Morgja se despertó a la tarde, cerca de empezar el turno de guardia de Taley, por culpa del tañido de la campana de la torre de vigilancia, el chico se frotó la cara y suspiró con fuerza, se había dado cuenta de que solo había dormido un par de horas antes de que César necesitara ayuda, y estaba algo decepcionado después de creer que podría dormir todo el día hasta la mañana siguiente.
El chico se levantó, y bajó al vestíbulo de la posada, Elfle estaba leyendo su libro tranquilamente a pesar de que la campana seguía sonando con fuerza y rapidez, lo que en cualquier otro lugar significaría que venía un peligro inmenso e inminente.
—¿No estás preocupada? —preguntó Morgja, al ver la diferencia con la que actuaba la posadera ante una alerta de César a como actuaba Jachell ante una alerta de Taley.
—¿Por qué debería estarlo? Es César, seguramente sea algún monstruo debilucho que Taley destrozará en poco tiempo —contestó la chica, sin despegar la mirada de su libro.
—¿Taley puede pelear ahora mismo?
La pregunta de Morgja hizo que Elfle apartara la mirada de su libro, se había dado cuenta de que, en efecto, la guardia no estaba disponible para salvar el pellejo de César, tras unos segundos pensando, depositó el libro sobre el mostrador y se puso en pie para intentar dirigirse a la puerta sin decir nada más a Morgja.
—¿A dónde vas? —preguntó el chico de nuevo.
—Tengo que ir a avisar a todo el mundo de que debemos prepararnos para lo peor, viniendo de César puede ser una amenaza menor que hasta un niño ahuyentaría, pero, si se trata de algo del calibre de los sátiros que hicieron que Taley tocara la campana entonces necesitamos a todo el pueblo para enfrentarlo —explicó la chica, preparándose para lo peor.
—Seguro que es algo peligroso, confía en César, a propósito, ¿Tienes una cuerda? —preguntó Morgja, cambiando de tema enseguida.
—¿Para qué…Mira en el armario de las herramientas —contestó la chica, señalando a la puerta de la taberna al darse cuenta de que Morgja iba a ir a ayudar a César, y de algún modo iba a utilizar la cuerda para ello. Morgja entró a la taberna enseguida, y después de un par de minutos consiguió encontrar el armario de las herramientas y volver al vestíbulo con una cuerda enrollada cargada sobre su hombro derecho. El chico salió de la posada, después de decirle a Elfle que volvería enseguida y la posadera volvió a sentarse en el mostrador para continuar leyendo su libro con la misma falta de preocupación con la que había empezado a hablar con Morgja.
Morgja fue caminando a toda prisa hacia la torre de vigilancia, pasando por completo de usar el camino convencional y atravesando todo el pasto y malas hierbas que había rodeando el lugar, en cuestión de minutos ya era capaz de divisar la torre de vigilancia, César había bajado de ella para enfrentarse a la amenaza, el chico tenía su espada en las manos y la empuñaba débilmente mientras temblaba mirando al enemigo que tenía delante de él.
—Tienes que estar de broma —pensó en alto Morgja, pasando por completo de su plan y lanzando la cuerda entre la maleza para ir caminando a paso acelerado hacia la posición de César. El guardia escuchó el ruido que el hijo del mercader hacia moviéndose sin discreción por las hierbas altas y miró hacia su ubicación, alegrándose al momento de ver que Morgja de verdad había acudido en su ayuda—. Te voy a dar puntos por quedarte aquí y hacerle frente a los atacantes, sin embargo, te los voy a quitar por tenerle miedo a estas cosas —informó, señalando despectivamente a un grupo de cuatro criaturas humanoides de pequeño tamaño y color gris; que poseían orejas largas y puntiagudas, narices grandes y colmillos afilados. Todos ellos estaban vestidos con ropa de piel andrajosa y empuñaban dagas oxidadas con muescas por todo el filo.
—¿Has visto cuántos son? —preguntó el guardia, intentando defender el motivo por el que les tenía miedo.
—Por Dios César, no llegan ni a Goblins —exclamó Morgja, decepcionado—. Aunque siendo sinceros, también me hubiera decepcionado que te asustaras de ellos.
En lo que Morgja discutía con César el hecho de que se asustara de monstruos tan débiles e inofensivos como los que tenía delante, uno de ellos se acercó a él y lo apuñaló en la lumbar derecha, el hijo del mercader continuó mirando sin inmutarse a César y movió el brazo para agarrar la cabeza del pequeño monstruo, mientras este, asustado, continuaba sacando la daga del cuerpo de Morgja para volver a apuñalarlo repetidas veces; finalmente, el monstruo empezó a gritar de dolor y soltó el arma mientras el chico comenzaba a suspenderlo en el aire para mostrárselo al guardia. Mientras todo eso ocurría, César estaba atónito y preocupado por la falta de emoción que mostraba el hijo del mercader a que lo apuñalaran tantas veces.
—¿Esto te parece terrorífico? —preguntó Morgja, sujetando al monstruo enfrente de César; el monstruo estaba emitiendo gruñidos de dolor mientras arañaba con sus uñas la mano del chico con el fin de que lo soltara. César asintió con la cabeza sin decir ninguna palabra o emitir algún sonido, aunque en ese momento no tenía ni idea de si era por el hecho de que los monstruos a los que se estaban enfrentando le daban miedo o porque le daba miedo el chico del que se había hecho amigo y los trataba como simples insectos.
El resto de monstruos acudieron enseguida a ayudar a su compañero; Morgja se dio la vuelta y sin soltar al monstruo dio una patada al primer monstruo en llegar hasta él, tirándolo al suelo, a continuación, colocó el pie sobre su pecho y comenzó a apretar con fuerza provocando que ese segundo monstruo comenzara a gritar igual que su compañero. Los otros dos monstruos llegaron hasta el hijo del mercader al mismo tiempo e intentaron apuñalar al chico, mientras uno fue interceptado por el chico, el otro consiguió su objetivo, apuñalando a Morgja en el oblicuo derecho y comenzando a hacer lo mismo que su compañero, además de retorcer la daga para intentar hacerle todavía más daño. Morgja seguía sin inmutarse ante las puñaladas que le estaban metiendo el monstruo, y el tercer monstruo al que había agarrado el chico había empezado a gritar de la misma forma que sus otros dos compañeros. El hijo del mercader, que en todo ese momento había mantenido una cara seria comenzó a sonreír como hacía siempre, lo que incitó aún más el miedo en el pequeño ser, hundiendo su moral y provocando que soltara el arma y comenzara a escapar abandonando a sus compañeros.
Morgja levantó el pie del pecho del monstruo y a continuación pisó con fuerza su rodilla repetidas veces, de nuevo provocando un grito estremecedor de dolor y rompiéndola para que no pudiera salir corriendo; seguido de esto, agarró con más fuerza la cabeza del primer monstruo y comenzó a golpearlo contra el suelo hasta que dejó de moverse, soltándolo sobre un charco de sangre. El tercer monstruo estaba haciendo lo que podía para intentar soltarse del agarre del chico, incluyendo coger la daga con la mano que tenía libre, no obstante, el agarre sobre su muñeca era tan fuerte que no era capaz de abrir la mano por mucho que lo intentaba, Morgja colocó la mano derecha sobre el hombro derecho del monstruo y mientras le apretaba la clavícula comenzó a llevar la mano del monstruo hasta su cuello para cortarle el cuello. Mientras la sangre salía por su cuello como si fuera un río el monstruo pudo por fin soltar la daga, solo para darse cuenta de que estaba siendo lanzado sin compasión hacia la dirección de su último compañero, muriendo tras impactar contra él y tirarlo al suelo. Morgja fue caminando hasta el monstruo al que le había roto la pierna, el cuál estaba intentando escapar cojeando y lo agarró de la pierna que tenía rota y lo tiró al suelo para llevarlo a rastras hacia donde había arrojado a su compañero muerto. El cuarto monstruo todavía no se había recuperado del golpe, y cuando se dio de cuenta Morgja estaba delante de él, sujetando el cuerpo del único de sus compañeros al que no había matado; el monstruo emitió un pequeño sonido, que claramente indicaba rendición y que pedía perdón, sin embargo, el chico no le hizo caso y levantó a su compañero en el aire para proceder a golpearlo hasta la muerte con este, haciendo que los dos monstruos dejaran de moverse al mismo tiempo, y arrojando como si fuera basura al que estaba utilizando como arma.
Morgja se dirigió hacia César caminando tranquilamente como si no tuviera ninguna herida, y en el momento de llegar hasta el guardia el hijo del mercader colocó su mano sobre el hombro derecho de César, provocando un miedo aún más profundo al que había sentido nunca por ningún monstruo al que se había enfrentado, automáticamente comenzó a temblar bajo el pensamiento de que le iba a hacer algo parecido a los monstruos que acababa de matar de forma brutal y sanguinaria.
—Limpia este desastre, me voy al hospital —informó el hijo del mercader, con voz cansada, marchándose dejando tras de sí un rastro de sangre que se mezclaba con la sangre de los monstruos que había matado.
César giró la cabeza para ver como Morgja se alejaba, el chico seguía caminando con normalidad, mientras la cantidad de sangre que salía de su cuerpo no cesaba. En cuanto Morgja se alejó lo suficiente, César dejó de estar paralizado por el miedo que le tenía y fue rápidamente a limpiar todo el caos que el hijo del mercader había armado. Al acercarse al primero de los cadáveres, el chico pudo ver que la cara del monstruo estaba desfigurada y ya no se reconocía nada de lo que anteriormente era; en un instante, sintió náuseas y un impulso irrefrenable de vomitar. El guardia pudo controlarse y levantó el cuerpo del monstruo para colocarlo sobre su hombro, la criatura no pesaba mucho, así que fue hacia los otros tres para llevarlos a todos al mismo tiempo. A pesar de la brutalidad con la que habían muerto, los otros monstruos estaban visualmente en mejor estado que el primero, no provocando en César la misma sensación que tuvo al ver al primero. Después de cargarlos sobre sus hombros se dirigió al bosque para buscar una de las grietas de las que el alcalde le había hablado a Morgja y lanzar allí los cadáveres
Mientras tanto, Morgja había llegado al hospital, se había topado con varios pueblerinos por el camino, pero ninguno de ellos había intentado socorrerlo o siquiera preguntarle qué le había ocurrido. Al entrar al hospital una pequeña campanita sonó para informar a los doctores de que había llegado; un hombre alto y rubio, de complexión media que llevaba puesta una bata blanca y unas gafas circulares, llegó enseguida, parecía alterado y agitado.
—¿Necesitas algo? —preguntó el hombre, sin ni siquiera darse cuenta de que Morgja se estaba desangrando justo delante de él.
—No, solo me pasaba por aquí para saludar y desangrarme en un hospital —contestó sarcásticamente el chico, ante la estúpida pregunta que le acababa de hacer el que suponía era uno de los doctores.
—Perdona, perdona, no estamos acostumbrados a atender heridas ¿Necesitas ayuda para llegar a la zona de tratamiento? —preguntó el hombre, señalando una habitación abierta con una sonrisa de oreja a oreja a pesar de la situación en la que se encontraba. Morgja dio un paso hacia delante para ir hacia la zona que le había indicado el doctor, el hombre, al ver que su paciente era capaz de avanzar sin ninguna dificultad avanzó a su lado para asegurarse de que no perdiera el conocimiento en ningún momento y se cayera al suelo empeorando todavía más el estado en el que se encontraba.
El chico entró en la sala, allí, un hombre de una estatura media y pelo negro miraba unos viales llenos de líquidos de colores.
—¡Tenemos un paciente! —gritó el doctor rubio, justo al entrar en la zona de tratamiento, alertando al otro doctor, quien se dio la vuelta enseguida igual de entusiasmado que su compañero, pero manteniendo una expresión y actitud fría.
—¿¡Cómo lo haces caminar hasta aquí!?¿¡Acaso no ves cómo se encuentra!? —preguntó el doctor de pelo negro enfadado al ver que Morgja estaba cubierto de sangre—. Perdona a Edward, a veces no piensa bien las cosas y las cosas que hace acaban yendo en su contra —explicó, intentando disculparse por no haberlo asistido para llegar hasta ese lugar.
—¡Oye! —exclamó Edward, ofendido por el comentario de su compañero.
—¿Os importa? Si hubiera sabido que no me iban a atender enseguida lo hubiera hecho yo mismo —comentó Morgja, yendo hasta la camilla para tumbarse en ella sobre su lado izquierdo para que los doctores pudieran atender las heridas que tenía y acto seguido cayó inconsciente por culpa de la pérdida de sangre. Los doctores reaccionaron al instante y mientras Edward cogía todo lo que podrían necesitar para atender las heridas, el otro doctor cogía unas tijeras para cortar la camiseta que Morgja llevaba encima.