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Chapter 4 - Capítulo III: Reina Fantasma

[Territorio Celta: Bosque de los Lamentos]

Finalizada la "cita" con la Diosa Celta del Fuego, los tres hermanos arcángeles salieron de la tribu y partieron al hogar de la siguiente prometida; un bosque muy lejos del territorio de los Tuatha Dé Danann, en el que, a medida que los tres se adentraban, el ambiente se tornaba más oscuro, siniestro y silencioso, contrastando en su totalidad con el ambiente radiante, mágico y vibrante de vida del hogar de Brigit.

—Salió mejor de lo que esperaba, en serio. Y no te preocupes. Su anterior matrimonio duró muy poco. Y ni siquiera fue consumado. Incluso ella ya tiene algo de experiencia cuidando niños, debido a que fue madrastra de un hijo de su anterior marido —le explicó San Uriel a su hermano Gabriel mientras iluminaba el camino.

Tal era la oscuridad del bosque, que el Ángel del Sol tuvo que crear una bola de fuego en su mano derecha a modo de antorcha para iluminar el lugar. Incluso, aunque seguía siendo de día, las nubes encima de esa área boscosa siniestra tapaban la luz del astro solar casi en su totalidad, como si fuese obra sobrenatural, lo cual le daba a ese lugar un toque de terror paranormal.

—Yo no pregunte eso —respondió San Gabriel a lo dicho por su hermano Uriel, ahora teniendo un mejor estado de ánimo que antes por la charla que tuvo con la druida pelirroja.

—Pero ahora lo sabes. Bien, la siguiente prometida es está —dijo San Raziel señalando el final del camino al ver que llegaron a su destino, o mejor dicho, al destino del arcángel peliplateado.

Los tres llegaron a un lugar oscuro y desolado, que resonaba con los aterradores graznidos de los cuervos en los árboles, como si estos advirtieran que había peligro cerca. Y delante del camino yacía una muralla de madera y piedra, cuya entrada era de doble puerta, adornada con armas germánicas y tótems tribales con huesos. En el lado derecho del camino, a un metro lejos de la puerta, se hallaba un letrero que ponía: HOGAR DE LA REINA FANTASMA MORRIGAN, DIOSA DE LA GUERRA, LA SEXUALIDAD Y LA MUERTE.

—Diosa de la Muerte... Es un chiste ¿verdad? ¡Por qué nadie me dijo que también era la Diosa de la Muerte! —exclamó San Gabriel, perdiendo todo el buen ánimo de golpe y ganando un nivel de furia y nervios mayor que antes.

—De hecho lo dice su historial. Y vaya historial —respondió San Raziel un poco sorprendido, mientras leía entre sus manos un pergamino azul fantasmal en el que estaba la información de dicha diosa celta—. Recibió ese atributo por los guerreros en las batallas en las que ella participó. También es conocida como "Macha" cuando se disfraza de mortal, y como "Badb" cuando cambia a su forma cuervo para predecirle la muerte a un guerrero celta. En cuanto a su atributo como diosa sexual... Ehhhh... creo que es mejor que lo averigües por ti mismo ¡Je, je, je!

—Muy bien. ¿Saben qué? Brigit está bien. Pero Morrigan definidamente no. Así que nos vamos de aquí. Me caso solo con Brigit y después solucionamos la guerra civil que estalle —decreto San Gabriel con una firmeza que apenas pudo ocultar su nerviosismo y terror, para luego comenzar a dar pasos lentos hacia atrás.

—Debido a las Leyes de los Panteones y la Ley Universal, no podemos intervenir en las guerras del Mundo Mortal, ni de otros Panteones; ni siquiera con los que estamos en paz. Y eso incluye no involucrarnos en una guerra de otro Panteón, que está establecido en el Mundo Mortal, y no en otro universo o plano existencial, como los demás Panteones —explicó San Uriel cruzado de brazos, y mostrando un semblante serio que dejaba en claro lo difícil que era la situación respecto al Acuerdo de Paz.

—Además, tomando en cuenta los atributos divinos de Morrigan, ella vendría siendo tu opuesto; por ejemplo, ella se transforma en cuervo para predecir la muerte, y tú te transformas en paloma blanca para predecir nueva vida. ¿Acaso no decían que nada funciona mejor que los opuestos? Padre y Madre son un claro ejemplo de ello —agrego San Raziel con buen ánimo, y levantando los pulgares de forma motivadora hacia su hermano peliplateado, con la esperanza de levantarle el ánimo y transmitirle optimismo, aunque en vano.

—Ese dicho es un mito. Y Padre y Madre no cuentan, porque en el principio tampoco tuvieron género ni forma definida, por lo que no son masculinos ni femeninos en teoría. Y respecto a la guerra, ya encontraremos otra solución para ayudarlos. Como diría Buda: siempre hay otra solución —decía San Gabriel, y luego da media vuelta para retirarse más rápido.

[Morada de Morrigan: Sala Principal]

El lugar era de diseño cuadrado, y las paredes, piso y techo eran de piedra. Había cuatro lámparas de cráneos humanos, colgando en cada punto de la sala. En la pared izquierda se hallaba una mesa de madera cuadrada en la que se encontraban diversos pergaminos, y en la misma pared colgaban todo tipo de armas.

En el lado derecho había una ventana con vista alta, dando a entender que la habitación se encontraba en el piso alto de un castillo. Y afuera se apreciaba un enorme campo en el que trabajaban soldados no-muertos en distintas aéreas laborales; todos ellos controlados por hechiceros y brujas con túnicas púrpuras y negras, quienes pertenecían al culto de magos oscuros de la Reina Fantasma.

Por último en el fondo de la sala se encontraba un trono de piedra negra, con cabezas de cuervo talladas en los posabrazos. Y en dicho trono se hallaba sentada una mujer irlandesa que parecía rondar cerca de los 26 años. Tenía el cabello negro, liso y largo hasta por debajo de la barbilla. Poseía un cuerpo atlético y maduro que hacía ver que ella se ejercitaba bastante. Su piel clara era mucho más pálida de lo que tiene normalmente un irlandés (al grado de parecer casi blanca). Tenía los labios negros y los ojos de color rojo como la sangre.

Llevaba puesto una sensual e intimidante armadura ligera céltica, de color morado oscuro con detalles dorados, que consistía en pantimedias acorazadas de los pies hasta la mitad de los muslos. Botas metálicas con pequeñas alas de ave negras. Traía una tela púrpura que le cubría la entrepierna y estaba sujetado a un cinturón dorado. Armadura en los pechos a modo de sostén también decorado con plumas negras, y brazaletes en los antebrazos con guantes. Y de complemento llevaba un yelmo con forma de cabeza y alas de cuervo.

Era la Reina Fantasma de Irlanda; la Diosa Celta de la Guerra y la Muerte, Morrigan.

Ella se encontraba sumergida en la lectura de un libro, y mientras leía de vez en cuando sonreía de forma divertida, a pesar de que el libro parecía ser de terror, tomando en cuenta el título del mismo: Terror en el Palacio. Morrigan estaba tan distraída, que solo pudo volver a la realidad cuando escucho la puerta de la entrada abrirse; el visitante era uno de sus soldados no-muertos.

—Se... ñora... Mo... rrigan... ya han... lle... gado —dijo con lentitud el soldado no-muerto, con una voz quebrada y espectral, que sería espeluznante para cualquiera, menos para la Reina Fantasma de Irlanda.

—¡¿Y qué estás esperando puro huesos?! ¡Haz que pasen! Quiero ver al valiente hombre afortunado que será mi esposo —contesto Morrigan molesta por la impaciencia, y ansiosa por conocer al ángel elegido para que fuese unido a ella.

El no-muerto agacha la cabeza en señal de obediencia. Luego dirige la mirada al fondo de la puerta y mueve una de sus huesudas manos en señal de acercamiento. Acto seguido se aparta de la puerta, para dar paso al trío de hermanos arcángeles en una situación inusual.

—¡Suéltenme hermanos traidores! ¡Soy inocente no hice nada malo! ¡Esto no es una boda ni menos una Unión Eterna! ¡Esto es el castigo eterno para un peligroso y despiadado criminal! —gritaba San Gabriel lleno de desesperación y espanto, mientras era sujetado y arrastrado de los brazos por San Uriel y San Raziel, quienes evitaban a toda costa que él escapara.

La escena sorprendió tanto a Morrigan que la dejó sin palabras, y solo fue capaz de parpadear un par de veces por la incredulidad, puesto que no se esperaba tal surrealista presentación. Pero al rato recobró un poco la compostura cuando vio que San Raziel y San Uriel por fin soltaron a su testarudo (y asustadizo) hermano peliplateado. Y después, como si no hubiese ocurrido nada, ambos arcángeles dieron un paso atrás de forma caballerosa.

—Lamentamos lo que acaba de presenciar. Lo que pasó fue que... nuestro hermano estaba tan ansioso por conocerla que... tuvimos que sujetarlo para que no se desmayara de los nervios ¡Je, je, je! —mentía San Raziel tan sereno y relajado en su tono, que podría sonar muy convincente, si no fuera porque se le notaba un poco la preocupación y nerviosismo al gesticular las palabras.

"Esa es la mentira más tonta que he escuchado", pensó San Uriel tan avergonzado que quería salir de allí; los momentos surrealistas y acciones penosas de sus hermanos eran lo que le daban más vergüenza, sobretodo cuando ocurría en público o con desconocidos.

—Esta... bien... Acepto la disculpa —logró decir Morrigan, todavía estupefacta de la escena anterior, pero decidió restarle importancia y centrarse en lo que sí era importante.

Entonces la reina fantasma cambia su postura a una elegante y desaparece en energía espectral el libro que leía, para luego dar un par de aplausos fuertes, los cuales fueron respondidos casi de inmediato por un dúo de soldados no-muertos, quienes entraron a la habitación a paso muy veloz para ser muertos-vivientes; cada uno traía consigo una silla de madera, la cual colocaron cerca de la ventana de la sala, y tan rápido como aparecieron se retiraron.

—Qué tal si empezamos las presentaciones —dijo Morrigan mostrando una radiante y amigable sonrisa, aunque sus tétricos ojos rojos le daban cierto toque siniestro.

—Me parece bien. Esperaremos afuera —dijo San Uriel para después dar media vuelta junto a su hermano y retirarse de la sala al lado del primer soldado no-muerto, cerrando la puerta detrás de sí en el proceso y dejando solo a su hermano peliplateado con la reina fantasma, así sin más.

"Esto es la decepción, la traición hermanos. Solo espero salir vivo de esto", pensaba San Gabriel furioso por haber sido traído a la fuerza, y para nada relajado de estar allí. Y su preocupación se elevó, al notar que Morrigan ya se había sentado en una de las sillas al lado de la ventana, y lo estaba esperando. Así que él, sin tener más opción (y con gran cautela), esconde sus alas y se sienta en la otra silla a una considerable distancia lejos de ella.

A diferencia de la reunión con Brigit, en esta había un silencio de lo más incómodo. A San Gabriel no se le ocurría nada para iniciar una conversación, y temía decir algo que lo metiera en problemas; debido a la naturaleza pura e ingenua del arcángel mensajero, tendía a ser sincero en casi todo (a veces demasiado), lo cual generaba algún que otro problema con cualquier desconocido. Es por esto que él temía decir algo fuera de lugar, que pudiera hacer enfadar a la diosa cuervo.

Aunque lucho contra demonios, monstruos del espacio e incluso dioses, nada se comparaba a la furia de una diosa (lo sabía por experiencia).

—Puedo ver que tienes miedo —por fin habló Morrigan, cortando el silencio estremecedor, pero aumentando la tensión e incomodidad por la sonrisa tétrica que tenía ella, y el tono de su voz.

—¿Qué? No, como crees... ¡Je, je! —decía San Gabriel con diversión disimulada, temblando un poco y arrastrando con los pies la silla de modo lento aún más lejos de ella, porque comenzó a tener un muy mal presentimiento.

—Tranquilo, ya estoy acostumbrada a que me tengan miedo. Incluso los demás dioses celtas no se atreven a venir aquí.

"No me sorprende. Este lugar es casi tan deprimente y tétrico como el Helheim y la casa de mi hermano Azrael", pensaba San Gabriel bastante incómodo al recordar los mencionados lugares.

—Y ya que esto no parece avanzar, entonces dejaré el molesto teatrito de "diosa buena". ¡Escúchame con atención angelito!

De repente el tono de voz de Morrigan cambio de uno "dulce y amistoso", a uno tan despiadado, dominante y en extremo frío, que hizo sentir a San Gabriel el verdadero terror de pies a cabeza. Hacía mucho tiempo que él no sentía un terror así; de hecho, el último ser que le causó un miedo semejante, fue su propia madre cuando se enfadaba.

—Debo reconocer que eres muy atractivo. Sin duda no eres como los hombres brutos de por aquí. Me alegra saber que es cierto lo que dicen las demás diosas, respecto a los ángeles de apariencia masculina; que parecen una versión varón de las ninfas. Por eso, me niego a perder esta oportunidad única de tener a mi propio "ángel personal". Y no me importa tener que compartir mi "juguete" con esa estúpida y risueña de Brigit; no soy avariciosa. Así que, aceptaras ser mi "juguete angelical", a menos que quieras ver a millones de mortales celtas y hebreos morir por una "misteriosa plaga".

Declaro Morrigan sin ningún rastro de misericordia en su tono, y teniendo una mirada juguetona que denotaba crueldad, y era adornada con la sonrisa típica de un verdadero psicópata; ella era la absoluta descripción gráfica de una reina tiránica, a la que no se le puede cuestionar, si se quiere evitar una muerte brutal. Y eso no lo dudaba ni un poco el arcángel mensajero.

—¡Esta bien! —contestó San Gabriel, resistiendo el impulso de salir volando de allí, por miedo a que al hacerlo solo empeoraría la situación; de hecho estaba tan aterrado, que si no tuviera el pelo plateado, ahora mismo se tornaría de dicho color por el indescriptible miedo que sentía.

—Buen angelito. Me alegra de que llegáramos a un acuerdo —respondió Morrigan volviendo a su tono de voz normal, ahora sonriendo de forma dulce y casual.

[Minutos Después]

Luego de esa tensa y espeluznante "cita", los tres hermanos arcángeles por fin estaban saliendo de aquel terrorífico lugar; no tardaron mucho en estar a mitad de la salida de aquel bosque, debido a que el arcángel mensajero iba a paso rápido, y sus hermanos sabían el motivo de eso, porque durante el camino él les echó en cara cómo resultó todo con la reina fantasma.

—Por mi padre. En serio no puedo creer que ella haya dicho todo eso —dijo San Uriel estupefacto tras haber escuchado lo que sucedió entre su hermano mayor y la diosa oscura céltica—. Cuando nos reunimos con ella para decirle que aceptábamos su solicitud, no pareció ni la mitad de la Morrigan que describes. Y aun así no puedo creer que tú, el hermano que peleó con criaturas del vacío, y cuido de nuestra hermana Nyx, le tuviese miedo.

—Pues sí que lo dijo. Y ella no es cualquier diosa; es Morrigan, la Diosa Celta de la Guerra y la Muerte. ¡Es en serio! ¡Ya sabía yo que esto estaba mal! ¡¡Vámonos rápido de este horrible lugar!! —decía San Gabriel todavía temblando de miedo al recordar la escena anterior, y desesperado por llegar a la seguridad de su hogar.

—Ya deberías empezar a acostumbrarte a este tipo de ambiente. Después de unirte a ella vas a estar viniendo bastante aquí —comento San Raziel a modo de broma, tratando de aligerar el ambiente tenso, aunque obvio no lo consiguió.

—Unirme con esa loca es igual a encadenarme con una psicópata. No sé si vaya poder hacerlo. Antes creía que podría para que Brigit fuera feliz. Pero ahora estoy cambiando de parecer. Aparte de que ser unido a dos diosas está mal, una de ellas es una desquiciada total. Hasta Hela parecía más amigable que Morrigan —dijo San Gabriel con un estado de ánimo tan bajo, que tenía los hombros decaídos.

—Lo lamento, pero no hay más opción. Y no la llames loca en voz alta, que puede estar oyéndonos. Y si como la describes es cierto, me gustaría llegar a casa con todas mis plumas intactas —respondió San Uriel ahora empezando a tener también cierto pavor.

Sin duda todo dio un giro inesperado para el pobre arcángel mensajero, quien por un momento comenzó a creer que podría soportar estar unido a dos diosas. Pero tras conocer a la mismísima reina fantasma, que más que diosa parecía una demonio, San Gabriel no sabía si ahora era capaz de aceptar su futura vida.

Estaba en la delgada línea entre decidir si huir, o aceptar la boda para hacer feliz a Brigit, a costa de sufrir penurias desconocidas en las garras de Morrigan.