Chereads / El Protector De Maran / Chapter 12 - Capítulo 11:

Chapter 12 - Capítulo 11:

Morgja regresó al pueblo inmediatamente después de presentarse a Bright, a pesar de que la cazadora tenía cosas que decirle respecto a su afirmación de ser el nuevo guardia, el chico simplemente la ignoró. Eran casi las ocho y a diferencia del día anterior las calles tenían una cantidad considerable de personas, entre las cuales se encontraban Reginrah y Reginleo; el hijo estaba oculto detrás de su padre mientras este hablaba con un hombre pequeño y gordo con brazos musculosos. Morgja no tenía nada que ver con ese asunto, así que pasó de largo, llamando la atención de Reginrah, quien de nuevo se quedó un rato mirándolo.

—¿Entonces cómo lo ves? —preguntó el hombre de baja estatura a Reginleo.

—Creo que ya hemos tenido esta conversación antes, no voy a dejar de trabajar con los Britvell solo porque te lleves mal con ellos —contestó el hombre, manteniéndose de brazos cruzados y con el ceño fruncido.

—Tiene que haber una forma de que lleguemos a un acuerdo ¿Quieres más dinero? También puedo intentar que Bright cace para exportar a otras ciudades —propuso el hombre, tratando de comprar el favor del mercader.

—No, es cierto que estaría bien vender parte de las cazas de Bright, y probablemente me daría más beneficios que las verduras de los Britvell, pero no pienso dejar tirada a una familia por el capricho de otra, un mercader tiene que ser fiel a sus principios ¿¡Has escuchado Reginrah!? —gritó el hombre, sobresaltando a su hijo.

—¡S-Sí! —gritó el chico de vuelta, procurando que no se notara que no estaba prestando atención a las palabras de su padre.

Al mismo tiempo, Morgja ya había llegado a la plaza del pueblo, allí estaban jugando cuatro de los niños que Taley había mencionado, cerca de ellos estaba Wilna, por lo que asumió que al menos uno de ellos era su nieto.

—¡Abuela!

Una niña pequeña gritó asustada y enseguida ella y todos los demás niños fueron corriendo a ponerse detrás de Wilna; los niños habían visto a Morgja, y toda la sangre que empapaba su ropa y dejaba un rastro a su paso los había hecho pensar que un monstruo le había atacado.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó la mujer, alejándose de los niños para comprobar el estado de Morgja.

—Me han atacado con una espada y cortado entre las costillas y la cadera, y me han disparado una flecha en el hombro y otra en la pierna —respondió el chico, manteniendo la sonrisa para que la mujer dejara de preocuparse por su condición física.

Wilna agarró de la muñeca al chico e inmediatamente lo forzó a correr de vuelta con Reginleo y su hijo; Morgja no entendía lo que estaba pasando, y simplemente se dejó llevar para descubrirlo.

El mercader y su hijo no habían avanzado mucho desde que se cruzaron con Morgja, y volvieron a detenerse al escuchar a Wilna llamándolos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Reginleo, pensando que la mujer y el chico querían pedirle algo, referente al servicio de encargos especiales que ofrecía.

—¡Se está muriendo!¡Reginrah tiene que curarlo! —gritó la mujer, exagerando la situación.

—¿¡Qué!? —exclamaron tanto Reginrah como Morgja—. No me muero, solo son heridas superficiales —añadió el chico, intentando que no volvieran a usar la magia cerca de él.

—No puedo, Elfle sería mejor para esto —informó Reginrah, buscando no usar la magia en un desconocido.

—Reginrah, no hay tiempo, se está muriendo ¿No has visto toda la sangre? —dijo Wilna, ignorando a Morgja y agarrándolo para que no escapara.

—Vale, esto, quédate quieto —indicó Reginrah, cediendo ante la petición de la mujer, extendiendo las manos hacia el chico.

—No, no es necesario, yo…

—¿Cómo era? Luz abrasadora, no, no era así, esto, Fuego puro que...Eso tampoco ¿Agua divina?¡Tampoco! —recitó Reginrah, olvidándose por completo de cómo se iniciaban los hechizos, bajando las brazos.

—¡Reginrah no hay tiempo! —gritó de nuevo Wilna, estresándose por la torpeza del chico.

—Wilna, creo que estás presionando demasiado a Reginrah —comentó Reginleo, manteniendo la calma—. Reginrah, cálmate y concéntrate.

Reginrah tomó aire y volvió a extender los brazos hacia Morgja y en un instante sus heridas se iluminaron y cerraron.

—Ya está —informó el chico, bajando por segunda vez los brazos.

—¿Cómo que ya está?¿Y la canalización? —preguntó Morgja, mientras revisaba su cuerpo, comprobando que sus heridas ya no estaban.

—¡Lo siento!¡No lo volveré a hacer!

Reginrah comenzó a llorar y se fue sin dar una sola explicación sobre lo que había pasado con el hechizo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Morgja al padre del chico.

—No lo sé, hace un tiempo que está sensible —contestó Reginleo, demostrando la poca confianza que tenía con su hijo—. Me tengo que ir, intenta que no vuelvan a herirte.

Reginleo se fue trotando para intentar alcanzar a Reginrah, mientras, Morgja se quedó mirando fijamente hacia la dirección a la que se habían ido los dos, sonriendo por primera vez en su vida después de ser el receptor de un hechizo.

—Esto…¿Cómo te llamabas? —preguntó Wilna, intentando llamar la atención del chico.

—Es cierto, no me he presentado, disculpa mis modales, me llamo Morgja, he venido de la capital para ser el nuevo guardia de Maran —contestó el chico, siendo lo más educado posible para intentar caer bien a la mujer.

—Suerte con eso, en fin ¿Tienes un cambio de ropa? No recuerdo haberte visto con equipaje —preguntó la mujer, cambiando de tema descaradamente.

—No, he venido con todo lo que tenía.

—Ven conmigo, te daré ropa que ya no necesito —indicó la mujer, volviendo a agarrar al chico por la muñeca.

—No hace falta, puede que solo me quede un día más —mencionó el chico, resistiéndose a ir con Wilna.

—Wilna ¿Qué…¡Vaya! Pues es verdad que estás cubierto de sangre —exclamó César, llegando junto a los niños que estaban con la anciana.

—César, ayúdame, dile que no necesito ropa —pidió Morgja, aún negándose a ir con Wilna.

—¿Qué quieres que le diga? Me parece bastante obvio que sí la necesitas —contestó el guardia, acercándose a Morgja para agarrarlo por la otra muñeca.

—Esta es tu venganza por dejarte atado ¿Verdad?

En cuanto Morgja hizo la pregunta, César comenzó a sonreír como un idiota e indicó a los niños que se acercaran y los ayudaran a llevar al chico a casa de Wilna.

—¿Por qué clase de persona me tomas? Yo nunca guardaría rencor a nadie por dejarme tantas horas atado —dijo el guardia, claramente resentido con Morgja. Gracias a la ayuda de César y de los niños, finalmente Wilna pudo llevar a Morgja a su casa, un edificio de dos pisos bastante amplío, ubicada al lado de la mansión de Reginleo.

—Espera un momento, voy a buscar la ropa, César ayúdame, niños, vigilad que no se vaya —ordenó la mujer, yendo al piso de arriba. Morgja se dio la vuelta para irse en cuanto dejó de ver a Wilna y a César, solo para toparse de frente con la nieta de la mujer y sus amigos.

—Dejadme pasar —pidió Morgja, tratando que los niños se apartaran de delante de la puerta.

—La abuela nos ha dicho que no te dejemos ir —dijo la nieta de Wilna, una niña que al igual que su abuela no era muy agraciada y tenía el pelo ondulado y pelirrojo.

—Mira, esto…

—Me llamo Amara, tengo 7 añitos —se presentó la niña, levantando siete de sus dedos.

—Mira Amara, soy más grande que vosotros, más fuerte y puedo apartaros por la fuerza, si no queréis salir lastimados apartados.

—Si de verdad puedes apartarnos ¿Por qué no lo haces? —preguntó un niño alto, posicionado detrás de Amara.

—Me ha pillado un niño —pensó el chico, mientras fingía que no había pasado nada importante—. Me gustaría dialogar con vosotros antes de recurrir a la violencia, es lo que los adultos hacen.

—Eso no es verdad, los adultos no nos preguntan nada, nos lo mandan directamente —replicó el niño alto de nuevo.

—¿Cómo te llamas?

—Lucius, tengo ocho años —contestó el niño, mostrando menos inmadurez que Amara.

—Es normal que ellos os manden cosas, son vuestra familia, os conocen desde siempre, yo soy un extranjero, no estaría bien que os ordenara cosas —justificó el chico.

—Puede que tengas razón —murmuró Lucius, pensando en lo que Morgja acababa de decirle.

—Pero, pero, Taley también es extranjera y siempre nos está mandando hacer cosas —indicó un niño de la misma estatura que Amara, cuyo pelo era de color blanco.

—Malditos críos —pensó Morgja de nuevo—. Con Taley es el mismo proceso que con el resto de adultos ¿Cuánto hace que la conocéis?

—¿Un año? —preguntó Amara al resto de niños.

—No, aquel día nevaba, creo —contestó Lucius, inseguro de lo que decía.

—Sí, nevaba, papá la atendió en el hospital por el frío —afirmó el niño que todavía no había dicho nada; un crío unos centímetros más pequeño que Lucius, cuyo pelo era negro y lo tenía hasta los hombros.

—¿Eres hijo de uno de los doctores? —preguntó Morgja, comenzando a sentir curiosidad por el niño.

—Sí, se llama Edward, es el mejor médico del pueblo —presumió el niño, inflando el pecho y haciendo que Lucius lo mirara molesto.

—Eso no es cierto, Ozwell es el mejor médico del pueblo —corrigió Lucius, incapaz de quedarse callado.

—¿Quién es Ozwell? —preguntó Morgja, intentando seguir la conversación de los niños.

—Es el papá de Lucius —contestó el niño de pelo blanco.

—Gracias…

—Soy Ragas, tengo 8 años —contestó el niño, interpretando el repentino silencio de Morgja como que quería que le dijera su nombre.

Los dos niños seguían discutiendo, dando los motivos por los cuales su padre era el mejor médico de Maran, muchos de los cuales eran muy complicados para que un niño de su edad pudiera comprenderlo de verdad.

—¿Acaso no es Elfle la mejor médico del pueblo? —preguntó Amara, después de cinco minutos en los que dejó que sus amigos pelearan.

—Pe-pero, Elfle no es médico —mencionó Lucius, casi sin palabras.

—Eso, ella es posadera y…

—Y aún así cura más gente que vuestros papás —interrumpió la niña, apuñalando con sus inocentes palabras a los dos niños.

Los dos niños estaban hundidos después del ataque gratuito de Amara, y la niña los miraba, sintiendo culpa por lo que les había dicho, solo quedaba Ragas vigilando a Morgja, pero no estaba entre él y la puerta, era la oportunidad perfecta para escapar; sin embargo, antes de que pudiera dar un solo paso, Wilna y César aparecieron detrás de él. El guardia llevaba un baúl cerrado a las espaldas y otro en los brazos, mientras que la mujer cargaba con uno en brazos.

—Buen trabajo niños, id a la cocina, cuando termine de hablar con Morgja prepararemos galletas todos juntos —pidió Wilna, en cuanto todos recapacitaron en su presencia allí. Los cuatro niños se alegraron por completo, y fueron a toda prisa a la cocina, a pesar de que por muy rápido que llegaran, no sería hasta que llegara la abuela de Amara que empezarían a preparar todo—. Gracias por esperar, aquí está tu ropa —dijo la mujer, extendiendo los brazos para que Morgja cogiera el baúl que llevaba, claramente más pequeño que los que llevaba César.

—No he esperado, me han retenido —corrigió el chico—. ¿No te has pasado con la ropa?

—Eso mismo me pregunto yo, esto pesa una tonelada —exageró César, casi incapaz de soportar el peso de los baúles que llevaba encima.

—Era la ropa de mi marido, yo ya no la necesito, y prefiero que se le dé uso a tenerla en el desván —contestó la mujer, mientras depositaba el baúl en los brazos de Morgja.

—¿No deberías guardarla para alguno de tus nietos? —preguntó Morgja, buscando una excusa para no quedarse con la ropa del difunto marido de la mujer.

—Solo tengo nietas, y estoy segura de que cuando crezcan no querrán ponerse la ropa de un viejo muerto, por mucho cariño que le tuvieran —respondió la mujer, descartando la idea que le había dado el chico.

—Pero conmigo se acabará rompiendo ¿No has visto cómo he dejado esta ropa?

—La ropa está para usarse y romperse, es natural que acabe pasando —contestó la mujer, volviendo a rebatir lo que Morgja acababa de decir—. ¿Nunca te han dicho que no debes rechazar un regalo? —preguntó, harta de que Morgja le pusiera tantas pegas a quedarse con la ropa.

—No, mis padres no eran muy...No influyeron mucho en mi educación —contestó el chico, cambiando a mitad de frase lo que iba a decir por ser menos correcto.

—¿En serio?¿Por…

Justo antes de que César le preguntara a Morgja el motivo, Wilna le dio una colleja que hizo que el guardia dejara caer el baúl sobre sus pies, los cuales, por suerte, llevaba protegidos por las botas de acero de su armadura.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó el guardia, mientras se frotaba la nuca por el dolor.

—Porque eres muy despreocupado, recoge el baúl y ayuda a Morgja a llevarlo a la posada —ordenó la mujer de forma autoritaria.

César se agachó para recoger el baúl y cuando lo levantó Morgja se lo quitó, procediendo a llevar uno debajo de cada brazo.

—No hace falta que lleves todo —comentó el chico—. Venga vamos —dijo a continuación, iniciando el camino de vuelta a la posada.