[Un Día Después]
[Séptimo Cielo del Paraíso: Casa de San Miguel y Atenea]
Transcurrido un día luego del inusual encuentro con el arcángel mensajero, de momento todo ha sido "normal", respecto al orden en el Panteón; tanto así, que San Miguel y Atenea en cuanto llegaron al planeta que era su hogar, se tomaron todo el día para descansar. Y a la mañana siguiente al ver que continuó esa tranquilidad la pareja decidió aprovecharla para pasar un tiempo más juntos.
Como era obvio el líder de los arcángeles tuvo que remodelar su hogar para adaptarse a la cultura de su compañera de casa. Sin embargo a diferencia de los demás arcángeles a San Miguel le fue mucho más fácil, dado a que los inmortales griegos eran parte de la rama familiar de los inmortales israelitas. Por lo que el líder de los arcángeles seguía sintiéndose como en casa, e incluso no le molesto tales cambios en su hogar.
Al igual que muchas casas del Paraíso, la de San Miguel era de piedra pura tallada a mano, con la diferencia de que ésta tenía una forma definida y hasta elegante; de hecho, debido a la remodelación, la casa parecía más un gigantesco templo griego de la ciudad de Athenas, con alguna que otra estatua de soldados que parecían ser espartanos, troyanos y tracios. Incluso en el centro había una pequeña estatua de la diosa Atenea, aunque junto a una estatua de San Miguel, con éste último portando una armadura con espada y escudo incluido muy similar al de los romanos.
Según Atenea, el arcángel se veía muy bien con armadura del Territorio Griego, por lo que ella mandó a hacer una estatua de él portando ese mismo ropaje; aparte esa estatua servía para dar a entender que ambos eran iguales; ninguno estaba por encima del otro, y como compañeros de armas se tenían respeto mutuo.
Y a pesar de que la diosa griega se negaba en un principio a la unión por Sello de Paz, debido a su inmensa negativa de casarse o tan siquiera tener un romance, su relación con el líder de los arcángeles no fue del todo mala. Aunque claro comenzó con unos pequeños altibajos, sobretodo por un pequeño accidente pasado en el Panteón Griego que involucró a San Miguel.
Todo comenzó cuando San Gabriel, sin consultarlo con su padre o hermanos, visitó el Panteón donde vivía su hermana Nyx. Pero al no conocerlo del todo, terminó llegando al Olimpo. Y para evitar malentendidos entre ambas familias San Miguel, con ayuda de sus hermanos San Rafael y, en su momento, Luzbel, partieron a dicho lugar para traer de vuelta a su hermano mensajero.
Pero obvio las cosas no salieron como esperaban; para encontrar a San Gabriel sin que los olímpicos los detectasen tuvieron que separarse, y en el trayecto San Miguel, por accidente, acabó justo en uno de los baños privados del Olimpo, donde se bañaba Atenea. Y si algo es bien sabido es que cualquiera que haya visto desnuda a alguna diosa como Atenea o Artemisa, no ha vivido para contarlo.
Entonces el líder de los arcángeles tuvo que huir, siendo perseguido por una furiosa Atenea con intenciones de matarlo. Sin embargo él no fue el único que llamó la atención; en otros lugares sus demás hermanos también se metieron en problemas con distintos dioses; San Rafael evitó que Artemisa matara un ciervo para la cena, Luzbel se topó con el mismo Hades, y San Gabriel mientras huía de los guardias llegó a la recamara de Afrodita, donde después tuvo que huir de ella.
Durante la persecución los cuatro se reencontraron, y por fortuna tuvieron una oportunidad de escapar del Olimpo, cuando Zeus los desafió a una pelea, apostando que si los derrotaba, serían castigados por todo el caos que provocaron. Pero si ellos lo derrotaban, todo el Olimpo los dejaría ir sin cuestionar.
El Rey de los Dioses Griegos estaba tan confiado en que vencería a los cuatro ángeles, que a la mañana siguiente se despertó creyendo que aquella batalla fue una horrible pesadilla. A pesar de que todavía tenía algunas heridas sin regenerar de la brutal paliza y humillación que le dieron los cuatro ángeles, Zeus seguía sin creerlo. Ni siquiera recordaba cuál fue el golpe final que lo mandó directo a los brazos de Morfeo —sin ser literal—, y sólo se enteró por parte de su esposa al poco después de despertar; quien lo remató fue Luzbel con un sólido puñetazo que le hundió el rostro de tal forma, que si Zeus no fuese inmortal ya estaría muerto.
Ese fue el día en que inició el conflicto entre ambos Panteones, junto con la curiosa y difícil relación entre San Miguel y Atenea. No obstante contra todo pronóstico, ambos lograron resolver sus problemas y llevarse muy bien; en parte se debía a la increíble similitud entre ambos, tales como el talento guerrero, la aptitud de líder nato, la sabiduría, el enorme sentido de responsabilidad y de justicia, junto con un gran espíritu guerrero. Por lo que existía una increíble conexión entre ambos.
Para Atenea, San Miguel era un increíble y honorable guerrero que se ganó su admiración, y tiempo más tarde, su corazón. Pero a diferencia de las demás parejas diosas de los otros arcángeles, la diosa griega sabía muy bien que su marido angelical jamás sentiría ese tipo de amor hacia ella: solo la vería como una compañera de armas, una mujer de la familia y una amiga muy especial. Y por ello, ambos seguían teniendo una relación amistosa y respetuosa.
No obstante eso no significaba que no hayan consumado el matrimonio, ni que tampoco tuvieran algún que otro momento íntimo, sobretodo antes de dormir; porque en realidad lo han hecho y seguían teniéndolo. Atenea no iba a dejar de quererlo de esa forma, y como tal no reprimiría sus sentimientos, sino que se los demostraría; ella se lo dejó en claro a la mañana siguiente de haber consumado el matrimonio cuando le dijo: "soy una guerrera, pero también soy una mujer".
Pero a diferencia de muchas parejas comunes, tenían otras formas de intimidad; un ejemplo de ello, justo ahora lo tenían: como muchas mañanas, se encontraban en un patio en las afueras de su casa, muy similar a un campo de lucha de Grecia, rodeado de muros de piedra con dos puertas de madera en ambos extremos: allí ambos tenían una lucha de entrenamiento intensa.
San Miguel y Atenea portaban cada uno su respectiva armadura, junto con una lanza y un escudo, puesto que era el arma principal de ambos, y como tal eran extraordinarios lanceros. A pesar de que el campo temblaba por los feroces vendavales que provocaban los choques entre las lanzas y los escudos de ambos, no se derrumbaba nada; la arena era bastante amplia y estaba bien fortificada para resistir el choque de poder entre la pareja inmortal, por lo que para causar una gran destrucción alguno de los dos tendría que pelear en serio.
A simple vista se veía que estaban parejos; Atenea atacaba con feroces embestidas con su lanza, e incluso usaba su escudo para atacar. No obstante San Miguel también se defendía con gran eficacia, e inclusive usaba su escudo para contraatacar las embestidas de la diosa griega. Cualquiera pensaría que ambos eran una pareja de espartano y amazona. Sin embargo eso era solo una sesión de entrenamiento, puesto que San Miguel era por lejos superior a Atenea en cuanto a fuerza física y poder mágico, mientras que en habilidad con las armas estaban igualados en su totalidad.
Pero en ese día alguien no estaba concentrado.
—Miguel, ¿Qué te ocurre? —pregunto Atenea, teniendo su escudo enfrente y la lanza en posición de ataque, una postura muy similar a la de los guerreros espartanos.
—Nada —contestó San Miguel a secas, estando en la misma postura de batalla que la diosa griega.
—En una lucha las emociones salen a flote Miguel, y desde que empezamos el entrenamiento he notado cierta... molestia en ti.
—Estoy bien Atenea.
Dicho eso, el arcángel avanzó para atacar, chocando su escudo con el de la diosa griega, y ésta logró empujarlo con más fuerza, logrando hacer a un lado el escudo y dejándolo vulnerable a un contraataque, lo cual ella demostró al detener su propia lanza a pocos centímetros del cuello de él.
—Te he ganado con facilidad. Es obvio que algo te ocurre —dijo Atenea con un semblante serio, y el arcángel solo pudo suspirar derrotado.
—Je, je. A veces me asusta lo bien que me conoces, Atenea —respondió San Miguel con una sonrisa sarcástica, para después extender sus alas y alejarse a tres pasos lejos de la diosa griega—. Solo estoy preocupado del nuevo problema que traerá las locuras de mi hermano Gabriel.
—Te preocupas demasiado Miguel. Y más que los problemas que traerá, deberías preocuparte un poco más por él.
—Puedes llamarme paranoico, pero tengo razones para creer que vendrá una nueva calamidad; si ya conoces la historia familiar, deberías de entenderlo también. Y respecto a él, no estoy tan preocupado por lo que pueda pasarle, porque no dudo de su fuerza. Muchos cometen la idiotez de subestimarlo, como tu padre, y te recomiendo que no hagas lo mismo.
—Lo entiendo. Y tampoco dudo en que sea fuerte. Sin embargo me preocupa su estabilidad emocional. Un guerrero podrá ser fuerte en cuerpo, pero lo importante es la mente —Atenea se posiciona para seguir luchando.
—Si estas interesada en ser su psicóloga le vendría bien. A estas alturas hasta nuestro mejor experto en psicología, el hermano Raziel, necesita un psicólogo.
Atenea responde a eso con una pequeña risa. Luego ambos avanzan contra el otro para continuar la lucha de entrenamiento; la pareja choca con sus escudos y contraatacan usando su respectiva lanza. Y del mismo modo reaccionan chocando sus lanzas y bloqueando ataques con sus respectivos escudos, al mismo tiempo en que continuaban su conversación.
—Y ahora que hablamos de ello, ¿has sabido alguna noticia de Gabriel? —pregunto Atenea, desviando con su escudo un golpe de la lanza del arcángel, para después contraatacar con la suya.
—No —respondió San Miguel bloqueando con su escudo el contraataque de la diosa griega, y luego vuelve alejarse cinco pasos—. Esta mañana Raziel me envió un mensaje, diciendo que ese joven inmaduro todavía no ha regresado. Parece que lo de su "viaje de autorreflexión" no eran ideas absurdas de un momento, sino que lo decía en serio. Aunque para ser honestos, no me sorprende.
San Miguel mira el cielo despejado con una creciente frustración, recordando los terribles problemas que conllevaron los errores de su hermano menor, quien dejándose llevar por las emociones y su corazón puro, actuó sin pensar en las consecuencias. A veces las buenas acciones, también causan terribles males.
—Él siempre fue así —decía San Miguel denotando molestia en su tono—. Cuando se le agota la paciencia o no soporta algo, actúa siguiendo sus emociones, sin pensar mucho en las consecuencias de sus acciones. Es casi como nuestro Padre en su juventud. Y a pesar de que ha sufrido mucho por sus decisiones impulsivas y se ha vuelto más responsable, ¡sigue sin aprender!
—No deberías ser tan duro con tu hermano —dijo Atenea, dejando de estar en posición de lucha para pararse firme y poner la punta sin filo de la lanza en el suelo—. Entiendo lo que es tener hermanos inmaduros, que les cuesta aprender de sus errores. Pero te digo por experiencia que debes ser un poco paciente, y entender su situación.
—Créeme que trato de hacerlo. Pero desde la caída de Lucifer y los Grigory, ya no puedo tolerar más irresponsabilidades por parte de mis otros hermanos —San Miguel dirige la mirada al suelo, ahora con un semblante melancólico—. No puedo permitir que nuestra familia siga sufriendo; todos nosotros se lo prometimos a nuestro Padre y... a nuestra Madre.
Con la última mención, el ambiente gano un repentino aire deprimente; Atenea conocía bien las circunstancias injustas que llevaron a su tatarabuela y madre de San Miguel, la Primordial Griega del Caos, a tener que sacrificarse para protegerlos a ellos. Y también sabía cuánto le afectó al Primordial Israelita de la Creación y a los hijos de éste su pérdida; la muerte de una amada esposa y una querida madre, era algo que no se superaba con facilidad, ni menos cuando se trataba de inmortales. Atenea no podía imaginar todo el dolor que tuvieron que pasar, ni la enorme carga que el resto de la familia soportaba.
Desde que San Miguel habló de sus padres, solo se quedo mirando el suelo en silencio, luchando para no recordar aquellos terribles días; los tiempos de dolor que ha tenido que soportar su padre y hermanos, tras perder a su madre. Pero fue salvado de no revivir tal terrible dolor gracias a Atenea, quien había desaparecido la lanza y el escudo en un pequeño resplandor, para acercarse a él y captar su atención.
—¿Qué te parece sí... regresamos a dentro de la casa? —propuso Atenea mostrando una hermosa sonrisa que reflejaba una increíble amabilidad, capaz de levantarle el ánimo al arcángel—. Ya hemos entrenado bastante, y nos vendría bien un baño.
—De acuerdo —respondió San Miguel, recuperando algo de ánimo y demostrándolo con una pequeña risa, mientras también desaparecía su propia lanza y escudo en un fugaz resplandor—. Preparare el manantial para que te bañes primero.
—No hace falta. Nos bañaremos juntos —contestó Atenea cruzándose de brazos de un modo autoritario y mostrando una sonrisa alegre—. Así ahorraremos tiempo y agua.
—Supuse que dirías algo así —dijo San Miguel bajando la cabeza con los ojos cerrados bastante apenado.
Atenea soltó una pequeña risa, divertida por la reacción de su marido arcángel, e iba a decir algo más, pero fue interrumpida por un inesperado sonido; el de una puerta siendo golpeada por la onda expansiva de una explosión. Y no hubo necesidad de investigar aquello, porque San Miguel y Atenea, en sincronía, extendieron su respectivo brazo derecho e izquierdo hacia dónde provino el sonido, y con un simple puñetazo ambos destrozaron una de las dos puertas de la arena, que fue mandada a volar directo hacia ellos por una fuerza desconocida.
Al principio se molestaron, y sin pensarlo dos veces se dispusieron a encarar al individuo que se atrevió a venir de forma tan agresiva a su hogar; en tan solo una milésima de segundo la furia se convirtió en indescriptible sorpresa, cuando la pareja vio que en la entrada de la que salió volando la puerta estaban nada más ni menos que Brigit, Morrigan y Wadjet, quienes no lucían para nada felices.
"Ay no", pensaron San Miguel y Atenea al mismo tiempo, molestos e incómodos por los problemas que vendrán ahora.
—¡¡¡¿A dónde demonios fue San Gabriel?!!! —exclamaron Brigit, Morrigan y Wadjet a la vez con la furia de mil tormentas.
[Galaxia Vía Láctea: Planeta Marte]
Mientras tanto en el silencioso y vacío espacio, en el planeta rojo que siglos más tarde sería bautizado como marte, se podía apreciar un signo de vida descansando sentado en una roca en medio de una colina rocosa, contemplando el atardecer del planeta rojo. El ser no era otro que el arcángel San Gabriel, reflexionando sobre su existencia en la soledad del planeta marciano.
El silencio en el ambiente ofrecía una paz sin igual, que para algunos podría resultar aterradora, y para otros sería perfecto para hallar la armonía consigo mismo en unas horas. Pero en el caso del arcángel, quizás se necesitaría mucho más que eso; ya que, tras un día en tiempo del Panteón Israelita, él seguía sin encontrar su propia paz interior.
Aunque el arcángel mensajero pasó un largo tiempo en aquel desolado planeta, sumiéndose en profundas reflexiones y pensamientos, además de disfrutar de la agradable paz y soledad que no ha vuelto a tener en más de un mes, de todos modos no podía hallar la verdadera paz absoluta. Quizás el visitar a su Padre en busca de consejos habría funcionado más. Pero el Primordial Israelita aun no volvía de su retiro solitario; al igual que el arcángel mensajero, prefería pasar los tiempos deprimentes en soledad.
Y no había tristeza mayor, que recordar en tiempos deprimentes aquellos días tan felices, en los que YHWH solía reír y bailar junto a su amada pareja; aquella ser temida por los demás como la misma oscuridad, pero querida por él como la hermosa luz que le daba una razón para existir.
Cuando YHWH estaba así nadie, ni siquiera sus hijos más cercanos, podían animarlo, ni él podía ayudarlos, de modo que el buscarlo ahora para pedir sus consejos sería inútil. Aparte San Gabriel no tenía en mente un buen consejero que estuviese disponible. Por lo tanto él no veía otra opción más que intentar encontrar el orden por sí mismo. Pero al parecer la existencia estaba en su contra, porque ni siquiera en ese planeta inhóspito podía estar alejado de alguna señal de vida, ya que escuchó el característico sonido de unos pies aterrizando en la arena.
De inmediato, con un extremo escalofrío en la espalda a causa del intenso terror, San Gabriel se giró esperando no ver al trío de diosas; el alivio que sintió fue increíble al ver que no eran ellas, pero igual le invadió una enorme sorpresa al ver quién había llegado al planeta rojo.
La persona era un hombre adulto de origen griego, que parecía rondar por los 28 o 30 años; de piel bronceada, complexión robusta y estatura alta, con una mandíbula cuadrada. Sus ojos eran naranjas en su totalidad, y destellaban como el mismo fuego. Y en vez de cabello tenía una especie de melena llameante, que hacía parecer que su cabeza era una antorcha.
Respecto a su vestimenta, tal como se suponía era de origen griego puro; consistía en una armadura gris con hombreras, brazaletes dorados y correa doradas, teniendo ésta última grabado el símbolo del sol. Además traía una corona de oro con puntas filosas, semejantes a los rayos solares. Y como detalle final traía una capa roja sujetada en su hombro derecho, por medio de un medallón con el mismo grabado del sol.
Era el Dios Griego del Sol, también alabado en Roma como Sol Invictus, Helios.
—¡Wow! No sabía que este lugar secreto no era tan secreto —comentó Helios, agrandando los ojos de la sorpresa al ver a otro en ese planeta, sobretodo alguien de su familia.
—¡¿Qué?! ¡¿Acaso ya habías venido aquí?! —preguntó San Gabriel igual de impactado.
—Sí, un par de veces ¡Je, je, je! —respondió Helios jovial y rascándose la nuca—. Este planeta es un buen sitio para relajarse, después de un duro día de ser el mirón más grande de Grecia.
—¡Arrghh no puedo creerlo! ¡Vine a este lugar creyendo que no vendría nadie para así despejar mi mente y resulta que no es tan secreto! —exclamó San Gabriel poniendo ambas manos en su rostro, incapaz de creer la tan pésima suerte que tenía.
—¿Despejar la mente? —Helios se sorprende y confunde más al escuchar eso—. ¿Qué te ocurre tío lejano? Escuche de Atenea que por motivos políticos tuvieron que unirte a tres diosas. Deberías estar viviendo la gran vida, en vez de estar aquí desahogando penas y angustias como un niño castigado.
—Créeme sobrino lejano. Ser unido a tres diosas, es la peor cosa que te puede ocurrir en la existencia...