[Presente]
—Lo siguiente ya lo debes de conocer —decía Israel, terminando de comerse la última uva de un racimo de su lado de la mesa.
—Obvio sí —respondió Naamah casi entre risas y recostada en su silla, mientras se limpiaba los dientes con sus uñas—. Mi padre hizo otra de sus visitas secretas al Mundo Mortal. Luego de camino al Infierno fue sorprendido por mis tíos arcángeles. Después tuvo una batalla con tu padre y los tíos Miguel y Rafael, en la que terminó perdiendo por una estrategia de tu padre, y fue sellado y encarcelado en el Noveno Círculo del Infierno dentro de un coloso artificial.
—Supongo que él te contó sobre ese acontecimiento —dijo Israel para nada sorprendido de que su prima supiera esa parte de la historia.
—Claro que sí. ¡Je, je, je! Papá nunca deja de quejarse y maldecirse a sí mismo por confiarse y dejarse llevar por el orgullo durante esa pelea. Y no deja de soñar con vengarse de tu padre por ser el principal responsable de que ahora esté prisionero. Aunque como dije, la culpa fue suya por confiarse demasiado. Además, si lo ves bien, no tenía oportunidad; debido a la habilidad especial del tío Gabriel, papá estaba bastante limitado al no poder usar las técnicas de los tíos titanes y la abuela Khaos, sumado a que en combates mano a mano, el tío Gabriel es el más fuerte del Paraíso.
—Exacto. Aunque en realidad, entre nosotros, quien planeó la mayor parte de todo eso, fue en realidad el tío Raziel. Mi padre solo improviso e ideó su propia estrategia para retener al tío Lucifer lo bastante, como para que se completara el Sello Sagrado. El tío Miguel dijo que todo fue plan de mi padre, solo para hacer enojar al tío Lucifer.
Con esa revelación Naamah cayó de espalda al suelo, producto del intenso ataque de risa que le provocó al saber esa verdad, que ella encontró de lo más divertido. Estaba tan descontrolada por las carcajadas, que ni se molestó en levantarse y volver a sentarse, sino en seguir riendo. Mientras su primo angelical no pudo evitar también reír un poco, en parte por la risa contagiosa de su prima demoníaca.
Israel ya la había escuchado reír así en más de una ocasión, y jamás se cansaría de escuchar esa adorable risa, que reflejaba el lado inocente de la diablesa, el cual era retenido en su interior por el desbordante orgullo, sumado con su naturaleza demoníaca. Por ello, para el ángel pelirrojo, el escuchar esa adorable risa hizo que valiera toda la pena y vergüenza que él sentía al contar esa historia familiar.
De hecho, sin que ambos lo notaran o le tomasen importancia, ya habían pasado algunas horas desde que Israel comenzó a relatar la historia de su padre a Naamah. La mesa ahora tenía montañas de platos vacíos, luego de que ambos saciaran su apetito, mientras el ángel relajaba el ambiente con aquel relato familiar del pasado, que para la diablesa era imperdible.
Y justo ahora que habían terminado de comer, no pararon el relato para limpiar la mesa, puesto que estaban en absoluto sumergidos en la historia; sobretodo la diablesa, quien ya perdió la cuenta de la cantidad de veces que soltó alguna que otra carcajada por un suceso del mismo relato. Ni siquiera notaron que afuera el sol había descendido bastante y faltaban pocas horas para que anocheciera.
—¡Ja, ja, ja! ¡Eso lo explica todo! ¡Y funcionó muy bien! ¡Je, je, je! —decía Naamah entre carcajadas, mientras se levantaba con un poco de esfuerzo y acomodaba la silla para volver a sentarse.
—¡Je, je, je! Lo sé. Y lo que viene te hará reír más, porque falta la tercera diosa con la que tuvieron que unir a mi padre —dijo Israel igual de divertido que su prima, y ya no sintiendo tanta pena de contar la historia.
—¡Entonces empieza ya! —contestó Naamah aun divertida, además de impaciente y emocionada, estando otra vez sentada en su silla frente a la mesa, lista para seguir escuchando la historia que tantas carcajadas le ha dado.
[Siglos Atrás. Séptimo Cielo del Paraíso: Casa de San Gabriel, Brigit y Morrigan]
De vuelta al pasado, muchos cambios y sucesos han acontecido tras la unión del arcángel con el par de diosas. Respecto a sucesos siguieron las bodas de los últimos tres arcángeles faltantes, siendo San Uriel quien se casó con la Diosa Japonesa del Sol, Amaterasu. Luego vino la boda entre San Raziel y la Diosa Babilónica del Amor, Ishtar. Y por último San Remiel terminó casándose con la Diosa Polinesia de los Volcanes, Pele.
Y en el caso de los cambios, empezando por el dormitorio de la casa de San Gabriel; ahora era muy diferente a como era antes: mientras que al fondo donde se hallaba la cama era de color blanco, y se encontraba el guardarropa junto con una mesilla y una silla, el frente era algo distinto.
El lado izquierdo era ladrillos de un gris oscuro, adornado con algunos escudos de origen escocés e iluminado con una antorcha, cuya forma era parecida a la de un cráneo humano. Había un ropero medieval de madera y hierro oscuro, detallado en los bordes con forma de la cabeza de un cuervo. Y al lado se encontraba una silla de madera, junto con una mesa cuadrada en la que habían diferentes libros antiguos de origen céltico, cuatro pequeños cuadros y una caja de hierro con la estatuilla de un cuervo hecho de dicho material encima de la tapa.
Y en cuanto al lado derecho, era madera elegante y limpia en su totalidad, además de que estaba adornado con algunas guirnaldas de flores, y era iluminado por unas velas que colgaban en tazas sujetadas por un palo de madera, lejos de las guirnaldas para que no se quemaran. Había un elegante ropero de madera medieval al lado de una mesa pequeña cuadrada, junto a una silla redonda; ambas hechas de madera clara, y todo igualmente adornado con hermosas flores; aparte en la mesa se encontraban algunas esculturas de arcilla de diferentes animales.
Debido a lo enorme que era el dormitorio, y para evitar problemas con el gusto de las nuevas integrantes en el hogar, se decidió dividir la habitación en partes —como otras habitaciones de la casa—, donde cada una lo decoraría como le apeteciera; siendo el lado derecho inferior el de Brigit, el lado izquierdo inferior el de Morrigan, y ambos lados superiores del arcángel, dado a que el dormitorio era de él en un inicio.
Pero aparte del dormitorio, las demás habitaciones también sufrieron cambios drásticos. El jardín tuvo que ser remodelado para albergar tres espacios, que los tres huéspedes del hogar podían decorar como quisieran. La sala de armas, una vez casi vacía, ahora se encontraba casi llena. La biblioteca tuvo que agrandarse para recibir la montaña de libros tanto de Morrigan como de Brigit. Y por último otros rincones y zonas de la casa recibieron alguna que otra decoración céltica.
Sin embargo no solo era el interior; el exterior también fue remodelado al gusto de ambas diosas. Como resultado todos estos cambios convirtieron lo que con anterioridad fue una simple casa enorme construida a partir de una gigantesca roca, en una estructura un poco semejante a un castillo irlandés de los inicios de la época medieval. No obstante, aunque los cambios podrían tomarse agradables para muchos, no se podía decir lo mismo para el arcángel, quién no los consideraba reconfortante para nada.
Pero él no podía objetar contra sus "compañeras de casa", ni mucho menos tenía el coraje de ello; ese era uno de sus mayores defectos: ser demasiado compasivo.
A pesar de todo San Gabriel se esforzaba en acostumbrarse a los nuevos cambios, y tratar de seguir con su rutina diaria, como justo ahora lo estaba haciendo: se encontraba sentado en la silla de su lado del dormitorio, leyendo algunas cartas. Llevaba puesto como ropa casual solo el mismo pantalón holgado, puesto que, al igual que sus hermanos, solo usaba la armadura fuera de casa (excepto cuando tenía un entrenamiento especial en el hogar), del mismo modo en que solo tenía las alas al descubierto cuando necesitaba volar o se encontraba en campo abierto por ejemplo.
Pero era obvio que no estaba solo; Brigit se encontraba sentada en la silla de su lado del dormitorio cepillándose el pelo, a la vez que cantaba una hermosa melodía que sin duda la haría parecer una de las sirenas del Territorio Griego, y que para el arcángel era una melodía celestial. En cuanto a Morrigan, no hacía más que estar sentada en la silla de su lado de la habitación, leyendo un libro de portada marrón cuyo título era Cath Maige Tuireadh; era un libro sobre leyendas e historias épicas acerca de su tierra.
Al igual que el arcángel, ambas diosas traían ropas casuales, aunque el de Brigit era un vestido rojo adornado con flores primaverales, y el vestido de Morrigan era negro con tonalidades violetas y tenía un gran escote.
—La canción que cantas ahora es hermosa Brigit —halago San Gabriel fascinado y encantado con el cantar de la diosa pelirroja—. Todos tus cantos son hermosos, pero este sin duda es el mejor. Deberías cantarlo más seguido.
—Gracias —agradeció Brigit sonrojándose un poco por el cumplido, e incapaz de ver al arcángel por la enorme vergüenza que comenzó a sentir—. Solía cantarla todas las mañanas y noches. Pero eso fue antes de...
La preocupación comienza a surgir en el arcángel, cuando noto que el semblante y aura de Brigit decayó un poco antes de terminar de hablar, al mismo en que guardo un repentino silencio, como si hubiera recordado algo desagradable, o muy triste para ella.
—Disculpa si te ofendí o te moleste... —decía San Gabriel sintiéndose muy mal al creer que la incomodo o le bajó el ánimo, pero ella lo interrumpió.
—¡No, no, no es eso! ¡Descuida! —decía Brigit avergonzándose casi de un modo exagerado al ver que el arcángel se disculpaba—. ¡No me ofendiste ni me molestaste! Es solo que... bueno...
—Lo que sucede, es que la última vez que la cantó, fue en el funeral de su hijastro Ruadan —dijo Morrigan todavía mirando el libro, dejando sorprendido a San Gabriel por la revelación y molestando a Brigit por recordarle ese suceso.
—¡¿Por qué tuviste que decir eso?! —exclamó Brigit enfureciendose y emanando humo de su cuerpo, como si fuera una dinamita a punto de explotar, lo cual aumentó la preocupación del arcángel mensajero.
—Por favor Brigit, no puedes pasar la eternidad lamentándote por la muerte de Ruadan —reprochaba Morrigan de un modo frío e insensible en su tono, mientras seguía leyendo—. Por más madrastra que fueras, no eras su madre, y eso jugaba un punto a favor para Bres. Y aunque hubieras sido su madre, la decisión de cuál tribu seguir seguiría siendo de Ruadan. Su muerte fue en parte culpa suya, por tomar esa decisión. Y en parte culpa de Bres por declarar la guerra, e incitarlo a formar parte de ella. Mientras que tú no tienes culpa de nada, pues hiciste lo que pudiste, aunque fue en vano.
Aquellas palabras tan frías y duras como una piedra en el Territorio Nórdico, más que ayudar lo que hicieron fue empeorar la furia volcánica de Brigit. Y ésta, cansada de escucharla, empezó a avanzar directo hacia Morrigan, mientras seguía emanando humo, chirriaba los dientes entre gruñidos y apretaba los puños.
No obstante su camino fue detenido por San Gabriel, quien se paró frente a ella y la sostuvo de los hombros para detenerla y hacer que lo mirara a él, a pesar del miedo total que sentía hacia ella, pues ahora el arcángel mensajero, tras un tiempo viviendo con Brigit, conocía de sobra su carácter volcánico, el cual contrastaba con su parte gentil y amorosa. Más no vaciló y se mantuvo firme ante ella para ayudarla.
—Escucha sé que lo que dijo Morrigan está mal. Pero en parte tiene razón —dijo San Gabriel tratando de razonar, aunque se le notaba el miedo en su mirada y tono de voz.
—¡¡¡¿Qué cosa?!!! —grito Brigit escalando a un nuevo y desconocido nivel de furia, que hizo encender un fuego celeste aterrador en sus ojos, y el humo en su cuerpo fue reemplazado al instante por una feroz aura de fuego rojiza, que si el arcángel fuese un mortal, sin duda ahora estaría reducido a cenizas por el simple contacto.
—¡Me refiero a que tiene razón en que no es tu culpa! ¡Entiendo que debiste querer a Ruadan como a un hijo de sangre y es razonable que aún sufras por su pérdida! ¡Pero no puedes culparte por su muerte porque no es tu culpa! ¡Y tal vez él no hubiera querido que te estés culpando por las decisiones que él tomó! —dialogaba San Gabriel, sintiendo que moriría de un infarto (si fuera mortal) por el terror que le producía ver a Brigit en ese estado.
Sin embargo el terrible miedo del arcángel mensajero fue siendo reemplazado por un indescriptible alivio, al ver que sus palabras tenían su efecto, porque el fuego que rodeaba a Brigit empezó a disminuir, hasta apagarse. Luego la expresión de ella pasó de reflejar furia extrema a una profunda tristeza, al grado de que en sus ojos comenzaran a brotar lágrimas.
—Pero... no puedo evitar pensar que... pude haber hecho algo... —decía Brigit bajando la mirada, igual que las lágrimas por sus mejillas sonrojadas.
—Lo entiendo, créeme —respondió San Gabriel ahora con una mirada triste, muy similar a la de Brigit.
El arcángel no podía evitar sentirse un poco identificado con la druida pelirroja, porque él también pasa por algo similar, y aún no lo ha superado del todo. Y aparte, de cierta forma, San Gabriel tampoco pudo evitar ver un poco de su madre, Khaos, reflejada en Brigit; incluso ambas tenían un temperamento muy similar.
—Es cierto que todos cometemos errores; yo incluso he cometido varios. Pero tú no cometiste ningún error —dijo San Gabriel, denotando una increíble comprensión y amabilidad, que solo muy pocos pueden llegar a tener—. Simplemente, tal como dijo Morrigan: al igual que toda madre hiciste todo lo que pudiste, y la decisión definitiva debía tomarla Ruadan, a pesar de que no era la correcta. Su muerte no es tu culpa, y ya deberías empezar a aceptarlo, para seguir adelante en honor a él. Y cuando... tengas hijos propios, podrás guiarlos a un mejor futuro, porque serás una gran madre, como lo fuiste para Ruadan.
Con esas palabras, Brigit solo podía mirarlo sin saber cómo responder; todo lo que pudo hacer fue liberar su dolor a través de las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Entonces, como una reacción instintiva para buscar algo de consuelo, ella abrazó al arcángel mensajero con desespero, y rompió a llorar en su pecho, mientras él devolvía el abrazo para consolarla; aunque luego la diosa pelirroja comenzó a aumentar la fuerza en el abrazo, demasiado.
—¡Está bien, está bien pero no aprietes tan fuerte! —pidió San Gabriel casi faltándole el aire y sintiendo que sus órganos internos eran aplastados.
—¡Lo siento! —se disculpó Brigit mientras lo soltaba, bastante avergonzada y todavía llorando.
—¡Uff, uff! No hay problema —dijo San Gabriel tomando un gran respiro al inicio para recuperar el aliento, aunque no se siente mejor al ver que Brigit seguía llorando—. Y por favor no llores más; me pone mal verte así. Sonríe, que siempre voy estar aquí cuando lo necesites.
Como un acto de compasión el arcángel, con suma delicadeza, usó las manos para secarle las lágrimas a Brigit, y ella en respuesta a su increíble amabilidad incondicional, tomo sus manos con igual delicadeza, para después enseñarle esa hermosa sonrisa inocente y pura que la caracterizaba a ella, sólo que esta vez, aparte de una inmensa felicidad, transmitía algo nuevo; un sentimiento único, que además de tornar sus mejillas de un tono casi tan rojo como su cabello, hacía que su corazón diese mil latidos por segundo.
Era un sentimiento especial, que la diosa pelirroja ya había sentido antes con su anterior marido, y justo ahora lo volvía a sentir con su nuevo compañero. Pero esta vez, aquel sentimiento crecía con más fuerza, a medida que ella pasaba el tiempo mirando aquel par de ojos naranjas, que transmitían la bondad de un verdadero santo.
Sin embargo, para su absoluto disgusto, tuvo que dejar de mirar aquellos maravillosos ojos naranjas, cuando el arcángel se giró para ver a cierta reina fantasma, quien todavía se encontraba leyendo, ahora haciendo una mueca de asco puro; como si le produjera vómito la felicidad y dramatismo de la escena entre el arcángel peliplateado y la druida pelirroja.
—Me alegra que intentaras ayudar a Brigit. ¿Pero podrías ser más sensible y amable? ¿Aunque sea un poco? —dijo San Gabriel poniendo ambas manos en la cintura, bastante molesto por el modo tan frío en que la reina fantasma aconsejo a su compañera pelirroja.
—"Sensibilidad" y "amabilidad" ni siquiera están en mi diccionario angelito —respondió Morrigan arqueando una ceja y mostrando su típica sonrisa cínica, mientras bajaba el libro que leía para dirigirle una mirada picara al arcángel.
—Tantos libros que lees, ¿Y no conoces siquiera dos palabras?
—Leo porque me gusta leer, no porque quiera conocer nuevas palabras, sobretodo aburridas que le quitan lo divertido a la vida —Morrigan vuelve a centrarse en su lectura, dejando aún más estupefacto al arcángel con la respuesta.
—¿Quién te entiende realmente? —comentó San Gabriel con sarcasmo e incapaz de comprender a la diosa cuervo.
—Básicamente nadie. Por eso prefiero la compañía de cuervos y muertos que de gente viva.
—¿Y qué hay de tu familia y adoradores?
—Mis subordinados hechiceros y brujas, aunque me adoran, también me tienen miedo, y muchos son fanáticos locos que apenas soporto. En cuanto a mis hermanas, viven en su "pequeño mundo de fantasía". Y mi madre... era la típica mamá que te quiere pese a tus defectos y bla, bla bla.
"¿Qué tipo de infancia debió tener para que sea así? Mejor no quiero saberlo", pensaba San Gabriel estupefacto y con la mente cansada después de tal conversación con su compañera diosa gótica y siniestra.
—Pero... —proseguía Morrigan, captando una vez más la atención de San Gabriel— aunque mis hermanas sean un dolor de cabeza, la comida que preparan es mejor que la de mis sirvientes no-muertos. También hay que reconocer que a veces se les ocurre una buena broma. En cuanto a madre, aunque su sermoneo y melosidad eran insoportables, tenía buen gusto por las armas.
Pese a que lo decía de una forma divertida y orgullosa, San Gabriel noto que ella apartó la mirada lejos de la vista de él, cuando comenzó a hablar de su madre; como si no quisiera que le viesen los ojos, los cuales siempre transmiten los verdaderos sentimientos, sin importar cuanto finja o mienta una persona.
Fue entonces que el arcángel hecho un breve vistazo a cuatro pequeños cuadros en la mesa de la reina fantasma, en las que tenían retratos de tres chicas y una mujer adulta, las cuales tenían cierta similitud con Morrigan, pero con diferencias evidentes que las distinguían.
Las tres chicas aparentaban tener casi la misma edad (entre 17 y 19 años). Pero la primera era la que más se parecía a Morrigan, con la diferencia de que tenía el cabello mucho más largo, y parecía ser de estatura más baja, además de llevar puesto un vestido rojo muy llamativo. En cuanto a la segunda, tenía el cabello recogido en una trenza adornada con flores que le llegaba hasta debajo de los hombros, aparte de vestir de verde. Y la última, aunque tenía el cabello corto como Morrigan, su piel era menos pálida, sus ojos eran azules y como ropa traía puesto un vestido blanco.
Eran Fodla, Eriu y Banba, las hermanas menores de Morrigan.
En cuanto a la mujer adulta, tenía el cabello mucho más espeso, además de ser de un negro menos oscuro. Sus ojos eran azules y llevaba un vestido violeta con mangas semitransparentes, y adornos dorados incorporados en los bordes, cuyas formas eran las del símbolo celta triqueta.
Era la Diosa Celta Oscura Ernmas, la madre de Morrigan, Fodla, Eriu y Banba.
"Ahora que recuerdo, Ernmas murió en la primera batalla de Moytura. Y ahora, en ausencia de una madre, Morrigan que es la mayor, es la única que protege a sus pequeñas hermanas", pensaba San Gabriel ahora sintiendo bastante pena y comprensión hacia la reina fantasma, y continúa su reflexión mental: "Aunque sea reservada y difícil de comprender, además de sádica, puedo ver que ella se preocupa mucho por sus hermanas; lo demostró en nuestra boda, con su intenso odio hacia mi hermano Lucifer por haber jugado con los sentimientos de Banba. Tal como dijo el hermano Raziel, ella y yo somos polos opuestos. Sin embargo también tenemos cosas en común".
Al igual que con Brigit, San Gabriel se sintió identificado en algunos aspectos con Morrigan; aparte de los puntos que los volvían contrarios uno del otro, ambos eran distantes y cerrados, además de que también habían perdido a sus respectivas madres, y en honor a ellas tratan de proteger al resto de la familia.
Era irónico que él llegó a comprender y hasta entender a ambas diosas celtas. Pero antes de continuar con esta reflexión, el arcángel fue devuelto a la realidad tras recibir un cariñoso abrazo de Brigit desde atrás.
—Creo que no es necesario otro abrazo —dijo San Gabriel mirando detrás de sí, y sintiendo un poco de pena.
—Esto es una pequeña parte de mi agradecimiento por ayudarme —dijo Brigit con una felicidad juvenil restaurada, que el arcángel no pudo rechazar—. ¡Esta noche te daré todo mi agradecimiento especial!
—No hace falta que me des ese tipo de "agradecimiento" —respondió San Gabriel ahora con mucha más pena, ya que entendió la indirecta sobre ese "agradecimiento especial".
—Bueno, ahora que has sabido un poco más de nosotras en lo personal, es tu turno de decir algo personal para emparejar las cosas. ¿Has hecho algo además de solo enviar mensajes? ¿No has pensado en hacer algo más? —pregunto Morrigan de un modo casual y sarcástico, como si quisiera apartar la melosidad en el ambiente.
—Haaa. Bueno, si, en tres ocasiones me enviaron a luchar. Y no, no pensé en hacer más que entregar mensajes. No me gusta el derramamiento de sangre —contestó San Gabriel con un poco de vergüenza.
—Bueno, ahora tendrás que acostumbrarte, porque quizás tengas que volver al combate.
De repente los tres escucharon una voz masculina, y no tardaron en ver de donde provenía; quien habló fue una paloma blanca que entró por la ventana de la derecha. En sus patas traía una carta enrollada, la cual dejó en las manos del arcángel mensajero. Y como si no tuviese tiempo se retiró por donde vino. Entonces San Gabriel, no tan sorprendido del inesperado mensaje entregado por una de sus palomas, desenvolvió la carta y leyó el contenido.
—¡Oh! ¡Así que por fin lo resolvieron! —comentó San Gabriel mostrándose bastante sorprendido y alegre.
—¿Qué dice el mensaje? —pregunto Brigit comenzando a preocuparse al ver la reacción del arcángel tras leer el contenido de la carta, creyendo que quizás hubo un terrible problema del que no se enteró y ahora acaban de solucionarlo.
—Finalmente se llegó a un acuerdo con el Panteón Egipcio. Como sabrán, para liberar los mortales israelitas, tuvimos que luchar un poco con los dioses egipcios. Y por desgracia, también causar terribles daños a su territorio. Eso generó un nuevo y grave conflicto entre el Panteón suyo y el nuestro. Y justo ahora recibí un mensaje, de que mis hermanos y yo debemos prepararnos para ir al Panteón Egipcio, porque nos dieron una oportunidad de resolver el nuevo conflicto. El resto lo sabré en cuanto me reúna con mis hermanos.
—Y justo cuando la estábamos pasando muy bien. Más te vale volver entero —amenazó Morrigan bastante malhumorada por la noticia, y volvió a concentrarse en su lectura.
"¿Acaso esa era su manera de mostrar preocupación?", pensó San Gabriel aún más estupefacto del modo de actuar de la reina fantasma.