Yalep estaba seguro de que si volvía con el reloj podía salvarlo. Lu lo detuvo con sus manos. Aguantó todo lo que pudo sus lágrimas. Debía ser fuerte para él. «Nos levantaremos de esta» repetía en su oído. Él suplicó el perdón anticipado a la niña. Con un rodillazo le sacó el aire. Welick noqueó al montañés. No permitiría que un sentimentalismo arruinara su escape por los pelos.
Mientras Lu se revolcaba de dolor en el suelo, reconoció la cara del desconocido a las espaldas de la líder hereje. Fergolak reaccionó sorprendido al ver a la bandida de la calle.
En el escondite de los hermanos Welick explicó su parentesco con los estafadores a Lu. Ellos eran los ojos en la calle. Los cambiadores de oro caminaban de un lado al otro conociendo gente y observando a todos. Además, ella compraba muchas de sus mercancías. Por eso y un trato jugoso trato accedieron a esconderlos.
Gorlick no les dio la mejor de las bienvenidas. A él no le parecía un plan posible de realizar. «Para que nos paguen cincuenta mil millones de piezas de oro de las arcas de Sahidra, necesitamos más que el reloj y al ojo que todo lo ve, ocupamos una probabilidad más grande de ganar. Lo mayor que se pueda. Debemos ganar tiempo y conocer el futuro para vencer a un dios».
* * *
En el cuarto de arriba en la casa de los bandidos Yalep estaba resignado. Apenas levantó la mirada al ver a Fergolak entrar. Él preguntó por el estado de ánimo tan caído de una persona tan joven.
—En los últimos días he perdido mucho. Mi padre, mi ídolo, hasta un hermano y no pude hacer nada porque soy un simple mortal.
—Hay gente que cree que crecer escuchando historias de dioses es engañarse porque jamás seremos como ellos. Menuda mentira. Lo que le da emoción a la vida es intentar vivir como uno. A veces se pierde y a nadie le gusta. Pero lo que realmente nos acerca a los dioses es que después de toda la mierda que nos tira la vida nos levantamos y decimos «A ver, ¡Golpéame más duro!».
* * *
Bli llegó al escondite. Encontró a Gorlick golpeado en el suelo. A su lado estaba un túnel lleno de líneas azules.
—Te diría que escaparon por el túnel y que jamás los alcanzarás, pero eso ya lo sabes.
Lenet se volteó. Ordenó a las estrellas rojas seguir el túnel hasta el final. Él sabía que el hombre derrotado en el suelo tenía que decirle algo.
—Lo que quieres es que ella sienta el miedo que tú tienes y que se rinda.
—¿Miedo de qué atrevido mortal?
—Eres el paladín de los herejes —. Dijo el hombre que parecía hablar con la nariz—. Si tu quisieras, acabarías con ellos en este mismo instante. Para que tengas tus ojos llenos de miedo y no busques el enfrentamiento directo es porque sabes que puede pasar algo peor. Algo que como ya expuse temes.
—Eres muy perspicaz para ser un vulgar ladrón.
—Qué te diré. Pasé años aprendiendo de la gente para poder engañar. Además como sabes, el tiempo le enseña a uno cosas.
—Entonces esperas que te crea que el tiempo te enseñó a que le temo.
—No, pero sí a temerle a lo que mis superiores le temen.
—Es usted un hombre muy interesante Gorlick. Tal vez me pueda ser de gran utilidad.