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Chapter 5 - Capítulo IV: Unión Eterna

[Bosque de las Hadas: Prados del Amanecer]

Después de haber conocido a las dos candidatas para la boda el Panteón Celta, bajo el permiso de la Diosa de las Hadas, preparó la ceremonia en horas de la mañana cerca de sus dominios; en el claro de un hermoso valle al lado de un bosque que no parecía tener fin. Las sillas de madera estaban repartidas por el lugar en filas de cuatro líneas, haciendo espacio en el medio. Y en cuatro lados había mesas con bocadillos y barriles de cerveza para festejar la ceremonia. Además todo estaba adornado con guirnaldas de flores y algunos monolitos.

Por último, en lo que se consideraría el altar, se encontraba San Raziel, quien iba a ser el que "uniría" a su hermano con el dúo de diosas. Y en cuanto a estas últimas, estaban en el mismo "altar", esperando a su futuro compañero eterno, mientras fijaban la mirada una en la otra, con cierta hostilidad.

Aunque Brigit lucía elegante con un hermoso vestido rojo de bordes blancos, Morrigan parecía lista para la guerra, pues llevaba su característico atuendo de combate y de gala —la misma armadura ligera que usaba cuando conoció a San Gabriel—, y al parecer hizo bien en llevarla, porque parecía que se desataría un combate allí mismo, entre ella y la druida pelirroja.

Mientras San Raziel todo lo que hacía era mirar a las dos diosas, temblando de miedo y orando en su mente que esa posible batalla entre ellas, la cual parecía inminente, no ocurriese. Pero por suerte para todos también estaban allí la Diosa Griega de la Sabiduría, Atenea, y la Diosa Reina de las Hadas, Clidna.

Atenea era una hermosa mujer joven griega, de cabello rubio y largo hasta la cintura. Su piel clara tenía un ligero bronceado y sus ojos eran azules. En cuanto a su constitución era atlética, esbelta y alta (1, 76 m). Llevaba puesto un conjunto de armadura ligera dorada, que consistía en una pechera a modo de sostén, junto con una capa azul, y una falda blanca sujetada a una correa de oro. Y como complemento llevaba sandalias, protectoras en muñecas, brazaletes en los bíceps y un yelmo similar a los cascos de los guerreros espartanos.

En cuanto Clidna, ella era una mujer joven irlandesa, de cuerpo más maduro, voluptuoso y alto que el de Atenea (1, 83 m). Su piel era clara como todo irlandés y tenía el cabello de color dorado, aunque más corto que el de dicha diosa griega, y lo mantenía atado a una coleta. Llevaba una vestimenta que consistía en un ligero vestido verde con gran escote, sujetado a un collar dorado adornado con una gema verde, pantimedias de los pies a la mitad de los muslos, y unos brazaletes dorados en sus muñecas, además de que iba descalza, portaba una corona dorada que representaba su título de reina, y traía una larga tela verde envuelta en medio de sus brazos.

Ambas diosas estaban allí, primero para evitar un posible conflicto entre las dos diosas célticas, y segundo porque sus respectivos maridos iban a estar en la boda, para acompañar a su hermano quien se casaba (y para evitar que escapara durante el inicio de la boda).

—Hola Brigit —saludo Morrigan con una sonrisa siniestra, al mismo en que emanaba un aura fría y en extremo hostil.

—Hola Morrigan —devolvió el saludo Brigit, con los ojos cerrados y mostrando una sonrisa agradable, pero emanando un aura ardiente e intimidante—. Cuanto tiempo sin verte, desde que los Fomorianos fueron derrotados y fuiste desterrada junto a tus guerreros y hermanas, por el caos que hiciste en el pasado.

—Sí. Los campos llenos de sangre y muerte. Buenos tiempos. Espero que ya no me guardes rencor por eso, y por haber humillado a tu padre.

Con esos comentarios el aura de ambas diosas se amplifico de un modo terrible y peligroso, que llenó de terror y preocupación a los presentes; si ya de por sí el ambiente era tétrico y funesto, ahora era aún peor.

"¿Dónde estará ese trío estrellado de idiotas? ¡Esta tensión está a punto de explotar literalmente!", pensaba Clidna frunciendo el ceño, con cierto enojo e impaciencia, y preparada para intervenir al instante en que se desatara la pelea entre el par de diosas celtas.

"Miguel dijo que traería a Gabriel con ayuda de Rafael. ¿Por qué no han llegado?", pensaba Atenea en extremo preocupada y nerviosa del caos que podría desatarse allí mismo.

La diosa griega y la diosa hada al fin escucharon a alguien venir desde el bosque, y su felicidad es infinita al saber que eran San Miguel y San Rafael, acompañando a su hermano San Gabriel. Los tres llevaban sus respectivas armaduras, pero eso no era lo impresionante; lo que dejó a todos en shock fue ver que ambos hermanos arcángeles traían al prometido sujetado de los brazos, mientras éste último luchaba por liberarse de ellos, como si su vida dependiera de ello.

—¡¿Otra vez?! ¡¿Es en serio?! ¡Por favor apiádense de su pobre hermano! ¡No me condenen a este eterno sufrimiento! —exclamaba San Gabriel, tratando de liberarse del agarre de sus hermanos de forma desesperada, pero en vano.

—Solo tú consideras esta tontería como el eterno sufrimiento —respondió San Rafael con vergüenza y bastante lastima de su hermano mayor.

—¡Deja de quejarte y terminemos con esta ridiculez de una vez! —decía San Miguel molesto y harto de la situación penosa en que los metía su hermano menor peliplateado.

Todos los presentes tenían una cara que reflejaba su perplejidad pura, al ver la divertida y surrealista escena; incluso algunos quedaron boquiabiertos, mientras que otros tuvieron que taparse la boca para no reírse. Pero al poco retornaron a sus posturas serias, cuando ambos arcángeles terminaron de arrastrar a su hermano peliplateado directo al altar, ponerlo en compañía de ambas diosas celtas, y después liberarlo para dar inicio la ceremonia de unidad.

San Gabriel, al ver que ya no tenía escapatoria, solo dio un suspiro agotado, aceptando con algo de dignidad su inevitable destino cruel. No podía escapar ahora, puesto que San Miguel y San Rafael fueron al lado de sus respectivas esposas, para encargarse de que el Acuerdo de Paz entre Panteones se llevase a cabo.

—¿Me puedes explicar por qué tardaron tanto? —le pregunto Clidna a su marido angelical, cruzada de brazos y denotando cuan enojada estaba de que tardaran demasiado en llegar.

—En el camino había un sin número de oportunidades de escapar volando. Con eso ya te digo todo —respondió San Rafael a su esposa hada con simpleza y bajando la cabeza con los ojos cerrados, denotando su enorme cansancio y pena.

Una vez listo todo, por fin se dio inicio a la ceremonia de unidad, y sin ninguna complicación se completó con éxito: dando por hecho la unión eterna entre el arcángel con el dúo de diosas, y la inquebrantable paz entre el Panteón Celta con el Panteón Israelita. Luego hubo una celebración en el mismo lugar (con el permiso de Clidna quien gobernaba esa zona), para festejar la paz recién forjada entre Panteones.

La mayoría comía, bebía y bailaba mientras que el resto charlaba entre sí Y en medio de la multitud Brigit estaba siendo felicitada por sus hermanos, al igual que Morrigan estaba siendo felicitada por sus hermanas menores y subordinados. En cuanto al arcángel mensajero, éste se encontraba sentado en una silla de madera, al lado de otras sillas junto a una mesa, un poco apartado de la muchedumbre, suspirando con cansancio después de un día tan complicado y difícil.

Ahora no podía imaginarse cómo sería su existencia ahora. Lo que si era seguro para él, es que su vida tendría grandes cambios, y el rumbo de los mismos, si sería para bien o para mal, solo él podría saberlo. En momentos así San Gabriel extrañaba los consejos que solo su padre y su madre solían darle. Pero por desgracia, ya no podía ir a pedirles un poco de guía en su futuro desconocido.

—Te ves bastante desanimado angelito.

Dijo una persona enfrente del arcángel, y éste al levantar la mirada se sorprendió de ver a su ahora esposa Morrigan, quien lo veía con una mirada seductora, adornada con su típica sonrisa burlona. Aparte ella tenía en su mano izquierda una jarra de cerveza de la que bebía con gran disfrute.

—¡Morrigan! ¡Descuida no pasa nada! Solo estaba... pensando en algunos problemas familiares —dijo San Gabriel algo nervioso y melancólico.

—No tienes que decírmelo. Tu Panteón no tiene el trofeo a la familia más funcional del multiverso. Aunque vuestros parientes, o sea el Panteón Griego, es un verdadero desastre, ¡Je, je! —decía Morrigan entre risas y denotando un grandioso buen humor, pero calló sus risas al notar el semblante melancólico del arcángel—. ¡Oh vamos alegra esa cara larga! ¡Hoy es un día muy especial! ¡Es sin duda el mejor día de tu vida!

—Yo no lo llamaría el mejor día de mi vida. Más bien el día de mi condena. El peor día de... —San Gabriel no pudo terminar de desahogar sus penas, porque para su total sorpresa, sin previo aviso Morrigan avanzó a su derecha y se sentó en sus piernas, para después rodearle el cuello con el brazo derecho—. ¡Pero que estas...!

—¡Ja, ja, ja! ¡Claro que es el mejor día de tu vida! ¡El día de boda es el mejor día de la vida de una persona! ¡Así que no te deprimas tanto! ¡Diviértete, come, bebe, baila con alguna de nosotras! ¡Pásala bien!

—A diferencia de mis hermanos, no siento disfrute por la comida. Y cualquier bebida alcohólica se convierte en agua en cuanto toca mis labios.

—... ¡Cof, cof, cof! ¡Es un chiste ¿verdad?! —pregunto Morrigan, casi ahogándose mientras bebía un breve sorbo de la jarra de cerveza, por la sorpresa que recibió al saber ese detalle sobre el arcángel, lo cual también la llenó de inmensa curiosidad—. ¡Quiero ver si es verdad!

Sin siquiera pedírselo u ofrecérselo, Morrigan hizo que San Gabriel bebiese un poco de la jarra de cerveza, debido a que ella se lo dio de forma brusca e inesperada. Pero de inmediato el arcángel apartó la jarra con una mano, casi ahogándose en el acto. Y mientras escupía, la reina fantasma le hecho un vistazo al contenido de la jarra.

—¡Esto es sorprendente! —grito Morrigan en absoluto asombro al ver que la jarra, en vez de cerveza, ahora contenía agua pura y limpia, y quizás hasta bendita porque tenía cierta luminiscencia, similar a la energía sagrada.

—¡¿Acaso estás borracha?! —exclamó San Gabriel bastante disgustado de la repentina acción incoherente de la reina fantasma—. ¡Te dije que de verdad no puedo tomar nada alcohólico! ¡Es parte de mi bendición como encarnación del Espíritu Santo!

—Más que bendición, ¡yo lo consideraría una maldición! De verdad yo no podría vivir así. Me sorprende que no estés loco —Morrigan tira su jarra de agua hacia atrás y mira a un joven guerrero celta que pasaba cerca de los barriles de cerveza—. ¡Oye tú basura tráeme otra jarra llena de cerveza! ¡Rápido si no quieres perder las extremidades! —le gritó al soldado celta, quien presa del miedo fue a buscarle lo que pedía.

—Además no sé bailar y ni me interesa intentarlo —contestó San Gabriel revelando ese otro detalle sobre él a la reina fantasma.

—¿No sabes bailar? ¿Qué clase de ángel eres tú? —dijo Morrigan sorprendida, y entonces apareció el soldado celta con la jarra de cerveza que ella pidió—. ¡Ya era hora! ¡Tardaste demasiado! —Morrigan toma la jarra de forma impaciente—. Solo por eso perderás las manos.

Con ese comentario el joven guerrero celta no lo pensó dos veces, y corrió como el viento para escapar de la ira de la temible diosa cuervo.

—¡Haz caso amigo! ¡Huye de esta lo ...! —advertía San Gabriel al joven celta, pero se tapó la boca con la mano derecha de golpe, evitando terminar de decir una palabra prohibida (loca), sobretodo porque la reina fantasma centró su mirada en él, en cuanto estuvo a punto de terminar la palabra—. Gloriosa diosa reina, je, je —termino de decir el arcángel, con la esperanza de apaciguar a la aterradora diosa cuervo.

—¿Ah sí? Que tierno eres —respondió Morrigan satisfecha con el comentario halagador, y comienza a beber de su nueva jarra de cerveza.

El arcángel mensajero comenzó a mirar con desespero alrededor suyo, buscando una excusa para salir de allí. Por desgracia sus hermanos San Miguel y San Rafael estaban hablando con sus respectivas esposas, y su hermano San Raziel no estaba a la vista; quizás huyó después de terminar la ceremonia y, por lo tanto, su papel en la misma, dejando a su pobre hermano peliplateado con todos los problemas.

Respecto a los demás celtas, estos comían, bebían y algunos peleaban o hablaban con Dagda, Brigit y otros jefes más; fue en este momento en que San Gabriel noto que, por unos momentos, Dagda miraba hacia donde estaba él con molestia. Pero la miraba rencorosa no iba dirigido hacia él, sino hacia Morrigan.

—Parece que aún me guarda algo de rencor —comentó Morrigan con tono burlón, dándose cuenta de que Dagda le había dirigido una mirada rencorosa.

—¿Por qué? ¿Tan mal fue vuestra relación? —preguntó San Gabriel confundido y recordando el detalle de que Dagda y Morrigan fueron amantes en el pasado.

—En realidad ni fue tan larga. Él quiso ser mi amante para conocer todo sobre la tribu enemiga, los Fomorianos. Y para ser el primero hombre que pudo yacer conmigo.

—¡¿Qué?! ¡Eso quiere decir que...! ¡Aunque tuviste no sé cuántos amantes jamás...!

—Exacto. Aunque he tenido muchos amantes, ninguno ha dormido conmigo. Todavía soy tan pura como tú.

"¡En cuerpo quizás sí! ¡Pero en mente para nada!", pensó San Gabriel estupefacto, y luego respondió: —¡Pero cuando relatan la historia hablan de que cuando tú y Dagda acordaron reunirse en aquella cascada tú te estabas bañando y ambos se "unieron"! ¡Incluso ese lugar es conocido como "el Lecho de la Pareja"!

—Los mortales y su malinterpretación de las historias. Por eso es que no progresan, ¡Je, je! —tras decir esto, Morrigan tomó un pequeño trago de su cerveza y continua hablando—. Cuando se habla de que nos "unimos", se refiere a que nos hicimos aliados para luchar contra los Fomorianos. Y como sabrás, Dagda es famoso por su lujuria, casi tan grande como la del propio Zeus. ¿Por qué crees que Brigit tiene tantos medio-hermanos? Los celtas conocen a Dagda como uno de los más grandes hombres de este Panteón. Pero en realidad es un asqueroso cerdo pervertido, así que decidí darle una valiosa lección.

Morrigan vuelve a tomar otro sorbo de cerveza, y tras terminar se ríe un poco al recordar ese día tan divertido para ella, y humillante para Dagda.

—Cuando nos reunimos en aquella cascada, si me estaba bañando. Pero antes que nada, le conté todo lo que quería saber sobre los Fomorianos. Luego él comenzó a desvestirse con el propósito de "pagar mi ayuda". El muy cerdo creyó que caí rendida a sus pies, como muchas doncellas estúpidas, y planeaba hacerme otra de sus tantas amantes. Pero no fue así; me transforme en cuervo y me fui volando de allí. Lo había dejado con las ganas de reproducirse como conejo ¡Ja, ja, ja!

"Aunque puede parecer poco, para a un hombre como Dagda debió ser una humillación peor que la muerte", pensó San Gabriel sorprendido, y reflexionando sobre cuán terrible debió ser para el dios celta aquello, tomando en cuenta que Dagda era un guerrero muy orgulloso.

—Obviamente eso no le gustó para nada —prosiguió Morrigan tras reírse y tomar otro trago de cerveza—. Al parecer sintió que su "orgullo masculino" sufrió un golpe desgarrador; tanto así que no hablo mucho de lo que sucedió. Como consecuencia se malinterpretaron las cosas, y desde entonces llamaron a ese lugar "el Lecho de la Pareja". Pero eso solo lo hizo enojar aún más, porque le recordaba lo que no pudo lograr ¡Ja, ja, ja! Y después de que ganamos la guerra, aunque yo forme parte de esta tonta tribu, continúe brindándole apoyo a algunos de los fomorianos que eran exiliados de su propia tierra. Puedo ser muchas cosas, pero no soy racista.

»Sin embargo Dagda y otros jefes guerreros no les gusto eso, y los muy malditos lo usaron como excusa para expulsarme junto con mis hermanas y discípulos, solo para vengarse de mí por mis bromas a varios de ellos; Dagda no fue el único desgraciado al que le baje los humos con una pequeña humillación. ¡Je, je, je! ¡Hasta es divertido hacerlo! Pero que también castiguen a mis hermanas por mis acciones, eso sí que no lo paso. Y por eso les devolví el golpe; predije la muerte de sus guerreros favoritos, provoque un conflicto sangriento entre dos asquerosos líderes, y otras travesuras más como venganza. Esa es toda la verdad.

—Decir que estoy impactado, sería poco la verdad. Y sé que lo que dices es cierto —decía San Gabriel sorprendido de tales revelaciones y sabiendo que Morrigan no mentía, puesto que él era capaz de reconocer una mentira, y por ello también se sentía apenado por las razones injustas, por las que la reina fantasma y sus hermanas fueron expulsadas de la tribu de Brigit.

—Oye hablando de ese lago, está muy cerca de aquí —Morrigan pone su pierna izquierda encima de la otra y tira la jarra hacia atrás—. Ahora que sabes que todavía soy pura como tú, y ya que estamos casados, que tal si...

—Sé lo que planeas —San Gabriel la interrumpe con tono severo y sin ánimos para nada—, y ahora no es un buen momento para "consumar matrimonios". Ni siquiera estoy de humor —decía mientras pensaba con bastante nerviosismo y terror: "¡Ni mucho menos quiero estar solo con una desquiciada como tú!".

Como respuesta al rechazo de la propuesta, Morrigan mostró su tan temida sonrisa sin rastros de misericordia, semejante a la de un psicópata a punto de matar a su víctima. Acto seguido, con su otro brazo, rodeó el cuello del arcángel de forma posesiva y dominante; casi como si quisiera evitar que él escapara de ella.

—Vamos, el lago es encantador. No te morderé... mucho je, je —propuso Morrigan casi en un susurro siniestro, que parecía más una amenaza.

Era oficial; si el cabello de San Gabriel no fuese plateado, de todos modos se hubiera tornado de dicho color y hasta más blanco por el intenso miedo que sentía ahora. Pero por fortuna para él, Brigit se había percatado de ambos, y se dirigía hacia ellos con una mirada no muy feliz.

Anteriormente Brigit se encontraba charlando con una de las doncellas del lugar, y tras terminar su conversación desvió su mirada hacia un lado, y acabo presenciando la escena entre el arcángel y la reina fantasma, lo cual encendió la chispa de cólera en su interior. El enfado no solo era por saber cuán terrible podía ser la reina fantasma con sus amantes; también se debía al desprecio que le tenía, por haber sido una de las "amantes" de su padre.

Y por ello, sin deseos de esperar más, Brigit camino hacia donde estaba San Gabriel, para protegerlo de la terrible Morrigan. No obstante al estar a escasos metros su furia interna escaló un nuevo nivel, al escuchar a la reina fantasma decirle al arcángel: "no te morderé... mucho".

—Morrigan, veo que ya empezaste a familiarizarte con nuestro ángel —dijo Brigit estando ahora frente a San Gabriel y Morrigan, llamando la atención de estos mientras esbozaba una falsa sonrisa, que apenas podía ocultar la furia que emanaba de su ser.

"Gracias al cielo", pensó San Gabriel con gran alivio al ver a quien él consideraba su salvación de las terribles garras de la reina fantasma.

—¡Brigit! ¡Hola! Como vi que nuestra "estrella" con alas lucia deprimida y tú estabas ocupada, decidí animarla un poco —dijo Morrigan ahora sonriendo con dulzura, junto con un tono que reflejaba más burla que amabilidad.

—Ya veo. Pero no deberías animarlo tanto tu sola —Brigit toma una silla cercana y se sienta al lado derecho de San Gabriel, de manera más posesiva que protectora.

—¿Por qué no? Tu no serias de mucha ayuda, porque solo tuviste un hombre en tu vida. Y no fue la gran cosa. Fue cruel, racista y opresivo con tu gente. Y en vez de afrontar las consecuencias, te dejo y se fue para ayudar al enemigo. Qué triste.

—Gracias por recordármelo... Morrigan —Brigit seguía teniendo su sonrisa fingida, pero comenzó a desprender un aura rojiza flameante, que no transmitía nada de amabilidad—. Y es irónico que lo menciones, porque a pesar de que tuviste muchos amantes, todos terminaron dejándote. Y ni siquiera nadie quiere ser tu amigo. Porque nadie en su sano juicio estaría con alguien como tú, a menos que esté igual de loco que tus seguidores.

—¡Je, je! Que lenguaje tan grande, para tan pequeña criaturita risueña como tú, Brigit —Morrigan dejó de sonreír con dulzura, para mostrar su tenebrosa sonrisa sádica, y empezar a liberar una siniestra aura púrpura espectral, que asusto por completo a San Gabriel—. También es muy curioso que lo digas, porque el cerdo que tienes como padre tuvo que conseguirte una estrella parlante como marido, para que no pasaras la eternidad sola.

—¿No te has preguntado a qué saben los cuervos rostizados? Porque si vuelves a decir algo similar, le serviré a nuestra querida estrella un cuervo asado como cena esta noche.

—No sabía que cocinaras. Pensé que lo único que sabías hacer era poesía, bailar y hacer todo tipo de artesanías, como esos enanos brutos. ¿Por qué no te casaste con uno? ¡¡Uy es verdad! Ellos prefieren a las gordas. Y tú no estás tan rellena para ser considerada gorda. Qué pena la verdad.

—Oigan, oigan —decía San Gabriel comenzando a preocuparse y aterrarse del rumbo que tomaba esa discusión—. Creo que ya fue sufí...

—Y también es una pena que, pese a que tienes mucho en común con los Fomorianos, y les brindes un poco de ayuda a los necesitados, ni siquiera ellos te quieren —contesto Brigit sin siquiera escuchar al arcángel—. Es gracioso que para unas criaturas, que son consideradas feas y aterradoras, tú seas fea y aterradora. Debe ser tu maldición como ave de mal agüero ¡Ja, ja, ja!

Con ese comentario, los ojos rojos de Morrigan ganaron un brillo espeluznante, y ella comenzó a gruñir con cierta ferocidad estremecedora. Debido a que era la primera vez que San Gabriel la veía y escuchaba gruñir así, éste se sintió mucho más aterrado que cuando la conoció por primera vez en aquella "cita".

"De acuerdo, retiro lo dicho...", comenzó a pensar San Gabriel, otra vez sintiendo el verdadero terror.

—Y ni hablar de tu maldición como pelirroja y fosforito, porque eso pareciste cuando naciste con ese fuego en tu cabecita —decía Morrigan a modo de burla y diversión, pese a que se le notaba por lejos la furia e intenciones asesinas en sus ojos—. Y como estas ahora, pareces una antorcha parlante. ¿Por eso nunca fue consumado tu primer matrimonio? ¿Porque Bres tenía miedo de que le carbonizaras las pelotas?

Finalmente la falsa sonrisa de Brigit cayó, y al instante su cabello se elevó como flamas furiosas, mientras se amplificaba la intensidad de su aura de fuego iracundo hasta rivalizar con el aura espectral de Morrigan. Y como si no fuera ya lo bastante aterradora e imponente, sus ojos azules también ganaron un brillo flameante, que parecía capaz de reducirlo todo a cenizas con la mirada.

—¡¡¡Malnacida urraca arpía de malagüero inmundo!!! —exclamó Brigit tan furiosa que parecía un volcán a punto de explotar.

—¡¡¡Antorcha parlanchina bárbara madre de bueyes!!! —exclamó Morrigan igual de furiosa y teniendo un tono fantasmal y macabro.

"¡¡¡Ayuda!!!", grito San Gabriel en su mente, aterrado de pies a cabeza, al ver que la tensión aumentaba con cada palabra que se decían ambas diosas, y él estaba en el medio de las dos, por lo que sería quien recibiera la peor parte si se desataba una pelea. Y lo más grave para él era que no podía hablar, porque también temía que si decía algo solo lo iba a empeorar, debido a su naturaleza sincera que lo obligaba a ser honesto en casi todo.

—¡Oh! ¡Pero qué encantador!

Todos detuvieron sus respectivos asuntos, incluido Brigit y Morrigan, porque escucharon una desconocida, oscura y carismática voz. Entonces miraron al fondo del valle, por donde está la entrada al bosque, y notaron como alguien salía de las sombras de los árboles.

Primero empezó a verse que el desconocido llevaba una armadura ligera carmesí, de diseño inquietante, que consistía en una pechera abierta en el pecho, hombreras de bordes puntiagudos con un pico encima, un par de protectoras en ambos antebrazos y piernas, botas metálicas, y una toga negra envuelta alrededor de su cintura.

Pero en cuanto el desconocido termino de entrar a la luz del día, pudo apreciarse mejor su apariencia; era un hombre no mayor de 25 años, de piel pálida, con un cabello liso y negro que le llegaba hasta por debajo de sus hombros, y uñas filosas del mismo color negras. Pero lo más destacado era que tenía unos brillantes ojos rojos, con una pupila blanca y resplandeciente, además de dos pares de alas emplumadas de color negro en su espalda.

Aquel hombre no era otro que el gran querubín exiliado; el primogénito de los Primordiales YHWH y Khaos; el Primer Rey del Infierno Israelita, siendo los otros tres Belial, Satanás y Leviatán; él era la Estrella de la Mañana, Lucifer.