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Chapter 3 - Capítulo II: Druida Pelirroja

[Territorio Celta: Bosques de la Tribu Tuatha Dé Danann]

—¡No puedo creer que me incluyeran en algo sin decirme nada! —exclamó San Gabriel bastante molesto y decepcionado.

—¿Quieres dejar de quejarte? Me desesperas —contesto Uriel a su hermano peliplateado, comenzando a molestarse también.

—Es irónico que te quejes. Muchos mortales darían lo que fuera por estar en tu lugar, y en cambio tú te estás quejando, como alguien al que se le acusa de un crimen que no cometió —dijo San Raziel igual de cansado de las quejas de su hermano.

Los tres arcángeles se encontraban en un hermoso bosque irlandés, en el que cruzaban para llegar a una aldea de origen celta, ubicada a lo lejos, en medio de un valle iluminado por el sol del mediodía. El bosque rebosaba de tanta vida silvestre, que era un deleite para los ojos. Y el sonido de las ramas y las hojas moviéndose con el viento, sumado con el cantar de las aves, hacía del ambiente algo magnífico y fantástico; como sacado de un cuento de hadas.

—Para ti es fácil decirlo hermano Raziel. Te comprometieron solo con la Diosa Babilónica Ishtar. Y a ti hermano Uriel solo con la Diosa Japonesa Amaterasu. Yo no quiero dos "compañeras reproductoras" o amorosas. Con una basta y sobra. Además tener más de una está mal —decía San Gabriel con firmeza y con molestia.

—De todos modos no creo que llegues a amar. Recuerda que nosotros los ángeles, aunque nuestros cuerpos físicos sean masculinos, nuestro verdadero cuerpo no tiene género. Y por eso somos incapaces de sentir amor romántico. Incluso nuestros hermanos se casaron sin estar enamorados. Y los del Clan Gregory se casaron con mujeres mortales y demonios femeninos solo porque no controlan sus instintos reproductivos —explicó San Raziel como si no fuese la gran cosa, y esperando que su hermano mayor reconsidere la situación para que deje de quejarse.

—Y de todos modos, aunque en realidad no soy hombre ni mujer, en cualquier caso tener a más de un compañero amoroso está mal —se quejaba San Gabriel todavía firme con su decisión y negativa a esa boda.

—Por lo menos conócelas y después puedes quejarte todo lo que quieras. Esta boda es solo para establecer paz, y no porque estén enamorados, o tú quieras tener un compañero reproductor. Además es muy probable de que ustedes solo lleguen a ser buenos amigos y nada más. Así que mejor velo como... una forma de "forjar una amistad sólida", o ser "amigos con derecho" —dijo San Raziel todavía con buen ánimo, para inspirarle más confianza a su hermano peliplateado y convencerlo de aceptar el Sello de Paz.

La discusión tuvo que posponerse porque los tres por fin llegaron a los límites de la tribu de dioses celta; una enorme muralla de madera y piedra, cuya entrada era custodiada por guerreros y arqueros celtas. No hubo necesidad de identificarse, porque al instante estos los reconocieron, de modo que les permitieron el paso. La tribu parecía un pueblo irlandés en la edad de hierro: había una zona comercial, una herrería, una taberna, un campo de entrenamiento, e incluso estructuras de piedra semejantes a pequeños castillos o torres.

Pero el trío de arcángeles no venía a admirar el lugar —aunque les gustaba—, por lo que continuaron su rumbo sin detenerse y sin tener problemas; aun cuando llamaron la atención de incontables mortales y dioses celtas, siguieron su camino, y solo pararon para pedir indicaciones. Y después de una caminata que no duró más de media hora, por fin llegaron a una pequeña cabaña ubicada en medio de un hermoso campo de flores y cerca de otras cabañas más. Era el sitio donde habían planeado la reunión entre el ángel y la diosa.

El interior de la cabaña no era nada llamativo; una mesa, sillas por doquier, una chimenea al fondo, dos sillones cubiertos de suave lana cerca de la chimenea, tres puertas en diferentes puntos y un par de ventanas en ambos extremos del lugar. Aunque estaba bastante limpio y ordenado, no era nada de lo que impresionarse; ni siquiera para los tres arcángeles, que estaban acostumbrados a ver casas o estructuras más allá de lo que la palabra "elegante" es capaz de describir.

—¿En serio es necesario esta boda? —dijo San Gabriel bajando los hombros, casi pareciendo una súplica.

—Por décima cuarta quinta vez... ¡que sí! —respondió Uriel con ambas manos en su rostro, gritando de la frustración y casi al borde de tener un dolor de cabeza por el estrés.

Luego de un minuto de espera, la puerta por donde entraron se abrió, mostrando a un enorme hombre mayor, bastante corpulento y un poco obeso. Tenía el cabello rizado, pelirrojo y algo canoso, aparte de tener también una barba bastante crecida. De ojos azules y piel clara. Vestía una camisa beige con chaqueta de tela verde y pantalón marrón, junto con correa y botas de piel de animal.

Era el Dios Celta Druídico Ruad, también conocido como el "Dagda" (Gran Dios).

—¡Bienvenidos grandes estrellas! ¡Ja, ja, ja! —saludo Dagda con regocijo y alegría al trío de arcángeles.

—Saludos gran Dagda —respondió al saludo San Raziel con la cortesía de un caballero, inclinando un poco la cabeza y llevando la mano derecha al pecho izquierdo—. Como obvio sabrás, estamos aquí por la solicitud que enviaste, y nos gustaría terminar de una vez con la reunión. A causa de la ausencia de nuestro Padre en estos momentos, carecemos de mucho tiempo libre.

—Obvio sí. No es común que las estrellas bajen del cielo para visitarnos ¡Ja, ja, ja! —respondió Dagda todavía bromeando, pero luego cambia a una actitud seria, aunque mantenía su sonrisa divertida—. Dejando de lado las bromas, entiendo lo que quieres decir; aquí también tenemos mucho trabajo por hacer, luego de nuestra guerra contra los Fomorianos.

»A pesar de que ya pasó casi una década, las consecuencias que trajo no son fáciles de reparar, ni mucho menos ahora que nuestra tribu dejó de estar tan unida como antes, al no tener ya un enemigo en común. Pero basta de hablar de tiempos tristes: ¡pasemos de inmediato a los tiempos felices —Dagda se gira para mirar la puerta—! ¡Querida hija no seas tan tímida y pasa de una vez a conocer a tu nuevo marido!

Un segundo después de su llamado, en la entrada de la cabaña se presentó un nuevo invitado: era una hermosa mujer joven que aparentaba estar por los 22 años. De piel clara, labios rosados, ojos tan azules como el cielo diurno, constitución delgada y bastante esbelta. Pero lo más destacado de ella era su desbordante cabellera rojiza, rizada y larga hasta la cintura, que a la luz del sol parecía casi anaranjado; además tenía amarrado una pequeña porción de su cabello en el lado izquierdo, a modo de coleta, con un lazo blanco.

Y como vestimenta llevaba un conjunto que consistía en una tela blanca amarrada alrededor de su cintura, a modo de falda, que desde el lado derecho llegaba hasta su rodilla, y del lado izquierdo se recortaba hasta llegar por la mitad de su muslo. También tenía envuelto alrededor de sus pechos una delgada tela blanca a modo de sostén, sujetado con un medallón dorado en su hombro izquierdo, en el que estaba grabada como símbolo la cruz céltica. Por último traía en la cabeza una pequeña corona de raíz, con dos flores blancas y hojas en ambos lados.

Era la hija mayor de Dagda; la Diosa Celta del Fuego y la Inspiración, Brigit.

—Ho-ho-hola —saludó Brigit con algo de tartamudeo y levantando un poco la mano en señal de un penoso saludo.

Luego de la presentación, Dagda y los otros dos arcángeles optaron por retirarse, bajo el propósito de dejar al arcángel peliplateado y a la diosa pelirroja solos para que se conocieran mejor. Y una vez solos San Gabriel —aún con cero ánimos— y Brigit se sentaron en los sillones, al lado de la chimenea, donde el primero ya empezaba a tener deseos de salir volando por la ventana que estaba muy cerca. Sobretodo ahora que, sin previo aviso, o quizás no haberlo notado por los nervios, Brigit había comenzado a hablar sobre sí misma.

—Me gusta bailar, ¡y también leer poesía! Pero no romántica, sino del tipo sacerdotal y motivacional. También me gusta tejer, cantar, hacer artesanía... —decía Brigit sin parar con gran entusiasmo, aunque sin poder ocultar sus grandes nervios.

Mientras tanto San Gabriel escuchaba todo lo que decía la diosa, pero sin saber qué responder —hasta él estaba nervioso—. Sentía que su historia no era la gran cosa. Lo único que si era destacable fue su participación en la batalla contra su hermano Lucifer durante la Rebelión, y que luego fue enviado a masacrar a la tribu de gigantes Nephlim, quienes causaban un caos en el Territorio Israelita, Egipcio, Babilónico y Griego; como destruyendo pueblos, esclavizando humanos e incluso cometiendo canibalismo.

El arcángel mensajero no creía que todo eso fuese algo bonito de contar en una "cita", en especial lo primero. Hablar de su hermano mayor que cayó y se convirtió en el enemigo de todos los Panteones, era algo muy deprimente para él. Y de todos modos tendría que hablar, porque la diosa se dio cuenta de que había pasado un largo rato, en el que ella fue la única de los dos que hablo sobre temas personales, sin darle tiempo al otro de también decir algo, y eso la apeno bastante.

—¡Oh! ¡Disculpa que haya hablado tanto sobre mí! ¡Los nervios me hicieron hablar sin pensar porque...! bueno... Mi primer matrimonio fue un fiasco, así que... —decía Brigit con tanta vergüenza, que reveló sin querer un detalle muy personal que no quiso decir, por lo que guardó silencio al instante, bastante apenada de haber dicho aquello, y ahora con un estado de ánimo bajo.

—La-lamento escuchar eso... —dijo San Gabriel, sorprendido por aquella revelación y ahora empezando a sentir un poco de pena, aparte de curiosidad—. Disculpa que pregunte pero... ¿Qué fue lo que ocurrió?

—Pues... es una historia un poco larga, y tonta. El resumen sería algo así: mi marido iba a ser juzgado por sus crímenes contra la tribu. Pero en vez de afrontarlo... rompió nuestro matrimonio y huyó. Luego regresó junto a la tribu de los Fomorianos, para acabar con mi pueblo. El resto de seguro ya lo conoces —explicó Brigit con una mirada baja, acompañada de una sonrisa forzada que apenas podía ocultar su melancolía—. Al terminar la guerra, él fue exiliado a la tierra de su padre, y más nunca regresó. Sin embargo ya no lo amo... Deje de amarlo... cuando causó todas esas tragedias.

—Pero... si de verdad ya no lo quieres... Entonces, ¿por qué no has vuelto a casarte? —preguntó San Gabriel solo por pura curiosidad, de una forma respetuosa y comprensiva para no incomodar u molestar a la druida pelirroja.

—No fue porque yo no quise. Verás, al estar otra vez soltera en aquellas circunstancias, mi padre estaba tan angustiado por mí, que de inmediato comenzó a buscar un nuevo y mejor hombre para ser mi esposo. Pero nadie quería casarse conmigo, por mi color de cabello. A muchos... no les gustan los pelirrojos por mitos y prejuicios sobre nosotros... Pero descuida. Aprendí a lidiar con este tipo de rechazo.

Aunque Brigit lo decía todo con una sonrisa feliz y despreocupada, se veía en su mirada verdadera tristeza; una terrible tristeza y dolor, que mermaba el corazón del arcángel, al grado de hacerlo arrepentirse en lo más profundo de su ser el haber entrado en aquel tema.

"Sé a lo que se refiere. Hoy en día hay mucho rechazo y prejuicios contra los pelirrojos; incluso, hay quienes los consideran inferiores a los que tienen cabello y piel negra, como los africanos. Y nadie de los demás Territorios hace algo al respecto, solo porque los pelirrojos no son africanos. Esta estúpida discriminación se está volviendo socialmente aceptada, y eso no puede ser. El color de piel y cabello no hace a alguien mejor o inferior al resto, y creer que solo hay discriminación hacia los de piel negra es de estúpidos", decía San Gabriel en su mente, con profunda tristeza e impotencia, ya que no entendía cómo los mortales e incluso varios inmortales, pueden rechazar a ciertos grupos de personas y preferir otras, solo por ser diferentes.

—Dado a que iba ser muy difícil encontrarme marido aquí, mi padre envió varias solicitudes a distintos Panteones, sobre que yo estaba soltera —decía Brigit denotando un poco de vergüenza mientras jugaba con un flequillo de su cabello—. Entonces supo que el Panteón Israelita fue el primero en aceptar la solicitud, y se alegró bastante. Ya que, como mi nuevo marido sería un ángel, mi padre tiene la confianza de que será el más indicado. Después de todo, él quiere que yo sea feliz al lado de un hombre que me quiera pese a mi color de cabello... y que no me abandonara... como lo hizo... Bres...

Con ese pequeño trasfondo, ahora todo lo que sentía San Gabriel era pena en su máxima expresión. Esa diosa céltica era un alma demasiado gentil y tierna, que sufría prejuicios y discriminación sólo por ser pelirroja, y fue herida por la cobardía de un ex-marido. Y si el arcángel rechazaba ese acuerdo, Brigit sentiría que está condenada a la infelicidad, porque ¿Quién podría ser mejor marido que una entidad cósmica sin género y con pocas posibilidades de ser corrompido?

Alguien como ella no podría soportar semejante rechazo. Por otro lado, San Gabriel se rehusaba en absoluto a esa Unión Eterna compartida; algo muy poco usual, y que solo algunas personas harían. Así que, tras dar un breve suspiro, tomó una decisión de la que, tal vez, llegue a arrepentirse. Pero se apoyaba en la idea de que valdría la pena.

—Pues... yo me... asegurare de estar a la altura de las expectativas. Y nunca te abandonaré en las malas circunstancias, como tu anterior marido. Ni menos te reemplazaré por alguien de piel negra, como hacen muchos imbéciles racistas —declaro San Gabriel, con dificultad en un inicio, hasta ir poniéndose serio y decidido con cada palabra, y mostrar al final una sonrisa que inspiraba confianza—. Además ni siquiera me desagrada el color de tu cabello. Me encanta.

—Gra-gracias —agradeció Brigit, en un principio sorprendida por tales palabras, para luego mostrar una hermosa sonrisa, a la vez que dirigía su miraba a otro lado con tanta vergüenza, que sus mejillas se tornaron casi tan rojas como su cabello—. A-a-a ti ta-también te-te-te que-queda bien el cabello plateado. Me encanta ese color.

—¿De verdad? ¡Muchas gracias!

El arcángel no pudo evitar alegrarse y sonreír con igual felicidad, no por el cumplido, sino por la forma tan tierna en la que se veía y tartamudeaba la diosa pelirroja. Sin lugar a dudas, aunque él jamás pudiese sentir ese tipo de amor, no le disgustaba tanto la idea de pasar la eternidad junto a alguien como la diosa Brigit; hasta la podría considerar un miembro más de la familia.