La ausencia de muchas luces en la fría noche causaba menor visibilidad, perfecta para nuestro protagonista. Siguiendo aún a Eira, el chico se mantuvo alejado de ella, sin perderla de su vista.
Unos minutos pasaron con Herria fuera de vista, y finalmente se detuvieron. Se encontraban frente a la boca de una gran cueva en la base de una pequeña colina.
Eira se adentró a la misma, por lo que el chico iría detrás de ella sin hacer ruido. La única iluminación a medida que se adentraban en la cueva eran los brillantes ojos carmesí de la chica.
Cientos de pasos donde solo se podía escuchar el eco reverberante de las pisadas fue lo que recibió el chico, hasta que comenzaron a caminar sobre un charco, y finalmente la chica se detuvo.
Gotas de agua cayendo del techo llenaban el silencio de la oscura cueva...
—¿Eira? —preguntó el chico debido al silencio.
Sin embargo, no hubo ninguna respuesta. Kuro cubrió su dedo índice derecho con llamas, alumbrando un poco los alrededores.
La cueva era bastante alta, el techo de la misma cubierto en estalactitas largas que se extendían varios metros. Extrañamente, la habitación donde estaban no parecía tener una salida.
Era perfectamente circular, y el techo formaba un domo que a pesar de ser espacioso daba un sentido de claustrofobia.
Al ver alrededor, lo que se encontró había sido inesperado.
—¡Aquí están! —exclamó al ver docenas de jóvenes enjauladas en la habitación.
El chico caminó hacia una de estas jaulas para inspeccionarla, y notó como se encontraba hecha de metal. Como era de esperarse, un candado evitaba el escape, y sin pensarlo tanto tomó el mismo en su mano, y la cubrió con llamas durante varios segundos.
—¡Auch! —gritó al sentir como su mano se quemaba.
Dejando su dedo encendido para la iluminación, vió como el candando se había derretido lo suficiente para sacarlo, pero a su vez, había caído aquel metal derretido en su mano, dejándole una marca.
"Supongo que soy inmune al fuego, pero no al metal derretido..." pensó el chico, anotando esta debilidad para el futuro.
Sin tardar abrió la puerta de la jaula...
—¡Salgan! ¡Vamos vamos! —dijo el chico a las dos jóvenes que se encontraban adentro.
Sin embargo, una de las jóvenes simplemente le dedicó una sonrisa, seguido de un fuerte silbido.
Seguido de esto comenzaron a aparecer diversas esferas blancas flotando por la cueva, emitiendo una potente luz que alumbraba aún más la insípida guarida. Cientas de esferas se formaron, y en el centro de la habitación un destello de luz apareció, dejando así ver a un hombre donde estaba la luz.
Tan pronto notó su presencia, Kuro se pondría entre medio de la ausente Eira y él, prestándole atención al extraño.
El rubio era más alto que el chico, e incluso poseía una musculatura bastante definida. Vestía con traje negro, completando su vestuario con guantes del mismo color. Su cabello era largo, llegando hasta sus hombros, y también llevaba gafas de sol, extrañando a Kuro, pues este pensaba que aún no existían.
"Bueno, hay ventanas de cristal, supongo que tiene sentido..."
—Pero a quién tenemos aquí... —comentó el hombre al ver la situación.
—¡¿Quién eres?! —preguntó el chico.
—Ou, con que este es uno alerta eh. No te preocupes, un asesino como tú sabrá mi nombre tarde o temprano. Eira.
Tras hablar, Eira aprovechó por desprevenido al chico y le proporcionó un golpe seco directamente al cuello, dejando a Kuro inconsciente en el suelo.
—Hmm... mi hermano tenía razón, realmente es muy débil para ser él... que más da, vámonos.
Un tiempo indeterminado más tarde, el chico volvió a la razón, sintiendo su espalda chocar contra una pared. Abriendo un poco sus ojos pudo notar la situación, y su localización.
Estaba dentro de la Alcaldía de Herria, atado contra una pared de la misma. Probablemente ya habría intentado moverse si no fuera porque escuchaba como un grupo de personas hablaba, y pudo ver como había una gran mesa redonda donde se encontraban los sujetos.
La mayoría estaban cubiertos con una capucha blanca en su totalidad, pero habían cuatro que no, y de estos, dos figuras que se le hacían conocidas. Una chica en traje celeste, y un hombre en traje con gafas de sol. No obstante, los ojos de la chica seguían rojos.
"Agh, parece que no podré hacer nada..."
—¿Quedamos en que irá para el Vermaak? —preguntó una de las personas encapuchadas.
—Eira, repite. —respondió el hombre con gafas de sol.
—Leonardo, solamente yo le doy órdenes. No olvides tu lugar. —respondió un hombre vestido de la misma manera, aunque este era más delgado y mayor.
—Si, señor. Lo lamento. —expresó Leonardo con vergüenza.
—Caligo no parece tener la fuerza que poseía años atrás debido al bajo nivel de su huésped. Incluso una persona de nivel diez puede acabar con él. —expresó de manera robotica la chica.
—Luego del Vermaak podremos extraer su alma, y con ella tener acceso al Vorst Lucht. —continuó hablando aquel que parecía tener más autoridad que Leonardo.
—¿No habrá ningún error? —preguntó el último encapuchado.
~Kuro, hagas lo que hagas... no te metas con él.
"¿Huh?" cuestionó Kuro, sin obtener respuesta.
El hombre en particular tenía una apariencia algo extraña, pero el chico realmente no podía identificar o visualizarlo bien. Tenía tanto poder que su aura lo hacia ver borroso.
—No se preocupe su alteza, tras adquirir el poder de los Dioses pasará a ser el número uno. —respondió el hombre.
—Hmph, quizás fue buena idea financiar este proyecto después de todo. —expresó el ser poderoso.
—Le juro que La Legión no lo defraudará. —respondió con una mano en su corazón, haciendo una leve reverencia.
Tras ese intercambio, el hombre se marchó de la escena, junto con los demás encapuchados, quedando Leonardo, su jefe, y Eira.
—Leonardo, llévale el pago a los aldeanos y diles que ya se acabó nuestro trato, encontramos la lotería. —ordenó el hombre.
Una vez salió, el jefe caminó tranquilamente hacia Kuro, y al estar frente a él lo tomó del mentón y alzó su mirada.
—¿Algo como tú mató a un miembro de mi familia? Los Silverini hemos decaído si ese es el caso...
El hombre le dió una cachetada al chico, forzándolo a abrir sus ojos y mirar a su contrario.
—Óyeme un segundo Kuro, o Caligo, seas quien seas. Me encargaré personalmente de que tus días restantes sean un infierno, te voy a torturar día y noche, y como que me llamo Fabrizio te juro que haré de tu muerte una doloros-
Tomándolo por desprevenido, Kuro movió su mano con gran velocidad hacia la yugular del hombre, teniendo la misma cubierta en llamas.
—¡Eh! Ten más cuidado gusano. —chasqueó sus dedos y Eira agarró su arma, apuntándola a su cuello y dejándola a milímetros del mismo —¿No quieres que le suceda algo cierto?
Mirando la situación, y sabiendo que no podía ganar, se recargó de la pared nuevamente.
—Así es...
Sin agarrar mucho impulso, Fabrizio le dió un golpe directamente al abdomen, y el chico al instante escupió un poco de sangre mientras sentía sus interiores temblar por el impacto.
—No olvides quien manda aquí, escoria. Te metiste con la familia equivocada. Eira, llévalo al calabozo. —ordenó el hombre, saliendo de la Alcaldía poco después.
—No no Eira... s-soy yo. —Kuro dijo con una sonrisa de plástico.
Sin embargo, con otro golpe en su cuello caería inconsciente por segunda vez.
Abrió sus ojos lentamente, sintiendo como flotaba en un vacío infinito. Todo estaba oscuro, y al intentar hablar solo se escuchó un eco alejarse más y más.
—Bienvenido, Kuro. —una voz familiar se escuchó.
Mirando en esa dirección, el chico pudo ver dos grandes ojos observándolo detalladamente.
—¿Caligo...?
Debajo de los ojos una boca se formaría.
—Correcto. Bienvenido a tu Mundo Interior. —respondió el ser.