, pero es infalible y aquí esta Levi, de último año, que no me dejará mentir.
—Me dijo veterano —susurró el susodicho a Saúl.
—Papá Saúl, ¿a qué se refiere? —Natalia sintió curiosidad por esa medida de seguridad.
—Bueno... —Murmurlló dudoso. No estaba seguro de cómo explicarle la situación—. Verás, pequeña, ahora el entrenador hará que...
—Como todos ustedes son unos animales salvajes, vamos a asignarles un compañero. En otras palabras, serán atados —interrumpió el mencionado con un tono de voz pesado—. El año pasado tuvimos complicaciones cuando cierta persona se escapó, luego de secuestrar a su pareja por ser del mismo bachiller. —Su mirada se concentró en Levi.
—¡Oígame, pero si ese no fui yo! —Se llevó la mano contra el pecho, realmente ofendido por la acusación—. ¿Tan mal me tiene en su imaginación?
—Ah, perdona, es la costumbre llamarte la atención por todo lo que haces —se disculpó con suavidad, caminando de lejos para llegar a primer año de bachillerato—. Esta vez, no te vas a escapar de mí —advirtió con fuerza al joven frente a él—. Para ti, habrán esposas.
—¿En verdad nos van a atar? —Natalia se sorprendió al ver al profesor de literatura asignando las parejas correspondientes, mientras el entrenador los ataba.
—Tranquila, las excursiones son súper divertidas, te la pasas la mayor parte del tiempo chismeando con tu pareja y cuando estos dos se unen, hay mucha comida gratis de por medio —aseguró sin dudar, antes de ser llamado por el profesor de literatura—. ¡Descuida, ¿sí?! ¡Estaremos al pendiente de ti!
Natalia se quedó sola en su fila, siguiendo con la vista a sus amigos siendo emparejados con estudiantes de primer año. Entendiendo la situación, le tocaría pasar el tiempo con una persona de su edad.
Imaginar que la primera pregunta que podría hacerle su compañero sería el porqué está en último año fue divertido para ella. Natalia siempre se había visto rodeada por personas mayores, de un año en adelante; por lo que, tener la oportunidad de interactuar con personas de su edad, fue una idea emocionante.
Se lamentaba que David no estuviese presente para ir de excursión. Tratándose de un tema como la literatura, se imaginaba que a su mejor amigo le hubiese encantado haber participado. Se recordó a sí misma que, más tarde, le pediría a Levi llevarla a la clínica en donde se encontraba David.
—Jonatán —llamó el entrenador, causando que Natalia centrase su mirada en él con emoción—. Espero que Dios me perdone por esto —musitó flagelado.
—¿Qué?... ¡Entrenador, espere!
Natalia se asustó al sentir la esposa ajustándose en su muñeca, lo suficiente para no lastimarla. El material parecía de cuero y al tacto de la piel, era muy cómodo; aunque eso, no excusaba el hecho de sentirse aterrada por la atadura diferente.
—Gabriel, él será tu cuidador toda la semana —anunció el entrenador, sintiéndose bastante culpable por su decisión—. Es mi mejor estudiante en boxeo y defensa personal; así que, esta vez será imposible que escapes.
—Entrenador —llamó Natalia, tartamuda al revisar las esposas de cuero y encontrar una muñeca robusta del otro lado. Prefirió no alzar la mirada a su compañero—. Entrenador...
—Dame una oportunidad, por favor —pidió suspirante—. Si Gabriel no se comporta, si intenta hacerte daño o al final, definitivamente, no quieres continuar a su lado lo voy a entender y respetaré tu decisión; pero te pido una sola oportunidad para probar.
—Está bien —exclamó con suavidad, encogiéndose levemente.
Natalia dio el primer paso buscando con la mirada sus zapatos. A simple vista, notó que no estaba usando calcetines y una colorida pulsera artesanal resaltaba en el tobillo.
Subiendo con más rapidez, Gabriel presentaba una, muy alta, altura por sus piernas y un cuerpo bastante estético con anchos hombros que resaltaban esa apariencia robusta. Parecía lo suficientemente fornido para intimidar a la persona frente a él; pero su blanquecina piel y pronunciados rasgos asiáticos suavizaban bastante ese factor. Natalia creyó que ella tenía una piel muy blanca, hasta que vio a Gabriel; pues él, parecía una estatua esculpida de marfil en ese momento.
Cuando sus miradas cruzaron caminos Natalia amplió la suya por el hermoso color ámbar de su iris y la peculiar forma en que, uno de ellos, tenía un color más oscuro que el otro. Gabriel intimidaba, pero una vez observándolo detenidamente, se veía como un amable turista perdido en la ciudad de un nuevo país en búsqueda de una aventura. Él se había quedado completamente inmóvil, observándola fijamente a los ojos.
—Gabriel, estás muy callado —afirmó el entrenador, ciertamente, con asombro.
—¿Qué haces aquí? —Fueron sus primeras palabras, únicamente, dirigidas hacia Natalia. Su voz sonaba apagada, aunque fue lo suficiente para escucharse como un fuerte regaño—. No deberías estar en un lugar como este —suavizó su tono, con cierta preocupación.
—¿Se conocían de antes...?
Gabriel decidió ignorar al entrenador, avanzando lejos de él a un grupo más grande de personas para amortiguar la conversación que esperaba tener con Natalia; esta solo lo seguía sin saber a qué se refería. Intentó hacer memoria, buscando a Gabriel entre sus recuerdos porque en esos momentos no sabía quién era él.
—Disculpa... —Natalia logró que Gabriel se detuviera al instante—. Ah, lo siento, pero no te reconozco, ¿nos conocíamos de algún lugar? —Consultó con amabilidad.
—¿Qué haces aquí? —Volvió a preguntar con seriedad, colocándose en cuclillas para observarla detenidamente a los ojos—. Sabes que este es un instituto de varones, ¿no? Exclusivamente para hombres —enfatizó con la esperanza de que comprendiese el problema—. ¿Qué hace una mujer como tú aquí? Deberías estar en un colegio mixto o solo de mujeres; de hecho, este es el peor lugar para ti y deberías saberlo.
—¡Gabriel, ¿qué intentabas hacer?! —El entrenador logró alcanzarlos, encontrándose con una expresión de incredulidad y temor en Natalia—. ¿Qué sucedió aquí?
—¿A ti qué te importa, Hércules? —Se defendió, colocándose frente a Natalia, para enfrentar directamente al entrenador—. No te tengo miedo, anciano. ¡Deja de meterte en mis asuntos!
—Entrenador, no quiero ir con él —murmuró Natalia, comenzando a temblar—. Por favor, quíteme las esposas —pidió titubeante, llamando la atención de sus amigos quienes la estaban observando de lejos—. Preferiría irme... solo —exclamó haciendo una pausa, al casi tratarse en femenino.
—Hola, venimos a irrumpir un poco por aquí —articuló Levi entre risas, acercándose con su compañero—. ¿Está todo bien? —Se dirigió a Natalia—. ¿Todo capisci?
—¡Ah, bájame!
Gabriel suspendió el brazo, llevándose consigo a Natalia a lo más alto que podía estirarse. El entrenador tuvo que reaccionar a chcocar contra su abdomen y pasar los brazos por debajo de las axilas de Gabriel, impidiéndole alcanzar un escalpelo escondido en su cabello azabache.
Una vez apoderándose del objeto el entrenador retrocedió para examinar mejor el escalpelo. Apuntó contra Gabriel señalándolo varias veces con advertencia.
—Quiero que te cortes ese cabello para mañana o te lo arreglas; pero no quiero verte lapices, ni nada en la cabeza o te lo decomiso —sentenció con gravedad, antes de guardarse el escalpelo.
—No quiere irse conmigo —se excusó molesto—. No pienso obligar a nadie a que me acompañe. ¡Quíteme las esposas o, mejor, que Levi intercambie su lugar y todos contentos!
—Si no hay problemas, puedo cambiar de compañero —aseguró Levi—. No me molesta y ya casi terminan de unirse las parejas; es mejor si nos apuramos con esto o nos retrasaremos.
—¡El problema es que si te pongo con Gabriel los dos se van a ir del museo a comer; porque eres demasiado influenciable! —Gritó el entrenador, recordando un año en que unieron a ambos—. De acuerdo, no me queda otra opción más que atarme a...
Tanto Levi, su compañero y el entrenador se impresionaron al ver a Natalia llorar. De los tres, Levi fue el que quiso reaccionar a ayudarla a relajarse, pero no estaba seguro de cómo hacerlo; la última vez que la vio en una situación similar demoró bastante en relajarla. Sin David cerca, ninguno sabía qué hacer.
Natalia no podía comprender cómo pudo saberlo, si estaba usando su uniforme, hablando como siempre y mostrándose como un varón igual a ellos. Gabriel, pareció haber atravesado cientos de capas con un solo golpe y descubrir al instante la verdad; cosa que ya estaba provocando un gran dolor de cabeza en Natalia.
Haber pasado los últimos días con su pronombre femenino, escuchar a sus amigos tratarla con su nuevo nombre y tener que, repentinamente, volver a llamarse Jonatán en el instituto eran cambios muy bruscos. De por sí, ya tenía problemas para hablar apropiadamente y ahora, debía mantener dos géneros separados en su vida.
—Deja de llorar que te ves terrible —Gabriel murmuró lo suficientemente alto para que Natalia pudiese escucharlo—. Que ya no llores —pidió con suavidad, mostrándole su mano extendida para llamar su atención—. Haz esto, en vez de estar llorando.
Gabriel dobló su dedo índice hasta llegar a la base de su pulgar; al mismo tiempo, rozó la yema de sus dedos medio y anular en la punta de su pulgar, finalmente, dejó extendido el meñique. Natalia intentó imitarlo, aún sin poder parar de llorar.
Una vez que vio que ella consiguió hacerlo, Gabriel pasó bruscamente su mano por la mejilla de Natalia para limpiarle las lágrimas. Intentó ser delicado, pero era la primera vez que lo era con una completa desconocida.
—¡¿Qué tanto nos miran?! —Les gritó bufando a aquellos que estaban observándolos—. ¡Vayan a los buses, idiotas, que no tienen nada que ver aquí!
Una vez que escuchó los pasos de sus compañeros –incluso Levi fue arrastrado por su pareja, ya que el bachillerato completo le temían a Gabriel–, volvió la mirada al rostro de Natalia para encontrarse que estaba más calmada y no roja, como al comienzo. Frunció levemente los labios y continuó pasando la mano con un poco más de suavidad.
—¿Qué hace esto? —Natalia consultó a media voz, bajando su mirada a la seña que hizo—. Me siento mejor ahora —admitió sorbiendo por la nariz.
—Nada —respondió rasposo, despegando muy poco los labios—. Dudo que hagas yoga, así que, no hace nada en tu caso; pero, en realidad, esto es lo que te hace sentir mejor —llamó su atención a la otra mano.
Gabriel estaba haciendo pequeñas presiones en el espacio entre el pulgar y el dedo índice. Fue una sorpresa para Natalia no haber sentido que él estaba haciendo eso, hasta que se lo dijo. Para ese punto, no recordaba por qué se sintió mal ya que los pensamientos se vieron sustituidos con la curiosidad de saber lo que estaba haciendo Gabriel con su mano.
—Ya, camina o nos tocará el peor asiento —Gabriel ordenó intranquilo, suspendiéndose para avanzar hacia el bus—. No me quiero ir al lado del Hércules.
—Espera, por favor, ¡no vayas tan rápido! —Natalia tuvo que correr para alcanzar su ritmo.
—¿Realmente, dejarás que se vayan juntos? —Criticó el maestro de literatura, una vez alcanzando al entrenador.
—Debes admitir que es la primera vez que alguien no termina con una muñeca, nariz o un brazo roto... o con moretones de puñetazos —murmuró bajo, caminando a su lado—. Jonatán consiguió domarlo, solo esperemos que siga así.
—Sería más fácil si lo expulsaran —sugirió con firmeza.
—Sí, claro, dile eso a su padrino —expresó sarcástico—. Gabriel sigue estudiando, de milagro, por él.
—Un año más y ya no tendremos que verlo de nuevo —suspiró.
—Hay que echarle ganas a ese muchacho —suspiró también—. A ver si Jonatán consigue amasar hoy al león.
—Me siento tan mal por él.
Una vez que subieron al autobús se encontraron con un problema. Justo cuando creyeron que habían conseguido la paz, observaron los problemas con Gabriel. El entrenador se frotó los párpados al verlos discutir por el puesto.
—Quiero el asiento junto a la ventana —exclamó serio, jalando de la cadena para que Natalia se quitase—. Quítate de ahí.
—Lo necesito para no sofocarme —refunfuñó, siendo halada por Gabriel—. ¡No, ya deja de hacer eso! —Protestó, antes de terminar fuera del asiento.
—Me quedaré con el lugar. —Estuvo a punto de acomodarse cuando Natalia se interpuso, deteniendo su paso hacia el asiento—. ¡Te dije que lo quería!
—¡En serio lo necesito, más que tú! —Trató de escabullirse.
—¡Solo serán unos diez minutos, por lo menos!
—¡Entonces, ¿por qué no te vas en el otro asiento?!
—¡Porque no me gusta!
—Tienen dos opciones —habló el entrenador frente a ellos, observándolos desde arriba al verlos tirados en el suelo luchando por el lugar—. La primera, sentarse en el metálico e incómodo pasillo del bus; segundo, Jonatán se irá sentado en tu regazo para que ambos tengan la ventana. ¿Cuál escogen?
La sabia decisión que tomaron mutuamente fue sentarse en el corredor del autobús, empujándose cuando uno invadía demasiado el espacio del otro a causa de los movimientos del transporte; en especial, cuando este frenaba de golpe.
[. . .]
Rafael comenzó a retractarse de su decisión. Iba de camino a la cancha de voleibol para hablar con Miguel y explicarle todo lo que había ocurrido; sin embargo, sintió que no había necesidad de hacerlo cuando Miguel y Víctor llevaban varios años separados, y este último, tenía toda la libertad de acostarse con quien desease sin la aprobación de Miguel.
A pesar de su razonamiento, siguió caminando para encontrarlos y poder ver a Víctor. Rafael sentía que con él, las cosas debían ser sumamente claras y esperaba transmitirle sus sentimientos de que todo estaba bien. No tuvo ningún problema al descubrir, en la intimidad, la transexualidad de Víctor. Rafael era fiel a sus sentimientos hacia él y ese día, se lo reafirmaría.
—¡Venid aquí, joder! —Escuchó a Víctor venir desde atrás, bastante agitado y colérico si estaba soltando su acento—. ¡Ya verás cuando te alcance, maldito gilipollas!
—¡Hey, ya te dije que lo siento! —El siguiente fue Miguel, aterrado y probablemente, llorando—. ¡Vic, en serio, lo siento! ¡Hey, ya deja de perseguirme!
—¡Lo siento, mis huevos!
Cuando Rafael se giró sintió a Miguel escabullirse por detrás y sujetarlo de los hombros, tomándolo de esa forma como un escudo humano. Víctor venía con un cinturón en mano dispuesto a azotarlo; no obstante, Rafael tuvo que detenerlo al sentir que el golpe iría directo a su cara, que a la de Miguel.
Entre los tres hubo un ruidoso desenlace; Miguel tratando de protegerse, Víctor de golpearlo y Rafael de frenarlo. Al final, terminaron cayéndose en el rosal, concluyendo con la discusión.
—Muy bien, jóvenes ilustres, ¿me dirán qué demonios fue eso? —Suspiró Rafael, mientras desenredaba las pequeñas ramas del cabello de Miguel—. ¡Casi nos matamos!
Una vez que Rafael consiguió calmarlos tomaron asiento en una banca de cemento, mientras él se encargaba de quitarles las astillas y las espinas. Tanto Víctor como Miguel estaban con los labios fruncidos, formando un notable puchero al ser tratados como niños.
—Me hizo enojar —respondió Víctor con suavidad, aunque estaba molesto aún—. ¡Es un idiota!
—¡Hey, ya te dije que lo siento, Vic!
—Ya, se me calman —pidió en voz alta, logrando que volviesen a guardar silencio—. No es la mejor forma de solucionar los problemas; pero bueno, ¿qué pasó para que Miguel te hiciera estallar?
Los dos se tambalearon, murmullando dudosos por decirle o no a Rafael. Víctor tendría que explicar muchas cosas de acceder a ello; lo cual no estaría mal, si tan solo fuese sencillo de decir.
—Somos amigos, ¿no? —Consultó sorprendido por el silencio sepulcral de ambos.
—Eso te tendría que preguntar —objetó Víctor, girando el cuello en dirección contraria—. Solo te la pasas ignorándome y eso que ya es martes.
Rafael amplió la mirada ante la respuesta. Víctor comenzó a actuar de una forma extraña el lunes por la mañana; como si el domingo no hubiese existido entre ellos y, claramente, a Rafael le hizo entender que solo había sido eso entre ellos, una tarde de sexo.
—Tenía muchas cosas en qué pensar, pero ya estoy mejor —se excusó, terminando con Miguel para pasar a asistir a Víctor—. Seré honesto si son honestos conmigo.
Su mirada se centró en Miguel y, para su sorpresa, él también estaba observando en su dirección. Rafael volvió su atención hacia Víctor, antes de quitarle la sudadera y comenzar a retirar las espinas.
—Bueno... —Rafael se sorprendió con la voz entrecortada de Víctor, pero él continuó hablando—. Ya sabes que soy gay; eso no es nada nuevo entre nosotros —soltó con una pequeña risa.
—Sí, sabes que te apoyamos mucho —aseguró Rafael, antes de sonreír—. Somos un trio de viejas homosexuales; bisexual, en mi caso, porque mi mamá me enseñó a comer de todo.
—Esa es la actitud —exclamó Víctor, más tranquilo por la calma que transmitía Rafael—. En fin, lo que sucede es que... soy un hombre transexual —murmuró ronco, llevándose la mano hacia su cuello, acariciando con suavidad.
—Sigo sin entender por qué estuviste a punto de sacarle un ojo a Miguel con una faja —comentó confundido, frotando el cabello de Víctor para sacudir unas pequeñas hojas—. ¿Me perdí de algo?
—¡¿Le dijiste a Rafa?! —Estuvo a punto de suspenderse, pero fue detenido por el mismo.
—¡Hey, no le dije nada! —Miguel se quedó hecho una bola en su lugar—. Fue lo primero que me dijiste, hey, que eso es decisión tuya decirlo o no.
—¿Hay algo de malo que lo sepa? —Víctor fijó su mirada en los ojos de Rafael—. ¿Te molesta?
—No, más bien, me alivia porque ya no habría secretos entre nosotros —admitió en voz baja, antes de volver la mirada al frente—. Bueno, me pone un poco mal de que lo sepas sin que te lo haya dicho; pero ignora eso, no es tan importante.
Rafael comenzó a sentirse impacientado al escucharlo hablar de esa forma. La tarde del domingo pasaron un agradable momento juntos, construyendo un ambiente apasionante hasta llegar al acto y finalizar abrazados en la cama de Víctor, antes de que Rafael tuviese que marcharse. No fue un gran misterio el saberlo si todo se reveló en el momento.
—Lo que pasa fue que el crush de Miguel resultó ser una mujer transexual y este idiota la cagó en grande —continuó hablando, comenzando a escucharse enfadado—. Ahora me vino llorando a pedir ayuda y cuando me explicó todo, me hizo enojar y terminamos como nos encontraste.
—¡¿Cómo pudiste arruinar tu viaje?! —Rafael estaba atónito por la noticia, recordando las llamadas pérdidas—. Con razón estabas tan mal.
—Hey, yo di mi más grande esfuerzo en entender a Víctor cuando me habló de su transexualidad, pero ¡era demasiado joven y él me reveló muchas cosas a la vez!
—¡Si tenías dudas, pudiste hablarlo conmigo en vez de decirle a tu crush que no era una mujer de verdad!
—¡Tenía resaca y me puse nervioso! —Los ojos de Miguel, a ese punto, volvieron a encontrarse brillantes por las lágrimas—. ¡Hey, ya pedí perdón por eso! ¡Creí que transexualidad era lo mismo que tu trastorno!
—¿Trastorno? —Fue lo que preguntó Rafael, con cierto asombro—. ¿Estás bien?
—Ah... —Víctor respiró profundamente, antes de suspirar con pesadez y tomar una postura tosca—. Cuando terminé con Miguel, le tuve que explicar que era un chico transexual y que nuestra relación no había sido consensuada —soltó un leve gruñido al recordar ese momento—. Es un poco difícil de entender, pero ¡tampoco era imposible comprender ambas cosas como separados! —Volvió a gruñirle a Miguel, asustándolo en su lugar.
—¡Ya, Vic, que me asustas! —Pidió tembloroso, buscando a refugiarse, nuevamente, detrás de Rafael—. Hey, ahora ya entendí todo y le pediré perdón a Natt por todo lo que dije. ¡Me equivoqué, ¿sí?! —Se inclinó frente a Rafael para ocultar su rostro de la vista de Víctor—. Hey, ya no me grites, que por eso lloro. Mejor vamos de excursión y comemos al final de un recorrido; eso suena mucho mejor que estar persiguiéndome por toda la universidad con una faja.
—¡Dios mío, qué sensible! —Suspiró molesto, antes de colocarse devuelta la sudadera—. Me irritas demasiado, más porque pareces el estereotipo de rubio tonto, cuando eres bien listo. ¡Parece que la inteligencia solo te fluye cuando se trata de ir de excursión!
—¡Víctor!
Rafael lo llamó, bastante desesperado por saber qué estaba ocurriendo realmente. Víctor amplió la mirada con sorpresa, sabiendo que él era una persona muy tranquila; era extraño verlo tan inquieto, hasta asustado, por algo que era desconocido para Víctor.
—¿Podrías explicarme de qué trastorno estamos hablando, por favor? —Pidió más calmado, mostrando una mirada de preocupación—. Pasamos mucho tiempo juntos y si algo te llega a pasar, y no sé cómo actuar me sentiría un completo inútil.
—No es... tan grave —balbuceó con dificultad—. Ah, tal vez, un término medio o depende de como lo veas —soltó un poco ronco, tanteando con la mano—. Pues, tengo un trastorno de identidad... el disociativo o creo que se te hará más fácil reconocerlo como múltiple. No lo sé.
—Tú... —Rafael permaneció boquiabierto, sintiendo que su cuerpo se heló de repente por la noticia.
—Creo que tengo dos identidades —confesó en voz baja, antes de acariciarse el brazo—. Bueno, sé que Miguel salió con una, esa se llama Gissel y casi tengo una idea al reconocer cuando sale.
—Hey, por cosas como esas es que me confundo —objetó Miguel, esbozando un puchero con los labios—. Hey, le pusiste tu nombre de nacimiento, tu... ¡deadname! —Aclaró con cierta alegría—. ¡Lo recordé, ¿ves?! Hey, para que veas que te estuve prestando atención.
—¡Yo no le puse ese nombre, ella sola lo escogió y es la peor de mis identidades! —Protestó, comenzando a molestarse—. Siempre termino en lugares extraños, vestido de mujer y sumamente dolorido... —Volvió la mirada hacia Miguel al recordar su plática en la mañana—. ¡Entonces, fue ella la que me hizo perder un día, porque desperté en la casa de mi papá!
—Oh...
Miguel se dirigió a Rafael, quien no había emitido un tan solo sonido desde que escuchó hablar acerca de dos posibles identidades. Víctor también centró su mirada en él, al no comprender por qué Miguel se había sorprendido.
Para Víctor, era una buena noticia descubrir que su día perdido fue producto de su trastorno; esto recaía en que quien fuese el culpable, solo había ido a la casa de su padre. Sin embargo, para Rafael, significaba haber violado a su chico soñado por un falso consentimiento de una identidad, sumando al hecho de que ambos pudieron haber sido encontrados por el padre de Víctor.
La situación se había complicado, más que ello, Rafael no estaba seguro de cómo le diría lo que sucedió. En ese momento, estaba tratando de procesar la información recibida.
[. . .]
En el museo, Natalia sospechaba de los lentos movimientos de Gabriel por los pasillos. Su mirada divagaba entre las diferentes salidas, corredizos o alguna ventana que encontraba en el trayecto; para Gabriel, cualquier agujero servía.
—Por favor, no me obligues a detenerte —pidió amablemente cuando se detuvieron a mitad de una sala de arte, quedándose atrás del grupo.
—Haremos lo que yo quiera, es mi turno —expresó seriamente, bajando la mirada hacia ella—. Ni te molestes en gritar, que esto será rápido —concluyó.
El entrenador escuchó el grito de Natalia, igual que Saúl y Levi. Al volverse se encontraron conque Gabriel ya la había raptado para huir del museo. Los primeros en acudir a su rescate fueron Saúl y el entrenador, ya que Levi, no pudo levantar a su compañero como lo había hecho su amigo.
Gabriel parecía cargar un bolso por la forma de sostenerla en medio de su pecho. Natalia estaba avergonzada por la forma en la que estaba colgando, agitando las extremidades con la espera de no caer contra el suelo por un mal movimiento de su secuestrador. De haber sido llevada en su hombro, no se encontraría en esa situación; de tal modo, que ahora no sabía qué hacer para detener a Gabriel.
Las personas se apartaban al escuchar el escándalo armado, para luego observar a Gabriel corriendo como si hubiese robado una pieza valiosa de la exposición. Entre algunos espejos que se encontraban Gabriel se observaba de vez en cuando para confirmar que Natalia no estuviese tan cerca de su cuerpo, ni del suelo. No deseaba lastimarla, pero tampoco ser detenido.
A ese punto, Natalia consiguió usar sus uñas –agradeciéndole en su mente a Levi por la manicura– pasándolas por la mano de Gabriel. Tarde o temprano tendría que parar, o dejarla atrás; cuando ocurriese eso sería capaz de frustrar su escape.
—¡Deja de hacer eso, me hace cosquillas!
—¡Tienes que detenerte o seguiré aruñándote! —Advirtió, luego de bajar la mirada y notar que estaba muy cerca de su pantorrilla izquierda—. Lo siento, Gabriel, pero tienes que parar —susurró.
Natalia cubrió su rostro como precaución, en caso de que su plan resultase. Gabriel estaba relajado, abarcando a grandes zancadas mayor terreno que Saúl o el entrenador; era exactamente eso lo que Natalia usaría en su contra.
Inspeccionó por última vez la pantorrilla, antes de patearla con fuerza causando un tambaleó en él. Gabriel se dobló en ese momento y el poco equilibrio que pudo mantener lo desvió hacia delante. Ambos caerían de frente, de no ser por Gabriel y su rapidez en reaccionar a la situaciones.
Cubriendo a Natalia entre sus brazos dieron entre dos a tres giros como una bola, antes de deshacerse en el suelo por un golpe en sus cabezas. Gabriel se sentía mareado después de su pequeña acrobacia, escuchando los murmuros de las personas a su alrededor y logrando volver a percibir los colores de las luces arriba de él.
Cuando su mente se aclaró, su cuerpo dejó de funcionar y el alma suspiró con encanto. Habían llegado a derrumbarse en el simulador del salar de Uyuni en Bolivia y lo que Gabriel contemplaba en ese momento era aún más cautivante que el propio salar.
La pupila de sus ojos se expandió y sintió temor, cuando su corazón se aceleró. El sonido del entorno se había callado; sintió un cosquilleo en sus falanges y un frío abrazador en sus pies. El mundo entero se detuvo para abrir paso a la imagen que presenciaba sus ojos.
Gabriel tuvo que abandonar su dulce fantasía cuando los sonidos regresaron, entre ellos, el silbato del entrenador. No hubo otra escapatoria que tomar en brazos a Natalia y continuar su camino hacia la salida.
—¡Oye, ayúdame a detenerlo! —Pidió el entrenador al ver a Víctor en la entrada del museo—. ¡Qué no pase, por favor!
Víctor y Rafael se habían preparado para derrumbar a Gabriel; sin embargo, cuando Miguel reconoció a Natalia –aparentemente desmayada– los nervios lo traicionaron en el último segundo, tackleando a Víctor en el proceso. De esa forma, Gabriel consiguió un satisfactorio escape, ya que Rafael no pudo solo contra él.
Natalia despertó poco después con un ligero dolor de cabeza. Se encontró con el cielo azul y la quijada de Gabriel cuando parpadeó un par de veces consecutivas. No deseaba saber a qué altura se encontraba por lo que permitió que Gabriel siguiese cargando con ella; de todas formas, no consiguió detenerlo y ahora se encontraban muy lejos del museo como para hacer algo al respecto.
—¿Estás bien? —Consultó con una dulce voz.
—Eso te lo tendría que preguntar a ti, te diste duro contra el suelo —murmuró inexpresivo, antes fruncir el ceño—. ¿En todo caso, por qué lo preguntas?
—Llevó un par de minutos observándote y parpadeas muy poco; como una vez cada tres minutos y eso no me parece bueno para tus ojos.
—Cállate —pidió con el mismo tono.
—¿De verdad eres un estudiante? —Preguntó curiosa y en voz baja, levantando la mano hasta la oreja más cercana de Gabriel—. Rompes muchas normas del instituto.
—¡No me toques! —Gruñó furioso, frotándose la oreja contra el hombro—. De por sí, ya soy bastante cosquilloso y vienes tú, como si tuvieses el gran derecho de tocarme con tanta libertad —reclamó con hastío.
—Lo siento, no fue mi intención incomodarte —aclaró apenada, acomodándose un poco en sus brazos—. Sentí curiosidad y solo quise tocar un poco... ¿Esto es real?
El resto del camino, a donde fuese que Gabriel los estaba dirigiendo, Natalia tuvo que caminar rápidamente para seguirle el paso, porque él ya no quiso cargarla después de que ella tocase el tatuaje en su cuello.
Llegaron al instituto a recoger sus pertenecías y en todo momento, Gabriel se aseguró de que Natalia no hiciera el más mínimo sonido para alarmar a otros. Para su sorpresa, Natalia guardó silencio y fue bastante rápida en guardar sus pertenencias; en el fondo, sabía que resistirse no resolvería nada.
Al salir del instituto Gabriel tomó su mano y comenzaron a caminar nuevamente. Esperaba que de esa forma Natalia no se retrasara tanto al igual que evitaría los rozamientos del cuero en sus muñecas.
—¿Puedes quitarnos esto?
—Toma asiento en lo que voy por un molde para hacer una llave —respondió amablemente una mujer—. Por cierto, tu padrino anduvo como loco buscándote por aquí. ¿Hace cuánto que no se ven?
—Ah, me escapé de su casa, pero veré cuando visitarlo —respondió calmado, buscando a sentarse en el sofá que poseía en pequeño taller mecánico—. No te me pegues —pidió con seriedad al ver a Natalia tan cerca de él.
—¿Sabes? No tienes que actuar tan grosero conmigo —refunfuñó, deslizándose en el asiento—. Las cosas que haces son muy malas y de mal gusto; porque preocupas muchos a los profesores y los demás se retrasan en el viaje.
—Nunca pedí meterme a estudiar —murmuró sin importarle un poco el instituto.
—¿No piensas estudiar en la universidad? —Consultó sorprendida.
—No me sirve de nada la que hay aquí; de todas formas, ya estoy viviendo como quiero y metí papeles para irme a Japón —respondió ronco, mientras sacaba de su mochila un grueso cuaderno y un par de lápices—. ¿Y tú, para qué estudias?
—Quiero ser veterinaria y doctora... —A Gabriel no pareció sorprenderle escucharla usar los pronombres femeninos; ni siquiera parecía importarle si era una mujer u hombre—. Si no necesitas del colegio, ¿cuál es tu profesión?
—Artista —respondió sin darle mucha importancia—. Planeo irme a Japón para continuar mis estudios en bellas artes; lo único que me queda por hacer es esperar a que me acepten a mitad de año —añadió con cierta felicidad, mientras pasaba las hojas de su cuaderno—. ¿Te podrías apartar? Estás muy cerca de mí.
—Lo siento —musitó apenada.
Gabriel se giró dándole la espalda una vez que comenzó a trazar en la página. Con esto, Natalia permaneció en silencio observando su entorno y procurando no molestar a Gabriel. La amable mujer llegó poco después para hacer un molde; pronto regresaría con la llave para liberarlos de las esposas.
En todo momento, lo único que hizo Gabriel fue seguir pasando el lápiz sobre la hoja, afilando la punta de vez en cuando e incitando la curiosidad de Natalia. Había permanecido bastante callada en esos últimos minutos. Deseaba saber cómo serían sus dibujos, si podría conseguir uno aunque tuviese que pagarlo o, mejor aún, lograr que Gabriel le enseñase a dibujar.
Natalia decidió, cuidadosamente, acercarse hacia él para ver por encima de su hombro y una vez que lo consiguió su mirada se amplió. El boceto la había dejado anonadada; desgraciadamente, solo consiguió sentirse insatisfecha por el pequeño vistazo. Gabriel sintió cosquillas en su nuca por la respiración de Natalia, consiguiendo delatarla en su espionaje.
—Te dije que te apartaras. —Gabriel dejó de dibujar al sentirla echarse para atrás en el sofá.
Los latidos de Natalia se aceleraron después de eso. Se reconoció a sí misma. Gabriel la había dibujado con cabello largo y a su lado se encontraba en él; ambos uniendo las cabezas con suavidad, sus manos a punto de entrelazarse por los dedos y los cuerpos a una distancia notoria. Mientras Natalia mantenía los ojos cerrados Gabriel observaba fijamente a aquella persona que observase el boceto, como si estuviese defendiéndola de cualquier que perturbase su sueño.
En ese momento, en el salar, Gabriel pudo contemplar esa escena por el reflejo en el cielo. La serenidad en el rostro de Natalia, sus propios rasgos que fueron capaces de intimidarlo y la forma en cómo se detallaba el paisaje. Para Gabriel, estuvo flotando en un inmenso mar de aguas tan transparentes y puras, como el rostro de su acompañante. El boceto en sus manos era una clara señal de que había conseguido transmitir esa imagen en un papel.
—¿Me estás dibujando? —Natalia preguntó para confirmar y poder quitarse la duda de ello.
—Depende, ¿eres una mujer o un hombre? —Inquirió con un tono grave de voz—. En este dibujo hay una mujer y un hombre, y nada más; ni dos hombres, ni dos mujeres —aseguró, apartándose al sentir que Natalia volvía a acercarse para observar—. Probablemente, no eres tú, ¿no es así, Jonatán?
Una vez que Gabriel se giró para observala, Natalia bajó las piernas del sofá y ahí se quedó sentada en silencio. Gabriel volvió a su postura, añadiendo un bufante:
—Déjame dibujar tranquilo.
—Solo si me dejas ver cuando lo termines, ¿sí, por favor? —Gabriel asintió despacio ante su voz tan suave—. Gracias.
Tras largos minutos de espera, la primera muñeca que fue liberada de las esposas fue la de Gabriel. Inmediatamente se marchó con sus pertenecías, deslizando en el regazo de Natalia el dibujo completo en carbón.
Gabriel, no era una persona ejemplar, ni correcta; pero al contemplar el dibujo que había realizado, transmitiendo diferentes sentimientos y preguntas en la mente de Natalia, ella se dio cuenta que tampoco era una persona cruel. Gabriel, solo era un chico a la defensiva con un hermoso talento.