La vieja granja de los Celko estaba a un par de horas del pueblo, sin duda una de las más alejadas. Escondida cerca de las arboledas, brillaban las banderillas en el color ocre de su fachada. Las ovejas y terneras corrían atemorizadas al menor ruido. Se podían ver los cuerpos despedazados de varios animales por el campo. Aún quedaban varias horas de luz en las que podrían acorralar al demonio sin miedo a que saliera de la propiedad, pero debían apresurarse.
Al cruzar la cerca Nela brinco junto con ellos, haciendo menos ruido que los dos juntos, no la notaron hasta que dieron un par de pasos. Luciel la enfrento de cara tan súbitamente que Nela cayo sentada apoyándose en sus manos. No podía ni quería apartar su vista de esos ojos una vez los tuvo enfrente.
—Tú te quedas —Ordenó Luciel por lo bajo, sus ojos lavanda brillaron por un momento, la seriedad de su rostro la hizo asentir apenada. "Se perdió en sus ojos" era una frase que quedaba corta ante la situación.
Cuando las dos figuras de los pacificadores avanzaron a la casa Nela regresó a sus sentidos. Decidida a ayudar rodeó la granja buscando señales de algo, algo que pudiera darles una pista de donde estaba aquella cosa. Pensar en ella le aterraba, fue la única que lo había visto, y una parte de si se alegró que no tuviera que haber entrado con los otros dos. Se vio a sí misma suspirar como una chiquilla al recordar al joven pacificador, antes de volver a buscar por los alrededores. La tranquilidad del lugar le dio tiempo para pensar en lo que había dicho Luciel. Si era verdad que los demonios son tan peligrosos, ¿Por qué este se alimenta de animales? Los únicos que sabían usar armas ahí como para hacer frente a algo más que borrachos y lobos era su grupo. Seria sencillo entrar al pueblo por la noche y reducir a todos a un manojo de carne. Como un lobo en un corral, las personas solo podrían correr a esconderse, pero no podrían hacer nada para protegerse. Imaginar la escena casi le saco lagrimas aun cuando no había razón para ello, esos dos se encargarían. Su mente se alejó de la idea, aunque aún pensaba que algo raro pasaba con el demonio. Se convenció que si alguien encontraba la razón no sería ella. Se subió a un árbol donde pudiera ver las ventanas de la casa, tomó su arco expectante.
Justitia siguió a Luciel durante un corto tramo antes de volver a ver como se reunían almas vertiginosamente a su alrededor, estaba por hacer otro milagro. Cuando estuvo a punto de hablar vio la capa blanca de Luciel ondear sin viento, brillar y convertirse en una armadura de cuero blanco. Era como hecha por un finísimo artesano, dejaba descubiertas solo sus pantorrillas, y aun así las placas que la formaban demostraban dejar mucho movimiento al usuario. «Está loco» se repitió en la mente Justitia.
—¿Qué-que planeas? —susurró Justitia.
—Poner el terreno a nuestro favor -Contestó en el mismo tono Luciel.
—¿Como?
—Una de mis especialidades es la magia de agua. Lo lanzare en cuanto entremos.
—Sería mejor esperar a ver si está dentro.
—No me arriesgare a que nos ataque primero. Prefiero lanzarlo y mantenerlo, y luego revisar si está ahí. —La determinación con la que lo decía le aseguro a Justitia que por lo menos la cabeza de Luciel funcionaba diferente.
—Terminaras loco de esa forma, no sé cuántos milagros llevas mantenidos sobre ti, pero... pero no quiero imaginar lo que pasa por tu cabeza. —Se le escurrió a Justitia. Luciel le sonrió con una inocencia que le supo infantil, no lo soportó. Justitia se tragó la frustración con su saliva. —Te seguiré.
Sabía muy bien a que se refería Justitia, no era como si Luciel no las escuchara, como si no las viera. Todos le hablaban constantemente, le mostraban partes de sus vidas, como si el tuviera alguna idea de que debería hacer con ellos. Cuando niño pensaba que podría ayudarlos, que eran asuntos sin resolver, si les ayudaba probablemente estarían en paz, lo dejarían en paz. Pero eso solo era algo que le dejaba dormir tranquilo. Todas las almas tenían ese constante sufrimiento, uno que a veces no entendía de dónde venía, uno que no podía preguntarles de dónde venía. Se lo entregaban todo, su vida, su ayuda, su sufrimiento. A veces era una punzada en el corazón, a veces eran sentimientos, a veces eran alucinaciones de vidas que no le pertenecían, pero siempre le afectaba. Cuando comenzó a practicar recordó con claridad la fatiga, los dolores de cabeza. La primera vez que le salió urticaria luego de hacer magia se asustó, pero se acostumbró a esto. Ellos siempre le ayudaron a sobre ponerse, cada vez podía soportar más, cada vez le era más sencillo referirse a las voces como ruido. A veces deseaba poder hacer lo mismo con los murmullos. «Concéntrate» interrumpió uno de ellos.
No debía pensar en ellos ahora, un Shaeyvah como ese era suficiente para tener en cuenta. Vacío su mente exhalando, como si todos sus pensamientos se fueran en el aire del que se desprendió. Imaginaba un abismo donde lo arrojara todo. Avanzó hasta la puerta principal encorvado, desenfundó ambas espadas en silencio mostrando su habilidad. Justitia le siguió de la misma forma, su cegadora era más similar a un mandoble, pero la hoja era muy delgada, debía portarla a dos manos para mantener el balance.
Forcejearon con la puerta un instante antes de entrar. La habitación era una sala acogedora con una chimenea que se había apagado sola, aun olía un poco a la leña quemada. Los muebles, alfombras y las pocas baratijas que se encontraban en la habitación no mostraban ninguna alerta de que algo hubiese sucedido ahí. Luciel Respiro hondo, formando una imagen del mismo lugar cubierto de hielo, una película de hielo grueso que podría dejarlo verse a sí mismo. Imaginó la ráfaga de briza helada cubriendo todo, por un momento quiso imaginar también congelando al Shaeyvah, pero eso causaría problemas a Justitia y a él. La briza surgió desde sus pies, cristalizando el suelo y recorriendo las paredes, la temperatura descendió en un instante. Ambos jóvenes podían ver el aliento del otro. Algo de color en sus caras. Justitia calculó que solo fueron 5 minutos los que había usado para hacer algo así. Temió lo que podría lograr con mas, si es que lo resistía.
Luciel comenzó a inspeccionar las habitaciones en guardia. Justitia tardo en seguirlo, el frio le hacía temblar de vez en cuando, pasó por su mente comenzar a reunir almas también. La planta baja de la casa era segura. Agudizaron el oído por cualquier leve sonido que surgiera de algún lugar de la casa.
Subieron las escaleras que ahora se encontraban adornadas con diminutos témpanos de hielo. El pasillo de la segunda planta tenía todas las puertas abiertas, ni una sola luz salía de ellas. Ambos escucharon un leve sollozo. Luciel voló a la última puerta de la derecha pues su oído atrapo justo del lugar del que venía, dejando tras de el a Justitia.