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Chapter 10 - Capítulo IX: Tercer Caos

[Séptimo Cielo del Paraíso: Casa de San Gabriel, Brigit, Morrigan y Wadjet]

Después de la imprevista boda, por exigencias de la doncella egipcia se tuvo que comenzar de inmediato otra remodelación en la casa del arcángel mensajero, para que la nueva inquilina se sintiera a cómoda. Pero a diferencia de los cambios anteriores, el gusto de esta nueva integrante era mucho más estricto y exigente, de modo que los cambios abarcaron casi todo el hogar.

A pesar de lo inesperado en que resultó la situación (más que todo el no esperar que ocurriera literal otra boda tan rápido), el rediseño de la casa de San Gabriel fue algo tan fácil que no tomo más de una hora en casi llegar a terminar; de hecho los cambios en el interior estaban la mitad de completos.

En el exterior de la casa aún faltaban detalles por remodelar, como por ejemplo el agregar estatuas de esfinges y pilares con jeroglíficos. Pero en el interior, de todas las habitaciones, la primera en completarse fue el dormitorio; la cama ahora era un poco más grande, y tenía una almohada extra de color azul. Aparte la habitación ahora parecía cuatro en una, debido a que estaba dividida en cuatro diferentes lados, siendo el extremo superior izquierdo era la zona la única a la que le pertenecía a San Gabriel, mientras que el lado contrario —el extremo superior derecho— era el lado de Wadjet.

En la zona de la doncella egipcia había un descomunal ropero, hecho de oro puro, con estatuas de esfinges azules en la parte superior y dibujados en las puertas. Al lado de éste se hallaba una mesa cuadrada, con un gran espejo de forma triangular con punta hacia abajo, decorado en los bordes con piedras preciosas que en la sociedad humana valdrían la fortuna suficiente, como para derrochar por más de treinta años. Y junto a la mesa se encontraba una silla de madera con un esponjoso cojín azul.

Además la dueña de ese nuevo lado de la habitación estaba presente, vestida solo con una toga azul clara, junto con brazaletes de oro en las muñecas y un collar egipcio de joyas azules. Wadjet acomodaba sus últimas pertenencias en la mesa de su zona del dormitorio, como su corona y una caja llena de tantas joyas, que más de una cadena de oro sobresalía por la tapa semi abierta de la caja. Y mientras lo hacía, en la entrada de la habitación se llevaba a cabo una discusión.

Era obvio que al empezar las reformas en la casa, Brigit y Morrigan se darían cuenta de ello, y de inmediato sabrían que algo raro sucedía; las respuestas no tardaron en llegar, en cuanto Wadjet llegó al hogar junto a San Gabriel para desempacar. El tipo de reacción que tuvieron ambas diosas celtas al enterarse de lo ocurrido en el Panteón Egipcio, fue algo de esperarse.

—¡¿Cómo es posible que te vas a otro Panteón por un momento y regresas otra vez casado?! —le gritaba Brigit al arcángel de frente, enfurecida al grado de que la característica aura de fuego la envolvía, sus ojos azules resplandecían y su cabello flotaba cual flamas, puesto que no estaba muy feliz de tener a otra compañera.

—¡¿Y cómo es posible que esa mocosa terminará por elegir a un idiota blandengue como tú?!—exclamó Morrigan igual de furiosa, aparte de también emanar una intensa aura fantasmal purpura, al mismo en que sus ojos rojos reflejaban toda su ira interna en un brillo asesino.

—Créanme, no tengo idea de por qué me sucedió toda esta tontería —respondió San Gabriel con la cabeza y hombros caídos, estando al borde de llorar—. ¿Que hice yo para merecer tanto tormento? Creo que debía haber aceptado la propuesta de mi hermana Nyx, y haberme mudado con ella al Panteón Griego.

—Oigan saben que los escucho ¿verdad? —se quejó Wadjet con ligera molestia al oír que hablaban sobre ella a sus espaldas, mientras terminaba de acomodar su caja de joyas en la mesa.

La doncella egipcia por fin había terminado de ordenar su lado de la habitación y desempacar sus pertenencias esenciales, tales como ropa y adornos decorativos que ella consideraba indispensables. Acto seguido ella echa un breve vistazo a lo que sería su nuevo dormitorio, como si fuera una crítica estricta de los aspectos de la moda o del hogar. Y después, muestra una gran sonrisa que refleja alegría infantil pura, como si fuese el mejor día de su vida (o existencia inmortal).

—¡Esta casa me encanta: el jardín, la biblioteca, la sala de armas, la cocina! ¡Todo es fantástico y maravilloso! ¡Aunque pareces un hombre-bestia de las selvas indias, comparado contigo ese tal Hap es un mísero plebeyo sin futuro! ¡No cabe duda de que hice una gran elección al elegirte como marido! —decía Wadjet a la vez en que daba algunos giros por la alegría y emoción que sentía, haciendo que pareciera una joven risueña en su fiesta de cumpleaños.

—Gra... cias... supongo —contestó San Gabriel sonriendo con un poco de esfuerzo, puesto que aún estaba deprimido, además de estar indeciso en si sentirse disgustado por la incesante comparación de la doncella egipcia, o feliz de que le gustase su hogar.

—Por cierto, ¿dónde están los esclavos que atienden esta gran casa? —pregunto Wadjet deteniendo sus giros, y mirando los alrededores, un tanto confundida por solo haber visto a las entidades encargadas de construcción y creación, y ningún esclavo encargado de la casa.

—Aquí en el Paraíso no tenemos sirvientes, ni mucho menos esclavos, Wadjet. Solo ángeles y otras entidades que trabajan para mantener orden en el Panteón, el Mundo Mortal y el cosmos. Nosotros trabajamos por nuestra propia voluntad, sin esperar nada a cambio, lo que es distinto. Si alguien necesita algo debe hacerlo por sí mismo, o pedir ayuda sin abusar. Además no aceptare de ninguna manera sirvientes, ni mucho menos esclavos —respondió San Gabriel poniéndose erguido y un poco severo, pero manteniendo sutileza en su tono para no lastimar en términos emocionales a la doncella egipcia ni ofenderla.

—¡¿Qué?! ¡¿Estás diciéndome que ahora debo hacerlo todo yo sola?! —exclamó Wadjet en absoluto impacto de la incredulidad, al escuchar aquella revelación, como si le hubieran dicho que ocurrió una terrible tragedia.

—No exactamente. Solo digo que tus necesidades u obligaciones las harás por tu propia cuenta. Pero también puedes pedir ayudar en lo que sea, siempre y cuando no abuses de ello —explicó San Gabriel, ahora estando un poco más estresado de lo que ya estaba.

—Pero... no puedes dejar que tu querida esposa haga todo sola... Y para pedir ayuda, tengo que decir "por favor", y... ¡Y no puedo hacerlo! ¡No es bueno para mi orgullo y dignidad! —decía Wadjet haciendo un berrinche y pareciendo que estaba a punto de llorar.

—¡Te dije que si necesitas ayuda solo debes pedirla! ¡Así que olvida tu tonto orgullo y acostúmbrate a decir "por favor"! —exclamó San Gabriel para después ponerse una mano en el rostro, incapaz de creer la racha de desgracias surrealistas que ha tenido hasta ahora, e incluso, de cierta forma, sintiendo un deja vu al regañar a la doncella egipcia.

Aunque de momento él no sabía a que le recordaba este momento, y de todos modos tenía otras cargas de la que ocuparse y pensar, como la que vendría a la hora de dormir.

[Esa misma noche]

—Qué... día...

Se quejó San Gabriel mientras se acostaba en su cama, desahogando su inmenso cansancio tanto mental como físico, tras haber tenido un día tan agitado y agobiante, lo cual era entendible; primero una inesperada boda, seguido de una importante segunda remodelación de su casa, para después tener que explicarle a sus compañeras célticas lo sucedido, y luego tener que explicarle a la nueva integrante sobre las normas del hogar (como que estaba prohibido tener esclavos o sirvientes).

Por suerte el rediseño de la casa se completó en su totalidad, por lo que él ya se había quitado una presión menos. Sin embargo había algo más con lo que debía lidiar, y a pocos segundos de haberse acostado en su cama, listo para una larga siesta, llegó la hora de lidiar con el nuevo problema cuando sintió que alguien más se subía a la cama.

—Aquí vamos de nuevo... —volvió a quejarse San Gabriel con más molestia, y al poco casi se queda sin aire, cuando cierta doncella egipcia aterrizó sentada encima de su vientre.

Wadjet ahora llevaba un camisón similar al de Brigit y Morrigan, con la diferencia de que era azul oscuro, un poco más corto y ajustado a su esbelto cuerpo, y tenía cierta transparencia en la zona intermedia de los pechos hasta el ombligo.

La pareja se estaba preparando para dormir, y por ello antes de "consumar el matrimonio" la doncella egipcia quiso vestir uno de sus camisones que hacía gala de su belleza femenina. Mientras que en el caso del arcángel, éste no llevaba puesto nada; en parte porque no sentía vergüenza de mostrar su forma física sin ropa, y por otro lado debido a que, de todos modos, a la hora de dormir Brigit le quemaba la ropa o Morrigan se la destrozaba.

—¡No es necesario que consumemos la Unión Eterna! ¡¿No que me considerabas un hombre salvaje?! —exclamó casi en suplica San Gabriel, sentándose con un poco de brusquedad y teniendo la vaga esperanza de no tener que satisfacer el libido alto de otra diosa.

—Pues claro que me pareces igual a esos hombres-bestia mortales que viven en cuevas y junglas. Pero sigues siendo un ángel con cuerpo físico masculino, y no voy a desaprovechar la valiosa oportunidad de tener un "contacto angelical". ¡Ji, ji, ji! —respondió Wadjet con una pequeña risa traviesa, estando ahora sentada encima de las piernas del arcángel—. Además deberías de sentirte el más afortunado del multiverso, por tener la gloriosa oportunidad de ser el primero y único en poder yacer conmigo. ¡Je, je, je!

Acto seguido la doncella egipcia comienza a acomodarse envolviendo las piernas alrededor de la cintura de su compañero angelical, y luego procede a acariciarle el pecho y los brazos fortificados; no de un modo seductor ni lujurioso, sino casi como si notara algo en él, que le llamaba la atención. Era como si Wadjet lo estuviera leyendo a través del tacto en el cuerpo, y eso, aparte de darle una ligera sorpresa a San Gabriel (ya que no se lo esperaba para nada), también le incomodó bastante.

El pasado era algo que él deseaba olvidar.

—Pese a ser un ángel mensajero, no tienes la piel delicada —halago Wadjet, con cierta fascinación en su mirada, aparte de una notable lujuria, al sentir la increíble dureza de la piel y músculos del arcángel, muy características de un peleador que lucha con sus propias manos, y no con armas como acostumbran la mayoría de los guerreros—. Puedo ver que tu cuerpo físico ha pasado por batallas y entrenamientos, que hasta para un inmortal, sería infernal. Muy curioso e irónico para un ángel que desprecia la violencia.

—Se nota que leíste mucho de mi historial —comento San Gabriel con un poco de sarcasmo, no muy sorprendido de que la doncella egipcia supiera sobre ello.

—¡Ja, ja, ja! Obvio sí. Según el registro, de tus hermanos arcángeles eres el que más trata de evitar luchar. Y aparte, en más de una ocasión, has visitado algunos templos y montañas en los territorios hinduistas y chinos. ¿Qué puede tener un mísero mundo como el de los mortales, para que un ser como tú, que ha vislumbrado mundos, galaxias y universos de belleza inimaginable, quiera visitarlo tanto? —decía Wadjet, teniendo cierta curiosidad, mientras envolvía ambos brazos alrededor del cuello del arcángel y movía un par de veces las caderas de un modo seductor.

—Dudo mucho que lo entiendas —respondió San Gabriel con un poco de lástima y total indiferencia de las acciones coquetas de la diosa egipcia, sobretodo de la situación en la que estaban ambos, tan cerca del uno y del otro—. Cada tierra y mundo tiene su propia belleza, y el poder admirarla es uno de los privilegios que yo tengo como un ser cuyo cuerpo original no tiene forma definida.

—Admirar la belleza de un paisaje... —dijo Wadjet pensando en la respuesta de su compañero angelical, para después mostrarse en absoluto encantada—. ¡Fabuloso! ¡Me alegra saber que tenemos algo en común! Aunque necesitas afinar un poco tus gustos. Pero de eso ya me encargare luego. ¡Te encantaran los ríos y paisajes de mi tierra!

—Oigan par de tortolitos ¿quieren comenzar a procrear de una maldita vez?

—¡Recuerda que no eres la única aquí Wadjet!

Dijeron Morrigan y Brigit respectivamente, con cierta molestia e impaciencia. Ambas diosas celtas se hallaban sentadas al final de la cama, cruzadas de brazos y piernas, esperando ansiosas su turno; en el caso de Brigit para tener un momento romántico con el arcángel, y en el caso de Morrigan un momento de "diversión sexual".

—No me apresuren gruñonas, quiero disfrutar de esto al máximo —contesto Wadjet volteando a mirar al par de diosas celtas, haciendo un ligero puchero disgustado. Luego ella chasquea los dedos y acto seguido su camisón comenzó a desprender llamas azules, para luego empezar a desaparecer en las mismas, dejando ver poco a poco su muy cuidado cuerpo esbelto en todo su esplendor.

"¿Por qué mis hermanos y yo tuvimos que hacerle caso a Madre y hacernos cuerpos físicos? ¡Todo era mil veces mejor cuando no lo necesitábamos!", pensaba San Gabriel con los ojos cerrados, frustrado y extrañando los viejos tiempos, cuando él y sus hermanos ángeles no tenían cuerpo físico. Sin embargo su momento para quejarse terminó, cuando Wadjet dio un pequeño salto y junto sus labios con los de él en un dulce beso, haciéndolo caer hacia atrás en la cama.

[La siguiente escena contiene fuertes elementos sexuales explícitos (son casi tan fuertes como los de Morrigan), por eso, mi hermano San Gabriel me pidió que no la describiera aquí. Disculpen. Att: San Raziel]

[A la mañana siguiente]

Después de una muy intensa noche, San Gabriel, Brigit, Morrigan y Wadjet estaban en sus respectivos lados de la habitación, con su propia ropa casual, preparándose para un nuevo día.

El pobre arcángel mensajero se encontraba parado flexionando los músculos de sus brazos, hombros y cintura, provocando que sus huesos dieran fuertes crujidos, aparte de que él denotase quejidos molestos por el dolor muscular. Y es que eso era todo lo que él sentía a través de su cuerpo físico durante el apareamiento: dolor y un constante desgaste de energía física, casi igual a estar en medio de una pelea o ejercicio físico. Aunque no podía decirse lo mismo de sus compañeras de casa.

La druida pelirroja, como todas las mañanas, se encontraba sentada en la silla frente a la mesa del lado de su habitación, mirándose al espejo mientras se cepillaba el pelo y cantaba una hermosa melodía, que reflejaba su inmensa felicidad interna. Y eso era algo inesperado para ella, puesto que antes en el fondo llegó a pensar que no volvería a tener tal felicidad, en especial con una entidad cósmica sin género. Y la mejor forma de agradecérselo a San Gabriel era dándole todo el amor que sentía, esto con la enorme fe en que por algún milagro, él pudiese desarrollar aquellos mismos sentimientos.

A la reina fantasma, al igual que el arcángel, estaba parada en su propio lado de la habitación flexionando los músculos de los brazos, hombros y caderas en un pequeño ejercicio aeróbico para mantenerse en forma (dado a que de las tres diosas ella era la más guerrera). Aparte volvía a tener los ojos azules como en su primera noche con el arcángel, y eso se debe a que, en término literal, sus ojos reflejan sus emociones internas, y los momentos íntimos con el ángel eran lo bastante placenteros como para darle una increíble dosis de felicidad, al grado de hacerla casi adicta.

Y en cuanto a la joven doncella egipcia, la felicidad que denotaba era igual de evidente que en las primeras dos diosas, puesto que tenía las mejillas sonrojadas, sonreía y tarareaba alegre frente al espejo de su mesa, a la vez que se arreglaba el cabello, se ponía los brazaletes y acomodaba su vestido en el área de los pechos. Luego dio un pequeño suspiro alegre e infantil, para después correr a paso veloz y sorprender al arcángel con un fuerte abrazo muy cariñoso, como una muestra de gratitud por la increíble descarga de emociones positivas que ella sintió en la noche anterior, durante el momento intimo entre ambos.

—¡Anoche me hiciste sentir mejor de lo que me sentí en siglos! ¡Aunque perdí mi pureza, me siento bendecida! —exclamó Wadjet con desbordante alegría juvenil, como si fuera el mejor día de su vida.

—De nada... supongo —contestó San Gabriel con un cansancio tan grande que hasta se notaba en su voz, mientras decía en su mente con gran enojo: "¡Para ti es fácil decirlo! ¡Yo me siento como si hubiese peleado con Ganesha y Hades al mismo tiempo!".

—¡En serio te lo agradezco! ¡Esta felicidad que siento es casi adictiva! ¡¿Es normal sentir esto cuando al aparearse con un ángel?! —pregunto Wadjet levantando la mirada, con un brillo feliz en sus ojos que incluso la hizo ver bastante adorable.

—Algo así. Nosotros los ángeles, al ser criaturas de energía pura, podemos transmitir energía positiva a otros seres por medio de la luz que irradia nuestro verdadero cuerpo. Y al tener cuerpo físico, obvio no podemos hacerlo así, sino de otras formas, como de modo inconsciente por medio de un simple contacto, demostraciones de nuestro poder o... el apareamiento —explicó San Gabriel como si fuera lo más normal del universo, y con cierta incomodidad en lo último. Luego prosiguió explicando.

»Y al ser yo la encarnación del Espíritu Santo, mi verdadero cuerpo posee propiedades sagradas muy cercanas a las de un verdadero dios, como mi padre y algunos dioses de los Panteones Hinduista y Chino, que desecharon los deseos viles y trascendieron al Nirvana. Por lo que mi caso es más extremo.

—¡Entonces está decidido! —exclamó Wadjet dando un paso atrás y poniendo ambas manos en la cintura de forma arrogante. Luego se gira para ver a sus compañeras célticas. —¡Escuchen plebeya pelirroja y reina siniestra! Debido a que ustedes ya pasaron bastante tiempo disfrutando de esto, ahora seré yo sola quien pase tiempo con el "chico-paloma-estrella" por lo menos... un mes entero —decreto Wadjet con tanta arrogancia que parecería la dueña del lugar.

—¡¡¡¿Queeeeeeee?!!!

Exclamaron San Gabriel, Brigit y Morrigan al mismo tiempo, quienes quedaron en completo shock al escuchar la idea de Wadjet. Entonces con la misma sincronía enfocaron su mirada en la doncella egipcia; mientras el arcángel estaba en absoluto sorprendido, el dúo de diosas célticas no estaba para nada feliz con la idea de la diosa egipcia.

—¡No es justo! —exclamó Brigit levantándose con tanta furia, que tiró la silla donde estaba sentada y caminar directo a donde estaban Wadjet y San Gabriel—. ¡Nadie sabía que tú también terminarías aquí!

—¡Ni mucho menos eres quien para decidir esas cosas! —exclamó Morrigan igual de iracunda, mientras caminaba con fuertes pasos también a donde estaba la diosa egipcia—. ¡Solo eres una pequeña y patética cría con estúpidos aires de grandeza!

—Esa no es una bonita forma de dirigirse a mí. ¿Acaso no saben quién soy yo? Soy la Protectora de los Faraones; la Diosa Egipcia del Calor. Una de las diosas que educó y crio al gran dios egipcio Horus. Y también soy la segunda hija del gran Anubis, el Dios Egipcio de la Muerte —decía Wadjet señalándose a sí misma, con el ego y orgullo digno de una poderosa emperatriz, para después mostrarse furiosa—. ¡Y ustedes dos no son más que una pastora cabeza de flama y una mezcla bizarra de Lilith y una valquiria!

—¡¡¡Malcriada insolente hija de un cabeza de perro putrefacto!!!

—¡¡¡Pequeña miserable te convertire ahora mismo en una asquerosa momia!!!

Exclamaron Brigit y Morrigan respectivamente en un nuevo nivel de furia, estando ahora ambas a tres pasos frente a WadjetActo seguido, de modo simultáneo, ambas invocaron sus armas. La druida pelirroja, con un torbellino de fuego, invoco en su mano derecha un bastón de madera tan alto como ella y adornado con flores, muy similar a los que usan los pastores. Y la reina fantasma invoco con un fuego fantasmal violeta una gran lanza púrpura, de filo dorado y alas de ave en un extremo. Pero ambas no eran las únicas con ánimos de pelear a muerte.

—¡¡¡Antorcha parlante y valquiria barata!!! —devolvió el insulto Wadjet ahora con la misma cólera, para luego también invocar en un resplandor azul su propia arma, la cual consistía en un báculo de oro casi tan grande como ella, con el ojo de Horus en la punta y en cuyo centro destellaba un pequeño fuego azul.

Entonces, en respuesta al desafío mutuo entre el par de diosas celtas y la diosa egipcia, el característico aura de fuego y energía espectral emergió de Brigit y Morrigan, mientras que Wadjet emano una feroz aura de fuego azul, tan intimidante como la del par de diosas celtas. Y como consecuencia de la veloz elevación del tremendo poder de ellas tres, el dormitorio junto al resto de la casa comenzó a sacudirse, igual a estar en medio de un terremoto de gran magnitud.

"No solo está el hecho de que me obligaron a unirme a tres diosas, ¡me condenaron a estar pegado a una mujer volcánica, una reina psicópata y una joven malcriada para toda la eternidad!", pensaba San Gabriel con ambas manos en la cabeza en total shock por la incredulidad, al punto en que comenzó a desfallecer, y entonces cayó al suelo inconsciente.

Pero el lado bueno de haber colapsado es que eso evitó que su casa fuese destruida, al menos por esta vez.

—¡¿Qué le pasó?!

—¡¿Ahora qué te sucede ángel imbécil?!

—¡¿Cariño estás bien?!

Exclamaron Wadjet, Morrigan y Brigit respectivamente al darse cuenta de que el arcángel había caído inconsciente al suelo. Por lo que anularon su aura destructiva y se acercaron para ver qué le ocurría.

Justo cuando San Gabriel pensó que podría encontrar un modo de llevarse bien con sus compañeras de casa, ahora su vida tomó un nuevo giro con otra nueva integrante en su hogar; originando una serie de problemas que solo le dieron más estrés que reflexiones.